Me hago una idea; hazte a la idea; hazme un resumen, o un café; no te hagas daño; haz lo que debas; hazte la cama; ¿has hecho los deberes?; la maleta ¿está hecha?; ¿nos hacemos un "selfie"?. Se hizo su casa.
El verbo hacer se aplica a múltiples tareas, a muy diversos tipos de tareas, e implica tanto una acción física, un obrar, cuánto mental -lo que no da lugar a ningún gesto, ningún movimiento, fuerza o esfuerzo.
Se pueden hacer ideas, cafés, deberes, maletas, fotografías.... hacer implica concebir y construir, preparar y producir.
Una polisemia tan amplia, que va del obrar de la mente a la mano, existía, en la Grecia antigua, con el verbo poieoo: hacer, obrar.
De poieoo -o de poiesis- nace la poesía: un verbo históricamente fundamental pues determina el momento en que la poesía deja de ser obra de las Musas -que dictan al poeta lo que tiene que contar, cantar en voz alta, públicamente, sin que éste intervenga ni se puede sentir el responsable de la obra en lo más mínimo- para convertirse en un "trabajo", un producto versificado fruto del empeño, el esfuerzo del poeta, un producto que ya no se enuncia, sino que se escribe, y por cuyo trabajo el poeta puede cobrar ya que él y solo él, sin intervención sobrenatural, es el autor de los versos.
Poieoo se suele traducir por hacer, obrar, siendo la poesía, "románticamente" aureolada, la obra ejemplar, o más digna que cabe encontrar.
Sin embargo, para Homero, poieoo significaba, además o principalmente, construir. Los templos, los altares, las puertas se "hacían". Para Homero, poieoo no podía designar, o apenas, la labor del vate, pues éste solo producía o componía poseído por las Musas: eran estas diosas las que le comunicaban lo que debía componer y cómo debía hacerlo. El vate era un mero emisor de temas, fórmulas, ritmos y melodías de los que no podía sentirse responsable. La poesía era un producto sagrado, al menos generado por potencias sobrenaturales a través de los medios humanos limitados que permitían que dichos enunciados llegaran a los oyentes. El poeta era un (re)transmisor -que, como máximo, amplificaba la queda voz divina.
Por el contrario, la arquitectura sí era el fruto de un trabajo humano: incluso los templos, cuyos modelos, ciertamente, eran templos celestiales ideados y construidos en un tiempo antes del tiempo, como los templos de cera, de bronce, o de plumas, que Apolo y sus ayudantes levantaron en los orígenes del tiempo. Los pesados templos de piedra o de mármol, materiales, terrenales, sin la levedad de las plumas, sí eran obra de los humanos. Y poieoo nombraba su esfuerzo, su lucha con la materia. Construir, por tanto -construir moradas para los dioses- era una actividad "poética". El arquitecto "hacía" poesía.
Cuando el filósofo prusiano Kant, en el siglo XVIII, enunció que el juicio estético tenía como consecuencia la determinación de las cualidades sensibles de las cosas, en particular la belleza, cualidad que no era hallada o registrada por el esteta sino inventada, dispuesta por él en la obra enjuiciada, parecía que se marcaba un profundo y duradero quiebro en la evaluación de la obra de arte. La separación entre las artes mecánicas -que llevan a fabricar cosas, obras de arte, por ejemplo- y las artes liberales -que permiten reflexionar sobre le hecho o acontecido- se disolvía. El juicio estético no descubría la belleza, sino que la fundaba -algo así, en verdad, había postulado Platón cuando, en su célebre texto sobre el saber del esclavo, mostró que conocer significa reconocer. No se descubren propiedades, cualidades, relaciones estudiando el mundo, sino que los supuestos descubrimientos no son sino fenómenos que ya se conocían pero habían caído en el olvido. No se aprende, no se descubre nada nuevo, sino que, en determinadas circunstancias, un objeto o una situación nos activa la memoria y "descubrimos" con sorpresa que ya sabíamos la respuesta a una cuestión dada. Pensar en recordar lo que se sabe sin ser consciente de poseer dicho saber. El saber es innato: tiene, tan solo, que ser activado o extraído.
La nítida diferenciación entre el hacer y el reflexionar no fue solo "obra" de Kant. En el historiador griego Herodoto (doscientos años antes que Platón), poieoo no significaba solo hacer u obrar, sino también juzgar, evaluar o estimar con la mirada. La creación era también un pensamiento, el fruto de un pensamiento. Un juicio "hacía", de pronto, que algo cobrara sentido. El sentido del mundo no estaba allí para que se descubriera, sino que aquél era fundado, percibido o inventado -poieoo también significaba inventar, al menos en época de Platón: se inventaban incluso nuevos dioses, una expresión casi sorprendente.
Hacer, obrar no era, pues, un gesto banal, sin consecuencia, sino que se trataba de la manera cómo el hombre ordenaba el mundo. Un mundo que los dioses habían abandonado a los humanos para que éstos hicieran con él lo que quisieran.
Ya sabemos cuáles han sido y son las consecuencias de nuestro hacer (o deshacer).