viernes, 5 de mayo de 2023

miércoles, 3 de mayo de 2023

CARLOS III DE INGLATERRA (PRÍNCIPE CARLOS, 1948): A VISION OF BRITAIN. A PERSONAL VIEW ON ARCHITECTURE, 1989)

 



La publicación de este libro, escrito por el aquel entonces Príncipe Carlos de Inglaterra (hoy rey Carlos III en unos días) hace treinta y cuatro años, provocó rasgaduras de vestidos, pasmos y vahídos, y un considerable aumento en la venta de sales entre los arquitectos modernos. El libro fue repudiado como el Evangelio de Judas. Ponía en solfa cierta arquitectura de arquitectos estrella que pensaban más en su firma que en el impacto de sus insólitos artefactos.

Un profesor de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, cansado de los dictados de la llamada Escuela de Barcelona, que juraba sobre el GATCPAC y tenía a los libros del arquitecto Oriol Bohigas como el catecismo o el Camino de Monseñor Balaguer    -y no un libro tan solo, sino casi una enciclopedia, tal era el número de obras escritas de este arquitecto - decidió invitar al príncipe a dar una charla en la facultad. 

Los primeros contactos fueron sencillos. El consulado inglés dio las indicaciones básicas de cómo dirigirse al príncipe (H.R. era el título que debía preceder el nombre) y dónde remitir la carta. La respuesta de su gabinete fue inmediata. El príncipe aceptaba la invitación. No ponía ninguna condición. Se pagaba el vuelo en un avión privado y llegaría con cinco personas. No pedía honorarios. Se trataba de un viaje privado. No se aplicaba ningún protocolo especial. No se requería la presencia de autoridad alguna.

Pero no se contaba con la cara de desmayo del por el aquel entonces director de la escuela. Convocó a la junta de escuela y ésta, horrorizada, rechazó la conferencia del príncipe con la curiosa excusa de la incapacidad de la universidad de atender a la seguridad del conferenciante-que nunca la pidió- y la falta de tiempo para convocar a toda clase de autoridades públicas -que el príncipe no requería, dado su papel de conferenciante y reciente fundador de una escuela de arquitectura en Inglaterra.

La conferencia no tuvo lugar. 

Hoy, arquitectos jóvenes buscan ávidamente este libro.



martes, 2 de mayo de 2023

 





























Fotos: Tocho, mayo de 2023


Pese a que, tras agotadoras negociaciones entre el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, el museo arqueológico de Sevilla, el ayuntamiento de dicha ciudad, la Junta de Andalucía, el Ministerio de Cultura, y un mediador de Barcelona, algunas obras del tesoro de Carambolo pudieron, en el último minuto, incluirse en la gran exposición De Asiría a Iberia que el museo de Nueva York organizó en 2014 -el tesoro de Carambolo, guardado en una caja fuerte a la espera del nuevo museo arqueológico de Sevilla, no se ha mostrado nunca totalmente en España-, fracasaron las sucesivas propuestas de una exposición sobre arte ibérico en Nueva York, dos veces, en 2015 y en 2019, una exposición sobre la Edad de Bronce y de Hierro en la península ibérica, en París, en 2021, y una exposición sobre Tarteso en una conocida fundación cultural española con sedes en varias ciudades españolas. Las razones eran siempre las mismas: el arte ibérico, y el segundo y primer milenios peninsulares, son provincianos, y empalidecen ante el arte micénico, griego y Romano: un arte derivativo y torpe, carente de originalidad y obras relevantes.

