lunes, 5 de julio de 2021

¿Inspiración o plagio?




 

Dejando de lado la elegancia del vestido rojo que el sastre de alta costura Cristóbal Balenciaga concibió y realizó en 1963, la casa Balenciaga sigue abierta en París pese a la muerte del fundador, y plantea un curioso dilema. Los vestidos de los actuales responsables tienen que evocar el reconocible estilo del maestro -vestidos "construidos" como volúmenes geométricos o "arquitectónicos", adaptados sin embargo a la forma del cuerpo-, pero las fuentes de inspiración pueden hallarse en otras imágenes.

En el caso del vestido rojo de la temporada Primavera de 2022, es difícil precisar si se trata de un homenaje al maestro, una mirada irónica al mismo, o una reinterpretación -¿cercana al plagio?- de un vestido cinematográfico.

Curiosamente, cuánto más se valora la originalidad, y el abandono de referencias -unas pocas notas idénticas, casi siempre involuntariamente, en dos composiciones musicales dan lugar a feroces litigios hoy-, más se dan casos difíciles de valorar, en los que la interpretación y la copia están íntimamente relacionadas. La originalidad está inevitablemente ligada a la voluntaria -pero soterrada- o involuntaria noción de imitación o copia. Ninguna obra es percibida como surgida libremente de una anterior, como hija suya.

Se recomienda la visita de la extraordinaria exposición sobre sombreros y trajes de Cristóbal Balenciaga en el Museo del Diseño de Barcelona.


LOUIS ANDRIESSEN (1939-2021): PLATO, THE STAAT (PLATÓN, LA REPÚBLICA, 1976)


Sobre este compositor holandés, fallecido anteayer, y sobre esta fascinante composición, véase, por ejemplo, este enlace


A Gregorio Luri y Mónica Sambade

domingo, 4 de julio de 2021

“Art contra la guerra” (en perspectiva): el pabellón de la Republica en Paris, 1937




























Fotos (salvo de la obra de Gregorio Prieto): Tocho, junio de 2021


Sonó el teléfono. Llamaba Ferran Mascarell, responsable de la política cultural del Ayuntamiento de Barcelona. Pedía una reunión inmediata . Era necesario organizar urgentemente una exposición a pocos meses. Estábamos en 1986.

Hacia poco que se habían descubierto, en los destartalados, polvorientos e inseguros -el suelo de madera crujía y era necesario desplazarse con casco- desvanes del Palacio Nacional que acogía el Museo Nacional de Arte de Cataluña, por el que volaban las palomas, decenas de mediocres cuadros, dibujos y grabados sin enmarcar, y esculturas, todos sin catalogar, depositados desde el final de la Guerra Civil española, y procedentes de las exposiciones de arte del Pabellón de la República Española en la Exposición Internacional  de París de 1937. Estas obras habían sido enviadas a París por decenas de desinteresados artistas en favor del gobierno legítimo de la República. La mayoría habían caído en el olvido. Algunos eran aficionados. Muchos, sin duda, no merecían los honores de una entrada en una enciclopedia. Del pabellón se recordaba -y se recuerda- su autor, el arquitecto José Luis Sert, y los artistas, Picasso y el célebre cuadro Guernica, Miró (cuya obra se ha perdido), Julio González, Calder, el cartelista y fotógrafo  Renau, el ceramista Llorenç Artigas y Alberto (de cuya obra sólo se conserva una maqueta, hallada precisamente en el desván del Palacio Nacional ). Poco más.

Pero como se descubría decenas de artistas también  habían participado desprendidamente. Al acabar la exposición, debido a la guerra civil, las obras no pudieron ser devueltas a sus autores sino que fueron enviadas conjuntamente a una de las pocas ciudades aún bajo el control del gobierno legal y legítimo, Barcelona.

Hace meses que se habían hallado en el desván del Palacio Nacional de Barcelona . Pero no se les había prestado atención. Su interés era más histórico que artístico.

Sin embargo, el Ministerio de Cultura preparaba una gran exposición en Madrid para celebrar el cincuentenario del Pabellón Español en la Exposición Internacional de Paris de 1937. Los responsables, habiendo tenido noticia del hallazgo en Barcelona, habían solicitado al ayuntamiento el préstamo de las obras.

Fue entonces cuando la regidora de Cultura, la poetisa María Aurelia Capmany ordenó que las obras fueran mostradas primero entre Barcelona. No podía ser que Madrid tuviera la primicia.

Ferran Mascarell fue muy claro. La exposición debía organizarse en el Palacio de la Virreina antes que la de Madrid. Había muy poco tiempo para prepararla. Y el contenido sería mediocre. No había que hacerse ilusiones. El conjunto no contenía obras de artistas conocidos ni de renombre.

