jueves, 27 de mayo de 2021

El banco y el balcón (Antonio Gaudí -1852-1926 -, El Capricho, Comillas, 1883)









 Fotos: Tocho, Mayo de 2021


Un balcón es una salida segura. Los balcones no existen en planta baja. Necesariamente cuelgan de, por lo menos, la planta primera. Cuelgan del vacío, y dominan el escenario que se extiende a sus pies. El balcón invita a asomarse. Es un lugar privilegiado para contemplar -a menudo sin ser visto o advertido debido a la altura- la ciudad, a veces hasta muy lejos, si las construcciones son bajas o las calles que se abren enfrente del balcón son rectas. La ciudad observada desde lo alto se percibe como un espectáculo. El balcón permite mantener las distancias y ofrece la ciudad a los sentidos -de la vista, el oído y a veces el olfato. El tacto, por el contrario, queda desactivado. La ciudad se vuelve un teatro. En los teatros clásicos existen, precisamente, balcones: permiten tener las mejores vistas, y ver sin ser descubierto.
 Cuando uno se instala en un balcón, casi siempre de pie, da la espalda al espacio interior. El balcón conjuga la apertura que brinda la ventana con la efectiva presencia en el exterior,  del que se puede regresar al momento. Un puesto de observación seguro. Una invitación a salir sin comprometerse con el exterior. Un útil que convierte la realidad en imagen o apariencia, que acerca y aleja al mismo tiempo la ciudad, librándonos del contacto físico. Desde el balcón sobre volamos la realidad.
El balcón de la casa El Capricho, semejante al de la casa Vicenç en Barcelona, del mismo arquitecto, opera de modo inverso. La barandilla -que protege pero permite asomarse: un verbo que mide la prudencia con la que actuamos en un balcón, casi como si tuviéramos la mitad del cuerpo a buen recaudo, protegido por el interior, cubiertas las espaldas- se convierte en un banco. Desde éste, se da la espalda a la ciudad. Permite contemplar el interior que se descubre desde la puerta (estrecha, casi un tajo), una visión parcial, limitada, que recuerda de dónde venimos. El balcón nos libera del interior; facilita tomar las distancias con éste. En verdad, el banco no es un punto de observación del mundo exterior sino interior. Invita a recogerse, libre de las ataduras de los espacios interior y exterior. Se trata de un espacio de meditación, un lugar donde asentarse para sentirse libre, porque no se está en ningún sitio sino tan solo con nosotros mismos; un lugar paradójico, pues los espacios de recogimiento suelen ser interiores. Pero el interior puede ser agobiante, intimidante, lo que impide la sensación de intimidad, que necesariamente debe ser libre, libre de hallarse por unos momentos consigo mismo. El banco hace soportable el espacio interior. Un banco que solo cobra sentido cuando uno se recoge en éste, y se siente protegido de los fantasmas y los temores que el espacio doméstico puede causar o albergar, pero sin el desamparo que el espacio exterior provoca.

miércoles, 26 de mayo de 2021

La actriz y el arquitecto: La casa de Marilyn Monroe y Arthur Miller, de Frank Lloyd Wright (1958-1959)

 








Entre 1956 y 1961, la actriz Marilyn Monroe (Norma Jeane Baker, 1926-1962) abandonó Hollywood para instalarse muy lejos, en el norte de la costa oeste norteamericana: en la modesta casa que su esposo, el autor de obras de teatro Arthur Miller (1915-2005), poseía en el pueblo de Roxbury (apenas dos mil habitantes) en el pequeño estado de Connecticut. 
Marilyn Monroe viajó al hotel Plaza de Nueva York en 1958 para encargar una casa al arquitecto Frank Lloyd Wright (1867-1959). Éste, ya muy mayor, aceptó el encargó y trabajó a partir de dos proyectos de mansiones anteriores. 
El fallecimiento del arquitecto un año más tarde y el divorcio de la pareja Miller-Monroe cancelaron el proyecto -que la pareja ya había rechazado porque era demasiado costoso y ostentoso, con estancias para tres sirvientes, biblioteca privada, baños separados, y una gran sala de estar a la que se accedía directamente desde el jardín a través de un pórtico, sin que Wright hubiera tenido tiempo de modificarlo-, aunque una versión del mismo se construyó en 2005, convertido en un club privado.
Del proyecto, característico de la obra última de Wright, se conservan unos pocos planos. La casa hubiera tenido un piso, que hubiera ocupado la actriz, pero el plano no se encuentra.





martes, 25 de mayo de 2021

La piedra y el hombre


Varias metáforas relacionan al ser humano con la piedra para señalar la insensibilidad, pero también la inmutabilidad y el valor. Se puede tener el corazón duro como una piedra, pero ser sólido como una roca. Un rostro puede ser pétreo, inexpresivo o hierático, una cara de pocos amigos, pero Cristo edificó su iglesia sobre una piedra, descargando la responsabilidad sobre las espaldas de Pedro.

La petrificación es una condena a muerte: convertirse en una piedra -o en una estatua de sal- equivale a abandonar este mundo, dejar de vivir. Quedarse petrificado es quedarse sin aliento, sin poder respirar como si uno ya estuviera muerto.

Pero la piedra guarda los rasgos de la persona retratada (o esculpida) para siempre. La piedra rescata de la muere o del olvido. Los seres de piedra son ajenos a la incuria del tiempo. Viven para siempre e influyen sobre los seres vivos como ningún ser humano lo hace. Están por encima de los problemas mundanos.