Es por este motivo que la gran exposición sobre Tarteso que el Museo Arqueológico provincial de Alcalá de Henares, ha organizado, con préstamos muy notables, y una puesta al día sobre la documentación última de la cultura de Tarteso, ofrece una imagen que rebate la condescendencia con la que la prehistoria y la antigüedad en la península ibérica, antes de la llegada de Roma, han sido tratadas, y muestra el fructífero intercambio entre fenicios, poblaciones autóctonas y griegos que dio lugar a una cultura urbana que los historiadores griegos situaban en un territorio entre la realidad y el mito, más allá de las columnas de Hércules, un espacio cultural recorrido precisamente por Heracles (Hércules), que, no se sabe porque, se apagó en el siglo VI aC, con la intencionada destrucción ritual de grandes construcciones, tras innumerables sacrificios animales, sepultados hasta constituir colinas artificiales, cuyo desenterramiento ha permitido descubrir un palacio o un santuario oriental, en Cancho Roano (Extremadura), la construcción más importante de la edad del hierro en el mediterráneo occidental, a la espero de una nueva e imponente construcción de El Turuñuelo, aún en estudio, que cambia la historia de la antigüedad en el Mediterráneo,  y que la exposición documenta con detalle, ofreciendo una reconstrucción del yacimiento, hecha con medios comedidos. 

http://www.madrid.org/cs/Satellite?c=MUSE_Actividad_FA&cid=1354957772429&language=es&pageid=1161326540454&pagename=Museos%2FMUSE_Actividad_FA%2FMUSE_actividad

No se pierdan esta muestra.





lunes, 1 de mayo de 2023

Originalidad, genio y fraude (en el arte occidental)

La originalidad y el genio, los dos conceptos que definen positivamente el arte en occidente, no se relacionaban con éste en la antigüedad. La relación no se estableció hasta el siglo XVII.

La creación humana se basaba, por el contrario, en la perfección técnica. Se apreciaban las obras inmejorables técnica y compositivamente. Una vez alcanzada la excelencia sólo cabía la repetición. Tanto al autor de la obra como al resto de los artistas solo se les pedía que fueran capaces de producir, una y otra vez, obras idénticas. Variaciones, por leves que fueran, denotaban que al modelo aún le cabían correcciones. La existencia de obras únicas como la Victòria de Samotracia o la Venus de Milo no significa que se valoraba la singularidad de estas obras y su carácter irrepetible, que se concibieran obras únicas. De hecho, posiblemente aquéllas sean copias de una obra anterior que se ha perdido, cuyas otras copias no han llegado hasta nosotros o aún no se han encontrado. Visitas a museos de arqueología o de Bellas artes corroboran esta impresión cierta de la repetición y de la excelencia, de la repetición de la excelencia: ¿cuántas Venus púdicas, cuántos Discóbolos se han encontrado por todo el Mediterráneo, indistinguibles unos de otros?

Se admiraban las obras, no a los artistas. De hecho, no eran percibidos como autores o creadores tal como los entendemos hoy. La excelencia de la obra era responsabilidad de la divinidad o del espíritu que había inspirado al artista y le había guiado la mano. De hecho, Platon consideraba que los poemas más inspirados habían sido escritos por los poetas más incultos, porque incapaces de aportar una visión personal, eran marionetas dóciles a los dictados divinos.

Fuera del ámbito artístico existía la noción latina de genus, propia de las clases altas. Los patricios, los emperadores poseían su genus, esto vez, un espíritu propio e intransferible que definía a una persona. Se podría traducir por carácter. Los retratos tan realistas romanos no reproducían la apariencia del sujeto, siempre mudable, sino su genus, su personalidad perdurable incluso en el más allá, inalterable pese a los envites del tiempo y los desengaños, perfectamente reconocible, 

La noción de genus entró en el mundo del arte en el siglo XVII en Occidente, convertida en genio. Éste era una facultad anímica innata que caracterizaba a los grandes artistas. No estaba al alcance de todos los creadores. El genio no se cultivaba. Se manifestaba siempre que el artista creaba. Bajo la inspiración del genio, la obra era singular. No se parecía a ninguna otra. Era novedosa, imprevista e imprevisible. Creada al momento, sin esfuerzo, no atendía a ninguna regla conocida, pero no era gratuita ni caprichosa. Poseía un sólido fundamento propio definido por la propia obra. Cada nueva obra creada sus propias reglas. El artista genial no se repetía, pese a que sus obras eran distinguibles a la legua; obras absolutamente personales, inacabadas a veces, abocetadas incluso, pero en cuyos trazos se percibía una fuerza interior irrepetible. A quienes carecían de genio solo les cabía reproducir laboriosamente el estilo único del artista genial. 

