martes, 6 de abril de 2021

Al entrar y salir de clase

Hoy es miércoles 7 de abril de 2019. Son las ocho y cuarto de la mañana. La clase de estética, para estudiantes de quinto curso de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona -un último rescoldo de las asignaturas de humanidades que hubo un tiempo, años ha, imperaron- se imparte en el aula C-B4, un aula desproporcionada y semi-enterrada, al fondo, a la izquierda del pasillo que bordea, por la izquierda también, el auditorio. La puerta del aula está aún cerrada. Falta todavía un cuarto de horario para el inicio de la clase que, de todos modos, empezará unos cinco o siete minutos más tarde, esperando el lento goteo de estudiantes que van entrando, de uno en uno, y somnolientos. En la pared absurdamente ondulada frente al acceso al aula, un banco corrido de madera. Algún estudiante ha llegado aún más pronto y, sentado, con una mochila a su vera, consulta unas hojas sueltas. Me siento a su lado, a cierta distancia, en silencio, para no molestar. Tengo aún tiempo para repasar la clase, anotada en la agenda, e incluso para hojear el periódico comprado mientras me dirigía, andando, a la Escuela. Llega un segundo estudiante. No se atreve a sentarse pero, de pie, tras un momento en silencio, y no sé si tenso o indiferente, me hace una pregunta sobre algún punto de la clase anterior, o comenta partes del programa. Respondo y me extiendo, intentando ser lo más claro posible, matizando lo que hubiera quedado explicado de manera excesivamente esquemática en unas sesiones anteriores. Llegan un par más de estudiantes. Se juntan al pequeño coro que se está formando -mientras el primer estudiante sigue enfrascado en sus notas. Un alumno, recién llegado, también pregunta. Y la clase hubiera empezado fuera del aula, mientras los estudiantes iban llegando -algunos entraban directamente en el aula, tras abrir la puerta que no estaba cerrada con llave-, si no me hubiera levantado, algo apurado, comentando que era la hora de acceder al aula donde proseguiríamos el debate iniciado. Entro el primero aunque trato de ceder el paso. Dos estudiantes parecen estar hablando de lo que se acaba de comentar.

Dos horas más tarde, apenas concluida la clase, sin tiempo para recoger la agenda, el teléfono móvil que marca la hora y la bolsa y cerrar el ordenador de mesa dispuesto sobre un despacho de fórmica gris, un poco apurado porque el profesor de la siguiente clase ya espera fuera del aula, mientras que algunos estudiantes de su clase ya están entrando, al tiempo que los situados al fondo del aula están saliendo, a veces en tropel, cargando la mochila -y un patinete eléctrico-, hablando más o menos fuerte, tres o cuatro estudiantes acuden a la tarima con dudas o comentarios. Trato de responder, pero el tiempo corre y les pido que salgamos, para proseguir la charla fuera, en el pasillo, subiendo al despacho, o en el bar. Veinte minutos más tarde, la conversación, entre ya un par de estudiantes y yo prosigue aún. Algunas preguntas, que dan lugar a una respuesta que no siempre acierto a hallar al momento, darán pie a la clase siguiente que se desviará del programa. Las preguntas son demasiados importantes y agudas para  quedar relegadas a una breve charla tras la clase. Todos merecen conocer estas preguntas.

Una clase no es solo una clase. Son las conversaciones antes y después de la clase; conversaciones entre algunos alumnos y el profesor, así como entre los propios alumnos, alentados por lo que han escuchado, y pensado durante la clase que ha tenido lugar, o una clase anterior. Una clase es el centro de una red de intercambios, de preguntas y respuestas, de diálogos en los que el profesor no siempre tiene ni tiene porque tener la voz cantante.

Pero no estamos en 2019 sino en 2021, a punto de iniciar las clases tras las vacaciones d Semana Santa. Y aquéllas seguirán a través de pantalla, como si de un programa televisivo de teletienda se tratara. Y todo lo que enriquece y da sentido a la clase, todas esas posibilidades de enseñar y aprender, de debatir fuera del aula pero en relación a ésta, seguirá perdido. 