Los seres humanos nacemos de las piedras, y morimos por ellas. Un mismo gesto, el lanzamiento de piedras nos da y nos quita la vida. La lapidación mata. Mas, cuando Deucalión, el hijo de Prometeo, y Pirra, su prima y su pareja, tras el diluvio y la bajada de las aguas, tuvieron que repoblar la tierra, recogieron piedras y, por indicación de Apolo, el dios de la arquitectura, las lanzaron a la tierra. Apenas éstas tocaban el suelo, se convertían en hembras y varones.

Niobe, esposa de Anfión, quien construyó la muralla de la primera ciudad griega, Tebas, tocando la lira, ya que la música hacía levitar las piedras que se desplazaban hasta colocarse en el lugar adecuado para levantar un muro- tuvo tantos hijos que era considerada prácticamente como la madre de los griegos. Su fecundidad era tal que suscitó la envidia de los dioses. Apolo mató a casi todos sus hijos. Doblegada por el dolor, se convirtió en una piedra de la que manaba un agua pura y abundante, signo de vida.

Platón (en La apología de Sócrates) consideraba -irónicamente o no- que los humanos tenían un doble linaje: simplemente humano, o pétreo, ý éste era muy superior al anterior. Las piedras alumbraban a los seres superiores; una creencia que se dio en otras culturas, y que se expresaba a través del culto a las piedras, consideradas como seres de otros tiempos, superiores y en el origen de clanes humanos.

Pero los hombres no son piedras: nacen de ellas. Nacen cuando las piedras proyectadas tocan la tierra. La tierra metamorfosea las piedras en humanos, capaces de trabajar la tierra y crear comunidades. El paso de la edad de piedra a la edad de los hombres es el paso de la barbarie a la humanidad, de la dureza a la civilización gracias al trabajo y al cuidado de la tierra. La adustez de las piedras, su frialdad, necesita la calidez de la tierra que se amolda, se adapta y se transforma, para alumbrar al ser humano: al mortal, que pierde su rigidez en favor de la adaptación a los tiempos, su estéril inmortalidad. Fuimos piedras; somos humanos (somos tierra o humus).  

  

domingo, 23 de mayo de 2021

Pentecostés y la Torre de Babel

Hoy, domingo  de Pentecostés, literalmente el Quincuagésimo (día de la Pascua Cristiana): el día que cierra el periodo la muerte y Resurrección del Hijo de Dios y que, de algún modo, significa su nueva venida para unos elegidos: para quienes tienen que proclamar la buena nueva (el evangelio), los apóstoles -apóstol, en griego, significa mediador, voceador.

La buena nueva que la Pentecostés anuncia y celebra es la posibilidad de la comunicación absoluta.

La venida del Espíritu (Santo), otorgado a los apóstoles bajo la forma de una llama -la llama de la palabra encendida, el fuego de las proclamas, la luz que permite ver y nombrar, la lumbre que suelta las lenguas-, súbitamente les inspiró y les otorgó el don de la palabra y de la escucha: supieron atender y alentar, servir y animar. Hicieron de mediadores, transmitiendo plegarias y promesas. El Espíritu era la facilidad de la palabra, el Verbo comunicativo, al alcance de todos. Les permitió ser comprendidos por todos, y atraer a todos, incluso a quienes hacían oídos sordos. La palabra fluía de manera comprensible y encantadora.

La capacidad de atender y de convencer se basaba en la posibilidad de comprender a todos, de entender todas las lenguas. La barrera del idioma saltó por los aires. Aunque se hablarán múltiples lenguas, éstas ya no fueron un impedimento para crear comunidades (iglesias).

La bondad del don de la palabra, entendido como una liberación o superación, se oponía a la maldición divina que cayó cuando la construcción de la Torre de Babel. Ésta de alzó como una escalera al cielo que hubiera permitido a los mortales alcanzar a los inmortales poniendo coto al abismo entre éstos. Ante esta amenaza, el castigo divino fue ejemplar y duradero: disolver equipos y comunidades que ya no pudieran aunar esfuerzos porque ya no se entendieron. Las multitud de lenguas equivalía a la imposibilidad del habla, al silencio, el retraimiento, el rechazo del otro al que ya no se quiere, no se puede escuchar. Las comunidades, que compartían valores, que pensaban igual porque hablaban un mismo idioma, se disgregaron.

El Pentecostés puso remedio y fin a esta maldición. Las ciudades pudieron reorganizarse, los mortales see todo oídos a sus semejantes. De nuevo se pudo compartir y colaborar, volver a tejer relaciones, a intercambiar impresiones, a revelar secretos y conocimientos. Se ponían las bases de la nueva era del espíritu. 

sábado, 22 de mayo de 2021

El Facteur Cheval ha vuelto: los jardines de Carles Soler (Montbau, Barcelona, 1993-2003)

 




































Fotos: Tocho, mayo de 2021


Carles Soler, un bombero jubilado, viviendo en uno de los bloques del polígono de Montbau que mira hacia la ladera de la montaña, construyó, entre 1993 y 2003, un encantador y fantástico largo muro con guijarros y piedras de distintas tonalidades, insertando insólitas antenas, veletas y figuritas religiosas en concavidades y arcos que serpentean y ascienden, se retuercen y caracoles por la colina, componiendo un diminuto y extenso (unos cien metros) paisaje entre la rocalla  y una visión apocalíptica, de la que emergen unos tentáculos de piedra que agarran la pared rocosa.  

El conjunto se está restaurando.


Agradecimientos al arquitecto y artista David Mesa por informar sobre -y recomendar- este jardín