Una noción peligrosa, empero. El artista se alzaba hasta los dioses. Ya no los necesitaba. Su genio era su dios, su fuente de inspiración. El filósofo italiano Giordano Bruno quien enunció por vez primera el concepto de genio aplicado al arte a mediados del siglo XVII fue condenado por la Inquisición a morir en la hoguera levantada en una plaza pública de Roma.. 

Hoy, en nuestros tiempos temerosos, la divinización del artista que conlleva la asunción del concepto de genio ya no es de recibo. Se prefiere el regreso prudente a la artesanía.

La envidia es humana. El triunfo social y artístico del genio, siempre alabado, y del que se espera la novedad, pero al mismo tiempo, el reconocimiento inmediato (se habla de “un” Miró o “un” Monet, reconocibles desde lejos), suscita recelos y al mismo tiempo deseos de emulación. Cada genio tiene su propia factura, que presenta innumerables variantes. Adoptando un estilo ajeno, reproduciendo las maneras de un genio, engañando sobre la verdadera autoría de la obra, se puede lograr la fama y el reconocimiento que el simple talento o el esfuerzo niegan. Al mismo tiempo se cuestiona el carácter irrepetible del genio, cuyas formas se copian perfectamente hasta casi constituir una parodia.

El fraude, es decir, el engaño acerca de la autoría de una obra, es otro concepto moderno, ligado a la noción de genio. Es su anverso, su sombra, una oscura estela que deja el brillo del genio. Una corte de resentidos siguen los pasos de los genios, imitándoles, y burlándose en secreto, sabiendo que nunca podrían competir con ellos a plena luz. Al fraude le va la oscuridad, el ocultamiento, el disimulo, el trabajo de la mano izquierda, el deseo, en suma, de no ser quien se es sino ser otro. El fraude es la manera de escapar  a las limitaciones propias, al destino. El fraude y el engaño nos definen como humanos.


(Monólogo -plagiado- de la obra de Nao Albet y Marcel Borràs: Falsestuff, que se estrena el 12 de mayo en el Teatro Valle Inclán, del Centro Dramático Nacional, en Madrid)




domingo, 30 de abril de 2023

Terracotas arqueológicas africanas















 

Fotos: Tocho, abril de 2023.


Una exposición de una colección particular de arte africano subsahariano, de culturas instaladas a lo largo de los ríos Níger y Congo, se presenta en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Amén de máscaras de madera, tradicionalmente asociadas al arte africano (una expresión excesivamente genérica) desde principios del siglo XX, extraídas del contexto en el que se encontraban y de las funciones mágicas o sagradas a las que atendían, y consideradas hoy como obras de arte, cuando en verdad son objetos ligados al culto que presiden y que les da sentido, la exposición incluye un gran número de terracotas antiguas, algunas de casi tres mil años de antigüedad , un material,  técnica y una datación que no se asocian al arte centroafricano y que ha dado lugar a explicaciones etnocéntricas según las cuales, cerámicas griegos o helénicos se habrían instalado en la costa del golfo de Guinea (lo que es cierto que aconteció fugazmente en época helenística) y habrían sido los creadores de estas obras, dado que las tribus fluviales de centroafricana eran consideradas excesivamente “primitivas” y sólo aptas para tallar madera. La temperatura de los hornos cerámicos parecía fuera del alcance de los alfareros de centro Africa: un juicio condescendiente inadecuado (cuanto no destructivo) para valorar creaciones no occidentales.

