Fotos: Tocho, septiembre de 2021
Exposición Miralles a l’ Escola, Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (UPC-ETSAB)
Montaje: Victoria Garriga
Agradecimientos a David Capellas por el envío del vídeo
Exposición Miralles a l’ Escola, Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (UPC-ETSAB)
Montaje: Victoria Garriga
Agradecimientos a David Capellas por el envío del vídeo
(André Lhote)
Algunas culturas antiguas, como la Europea hasta el siglo XVIII, o la babilónica, creían en la correspondencia entre seres y enseres. Los seres y los entes mantenían estrechas relaciones que hacían que aquéllos se influyeran mutuamente y que cada uno no existiera independientemente de los que formaban parte de una misma "familia". Las cosas se miraban unas a las unas, unas en otras, y un solo objeto remitía a los demás, de modo que la percepción y comprensión completa de una cosa requería el estudio de las conexiones que mantenía con otras cosas que daban fe del sentido de un solo elemento. Entre los plantas, los animales, las plantas, los minerales, las estaciones del año y los caracteres humanos existían correspondencias. Un planeta, un mineral, un animal podían explicar el carácter de una persona, la cual no era comprensible si no se recorría la tupida y compleja red de relaciones tejidas entre cuerpos situados a veces a muchísima distancia, en niveles "cósmicos" distintos. La astrología, tan en boga en Babilonia o en el Manierismo, detectaba y estudiaba estas relaciones que permitían entender mejor el mundo. Relaciones, sin duda, imaginarias, pero que despertaban la imaginación humana quien inquiría acerca del sentido del mundo y trababa de hallar una respuesta que tranquilizara a los espíritus inquietos. Nada existía aisladamente. Las cosas no eran inertes, sino que eran como espejos que permitían apreciar el mundo desde la simple observación atenta de una cosa.
El arte tenía una función precisa: manifestar estas correspondencias, diríamos que entre el cielo, la tierra y el inframundo. Las cosas y los seres que se retrataban, los elementos que componían un bodegón, o un paisaje, por ejemplo, no se escogían al azar sino que formaban parte de una red determinada de correspondencias. Juntos, ofrecían una vista del mundo que iba más allá de las apariencias. En este sentido, estas imágenes se oponían al naturalismo que da cuenta de la manera cómo las cosas se nos muestran, cada una con sus rasgos propios, su peculiar manera de disponerse y presentarse, cuidándose de distinguirse de las demás cosas, de sobresalir del conjunto o, mejor dicho, de la masa.
El mediocre pintor cubista francés pero gran tratadista del cubismo, André Lhote, postuló que la función, la razón de ser del cubismo consistía en desvelar las correspondencias entras las cosas que se presentaban sobre una mesa o en una estancia. Algunas relaciones eran obvias (una mano, una guitarra, una partitura), mas otras no eran evidentes, pero se evidenciaban gracias a y en la imagen: una fruta correspondía con una jarra la cual a su vez se miraba en un mueble que estaba en conexión con una ventana, la cual.... Dichas correspondencias se trazaban, como esquemas, en la imagen, que se convertía en un diagrama que exhibía la solidaridad entre las cosas.
Corresponder significa dialogar, mantener relaciones de todo tipo, personales, enriquecedoras, que completan y colman a los seres y los enseres que establecen esta relación. Corresponder viene del latín spondere: prometer sobre el honor, asegurar, ofrecer. Las correspondencias certifican los esponsales de las cosas. Una correspondencia es un promesa de buena vecindad, de una relación estrecha y sincera. Las cosas no se esconden ni se cierran sino que se abren a las demás. Se aceptan mutuamente, y saben que solas no llegarán a nada; no son nada; se necesitan y se responden, responden de las demás. Se tienen confianza.
El cubismo fue un estilo artístico, una manera de ver y de reflejar el mundo, en Occidente, que se consideró una revolución estilística que dio paso al arte moderno que rompió con el naturalismo. Pero, del mismo modo que el cubismo refleja la influencia, al menos formal, de artes "primitivas", también despertó viejas creencias mágico-religiosas, imperantes en el Renacimiento europeo, por ejemplo, en una época ya profana y descreída, buscando que las imágenes no fueran meros reflejos de lo que nos rodea, sino que siguiera siendo un instrumento que levanta las apariencias y escarba tras ellas..
Foto (“robada”): Tocho, septiembre de 2021
Un bodegón es una obra de pequeñas dimensiones. La estrecha ventana se centra y destaca unos pocos objetos dispuestos en una superficie horizontal, una mesa, un estante, un altar, a los que destaca. Los objetos son menudos, modestos; raras veces son joyas ni piezas suntuarias. No son testimonios suntuosos, de riqueza ni abundancia. Frágiles, a menudo, e invisibles en un contexto distinto. Su agrupación parece casual, como si yacieran desordenados, pero se intuyen secretas, calculadas relaciones. Se descubre pronto que solo pueden hallarse allí del modo cómo se disponen.
El bodegón atiende a enseres que pasarían desapercibidos. No realza singularidades, objetos sueltos, sino una comunidad de piezas que han tejido relaciones entre ellas. Todas suelen estar al servicio del ser humano. Habitualmente le sirven, le prestan apoyo, ayuda: la palabra española “bodegón” pone el acento tanto en el carácter alimenticio de lo que contiene -son elementos de una bodega- como en la modestia del lugar al que pertenecen. Y, por unos momentos, el tiempo de una mirada, el bodegón les convierte en los protagonistas de una historia. Otrora -y aún hoy en ciertas culturas-, la historia era sagrada. Los objetos constituían una ofrenda, una plegaria, o una de detención. Como un acertijo, imploraban o aleccionaban, y la plegaria o la lección debía ser descifrada. Los objetos eran palabras que narraban una historia suscitando el placer de interpretarla. Cada objeto solo tenía sentido en compañía de los que lo rodeaban.
Los bodegones modernos desatienden los sentidos trascendentes. Solo presten atención a la musicalidad de los objetos, a la frase musical que componen. Un bodegón, hoy, es una frase compuesta para sonar en la retina, objetos dispuestos para resonar en nosotros, desperezando nuestra imaginación alertada, alentada por las armonías secretas que los objetos van teniendo. Un bodegón es un mundo, cotidiano y extraordinario a la vez, en el que unos pocos objetos descansan en paz -“still life”, vida quieta, tranquila, silenciosa, que ha hallado su lugar en el mundo, como la vida eterna (“nature morte”), son las expresiones inglesa y francesa, que se traducen por bodegón-, causando cierta inquietud sin embargo, como si la quietud que emana quisiera advertimos de la constante inquietud que nos embarga, proponiéndonos remansos de paz donde olvidarnos de los que nos ocurre. Un bodegón es una lección moral, una propuesta de otra vida, sabiendo que probablemente dicha lección necesaria será atendida sólo de oídas. Porque un bodegón revela objetos que no nos necesitan, ensimismados. colmados, habiendo alcanzado la paz, hecha la paz con ellos mismos, que pueden transmitirnos cierta paz moral, que existen también para ilustrarnos, a fin que nos aceptemos, asumiendo y disfrutando de escenas tan modestas y pletóricas como la contemplación de un bodegón.
El bodegón que encabeza el texto es obra, obra sorprendente, del escultor Julio González, y bien podría ser la mejor obra del arte español del siglo XX, cuya llamada hipnótica se escucha ya desde lejos, apenas se accede a la sala del museo Sempere en Alicante que preside -pese a la bondad de las obras de Gris y Gargallo que lo acompañan.
Imágenes ( fotos, filmación): Tocho, septiembre de 2021