Fotos: Tochoocho, octubre de 2022
viernes, 7 de octubre de 2022
GABRIEL LLINÁS (1994): HAIBU 4.0 (2022)
Fotos: Tochoocho, octubre de 2022
jueves, 6 de octubre de 2022
Vértigo
El vértigo es una sensación dolorosa e irresistible, al mismo tiempo. La palabra proviene del verbo latino verto, que significa dar vueltas sobre sí mismo.
Este movimiento circular no tiene principio ni final. No conduce a ningún lugar sino que recorre, una y otra vez, un mismo circuito del que es imposible salir, sino es por una acción fatídica.
Girar sobre si mismo produce mareo o trance, logra que se pierdan los referentes mundanos, y se aspire a lo alto o se descienda en las profundidades. En un caso como en otro, se pierde el contacto con la realidad terrenal, como bien descubrió Dante, en La Comedia, durante su descenso a la noche oscura de los infiernos y su ascenso al empíreo cegador .
El vértigo atrapa: aboca al vacío, allí donde el mundo conocido se hunde. Se desdibujan, se disuelven incluso, las fronteras entre los mundos, celestial, terrenal e infernal. Fuerzas del otro mundo emergen para atraer a quien ha perdido pie y ya no sabe dónde se encuentra. No halla una solución o una salida. Ha entrado en una espiral interminable que lo rodea y lo aprisiona. No es capaz de pensar. El incesante movimiento vertiginoso le impide detenerse para salir del embrollo que puede ser mortal.
De hecho, el vértigo acontece cuando la vida se aboca a la muerte, cuando ambas realidades (o ambos mundos), hasta entonces bien ubicados, se mezclan, y los límites entre el mundo visible y el más allá ya no pueden contenerlos ni retenerlos. El vértigo permite asomarse donde no se debería mirar, sobre todo porque, dado el paso, ya no se puede dar marcha atrás.
Vértigo es lo que producen los tiempos presentes en los que parecen tambalearse asideras morales que parecías férreas.
El cineasta Hitchcock fue quien ilustró sobre la fascinación mortífera del vértigo, en la célebre película homónima, como bien mostraron Octavio Paz y Eugenio Trías, quienes pusieron de manifiesto el perverso encanto del dejarse ir, arrastrado por un torbellino del que no se puede regresar indemne.
miércoles, 5 de octubre de 2022
PAUL BERRY (1961-2001): EL HOMBRE DE ARENA (THE SANDMAN, 1991)
El hombre de arena es un conocido cuento de horror del escritor austriaco E.T.A Hoffmann (1776-1822), escrito en 1802.
Este hombre del saco, que echa arena a los ojos de los niños que no van a la cama cuando deben, causa pesadillas que rondan al protagonista y regresan, ya de adulto, cuando una muchacha de mirada hipnótica, hija de un relojero, empieza a fascinarle con sus movimientos perfectos.
Este cuento fue el acicate para que Sigmund Freud definiera y analizara el concepto de lo siniestro, tan explorado por el arte moderno occidental, como en este cortometraje, que caracteriza a lo que se asemeja tanto a la vida que suscita inquietud y desorientado cuando estos entes tan perfectos, excesivamente perfectos, se confunden con los seres vivos y llegan a desplazarlos, sustituyéndolos.
El cortometraje del británico animador de cine Paul Berry, fallecido demasiado joven, fue finalista en los premios Oscar de 1992.
Texto del cuento en, por ejemplo:
martes, 4 de octubre de 2022
Saber hacer (el regreso del arte como hacer)
Tras un siglo, en la historia del arte, especialmente en occidente, al menos en algunas historias del arte, mayoritariamente asumidas, en las que se postulaba que todo el mundo era artista, que el artista concebía pero no necesariamente ejecutaba, que la ejecución no era lo que calificaba el arte (un postulado que, ciertamente imperaba en los talleres desde el Renacimiento, al menos, en los que el jefe de taller aprobaba lo que el taller producía, sin que necesariamente el jefe de taller interviniera manualmente), que la idea o el concepto era lo que distinguía a la obra de arte, parece, tras las últimas grandes manifestaciones artísticas contemporáneas (Venecia, Basilea) -una tendencia que hace ya años crece- que se está volviendo a valorar la ejecución material, manual. Se teje, se esculpe, se pinta -mal, ciertamente: se nota la falta de práctica causada por decenios de abandono-, pero se pinta (sin que el virtuosismo constituya un peligro), se vuelve a conceder al objeto realizado.
Recordemos que hacer, en griego, el siempre hacer manual, se decía poieoo: la poesía era una obra manufacturada, un ente concebido y fabricado por la imaginación y la mano humanas.
Quizá pueda sorprender la constante calidad del arte llamado "tribal", "primitivo" y antiguo, frente a la irregular calidad del arte occidental de los siglos XX y XXI. Acontecía que las obras talladas, esculpidas, moldeadas, fundidas, tejidas, etc., eran obra de especialistas. No todo el mundo era un "artista". Al igual que acontecía con la magia, solo unos pocos, un cuerpo de especialistas, debida, duramente preparados, estaban autorizados a producir objetos demasiado importantes para la cohesión de una comunidad para ser fabricados por personas indebidamente formadas. Personas autorizadas por "poderes superiores" (dioses, genios, espíritus, etc.) para dar a luz a unas obras que no eran entes inertes sino elementos dotados de vida, capaces de incidir, de proteger o de dañar la vida de quienes los recibían.
Decir que todo el mundo es artista no significa nada: las obras, entonces, dejan de ser elementos singulares, sobre los que reflexionar y a los que admirar o ante los que detenerse, para pasar a ser entes indiferenciados, intercambiables, sin valor alguno, dado que el valor nace de la rareza, de la mano experta, alentada por alguna fuerza sobrenatural, de un artesano cercano al mago, al chamán, de un poeta que apenas se distingue del profeta.
La vuelta a la valorización del hacer es dolorosa: da lugar, por ahora, a obras torpes, y es posible que este regreso sea fugaz.
Por ahora disfrutemos del singular retorno del surrealismo (un cajón de sastre, empero), de algunas obras surrealistas, como se vio en la reciente Bienal de Arte de Venecia, siendo el surrealismo quizá el último "estilo" en el que el hacer predominó, a veces con exceso.
lunes, 3 de octubre de 2022
ANTONIO GAUDÍ EN LOS ÁNGELES (2019)
Los interiores del oscuro y desordenado apartamento en Los Ángeles (EEUU) de Rick Deckhard -más conocido por su antigua profesión, de la que está jubilado, de Blade Runner, dedicada a la detección y destrucción de máquinas desmandadas, es decir de androides tan perfectos que se sentirían humanos si no fuera por su falta de recuerdos y su corta vida-, proyectado por Ridley Scott, se inspiran en el edificio de apartamentos de La Pedrera, del arquitecto Antonio Gaudí, de principios del siglo XX, en Barcelona, en su fachada, al menos, como se puede ver en este boceto de la película Blade Runner, que se entreve a través de una apertura.
Una relación que la reciente exposición antológica de Gaudí no exploró.