La exposición, además de la belleza de muchas piezas, permite echar luz sobre los criterios con los que se juega el arte, un concepto moderno bajo el cual se subsumen todo tipo de objetos no artísticos sino sagrados, y que incluyen no sólo creaciones no europeas, sino todas las creaciones de imágenes europeas hasta los siglos XVI o XVIII. La noción de arte, forjada en Inglaterra, Francia y Alemania (todas potencias coloniales) en el siglo XVIII, ha determinado y condicionado la mirada y el juicio de la creación humana destinada a mediar con los poderes invisibles, sobrehumanos.

Una exposición muy bien presentadas.


https://www.circulobellasartes.com/exposiciones/metamorfosis-del-ser/





jueves, 27 de abril de 2023

ANÓNIMO: EVANGELIO DE MATEO (FINALES s. I)

 Estudiosos hay que dilucidan cuándo fue escrito y en qué lengua El evangelio de Mateo. El nombre de Mateo forma parte del título y no es el nombre del autor, cuyo nombre (o nombres) nunca se sabrán.

No se trata empero de estudiar el texto, sino de leerlo y disfrutarlo como uno de los relatos “orientales” más hermosos; una breve obra maestra de la literatura universal, escrita en griego, un deslumbrante poema fantástico tan enigmático como Edipo en Colona de Sófocles, cuya grandioso final cuando el sol se vuelve negro, la luz de la luna ya no luce, el cielo se enluta, la tierra tiembla y se resquebraja, recuerda al abismo que se abre y Edipo se disuelve.

Un relato poblado de demonios y espíritus, que inspiran o que asustan, de mares sobre lo que se anda, de un sin número de muertos y moribundos que sanan o resucitan, de panes y peces que se multiplican en dos ocasiones, de un poderoso rival que tienta desde las alturas, de urbes que se hunden, mientras huyen los habitantes y se refugian en las cumbres, del diluvio que vuelve, y de frases oraculares cuyo enigma perdura. 

Lo inaudito ocurre, como si fuera un hecho inevitable. Espíritus bogan entre los vivos.  Se oyen voces. El contraste entre las frases sentenciosas que caen como cuchillas y el movimiento continuo de un grupo de iluminados sobrecoge. Nietzsche tuvo que tener presente este texto cuando compuso Así habló Zaratustra.

Un misterioso Hijo del Hombre, del que nada sabemos, salvo que se cuenta que tiene hermanos y hermanas -un vago conocido, la sombra de una familia recordada, aquel del que poco se sabía- deambula del mar al desierto, de las cumbres a las urbes, anunciando que el fin está próximo, entre multitudes que lo escuchan atónitas. El relato es sombrío, inexplicable, aterrador y fascinante. 

Leámoslo o volvámoslo a leer. 



miércoles, 26 de abril de 2023

Historia de la Universidad en Barcelona

PONENCIA INTRODUCTORIA DEL CONGRESO SOBRE LA HISTORIA DEL ESTUDIO GENERAL DE BARCELONA (SS. XV-XXI)

Museo de Historia de la Ciudad de Barcelona

26-27 de abril de 2023


“Estudio es ayuntamiento de maestros et de escolares que es fecho en algunt lugar con voluntad et con entendimiento de aprender los saberes.”

(Las Siete Partidas del rey Don Alfonso el Sabio, 2)

 

Fueron la existencia de un reciente organismo de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC), llamado UPCArts, y los actos del cincuentenario de la fundación de dicha universidad, los que nos llevaron a preguntarnos acerca del conocimiento que los miembros de dicha universidad, fuera de los especialistas, teníamos de la historia, no solo de la Universidad Politécnica de Cataluña, sino de la propia institución universitaria en general.

El estudio inicial se centraba en el origen mismo de la Universidad. La documentación mostró que la organización administrativa de la universidad, las clases y el calendario académico actuales se remontaban a los orígenes mismo de la institución. Se evidenciaron cambios como el planteo de los exámenes escritos y orales que los estudiantes debían desarrollar cada seis años: que los estudiantes escojan cuándo examinarse no sería hoy de recibo.

