Impartir una clase o una conferencia frente a un ordenador, a través de una webcam y un micrófono, conectados a programas como Meet, Team, Zoom, Jitsi -casi todos con nombres monosilábicos, sonoros y sin sentido-, es ya “tan dos mil veinte”.
Que la clase se divulgue por medio de una cámara que filma y graba desde cierta distancia el area por el que se mueve el profesor -que ya no debe permanecer quieto y sentado, gesticulando lo mínimo para no parecer un cómico de la legua-, que la controla por medio de interruptores que permiten que la retransmisión en directo o grabada incluya, si el profesor se acuerda de cambiar de plano, algunos primeros planos y planos de detalle que enfocan a materiales -textos o imágenes- cuyas imágenes sec quiere compartir con quienes siguen la lección a través de un ordenador, en sus casas u otras salas, aparece hoy como un recurso casi arcaico, bien intencionado pero limitado.
Hoy, a principios de dos mil veintidós, las aulas (de algunas universidades privadas) cuentan con varias cámaras y un rico atrezzo con una mesa, una mesita, unas butacas, un sillón, unas lámparas de pie, lo mínimo para evocar una sala de estar, que filman simultáneamente, y cuyas imágenes se componen según unas secuencias que el profesional más importante de la retransmisión, el director de escena, junto con el montador, compone y ordena, alternando planos generales, primeros planos y de detalle insertados, de frente y de lado, que se suceden a la velocidad de un videoclip. El profesor no tiene porqué ser quien aparece en pantalla, sino que un locutor de televisión o un actor puede recitar el texto, que el docente ha dictado, que recibe por un discreto pinganillo inalámbrico o que lee o consulta a través de un telepronter. La tarima se convierte en un plató, y la clase en un programa televisivo o de youtuber que se difunde por la red.
Hasta las próximas y excitantes novedades.
¿Un aula, una pizarra, una mesa, un despacho, unos rotuladores o tiza (no es un latinajo)? ¿Qué son?