Algunos gurús seguirán pronosticando, con vehemencia y alegría, que el futuro ya ha llegado y que esta manera de no-enseñar y aprender ha llegado para quedarse (una expresión favorita). Para siempre. Supongo que nunca fueron estudiantes y no supieron que no se aprende solo durante, sino antes y después de la clase, que la clase irradia y se prolonga fura del aula, que es cuando se juzga y se piensa lo que se acaba de comunicar. Las verdaderas clases se dan en esos tránsitos, esos momentos inesperados cuando todo es posible, y salta la cierta tirantez entre el profesor que no quiere imponerse y el estudiante que se acerca un tiempo, el tiempo de aprender, antes de seguir su vía.

     

lunes, 5 de abril de 2021

Urbanismo táctico

 


Foto: Tocho, marzo de 2021


Urbanismo táctico: una expresión habitual en Barcelona desde hace un año, y que designa una transformación del espacio público -calles, plazas y cruces- consistente en delimitar espacios segregados para peatones, vehículos motorizados y vehículos de tracción física o animal (bicicletas, patines, etc.),  dando mayor espacio a los primeros en detrimento de los segundos, por medio de motivos pintados de colores, bloques de hormigón pintados, mojones metálicos y gruesos bloques paralelepipédicos de hormigón que hacen las veces de asientos y, por fin, casi paradójicamente, una transformación del espacio público en privado, convirtiendo aceras y calles en terrazas de bares y restaurantes, delimitadas por muros de hormigón pintados de amarillo. 

El resultado está a la vista.

Pero más allá de los aciertos y/o los errores del urbanismo táctico -fui atropellado en un estrecho paso para peatones confundido a menudo con una pista para bicicletas-, ¿qué significa la expresión? ¿No es una redundancia, o, curiosamente, un oximorón?

El adjetivo táctico viene directamente del griego taktikos. Este adjetivo designa o califica movimientos militares, la organización y la disposición de una tropa, quieta y en movimiento. Se trata de armonizar cuerpos y gestos, formando un conjunto comprensible a la vista, en el que las relaciones entre miembros sea evidente. La táctica facilita el gesto y su percepción, buscando que todos vayan a una, logrando formar un todo que forme y se desplace como un organismo, sin roces ni desconciertos. Este significado se extendió a cualquier tentativa lograda de ordenamiento. Así, taktikos significa también arreglado, lo que presupone que la acción logro deshacer entuertos y devolver orden y claridad a lo que se había desarreglado.

El adjetivo taktikos deriva del verbo griego tassô. Éste verbo tiene resonancias arquitectónicas e incluso urbanísticas. Significa emplazar; hallar el lugar adecuado y pertinente a cada cosa; que cada cosa encuentre su sitio, el que le corresponde. El asignar un lugar no implica ejercer una fuerza que vaya en contra de la "voluntad" del objeto, sino que, por el contrario, se trata de descubrir a qué lugar aspira "naturalmente". Consiste en devolverle lo que le pertenece, su espacio propio, del que ha quedado desplazado, a fin de lograr un todo armónico. Tassô, por tanto, obliga a simplificar, clarificar, desbrozar, y nunca añadir, a fin que las líneas de fuerza, la estructura interna de un conjunto se descubra nítidamente, y cada elemento pueda moverse libremente, sabiendo lo que tiene que hacer junto con los demás elementos. Tassô no implica necesariamente que la decisión sea externa, que le venga impuesta, como una orden, a un ente o un ser. Por el contrario, cada elemento es libre de encontrar su lugar, de acuerdo -este matiz tassô lo precisa- con las decisiones de los demás elementos. Cada parte juega con las demás, y el conjunto no chirria sino que se mueve "naturalmente", siguiendo su "naturaleza", porque nada está fuera de lugar; nada canta.

El urbanismo -el arte de ordenar la vida en la urbe- que se practica hoy en Barcelona ¿es táctico?

domingo, 4 de abril de 2021

(Domingo de) Resurrección

Los cristianos celebran el domingo de Pascua que su dios finalmente se revela ser un dios (o Dios).