El estudio de la documentación sobre el origen y la evolución de la Universidad llevó a plantearse preguntas como las que el historiador Ramón Pujades ha señalado: ¿por qué Barcelona, una ciudad más importante, ya en la Edad Media, que Lérida, Huesca o Zaragoza, tuvo una universidad años o siglos más tarde que las ciudades antes mencionadas? ¿Por qué el deseo real de establecer una universidad en una de las principales ciudades del reino de Aragón tardó tanto en materializarse debido a la oposición del gobierno municipal, cuando la existencia de una universidad traía prestigio y beneficios culturales y económicos?

Mas, ¿qué es una universidad?  La palabra universidad se usaba poco antes del Renacimiento, en favor de la palabra estudio (Studium) o de la expresión estudio general (Studium Generale). La palabra universidad designaba, en su origen, un estamento gremial, no necesariamente “universitario”: una agrupación de personas unidas por saberes o prácticas comunes, fueran éstos “escolares” o “universitarios”. En plural, la palabra “universidades”, en nada tenía relación con lo que el sustantivo designa hoy, puesto que se refería a pueblos, unidos entre sí por lazos de amistad y que formaban una confederación, según las distintas definiciones del diccionario de la Lengua Castellana del primer tercio del siglo XVIII[1]. En todos los casos, sin embargo, la palabra universidad designaba a un colectivo unido por lazos o intereses, entre los que se encontraba, aunque no era el primer significado, el conjunto que hoy consideramos propiamente universitario:

“se llama asimismo [universidad] el cuerpo, compuesto de los Maestros y de los discípulos que enseñan y estudian en algún lugar determinado variedad de ciencias, y forman en él comunidad, con subordinación a un Superior, que llaman Rector o Maestre-Escuela”, según el diccionario de Autoridades de la Real Academia Española, de 1739.

El sustantivo rector está relacionado con el adjetivo recto, aquí con su sentido moral y no matemático o geométrico: un rector era quien actuaba rectamente y dictaba reglas justas. Dada la necesaria unidad de los miembros de dicha comunidad al servicio de un oficio común, un convento era el mejor ejemplo de “universidad” que se destaca en el diccionario del siglo XVIII.

Si una universidad es un centro de estudios superiores que entrega, al concluir los mismos, unos certificados que acreditan el saber adquirido y la capacidad de aplicarlo, parece que la primera institución que responde a estas características fue la Universidad de Bolonia, fundada a finales del siglo XI. Centros de estudios superiores anteriores, en los mundos musulmán, bizantino, hindú o griego, como la Academia de Platón, formaban a estudiantes en materias que podían ser de difícil transmisión y adquisición, mas no examinaban ni emitían documentos que certificasen los estudios seguidos y superados. Por otra parte, “un” estudiante -casi siempre un clérigo, un varón, aunque la noble Bettisia Gozzadini impartió clases de derecho en Bolonia en el siglo XIII-, “un” estudiante, decimos, podía desarrollar una carrera superior por etapas, en distintos Estudios Generales, toda vez que los programas de cada centro europeo estaban homologados. Lo cierto es que, apenas la apertura de un Estudio General en Bolonia, estudios semejantes se fundaron en París, Oxford, Toulouse y Montpellier, éste último por la Corona de Aragón. Cada estudio se especializó, concediendo una importancia especial a una de las carreras. No obstante, casi todos los Estudios Generales incluían estudios de Medicina, Filosofía, Artes liberales, Derecho canónico y Civil y, en París, principalmente, Teología. Dichos Estudios Generales sucedieron habitualmente a Estudios de Medicina y de Artes liberales, así como a escuelas catedralicias o conventuales, públicas o privadas.

La necesaria formación de especialistas en derecho para la creación o consolidación de administraciones públicas, posiblemente tuviera que ver con la multiplicación de estos centros de formación superior en Europa.

Un Estudio General solía ser -con la excepción destacada del Estudio General de Padua, de creación municipal-, una fundación real, que requería una bula papal, sin la cual los Estudios no eran homologables. El origen del Estudio General de Barcelona, en cambio, se remonta a la Corona de Aragón, la Santa Sede, y el Consejo de Ciento (Consell de Cent) que interfirió en las decisiones “superiores”, negándolas o aceptándolas con reticencias.

Uno de los primeros Estudios Generales fue fundado por la Corona de Aragón: el Estudio General de Montpellier, finalmente vendido, junto con la ciudad y el territorio circundante, al rey de Francia y Navarra Felipe V el Largo, a finales del siglo XIII, debido a una crisis económica. Tras el intento fracasado de un Estudio General en Valencia, la ciudad de Lérida obtuvo, poco después, un Estudio General, organizado según el modelo del Estudio General de Tolosa, si bien los estudios de medicina siguieron el modelo de los estudios de Montpellier. Lérida fue la primera ciudad europea, antes que París y su llamado Barrio Latino, en disponer de un verdadero campus.

Mas, Lérida no era la ciudad más importante de la Corona de Aragón. Sus estudios tampoco eran destacados. Quienes decidían emprender estudios de medicina preferían, en la medida de sus posibilidades, partir a Montpellier. Lérida, al igual que Toulouse, no contó con estudios de teología, dada la primacía e importancia de la misma en París. Tampoco eran ciudades importantes Huesca o Zaragoza. Sí lo era Barcelona. Dado que Lérida obtuvo la exclusividad de los Estudios Generales en los territorios de la Corona de Aragón -que perdió cuando la fundación de Estudios Generales en Huesca y Zaragoza-, la creación de un nuevo Estudio General en Barcelona no parecía posible, salvo que se clausurara el Estudio General de Lérida (lo que no ocurrió hasta el siglo XVIII), a lo que dicha ciudad se opuso con éxito. Este éxito fue facilitado por el recelo con el que la propuesta real, con la aprobación papal, de un Estudio General en Barcelona fue recibida por el municipio de Barcelona.

Mas, no parecía que se diera acritud en la relación entre los poderes real y municipal. Es cierto que los Estudios Generales gozaban de inmunidad. Los conflictos no se dilucidaban a través de tribunales municipales o reales, sino propiamente universitarios o eclesiásticos. El Consejo de Ciento perdía así el control del Estudio General, convertido en un estamento autónomo dentro del estamento municipal. Se aducía que Barcelona, por decisión real, ya poseía un Estudio de Medicina, que asumía los Estudios de Artes Liberales. Los disturbios en la comunidad estudiantil no jugaban a favor de la aceptación de un Estudio General. La ubicación de centros de juego, tabernas y prostíbulos cerca de los centros de Estudio y los alojamientos universitarios, tampoco contribuían al sosiego, causando conflictos con los residentes. La sede de un primer centro de estudios superiores en Barcelona, resultante de la unión de escuelas mayores catedralicias, en la cercana villa de Vilafranca de los Arcos -y no en Barcelona, precisamente para evitar algarabías-, tuvo que ser desplazada al barrio del Call de Barcelona debido al mal estado del edificio causado por el maltrato de los estudiantes. ¿Fueron las algarabías estudiantiles, las que llevaron al Consejo de Ciento a negar un Estudio General en Barcelona? ¿Fue el temor a no poder controlar un nuevo estamento independiente? ¿Hubo una oposición municipal a decretos de la Corona? La inteligente maniobra del rey Alfonso V el Magnánimo sugiriendo, pero no imponiendo, al Consejo de Ciento la fundación de un Estudio General, con las aprobaciones reales y papales, en 1450, permitió que el municipio autorizara libremente dicha fundación. Ésta, sin embargo, no se hizo efectiva hasta un siglo más tarde, bajo el reinado de Carlos I.

