Narciso era un joven hermoso que no era consciente de su belleza. Nunca la había contemplado. Tampoco se daba cuenta de la turbación que suscitaba su presencia. Andaba despreocupadamente, sin fijarse en los demás ni en sus reacciones, entre admirativas y vergonzosas. No dejaba a nadie, fuere hombre o mujer, indiferente. Sin embargo, ninguna mirada, ningún gesto, ninguna palabra le detenían. Se movía como si estuviera ciego. La ninfa Eco fue la última de sus víctimas, rendida ante el encanto de Narciso. Desesperada ante la indiferencia del joven, que no parecía escucharla ni le respondía, la voz, cada vez más quejumbrosa de Eco se fue apagando. Eco deambulaba como un alma en pena, desesperada porque no lograba despertar la atención de Narciso. Poco a poco, languideciendo, se convirtió en una caricatura de sí misma, incapaz de expresarse ni de comunicarse, pudiendo tan solo repetir mecánicamente, y con una voz cada vez más queda hasta volverse inaudible, las últimas palabras que había pronunciado, que sonaban, patéticamente, como la respuesta incomprensible de Narciso, mudo, a sus intentos de establecer un diálogo.
Un diálogo solo se establece cuando dos personas deciden entablar una conversación. La palabra diálogo tiene un origen griego. Dialogos, en griego, es una palabra compuesta por la partícula adverbial dia, y la palabra logos, que significa palabra fundada y cierta, digna por tanto de ser tenida en cuenta.
Sin embargo, dia, en griego, marca una nítida separación. Describe la distancia casi abismal entre dos puntos. Lejos de apuntar a una unión, destaca por el contrario el desagarro (otro de los significados de dia), un vacío que la palabra pretende colmar o, mejor dicho, por donde transita la palabra. Porque dicha partícula destaca que la palabra no pertenece a nadie. Ha sido ya enunciada, y viaja por el vacío, tratando de alcanzar al receptor. Éste aún no la ha recibido y, por tanto, no la ha interpretado ni la ha hecho suya. El logos lanzado, es un logos libre. Desconocemos si alcanzará su objetivo: llegar hasta el dialogante, ni si cumplirá con el objetivo: establecer un contacto más o menos duradero, que acerque las posiciones de ambos dialogantes. En tanto que palabra que vuela, mientras vuela, el logos viajero mantiene ambas partes en tensión, a la expectativa. La reacción aún no se ha producido. Quien escucha no se ha manifestado aún. Ambos dialogantes están a la espera, de lo que se le ha enviado, y de la respuesta, de una palabra voladora en sentido contrario. En el diálogo no cabe la manipulación, ni la mentira. La palabra ha escapado al control de quien la ha enunciado, y no ha podido ser acallada por el receptor si éste da la callada por respuesta, o da la espalda a la palabra que transita, y se pierde. La palabra que viaje mide la distancia y las diferencias entre los dialogantes, que tienen que acercan posiciones, y por tanto, abandonar su hieratismo y su rigidez doctrinaria, para logran que la palabra le alcance y le llene, antes de corresponder con otra palabra. Escuchar es tan importante como hablar, saber escuchar y saber hablar. El diálogo invita a la apertura de miras, a abrirse y a exponerse. El diálogo puede producir desequilibrios, socavar confianzas en uno mismo, hacer tambalear férreas creencias. La cerrazón cede ante la llegada de la palabra, debe ceder para que la palabra le alcance. Ésta es una flecha que puede doler pero nunca herir; el dolor que se siente ante lo que no queríamos escuchar, un dolor que se escurre, liberador. El diálogo no se compone de lemas ni de proclamas, de frases hechas, ni de dogmas, a los que no se les puede dar la vuelta, que no se pueden devolver, no porque no se aceptan sino para corresponder con una palabra alada semejante, digna de la recibida. En un verdadero diálogo no se comulga con ruedas de molino. Un diálogo es un juego, un juego con las palabras, con palabras poéticas, que permiten juegos de palabras, palabras con doble sentido -o múltiples sentido-, que cabe volver a lanzar con mucho cuidado; palabras frágiles, en las que la ironía se trenza con la tristeza, que cuentan verdades a través del velo de la ficción, a las que cabe prestar atención, so pena de que caigan en el vacío, o no se logran alcanzar.