domingo, 16 de octubre de 2022

I. M. PEI (1917-2019): MUSEO DR ARTE ISLÁMICO (DOHA, QATAR, 2008)




































Fotos: Tocho, octubre de 2022

Muy bien emplazado en el mar, formando una abstracta península, el museo de arte islámico de Doha (Qatar) es una sólida construcción de piedra blanca, compuesta por un engarce de volúmenes geométricos sucesivos que ascienden como en un zigurat, que se desmarca de  los pobres y báñales paneles de vidrio espejeado de las altas  torres cercanas.
La ligereza y contundencia del volumen exterior contrasta con el vacío interior, un vertiginoso atrio cubierto por una cúpula, pesadamente sostenida por unas gruesas ménsulas apoyadas en pilastras, alrededor del cual giran las plantas del museo, que recuerda a veces la sede de un banco o de una corporación, lejos, pese a una fuente de piedra negra pulida  cabe el bar, la austeridad de los sillares de piedra clara, los suelos de mármol del mismo color, y una gigantesca lámpara circular directamente inspirada en la iluminación de las mezquitas otomanas, lejos de la arquitectura monumental islámica fatimida a la que parece querer emular.
La colección -cerámicas, vidrios e incunables, aunque no alfombras, desde el Andalus hasta el siglo XIX, incluyendo cerámica de Manises y arte litúrgico cristiano castellano medieval  inspirado en motivos y técnicas Islámicos -, austeramente  expuesta en espacios penumbrosos, cercanos a una tumba, solemnes, proyectados por el arquitecto francés Wilmotte, se distribuye como joyas en un sagrario, a veces sin la ligereza que algunos escenas mitológicas o fantasiosas, un bestiario mucho más rico de lo que se podría pensar, por ejemplo en brillantes cuencos de cerámica vidriada, sugieren.
El museo, enteramente remozado, con presupuestos seguramente difíciles de alcanzar fuera de Qatar, contiene una colección particular. Carece del encanto del museo de la Alhambra, en Granada, pero permite descubrir la diversidad y riqueza del arte decorativo y litúrgico islámico, revelando influencias clásicas más abundantes y reconocibles de lo que se pudiera pensar, a la vez que denota la marca ejercida en el arte medieval cristiano, a veces indistinguible del islámico.   

 

sábado, 15 de octubre de 2022

JEAN NOUVEL (1945): MUSEO NACIONAL DE QATAR (DOHA, 2011-2023)

















































 

Fotos: Tocho, octubre de 2022

Un placer culpable: un museo que no tiene casi nada que mostrar (escasos fragmentos cerámicos arqueológicos que cualquier museo local almacena en sus reservas, trajes y joyas regionales, algún Corán, objetos tradicionales, unos pocos fósiles, facsímiles de documentos de la historia -necesariamente reciente- del sultanato, y poco más, distribuidos en tres plantas de miles de metros cuadrados, que se extienden como la arena barrida por el viento -el museo recrea tormentas del desierto-, alrededor de patios que tratan de crear corrientes de aire, entre gruesos muros de hormigón, de perfiles que no parecen obedecer a ninguna lógica, casi imposiblemente levantados), en una capital ecológicamente insostenible -hierve fuera, y hiela dentro, entre el calor húmedo abrasador y el aire acondicionado a temperatura de cámara frigorífica, en torres de muros-cortina de calidad china-, con un régimen dictatorial, en un país de difícil entrada controlado por militares a cara de perro, con un coste incalculable, en condiciones laborables penosas….
Y, sin embargo, si se logra hacer abstracción de lo que rodea la creación del museo (se logra por momentos), un museo absurdo, inútil, gratuito, y deslumbrante. 
La museografía, la calidad de las proyecciones sobre los diversos planos de las superficies de compleja y complicada forma, la belleza de la presentación de casi nada, los materiales (sobrios, de color arena, con distintas texturas casi inapreciables, que solo el tacto alcanza a distinguir), la distribución, la relación entre las pocas obras y lo que las rodea, la discreción o el tacto, nada ostentoso, con la que se ha gastado un presupuesto inimaginable Museo Nacional de Qatar es una inesperada y modélica institución, al servicio del placer de los sentidos. Culpable, prescindible, intensamente  placentero  y perturbador, que sorprende con el pie cambiado. Uno sale con una cara muy distinta al de la que se tiene cuando se accede, si bien uno tiene que acordarse de lo que ha visto: una maravillosa, cegadora cortina de humo, un espejismo, un sueño y una pesadilla a la vez, cuyo coste humano y financiero pocas personas deben de conocer.  



miércoles, 12 de octubre de 2022

Ritual fundacional en Mesopotamia

Algunas leyendas cuentan que los monarcas mandaban sacrificar a los arquitectos que habían edificado sus templos o sus tumbas, a fin de evitar que divulgaran sus secretos. Es así cómo acabó el constructor del templo de Salomón, apresado y torturado por arquitectos rivales deseosos de apoderarse de los secretos que, sin duda, Yahvé le había contado, secretos que, sin embargo, se resistió a contar.

El ritual fundacional en Mesopotamia estaba bajo la protección del dios Enki (dios de los fundamentos, inventor de las técnicas edilicias y valedor de las obras).
Sin embargo, no siempre intervenía directa, físicamente, sino que delegaba en divinidades de su confianza: su hijo, el dios de los ladrillos Kulla, y Mushdama, quién, pese que era el constructor predilecto del dios Enlil -dios de las aguas del cielo (cuyas compuertas manejaba cuando, por ejemplo, el cenáculo divino decidía anegar la tierra con un diluvio para purificarla y controlar el inquietantemente creciente número de habitantes), portavoz del dios supremo An-, era el encargado de supervisar la construcción con los ladrillos que Kulla le entregaba.

La intervención de dichos dioses requería una doble ceremonia: la invocación, al iniciar la construcción, y la despedida, una vez la obra concluida.

Es así como, una vez la zanja abierta, antes de disponer la primera capa de ladrillos que constituirían la base de los cimientos, la tierra se regaba con perfumes, aceite de sésamo y de ciprés, resina de cedro, cerveza, vino, ungüentos, y sangre de corderos sacrificados, amén de la deposición piedras preciosas, y pepitas de oro y plata, de manera que los poderes inferiores no se sintieran ultrajados por la deposición de unos cimientos en sus dominios.

Mas, una vez la obra concluida, se invitaba sin miramientos al dios Kulla a abandonar la obra y regresar a su mundo. En ocasiones, se cantaba que el dios retornaba alegremente entre los suyos, tras haber cumplido con éxito la tarea encomendada, pero otras plegarias presentan en cambio un tono más seco e imperativo. La obra quedaba en manos de los reyes, y los dioses no tenían nada ya qué hacer.
  
Sin embargo, al quedar el edificio desprotegido, se impedía que, durante tres días tras la finalización de las obras, pudiera ser ocupado. El edificio se cerraba y nadie podía entrar, no fuera que algún genio maligno hubiera quedado encerrado y tuviera dificultades en salir.

Hoy ya no se despiden a algunos arquitectos de sus obras.