Fotos: Tocho, mayo de 2023
Montar una exposición implica, tras una investigación, una labor documental un tema, un guión, la redacción de textos y una selección de obras y documentos, decidir sobre la distribución de obras en el espacio, la articulación del mismo, la colocación de datos informativos (textos y cartelas), la iluminación, de manera que la obra resalte, atendiendo a presupuestos, seguridad, atención a los prestadores y el público a quien se facilita la correcta percepción y una interpretación comprensible de las obras y del tema de la muestra. La mano de los organizadores se percibe en los detalles o, mejor dicho, se percibe cuando no se percibe. La exposición suele estar lograda cuando el foco recae en la obra calladamente ubicada.
La Casa Encendida de Madrid celebra en centenario de la muerte de Pablo Picasso con una exposición de cincuenta obras, cuadros mayoritariamente, del último periodo de Picasso, denostado en su momento por la rapidez y el descuido voluntario de la ejecución, y las imágenes grotescas representadas. Cincuenta años más tarde, constituye el periodo más apreciado y lo que parecía grotesco hoy es percibido como frágil, humano y desvalido. Lo grotesco parece una máscara para ahuyentar la cercanía del final. Un disfraz para ocultar la verdad o para hacerla soportable, asumible.
Obras buenas o excelentes pertenecientes a los herederos del artista. Las salas están sumidas en la oscuridad (salvo por un cartel luminosos, que debe ser una obra de arte contemporánea que interpreta a Picasso, que evoca un bingo). Los cuadros, bien, armoniosamente dispuestos en las paredes, carecen de cartelas. Éstas se ubican siempre en una sala anterior, en una pared lejana, con la misma distribución de los cuadros que no están aún a la vista. Componen una instalación minimalista, que activa la circulación y favorece el movimiento, siempre sano, de los visitantes que se desplazan decenas de metros a cada vez que, tras la contemplación de la obra, quieren tener datos sobre la misma. Una potente iluminación espectral, centrada en cada obra, manteniendo la sala a oscuras, convierte el cuadro en algo así como una vidriera. Las gruesas capas de óleo, las fuertes pinceladas, los rápidos, nerviosos y precisos brochazos, el voluntario desaliño, que caracterizan y definen las últimas obras de Picasso, desaparecen, aplanados por la iluminación. Los óleos se transforman en decorativas impresiones traslúcidas, desmaterializadas, sobre papel o sobre vidrio.
Muros de espejos engrandecen las salas y multiplican la imagen de los cuadros de modo que la diferencia entre una obra y su reflejo se diluye -la realidad se impone cuando el visitante distraído se da de bruces. Las salas se separan mediante mamparas circulares de tela de media de cristal negra tendida, en la que se tiene que descubrir un paso. Un vigilante avisa, sin embargo.
Cincuenta artistas y grupos contemporáneos han escrito profundos títulos alternativos para las obras interpretándolas, ofreciendo su singular punto de vista sobre las mismas, sus hondas interpretaciones . Los títulos (frases, a menudo, en inglés, que una cartela, esta vez al lado de la plancha, descifra) están impresos, con grandes letras mayúsculas, componiendo una sopa de letras, sobre planchas metálicas brillantes, de color aluminio, espejadas, del mismo tamaño que el cuadro al que hacen referencia, y colocadas, frente a la pared sobre la que cuelgan las obras, siguiendo la misma distribución de las obras de Picasso y de las lejanas cartelas, componiendo algo así como un expositor de una feria de material sanitario.
En la última sala, reflexiones profundas sobre la noción de autoría redactadas por pensadores actuales, impresas en blanco sobre las paredes negras se distribuyen sobre éstas. Unas escalinatas permiten sentarse y leer las citas. La última, destacada, de la comisaria y diseñadora, con la que concluye el espectáculo.
Picasso sale indemne del trato.
No lejos de la Casa Encendida, el Museo del Prado acoge una exposición meridiana sobre un pintor barroco español, Herrera el Mozo. Cartelas banalmente ubicadas cerca de cada obra, textos vulgarmente legibles, y una iluminación escasamente gótica en unas salas sin enigmas circulatorios.
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