Cristina Mendoza, conservadora del Museo de Arte Moderno, situado en el dieciochesco edificio del Parlamento en el parque de la Ciudadela, ya estaba catalogando y documentando las obras, buscando datos sobre los autores de las obras, muchos desconocidos, fallecidos o exiliados.

El juicio de Ferran Mascarell era cierto. El conjunto era un horror. Se salvaban muy pocas obras, Del metafísico Gregorio Prieto, Alberto y del surrealista andaluz Rodriguez Luna, amigo de Miró.

El grupo de arquitectos Pasma (que incluía a Manuel Arenas y Aurelio Santos) seleccionó  algunas obras y proyectó el montaje, convirtiendo el palacio de la Virreina en un edificio fantasmagórico con parte del mobiliario envuelto en telas blancas, semejantes a sudarios, como cuando se abandona un lugar. Se encargaron  textos para el catálogo cuyo diseño el ayuntamiento encargó a Mercedes Azúa. Cristina Mendoza y los conservadores del Museo de Arte Moderno se ocupaba de la catalogación completa. Muchas obras tuvieron que ser restauradas. Habían permanecido casi a la intemperie durante cincuenta años.

Lecturas sobre el arte español de vanguardia los años treinta nos llevó a descubrir que muchos de los artistas formaban parte del grupo de arte Los Ibéricos o pertenecían a la llamada Escuela de Vallecas, expresionista, cercana al expresionismo grotesco alemán, o estaban emparentados con ella. 

El autor de uno de los textos era el novelista Francisco Umbral. 

Llamada urgente y furibunda. María Aurelia Capmany quería ver de inmediato a los organizadores en su despacho. Hecha una furia, desatada, chillaba : Vallecas, Vallecas, sois de Vallecas…. Todos los artistas que ayudaron al pabellón de la republica eran catalanes, noucentistas, afirmaba, mientras que solo se hacía referencia  a la madrileña escuela de Vallecas.

Al parecer, la regidora había contemplado algún cuadro, casualmente de estilo noucentista. Había deducido que el centenar de obras eran similares. No era así.

Prohibió que Umbral escribiera en el catálogo. Ordenó al responsable de las publicaciones municipales, el poeta Joaquim Horta, que controlara la línea ideológica del catálogo .

Los comisarios dimitieron. Pep Subiros, coordinador del área de cultura delegó en Ferran Mascarell que no aceptó la renuncia, se ofreció como mediador pero advirtió que no iba a poner su carrera política en peligro.

Se llegó a un acuerdo. La regidora aceptaba el texto de Umbral a cambio de que el catálogo incluyera un artículo de Francesc Roca, amigo suyo, sobre la participación catalana en el pabellón de la Republica.

Pocos días antes de inaugurar, nueva llamada urgente y tonitronante de la regidora. Bajaba la escalera interior de su despacho enloquecida. Recitaba a voz de grito unos versos. Se había editado un tríptico, en rudo papel de envolver, que se regalaría a los visitantes. Incluía un breve texto, una imagen, y una cita de Valle Inclán. No podía ser. Estos versos no aportaban nada ya que un dístico popular catalán decía lo mismo.  Los miles de folletos ya impresos fueron destruidos -si alguno sobrevivió debe de valer una pequeña fortuna. Se imprimieron de nuevo con el poema cambiado.

Al acabar la exposición, las obras fueron devueltas al Museo Nacional de Arte Catalán . El ayuntamiento empezó una ardua busca de los artistas o los herederos para devolverles las obras ya que no pertenecían a los fondos municipales. Su presencia en barcelona era fruto de la casualidad, del rumbo y final de la guerra civil. La mayoría de los propietarios encontrados no quisieron quedarse con las obras sino que las regalaron al ayuntamiento. Éste no las aceptó. En algún caso, artistas como Gregorio Prieto, sintiéndose desairados, exigieron la devolución de la obra -en este caso, una de las dos obras maestras del conjunto . 

Mientras, una parte de las obras fueron incluidas en la exposición sobre el Pabellón de la República que el Ministerio de Cultura organizó. Apenas se mencionó la exposición de Barcelona y los logros de catalogación Cristina Mendoza, y de identificación de obras en fotografías antiguas del pabellón.

Allá más tarde, el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid adquirió las mejores obras que hoy se muestran en su exposición permanente.

Hoy, por fin, el Museo Nacional de Arte Catalán ha incluido algunas de aquellas obras en unas nuevas salas de la colección permanente dedicadas a la Guerra civil, recientemente inauguradas. Han pasado veinticuatro años de la exposición Art contra la Guerra en el Palacio de la Virreina.


A todos los organizadores, que no naufragaron .

sábado, 3 de julio de 2021

EL MAESTRO Y EL DISCÍPULO: PIERRE DAURA Y CY TWOMBLY



Cy Twombly 











 





Pierre Daura 


Matar al padre: una frase hecha; el hijo o el discípulo tiene que liberarse de la sombra, tutela o influencia del padre o del maestro -aunque sin éste no habría sido capaz de emprender el camino.

¿Quién no conoce al que algunos críticos consideren el mejor pintor y escultor moderno norteamericano: Cy Twombly (1928-2011)?

Mas, ¿alguien recuerda a su maestro, el español (menorquín) Pedro Daura (1896-1976)?

El asesinato en este caso ha sido completo.

Y, sin embargo, Pedro Daura fue un buen pintor expresionista , cuya obra recuerda la de Soutine -Daura se formó en Paris-que, en compañía de Torres García, viró hacia el arte abstracto geométrico -fundó el conocido grupo francés Cercle et Carré cuyo logotipo diseñó-, Antea de emigrar a los Estados Unidos tras la Guerra Civil donde enseñó arte en una universidad: allí estudiaría Cy Twombly.

La mayor parte de su obra se halla en los estados norteamericanos de Virginia y Georgia, aunque hubo una donación de su obra al Museo Nacional de Arte Catalán a finales de los años noventa, que organizó entonces una pequeña exposición. Desde entonces, al parecer nada. 


viernes, 2 de julio de 2021

JUAN BATLLE PLANAS (1911-1966): ENTRE HUESOS Y TALADROS. MÁS ALLÁ DE LA RAZÓN, PARA-NOIA (MALBA, BUENOS AIRES, 2021)



Charla para el Museo MALBA de Buenos Aires, sobre la exposición antológica itinerante dedicada a Juan Batlle Planas, que la fundación March, de Madrid organizó en 2018-2019 en España (Cuenca, Gerona y Palma).
 
La charla se inscribió en un reciente congreso dedicado al arte surrealista y el psicoanálisis, acompañando a una exposición, aún vigente, sobre el mismo tema, titulada Terapia

Agradecimientos a los organizadores y a Silvia y Giselda Batlle.

ARTE MODERNO Y ARTE MESOPOTÁMICO: CY TWOMBLY (1928-2011), CTESIPHON (1987)

 






El "más europeo" de los artistas norteamericanos, Cy Twombly -que pasó sus últimos años en Roma-, pintó y esculpió reiteradas veces inspirado por mitos y formas de la antigüedad "occidental": Mesopotamia, Egipto -especialmente-, Grecia y Roma: referencias siempre cultas, que dieron pie a palabras y citas pintadas, y a formas conjuntadas o modeladas en yeso.

Una de las fuentes fue Mesopotamia. Los zigurats y las torres de Babel no son raros en su obra. Cuando la exposición Sumer y el paradigma moderno, en la Fundación Joan Miró de Barcelona, en 2017, dedicada a la interpretación del arte mesopotámico, sumerio en particular, por parte de artistas y arquitectos modernos, de Giacometti a Miró, de Loos a Le Corbusier, se intentó exponer una escultura inspirada en un zigurat -una tipología de origen sumerio- de Cy Twombly. Los precios de los seguros de sus obras, casi inalcanzables, obligaron a prescindir de aquélla.

En este caso, la inspiración es sasánida (el palacio de Ctesiphonte), una cultura zoroástrica, muy marcada por culturas mesopotámicas anteriores, persa sobre todo, justo anterior a la invasión árabe y la instauración del islam.

 

Agradecimientos al arquitecto Mar Marín (UPenn University, Filadelfia) por este comunicación, basada en el libro de Zainab Bahrani: Mesopotamia: Ancient Art and Architecture, Thames and Hudson, 2017.

 

jueves, 1 de julio de 2021

El gusto (y el disgusto)

 -Me gusta esta obra; es agradable

-¿Cómo dice? ¡No utilice el verbo gustar! El gusto nada tiene que ver con la apreciación de una cosa; ésta no es cuestión de gusto

Si a principios del siglo XVIII, en Francia, sobre todo, el gusto era una facultad que permitía disfrutar, "saborear" las cualidades de las cosas, una facultad que no todos poseían y que, de todos modos, se tenía que educar, a finales de siglo, en Alemania principalmente, el gusto fue rechazado es favor del juicio estético o de la estética.

Ésta, al igual que el gusto, permite disfrutar de las cualidades de las cosas cercanas. Mas, la estética exige mantener las distancias con lo que se observa. La estética es la capacidad de discernir y de valorar dichas cualidades -forma, proporción, color, armonía, claridad, buen hacer, etc.- con los sentidos "superiores": la vista y el oído. El gusto, por el contrario, requiere un contacto íntimo, una comunión con lo que se juzga. Gustare, en latín, significa lo mismo que en las lenguas modernas latinas: probar, saborear. Es cierto que en francés, goûter significa "degustar", injerir una cantidad mínima de alimento, como si se quisiera percibir su perfume o "esencia" sin hincar el diente en la materia, una prueba que no denota hambre, una necesidad física imperiosa que debe colmarse, sino tan solo respirar los olores de la comida, como hacían los dioses de la antigüedad, que abandonaban las viandas cocidas en los altares sacrificiales a los sacerdotes voraces o glotones, o necesitados de saciarse. Pero no se puede degustar sin acercarse a lo que se quiere probar, prueba que solo revela cualidades que excitan el vientre y no la mente.   

El repudio alemán del gusto se basa en la relación alimenticia entre quien gusta y lo que le gusta. El gusto se logra mediante un sentido "inferior": el sentido del gusto. Si lo que se prueba no nos satisface, nos disgusta; un verbo que no dice exactamente lo mismo que el francés "dégoûter". El disgusto es moral: sentimos que hemos entrado en contacto con algo que no está "bien", que no nos hace "bien", un contacto que no está "bien" haber tenido. Se ha cometido una falta "de gusto". algo nos falta, nos sentimos faltos de algo necesario, nos sentimos cojos, mutilados, incompletos. El disgusto es la consecuencia de un rechazo. Nos retiramos de lo que queríamos probar. Sentimos que nos adentramos en un terreno resbaladizo, peligroso, en el que podemos perder pie y hundirnos. El disgusto es también consecuencia del error que hemos cometido: estamos disgustados con nosotros mismos. Hemos manifestado una apreciación errónea, ciegos o insensibles a lo que nos haría daño, y cuyo peligro hubiéramos tenido que discernir.

El gusto, así, está relacionado con la cultura, en Francia. Tener gusto (es decir, "buen" gusto) es una manifestación de clarividencia, de saber estar en el mundo, de amplitud de miras, de capacidad de discernir lo conveniente de lo inconveniente, lo bello de lo feo, lo necesario de lo prescindible. 

El dégoût, por el contrario -que se traduce más bien por asco- está provocado por un contacto íntimo con lo que hemos probado: y con lo que hemos entrado en contacto es con la muerte. El dégôut suscita repulsión. Revela una cara oculta, malsana, maligna. Encoge el ánimo. Suscita el vómito, sensaciones plenamente físicas que ahuyentan cualquier atisbo de elevación, medida, mesura, contención, cultura. El dégoût no se puede controlar. Es más fuerte que nosotros. Toma posesión de nosotros y suscita reacciones convulsas, reacciones que no cuadran con las normas del "buen" gusto: seguramente por esta razón poetas como Baudelaire apreciaban las reacciones violentan ante el dégoût, una prueba de la capacidad de sentir plenamente, de entender íntima, visceralmente el mundo, de ahondar en las cosas, hasta tocar fondo, sin dejar recovecos por explorar -por gustar-, lejos del frío distanciamiento del gusto convencional. 

En o desde el siglo XVIII, el proscrito dégoût francés equivale al proscrito gusto alemán. Ambos son manifestaciones corporales que impiden "elevarse". Por el contrario, el gusto francés, que rehúye lo material en favor de las "esencias" o "ideas", equivale al juicio estético alemán: una reacción ante la Creación y las creaciones humanas que prescinde de las componentes materiales en favor de lo que desprenden, las esencias que emanan, y que nos ponen en contacto con otros "mundos", que turban, nos alejan de lo mundano, sin nublarnos la razón. El gusto francés, en verdad, se manifiesta a través de la vista más que del olfato y la boca: una vista que invita a imaginar cualidades como el perfume -esencial en los rituales religiosos- que inevitablemente alzan el alma, una manera de relacionarse con las cosas, preciosista, que la Ilustración alemana rechazó en favor del imperio de la vista, libre de cualquier alusión a la turbación que el olor -y el sabor que se adivina- suscitan, siquiera imaginariamente.


PS: anotaciones tras una cena en un restaurante de "nueva cocina", con un menú de "degustación", y tras la revuelta de las tripas, el dégoût -y el disgusto, y no solo por el precio- posteriores.