Podríamos aventurar otras razones que dieran cuenta del dificultoso parto del Estudio General en Barcelona. La historia de la ciudad estaba atravesada por la guerra civil (1462-1472) entre artesanos y mercaderes, que configuraban la Busca, y nobles que formaban parte de la Biga, supuesto sostén municipal y núcleo del Consejo de Ciento. Dicho enfrentamiento contó también con la participación real de Juan II, hijo de Alfonso V el Magnánimo, en favor de los comerciantes. El apoyo real en favor del Estudio General, en este caso, pudo haber sido rechazado por la conexión entre la realeza y el comercio, y haber postergado la fundación del Estudio General, pese a la inicial aprobación de la decisión de Alfonso V. Las turbulencias en la ciudad pudieron agravarse, ya en el siglo XVI, con el Erasmismo, por lo que habrían sido necesarios un mayor número de universitarios en derecho canónico para “combatir” las “herejías”.

Quizá se dieran otras razones para que el Consejo de Ciento “sucumbiera” ante la petición real y activara la construcción de un edificio específicamente universitario. La larga estancia en Barcelona de Ignacio de Loyola llevó a la construcción de un monasterio y de un santuario, el conjunto de Belén, donde empezaron a impartirse estudios superiores. Casi pared contra pared, se estableció, en 1530, un centro de estudios superiores privado, fundado por Jaime de Cordellas, con todas las bendiciones imperiales y papales. Solo aceptaba a miembros de la familia noble fundadora -y, posteriormente, a miembros de otras familias aristocráticas-. Se trataba de un centro que impartía los mismos estudios que unos Estudios Generales, y que acabó en manos de los jesuitas hasta la expulsión de los mismos a mediados del siglo XVIII. Si no se instituía un Estudio General, los estudios superiores corrían el riesgo de quedar en manos privadas, bajo la órbita jesuítica, escapando así al control del Consejo de Ciento.

La influencia de la política siguió marcando la existencia y el funcionamiento del Estudio General. La guerra de Sucesión europea, a principios del siglo XVIII, conllevó el cierre del Estudio General, así como de la Academia Desconfiada o de los Desconfiados (una academia literaria, nutrida de alumnos del Imperial Colegio de Cordellas). Llevó también al traslado de las carreras, que seguían aun pautas medievales, a una nueva universidad ubicada en la lejana ciudad de Cervera. El exilio de estudios superiores de filosofía y de teología no cerró, sin embargo, la puerta a la educación superior en Barcelona, gracias a la instauración de la Academia Militar, con enseñanzas sobre arquitectura militar y también civil, y la impresión de un primer manual de arquitectura civil, a cargo de Pedro de Lucuce. Poco tiempo después se fundó la Academia de Buenas Letras -que reemplazó a la clausurada Academia Desconfiada, favorable a la fenecida casa real de los Austria-, y la Academia de las Artes y las Ciencias, en el solar que ocupara el desprestigiado y destruido Colegio Imperial de los Cordellas. Por fin, la Junta de Comercio obtuvo el permiso real para abrir centros superiores dedicados a conocimientos útiles para el naciente comercio textil: centros de idiomas, química (útiles para los tintes), diseño (necesarios para los bocetos de los estampados), mecánica, taquigrafía, comercio, navegación, derecho mercantil, agricultura, arquitectura, hasta un total de veintitrés especialidades, que, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, serían reunidos bajo una misma batuta, al mando de la recién creada Escuela Industrial, ubicada, ya no en locales de la Lonja, sino en una seda fabril abandonada, la fábrica Batlló, situada en lo que aún era la periferia de la ciudad[2].

