La conocida concepción bíblica de la mítica torre de Babel la presenta como una obra fruto de la soberbia humana que pretende alcanzar el cielo y ver la cara de quien se esconde, castigada con la dispersión de los seres humanos y la multiplicación de las lenguas. Esta concepción es la que ha imperado hasta hoy (véase la ¡canción de Elton John en la siguiente entrada!), y así ha sido retratada en innumerables ilustraciones desde la Edad Media.
Sin embargo, la Torre de Babel también ha sido considerada no como la causa de la multiplicación de las lenguas y un símbolo, por tanto, de la incomprensión entre los humanos sino, muy por el contrario. como el signo de la recuperación de una lengua común, y, por tanto, del diálogo interrumpido.
En efecto, el Auraicept na n- Éces es un tratado islandés sobre la poesía, redactado en el siglo VII -con añadidos medievales. Este texto, colectivo, anónimo, atribuido a un legendario monje llamado Longarad, escrito en gaélico, cuenta que un mítico rey de Escitia, llamado Fenius Farsaidh, compuso una lengua perfecta a partir de las mejores soluciones gramaticales de setenta y dos lenguas antiguas, desde el Egipcio hasta la lengua de los Bramanes, y esta lengua fue el gaélico.
La manera que el rey utilizó para componer esta lengua perfecta -y, por tanto, divina- se inspiró en la técnica constructiva de la Torre de Babel, nombraba en el tratado como la Torre, la Torre de Nimrod (Nimrod fue el mítico constructor de la misma), o la Torre de los Hijos de Adán. Así, Nimrod solo empleó nueve materiales, a saber, agua y arcilla, lana y sangre, madera y cal, acacias, cuerda encerada, y alquitrán. De manera semejante, Fenius, a partir de las enseñanzas de veinticinco sabios, entre éstos, uno llamado Babel, enseñanzas que aprendieron, dispersos entre los suyos durante siete años y que expusieron y comunicaron durante tres más, armó la composición de la frase ideal a partir de nombres, pronombres, verbos, adverbios, participios, conjunciones, preposiciones e interjecciones pertenecientes a las mejores lenguas.
De este modo, el galaico, de algún modo, se convertía en la lengua de Dios, con la que nombrar y conocer todas las cosas, una lengua esclarecedora, capaz de conjurar y convocar el mundo, del mismo modo que la torre de Babel, levantada con los mejores materiales se configuró como una imagen del mundo perfectamente construido, la obra ejemplar.
Véase una edición bilingüe -gaélico e inglés- del tratado en: en https://archive.org/details/auraicept00calduoft/page/26/mode/2up?view=theater
Umberto Eco escribió sobre dicho tratado en La búsqueda de la lengua perfecta en la cultura europea, que se puede encontrar en: