Marcel Proust, a principios del siglo XX, escribió unas páginas admirables sobre un pequeño vano de pared amarillo, apenas visible y, sin embargo, hipnótico desde el texto de Proust, en la Vista de Delft, de Vermeer, a la que hasta entonces nadie había prestado atención.
Proust no debía de conocer la obra del pintor norteamericano Hopper -quién estuvo en París cuando Proust aún vivía-, porque habría quizá destacado los hermosos pequeños vanos de pared rojizos en las vistas de barrios de Nueva York, casi invisibles también, pero que fagocitan la atención una vez que son descubiertos: toda la composición gira alrededor de estos muros de ladrillo iluminados por la luz rasante que inunda muchas de las vistas urbanas de Hopper.
Pintor de figuras torpes, de temas limitados, reiterativos, de escenas urbanas sin nada digno de mención, desiertas, oscuras , apenas iluminadas fugazmente por una farola, o visibles por última vez antes de la puesta de sol, y sin embargo, memorables, embargadas por una atmósfera a la vez inquietante y apaciguada, en las que el movimiento se ha detenido y las escasas figuras, casi siempre solitarias, parecen mirar confiadamente más allá de la ciudad, o cabizbajas, recogidas y ensimismadas, en escenas que se adivinan silenciosas.
Una hermosa exposición, hoy en el museo Whitney de Nueva York, muestra una gran parte de los óleos, dibujos y grabados que Hopper, cuyo estudio se hallaba cerca de Washington Square, dedicó a su ciudad, una ciudad paradójicamente “ horizontal”, como destacan los organizadores, compuesta por edificios bajos y continuos, en unas vistas a la vez detallistas, reales e imaginarias, que lograron escapar al imperio de los rascacielos ante los que las vistas de Hopper pasaban de largo. La mirada de Hopper recorría las plantas bajas o apuntaba, desde los interiores, hacia las calles, prefiriendo los encuentros de espacios interiores y exteriores, semejantes a juegos de espejos, ante que la imponente presencia de monumentos sin contacto con la calle.
PS: Hopper estuvo en Madrid más de una semana a principios del siglo XX. Se ha especulado que los abruptos contrastes de luz en los cuadros de Hopper deberían más a la luz castellana que a la húmeda luz de Nueva Inglaterra, del mismo modo que las calles sombrías y el tono vagamente amenazador de sus obras podrían reflejar la fascinación de Hopper por las pinturas negras de Goya.