Fotos (del interior del palacio, sepultado a la muerte del emperador): Tocho, Domus Aurea, Roma, diciembre de 2023
Toda ciudad llama a otra. Como Roma se miraba en Troya, y Roma reverberaba en cualquier nueva fundación, una ciudad es un reflejo intencionado de una anterior, terrenal o celestial.
Todas las ciudades decimonónicas se miraban en París, y un conocido arquitecto, hace algunos años, defendía la erección de rascacielos en Barcelona para que la ciudad se asemejara al modelo de la ciudad contemporánea, Nueva York -un pálido eco de esta ambición se encuentra en el barrio del Fórum.
Uno de los juegos de espejos más singulares se produjo en el palacio que Nerón se hizo construir en el devastado por un incendio interminable centro de Roma, un palacio, llamado la Casa Dorada (Domus Aurea), que era, en verdad, no sólo un barrio de nuevo cuño, sino una ciudad dentro de la ciudad. Y esa ciudad que se proyectaba en Roma era Alejandría.
Toda la educación de Nerón apuntaba al Egipto faraónico. Su familia (la familia imperial Julia) había conquistado Egipto, pero sobre todo se había unido al linaje faraónico gracias a la fascinación que había suscitado Cleopatra VII, y atendía al culto de Isis. Sus educadores, el filólogo y bibliotecario del Serapeo de Alejandría, Queremón de Naucraris, y el propio Séneca -formado en Egipto, y autor de textos sobre este país, recogidos en el libro sexto de sus Questiones Naturales- eran pensadores egipcios o influenciados por las creencias egipcias. Y el propio Nerón sentía querencia por el culto al Sol (Helios), una divinidad escasamente apreciada en Grecia y en Roma, pero decisiva en Egipto, y subvencionó el templo ptolemaico de Dendera, aunque no estuvo nunca en Egipto, si bien financió una expedición Romana para descubrir las fuentes del Nilo.
Cuando todo en centro de Roma quedó en ruinas tras el gran incendio, Nerón se propuso convertirlo en un oasis, con escasas zonas residenciales (presas fáciles del fuego) -salvo su palacio-, áreas de culto, espacios públicos porticados, plazas y sobre todo amplios jardines, a imitación de los extensos vergeles del delta. Su fascinación por la ubicación de Alejandría, le llevó a mandar construir un mar interior, un desmesurado estanque de planta cuadrada -del que se contaba no se divisaba claramente la orilla opuesta- (desecado tras el suicidio de Nerón y la condena de su memoria -la educación egipcia de Nerón chocaba con la austera formación etrusco-latina de los primeros emperadores y de los patricios romanos-, sobre cuyo emplazamiento se levantaría el Coliseo, cuya costosa construcción corrió a cargo del botín del templo de Jerusalén, recién saqueado tras la toma de la ciudad).
Los arquitectos de la ciudad dentro de la ciudad, escogidos por Nerón, Severo y Celer, eran alejandrinos. El maestro pintor Fabullus o Famulus, fuera cual fuera su educación, pobló el palacio de Nerón de diminutas imágenes de esfinges y de la diosa Isis.
La Domus Aurea, condenada y enterrada tras el suicidio de Nerón, ha sido juzgada hasta hace poco, como el prototipo de obra ostentosa y gratuita. Pero hoy se sabe que la intervención urbanística y constructiva no comprendía solo el palacio neroniano -ni éste era la parte principal del proyecto-, sino que la reordenación del centro de Roma tenía como fin “renaturalizar” la ciudad, componiendo un paisaje ideal que evocará la admirada ciudad alejandrina -fundada por Alejandro, el emperador más admirado por el poder Romano-, dotando incluso el centro Romano de un faro asomado al mar interior, anticipándose, con mejor fortuna -pese a la incomprensión que durante dos mil años ha pesado sobre el proyecto de Nerón-, en dos milenios, en la nueva urbanización y urbanidad de las ciudades, con centros roídos por la polución y la especulación.
Una admirable exposición, en la Domus Aurea, revela un aspecto inédito del mandato de Nerón y su influencia en el urbanismo de la capital del Imperio:
https://www.coopculture.it/it/eventi/evento/lamato-di-iside.-nerone-la-domus-aurea-e-legitto/