La Epifanía es una fiesta que celebra un acontecimiento paradójico.
Epifanía es una palabra de origen griego compuesta por el prefijo adverbial epi- que significa sobre o delante y el verbo griego phainoo que significa hacer brillar, también hacer ver: el phainomenos es siempre una aparición luminosa, deslumbrante, por lo que se trata de una mostración sobrenatural que acontece sobre la tierra.
Phainoo solo se refiere a un portento; lo que se muestra necesariamente no pertenece a este mundo. Lo que aparece es una divinidad que irradia, envuelta por la luz que emite y que cobra cuerpo.
La divinidad cristiana es un problema metafísico o teológico de difícil resolución. Dicha divinidad es también un ser humano. En verdad, dicho ser posee dos naturalezas, humana y divina, encapsuladas en un cuerpo o forma humana. La singularidad de la divinidad cristiana no reside solo en la existencia de una naturaleza humana asumida por la divina, sino en la manera cómo dicha divinidad se muestra: en “forma” de un ser humano asumiendo toda la complejidad y limitación de la vida humana, del nacimiento a la muerte.
Más, atribuyendo el nombre o el título de Epifanía, que designa una aparición sobrenatural, a la escena de la entrega de ofrendas por parte de unos magos a un niño humano (que es una divinidad, pero a la vez un niño), se pone el acento no en su apariencia humana -su cuerpo humano que encierra una naturaleza humana-, sino en su naturaleza divina exclusivamente, lo que contradice la constitución del dios cristiano que siempre se muestra como un humano, una visión que no es una verdadera Epifanía porque su imagen es enteramente la de un humano.
La Epifanía responde más bien a la concepción oriental de la naturaleza del dios cristiano, que siempre ha sospechado de su doble naturaleza y siempre ha sostenido que Cristo es un dios disfrazado de ser humano, sin poseer ni asumir la suerte de los mortales.
Pero la interpretación, ya compleja, se complica aún más. Tengamos en cuenta que la concepción epifánica de la divinidad cristiana está teñida de platonismo. Para Platon, phainoo significaba hacer ver, ciertamente, pero lo que se mostraba era una imagen, una simple apariencia, no un ser. Phainoo, y la familia de palabras asociadas a este verbo, no designan un acontecimiento memorable, sino un hecho prescindible o insustancial. Lo que la aparición revela no tiene entidad: se trata de un juego de luces, un espejismo, una figura casi cegadora que nada trae a colación. No aporta nada. Deslumbra pero no educa. Engaña, en suma.
En un caso, por tanto, la Epifanía pone el acento sobre la naturaleza exclusivamente divina del dios cristiano, lo que atenta sobre su verdadera constitución. En otro caso, la Epifanía solo revela una apariencia, la imagen de un ser humano, sin que ésta traduzca nada de su naturaleza divina.
O un dios, o un hombre; o un inmortal, o un mortal: la Epifanía es la muestra de la compleja naturaleza del dios cristiano y de la dificultad de hacer visible su presencia o existencia sin atentar ni con su figura humana ni con su naturaleza divina.
La Epifanía es un misterio, literalmente.