No existe texto explicativo o interpretativo, histórico o teórico, sobre un artista o una obra contemporánea -y "contemporánea", es decir, encajada en el canon de ciertos museos, centro y galería de arte contemporáneos, y de ciertos críticos y teóricos- que no afirme que la obra es una reflexión (o que el artista reflexiona siendo la obra el fruto de su reflexión, o su reflexión plasmada) sobre un tema propio del mundo contemporáneo, y una crítica del mismo.
Aunque la palabra crítica significa, en verdad, delimitación, separación, desgaje para una observación atenta que, a través de los sentidos, asociados al intelectos, trate de descubrir, sin alterar o manipular lo que tiene delante (y que contempla, escucha o huele), lo que la forma o apariencia "encierra", vehicula y expone: una idea o, mejor, un concepto: un contenido que se manifiesta a través de una forma sensible, sea una imagen musical, poética o plástica, quieta o en movimiento, lo cierto es que la palabra crítica, en el lenguaje del arte contemporáneo, significa más bien denuncia: la crítica señala, expone (lo que está en consonancia con el significado original de la palabra) y apunta con el dedo, denuncia, sometiendo lo que presenta al oprobio: un procedimiento propio de la justicia eclesiástica y real pre-revolucionaria.
Obviamente, el sentido original de crítica implica tomar las distancias con lo que se estudia, tratando de observarlo desde distintas posiciones, a veces contrapuestas, para tener el mayor número de datos; según el segundo y contemporáneo significado, la crítica conlleva tomar partido, es decir desdeñar lo que no concuerda con una idea fija de antemano, un prejuicio. Ciertos rasgos son destacados en detrimento de otros, silenciados o minusvalorados. El matiz se obvia en favor de postulados o proclamas unívocos.
La "reflexión" a la que da cuerpo una obra -que se expresa mediante la obra, que "es" la obra- es una imagen. Las imágenes son poderosas.. Pueden iluminar, ofrecer una vista inesperada, un fogonazo que cambia la perspectiva, quizá la historia; desde luego, que puede cambiar la percepción o lectura de lo que se estudia -sobre lo que se reflexiona. Después de todo, una reflexión, es una imagen, un reflejo que nos vuelve, que la imagen nos devuelve, para aclararnos o ilustrarnos. Una imagen puede alentar volver sobre las cosas, y abrir perspectivas desconocidas, puntos de observación inéditos o inconcebibles. Pero una imagen puede ser una imagen fija, congelada, que pone fin a un discurrir. Una imagen quiere educar, pero, seguramente, "impresiona"; quiere formar, pero cabe preguntarse por el impacto de la formación. Lorenzo de Médicis quiso educar a su sobrino tarambana, incitándolo a la prudencia y al control de las pasiones. Confió esta tarea a Botticelli quien, aconsejado por el filósofo neoplatónico Ficino, compuso un ciclo de pinturas que mostraban a seres mitológicos educados y maleducados, aductos o entregados a los placeres, para que viera los efectos (nocivos) del abandono. Los cuadros son obras maestras del arte occidental. Mas, cabe preguntarse si Lorenzo obtuvo los efectos deseados. No parece que el destinatario aprendiera la lección que se le comunicaba, y siguió en sus trece, admirativo de la belleza de las obras, al mismo tiempo.
La "reflexión" plástica casi siempre es confusa, o inútil. Como escribía Proust, el arte "con mensaje" es una falta de gusto: es como un regalo en el que se hubiera dejado la etiqueta con el precio: un regalo miserable.
Una parte del arte contemporáneo es un arte bien-pensante, bienintencionado. Busca alentar, denunciar; es un arte de la queja. Nada le satisface. Es un arte que ha dado la espalda a la exaltación de la vida -lo que implica manifestar la complejidad de la misma, sus alegrías y sus miserias, los logros y los golpes bajos; un arte plácido o furibundo, pero vital. Que acepta la belleza y la fealdad, la entrega y la cobardía; un arte que no toma partido; seco, atento, que no busca ningún efecto, ni complacer ni ahuyentar; un arte con una gama casi infinita de grises, que no "reflexiona" sino que deja que sea el espectador, si quiere, el que reflexione, y se pregunta por lo que tiene delante; un arte que desconcierta, precisamente porque es imposible saber qué "piensa" el autor. Quizá sean o hayas sido ciertos cineastas, como Welles, Clément o Rohmer, los artistas modernos o contemporáneos que hayan logrado semejante contención, capaces de "reflejar" una sumida desolación, la aceptación de lo que discurre.