Simenon: el escritor en lengua francesa (era belga y vivió en Suiza) más prolífico junto con Balzac. Su obra completa consta de setenta y dos volúmenes. Publicaba varias novelas al año.
Durante años fue considerado un autor de “romans de gare “, novelas “de estación de tren”, de usar y tirar, leídas de un tirón en un viaje en tren y abandonadas al llegar; eran novelas de serie negra, por añadidura; es decir literatura -si tal palabra podría describir los escritos de Simenon- barata, olvidable.
La Pléiade es la editorial más prestigiosa en lengua francesa. Solo edita autores que el tiempo ha perdonado; casi siempre autores ya fallecidos, cuyo prestigio se acrecienta definitivamente cuando esta editorial los incorpora a su catálogo, en compañía de Molière, Diderot y Flaubert.
Al cumplirse el centenario de Simenon, La Pléiade decidió publicar su obra en años sucesivos. La suerte de Simenon cambió. De pronto, devino lo que siempre fue: un escritor mayestático, con un estilo que pocos escritores alcanzan, que en unos pocas páginas, con frases cortas y apuntes deslumbrantes, aboceta una escena o un personaje, lacera la realidad y expone lo que hasta entonces estaba camuflado.
Arrabal es una novela corta. No es propiamente una novela negra. Acontece más que en un arrabal en una pequeña ciudad de provincias francesas, en los años treinta, en un barrio que no se localiza en la periferia, contrariamente a lo que el título anuncia, quizá porque toda la población es un arrabal. Faubourg, en francés, significa falso burgo, un barrio con pretensiones de burgo, una población que no es lo que parece, y que acoge vidas tristes entre casas y calles maculadas.
Pero el título es particularmente apropiada pues es el arrabal es verdadero protagonista de la novela. Los personajes se comportan marcados por el arrabal. Están condicionados, son lo que son porque han nacido y viven en este lugar que uno imagina húmedo, sudado, desdibujado por el humo, sacudido por el traqueteo metálico de un viejo tranvía . El personaje principal lleva veinticuatro años fuera; ha vivido en diversas ciudades del mundo -si lo que cuenta de sus andanzas es cierto. Mas cuando regresa, tras haber intentado evadirse y olvidarse del arrabal y sus costumbres grises y mezquinas -las convenciones, las orejeras morales, los ritos cumplidos porque si, el trabajo duro y sin frutos, una atmósfera opaca y pegajosa que empapa y carga las vidas-, poco a poco, queriendo y no queriendo, se va dejando poseer por el olor dulzón y sucio del arrabal que guía sus gestos, sus pasos y su manera de relacionarse y pensar. El arrabal es un cuerpo pesante que aplasta a todos los que cobija.
Unas frases magistrales desvelan cómo el entorno nos moldea, y la imposibilidad de escapar:
“¿Es la ocasión de marcharnos?…
Pero no tenía ningunas ganas de irse. Esto le ocurría como cuando el cansancio llega. Se había “marchado” demasiadas veces en la vida. No había hecho más que partir. Ahora, todo y enrabiando, sentía la necesidad de perderse en estas calles, de reconocer unos muros, siluetas, anuncios sobre las tiendas y hasta de oír que se decía:
-Ha muerto de una bronquitis….”
(…)
“En suma, era aún el momento de marcharse (…)
¿Por qué no era capaz? Le parecía que desde entonces ya no abandonaría la ciudad donde podía, durante horas, dar vueltas por las calles. Se reencontraba recuerdos olvidados por doquier, como la plaza del mercado de quesos, detrás de la iglesia de Santiago, una plazoleta sombreada por olmos donde, durante el día, solo se veían mostradores de madera plegados, pero donde el olor decía a las claras que bravas campesinas venían a vender sus quesos por la mañana….”
Uno no puede dejar la novela -las novelas- al igual que René -así se llama el personaje principal- que no puede -quizá no quiera- desembarazarse del arrabal que lo arropó y lo asfixió -pero fuera del cual la vida pasa sin dejar rastro, consciente que se está huyendo siempre de donde no se quiere volver pero hacia dónde se retorna.
Agradecimientos a María Rubert por sugerir entusiasta la lectura de novelas de Simenon y a Sylvie Schaeffer por haber prestado su colección, perfectamente conservada.
A Inés Vidal, también