Este hecho culmina la vida del Hijo de Dios en la tierra. Los cuatro Evangelios, de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, cuentan aquélla. Pero no solo divergen sobre lo poco que cuentan, sino son prácticamente mudos sobre dicha revelación.

Este hecho, la revelación de la divinidad del Hijo de Dios, constituye, en verdad, un "error" teológico que quiebra el tenso equilibrio entre las naturaleza humana y divina de Jesucristo. 

Recordemos: Jesucristo es una divinidad única en la historia: es un ser humano a parte entera, que nace, se desarrolla y muere, y, al mismo tiempo, es una divinidad, que aparece y desaparece, como un cuerpo traslúcido o invisible. Este doble condición no se ha dado en ninguna religión. Los dioses siempre son invisibles, y adoptan formas visibles, incluso antropomórficas para manifestarse ante los humanos. Mas dichas formas o cuerpos son tomados de prestado. Los dioses se disfrazan de seres humanos para la ocasión -el encuentro con los seres humanos-, forma que abandonan en cuanto el encuentro cesa. Por otra lado, los dioses cambian de forma en cada ocasión. Se muestran como jóvenes o ancianos, hembras o varones, en función del encuentro.

Por el contrario, el dios cristiano asume una única forma humana. Y ésta le es propia, le pertenece. "Es" un ser humano -amén de un dios.

Sin embargo, esta perdurable doble naturaleza no le convierte ni en un superhombre -lo que podría ocurrir si la naturaleza divina influyera en la humana-, un error en el que caen quienes le juzgan, ni en una divinidad menor -debido a que su naturaleza humana lastraría, limitaría la divina. El dios cristiano es tanto un mortal cuanto un inmortal. Eso sí, vive (nace y muere) como un mortal, sin que estas etapas propias de una vida humana afecten su naturaleza divina.

El equilibrio entre lo humano y lo divino se rompió cuando la crucifixión. Quien muere es Jesús, el humano, y éste, a través de sus quejas, parece indicar que se siente engañado. Se descubre enteramente mortal, sin que su naturaleza divina le redima de la muerte o al menos suavice la agonía.

Tras su muerte, la Resurrección se contrapone al hecho anterior y es cuando Jesús (el humano) desaparece en favor de Cristo (el dios). El Hijo de Dios pierde su naturaleza humana en favor de la divina. La resurrección solo es posible si Jesucristo ha quedado transformado exclusivamente en Cristo (el Uncido, el Elegido): ya no es un ser mortal. El mágico equilibrio entre lo humano y lo divino, que sustenta la figura de un inmortal (el Inmortal) que es un mortal, se quiebra para siempre.

Los Evangelios, como he comentado, apenas mencionan la vida del Hijo de Dios tras su muerte. Lo que cuentan, someramente, en unas pocas líneas (Mateo y Marcos, sobre todo éste, son muy parcos, Lucas es algo más explícito, mientras que Juan afirma saber muchas cosas acerca de la vida de Cristo tras la Resurrección, pero se las calla), insiste en el carácter inhumano del resurrecto. 

Los apóstoles, ante su vista, no pueden verle: no aguantan su presencia, no se sabe si por el deslumbramiento que sienten ante el resplandor de un cuerpo que ya no es humano (Mateo). 

Jesucristo ya no tiene un solo cuerpo; se muestra de diversas maneras, lo que impide que sea reconocido; se comporta como un dios griego, por ejemplo. Entonces es raptado hacia o por lo alto (Lucas). Según Lucas, Cristo se acerca a dos discípulos que caminan hacia Emaús. No lo reconocen: "sus ojos están ciegos".  Cuando, tras una repetición de la Última Cena, finalmente lo reconocen, Cristo se vuelve invisible. Tras este incidente, los apóstoles se encuentran. Cristo de pronto aparece entre ellos. El miedo les invade. Creen ver un espectro. Es entonces cuando Cristo, para probarles que no es un fantasma les muestra su cuerpo. No le creen. Les pide comida y come pescado a la brasa para que comprueban que es un ser vivo. Luego se separa de ellos y se eleva hasta desaparecer. 

Según Juan, finalmente, María Magdalena, no lo reconoce: lo confunde con un jardinero. Ante la insistencia de Cristo, María lo identifica como un Maestro, pero al querer tocarlo, Cristo la rehúye. Su cuerpo ya no es carnal. Cristo vuelve a mostrarse, esta vez ante los apóstoles, reunidos, a puerta cerrada, en una morada. Sin abrir la puerta, sin que se sepa cómo accede, se manifiesta de pronto entre aquéllos. Y, a partir de entonces, tras narrar unos últimos milagros, Juan enmudece. No se sabe qué le ocurre a Cristo. Solo se sabe que "hizo muchas cosas", pero no sí desaparece o asciende a los cielos.

La Resurrección es un hecho doloso, en el fondo. La humanidad de la divinidad, su cercanía con los humanos, se desvanece. Cristo se manifiesta tan solo como un dios, otro dios: invisible, intocable e inalcanzable. Pero, seguramente, no podía ser de otra manera. No es más que un dios.

¿Domingo de alegría -o de tristeza?   

sábado, 3 de abril de 2021

ELIO ANTONIO NEBRIJA (ANTONIO MARTÍNEZ DE CALA, 1441-1522): DE EMERITA RESTITUTA (MÉRIDA RESTITUIDA, 1491)

En una época, la nuestra, que no dejará ruinas -las máquinas se encargan de impedirlo- sino edificios arruinados, o avejentados, apergaminados -el vidrio se ensucia y pierde brillo, pero no envejece, y el hormigón enmohece., quizá sea útil tener presente esta sorprendente y célebre lectura de las ruinas romanas de Mérida, percibidas a partir de la visión de Mérida a finales del siglo XV, en la que las capas se superponen sin dejar de ser visibles, por el primer gran humanista español, formado en Bolonia, Antonio Nebrija -conocido por ser el redactor de la primera gramática española-. Un eco moral envuelve inevitablemente las ruinas del pasado: la ruina arquitectónica remite a la vida humana que se apaga, pese a todas las tentativas de vanagloria: 


"Todo se muda con el tiempo y perece con los años. ¿Qué estabilidad tienen las cosas humanas? Aquí donde está ahora Mérida estuvo en otro tiempo la famosa Emérita, que dio Augusto en premio a sus soldados para que la poblaran.

Estas despedazadas moles que ves y estos cimientos en que ha desaparecido la argamasa, mas no la forma circular, eran el anfiteatro donde el pueblo y el Senado presenciaban las luchas de los gladiadores.

Aquí donde está ahora el podio y las gradas y las tribunas estuvo en otro tiempo la escena conocida de trágicos y cómicos, donde se representaban las farsas del teatro.

Aquí donde se alza este pórtico con sus altas columnas, corroídas y desgastadas por las inclemencias del tiempo, estuvo el palacio de la Curia, donde el Senado daba leyes a la plebe y le comunicaba sus mandatos.

Aquí donde está ahora el circo, con su suelo de mosaico, en esos dos estadios que ves y en esa naumaquia, se celebraban los juegos circenses, curules [juegos organizados exclusivamente por los curules, unos ediles o funcionarios públicos encargados de juegos y de resolver conflictos con el comercio, cumpliendo las órdenes de un pretor, un magistrado encargado de la justicia] y navales.

Ese gran arco que se alza en medio de la ciudad y que el pueblo llama sin fundamento arco de triunfo, fue en otro tiempo el monumento de un ilustre ciudadano, pero los años borraron su nombre, su patria y su linaje.”

viernes, 2 de abril de 2021

La estaca y la cruz

 ... y de pronto, la sonrisa mutó en una mueca, y la cara amable devino amenazante....

Stauros, en griego, es un elemento básico de la construcción: es un pilotes (o piloti) sobre el que descansa una construcción de madera; los palafitos -existe la creencia, quizá fundada, que las primeras construcciones se levantaron en medio de las marismas que las protegían, ya que impedían acercarse a pie o a caballo, y requerían el uso de barcas, no siempre disponibles que requerían conocimientos en el arte de la navegación y destreza- se apoyan en estacas de madera hundidas en el agua. 

Stauros también significa empalizada: nombra otra construcción básica, un cerca de delimita un lugar propio, y lo defiende, visualizando, simbolizando la propiedad. Las empalizadas ordenan el espacio, y ofrecen cierta intimidad. Detrás de éstas, uno se siente seguro, bien cobijado. Una empalizada no requiere ningún techo para ofrecer protección y, sobre todo, la sensación de estar bien protegido. Una empalizada brinda confianza.

Stauros viene del verbo griego istemi, que significa estar. Stauros no solo evoca la permanencia en un lugar que permite el arraigo, expresa la confianza en un lugar que hacemos nuestros y en el que nos sentimos en confianza para asentarnos y descansar, sino que stauros evoca la posición erguida, símbolo de vitalidad. La posición recta o erecta es un signo de fuerza; se opone a la retirada, a la debilidad, al deseo de esconderse, a propios de la pérdida de confianza en la capacidad de un lugar de acogernos y protegernos, un lugar del que debemos partir o huir. Istemi significa, con más precisión, estar recto, de pie. Designa la posición vertical, signo de enraizamiento: no nos doblamos, no nos rendimos. Mantenemos la cabeza bien alta, casi desafiante.

Pero solo cabe un recurso para estar siempre de pie, sin sentir cansancio o debilidad, sin encogerse y caer: un apoyo vertical sobre el que descansar. Un apoyo que nos apoya, que nos da apoyo, que nos cuida y nos ayuda, en el que confiamos, al que nos aferramos para no caer.

Mas, la mejor manera de no dar un paso atrás y de no ceder ni un palmo de terreno, es estar íntimamente unido al apoyo: formar cuerpo con él. Un apoyo, como un tronco o un pilar hincado en la tierra, que no se puede arrancar y derribar, y del que no nos despegaremos.

 Es en este momento, cuando la estaca adquiere rasgos inquietantes. La íntima unión del cuerpo y la vara se produce con el empalamiento. La estaca se convierte en un instrumento de tortura (que es lo que stauros también significa, a partir de cierto momento). Nos mantiene erguidos, sin duda, clavados en un mismo lugar, que, de un hogar propio, se convierte en nuestra tumba.

En latín, stauros se tradujo por crux: primeramente un pilón de tortura, al que se le añadió un travesaño, el travesaño de la cruz, la cruz levantada que simboliza la Pascua cristiana.

De la construcción segura, del hogar, del estar -en confianza-, hemos pasado al suplicio -de no poder descansar, de no poder abandonarnos. La rectitud implacable de la estaca no concede signo de debilidad alguna. De portarnos se convierte en lo que cargamos, la cruz a cuestas. El carácter inflexible, insensible a las debilidades humanas, el carácter inhumano de la estaca se acaba transformando en lo que nos mata. ¿Queríamos aferrarnos a un lugar? Pues lo lograremos o lo hemos logrado -a costa de nuestra vida.     

jueves, 1 de abril de 2021

Norias y molinos en Barcelona (hallazgo arqueológico del ¿siglo XIX?)


















Fotos remitidas por María Rubert, y fotos: Tocho


Los trabajos para la instalación de un colector de aguas por la avenida Diagonal, entre las calles de Gerona y Bailén, en Barcelona, han puesto al descubierto, en medio de una ancha y honda zanja, unas estructuras arquitectónicas alicatadas con cerámicas valencianas del siglo XIX (ó XVIII) desaparejadlas, anteriores a la aplicación del plan urbanístico Cerdá, que corresponderían a almacenes, un molino y una noria, o quizá cubas de vino -de los que, al parecer, no se tenían noticia.

miércoles, 31 de marzo de 2021

FREDDIE REDD (1928-2021): LONELY CITY (1985)


Sobre este extraordinario pianista y compositor norteamericano de jazz, fallecido ayer, véase, entre la pocas referencias existentes, este enlace