Los poderes políticos, municipal y real, no fueron los únicos que moldearon al Estudio General. Los eclesiásticos también influyeron. Recordemos que un Estudio General requería una bula papal para que sus enseñanzas fueran compatibles y equiparables con las de otros Estudios. También tenemos que tener presente el número de clérigos en las clases, que constituían la mayor parte de los estudiantes mayoritarios; la nobleza, en cambio, solía abstenerse, en favor de la carrera militar. La instauración del tribunal de la Santa Inquisición en Europa, en particular en Roma -la llamada Congregación del Santo Oficio-, a partir del siglo XVI, afectó la administración y la vida universitarias. Paradójicamente, los métodos u objetivos de la Inquisición podían ser los propios de una carrera “científica” dedicada a echar luz sobre lo desconocido. Inquisitio significaba búsqueda, investigación, y se aplicaba, en la Roma antigua, a la búsqueda de la verdad -que, sostenía Cicerón, definía al género humano- mediante preguntas. Carecía de cualquier connotación judicial o de censura.

Pese a las muy relativas simpatías que gozaba el Tribunal de la Santa Inquisición en Barcelona, y, en general, en los territorios de la Corona de Aragón, ya desde el siglo XVI y hasta mediados del siglo XIX, el Tribunal de la Santa Inquisición jugó un papel en la selección de los docentes y de los estudiantes. Éstos tenían que presentar certificados de pureza de sangre -que exigían la partida de bautismo y, en ocasiones, un atestado de vita et moribus, de buenas costumbres, entregados por la parroquia-. Cualquier antigua condena por el Tribunal de la Santa Inquisición conllevaba la imposibilidad de obtener dicho certificado, necesario para el estudio y el ejercicio de una profesión basada en estudios universitarios reglados, como la práctica de la medicina. Otro certificado, de haber comulgado, también se solicitaba -una exigencia que regresó en la postguerra española. La impresión de libros religiosos debía ser autorizada por un obispo que aportaba el sello del Nihil Obstat -nada se opone- y el Imprimatur-, mientras que los libros de contenido profano estuvieron sometidos al escrutinio, a partir de medidos del siglo XVI, de la Sagrada Congregación del Índice, establecida en Roma, que fijaba el Index Librorum Prohibitorum (o Índice de Libros prohibidos). En España, fue el Tribunal de la Santa Inquisición quien se dedicó al establecimiento de dicho Índice.

El Estudio General aparece, así, como un cuerpo extraño al orden municipal, que cuesta insertarse y ser aceptado por las autoridades municipales. Ideado cuando las ciudades medievales se estaban reorganizando tras los desmoronamientos del imperio romano occidental, y de la reconfiguración política de la Península con los reinos cristianos godos y el emirato de Al-Andalus, el Estudio General reorganiza la división de poderes entre el municipio, la iglesia y la corona, y se instituye como un poder con su propio cuerpo de leyes, cuyas decisiones pueden entrar en conflicto con las normas que regulan la vida en la ciudad y sus relaciones con la corona. Pero, al mismo tiempo que el estudio General suscita cierto rechazo en el municipio, éste necesita de los beneficios que le aporta. Los títulos de doctor pasan a ser títulos prestigiados para el gobierno municipal, y los licenciados salidos del Estudio General pueden ser supervisores de las leyes profanas y religiosas que regulan la vida ciudadana. Esta relación conflictiva ha marcado y marca aun hoy en día las relaciones entre la ciudad y la universidad. Ésta, considerada casi como una ciudad dentro de la ciudad, como un agente económico, cultural y político, puede influir en el desarrollo urbano, no solo por el número de sus miembros, sino por los estudios sobre la ciudad. Quizá la vida urbana causara menos sobresaltos si los poderes municipales atendieran a los dictámenes de la universidad, no marcados por las urgencias partidistas.   

     

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Diccionario de la lengua castellana en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o rephranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua / Compuesto por la Real Academia Española... [Texto impreso]. - Madrid: en la imprenta de Francisco del Hierro, impressor de la Real Academia Española, 1726-1739, vol. 6, p. 4251

[2] PUIG I PLA, C., et alii (coords.) (2010): Fàbrica, taller i laboratorio. La Junta de Comerç de Barcelona, Ciència i tècnica per a la indústria i el comerç (1769-1851). Cambra Oficial de Comerç, Indústria i Navegació de Barcelona