domingo, 10 de diciembre de 2023

La Domus Aurea (Roma), o Alejandría en Roma




 




























Fotos (del interior del palacio, sepultado a la muerte del emperador): Tocho, Domus Aurea, Roma, diciembre de 2023


Toda ciudad llama a otra. Como Roma se miraba en Troya, y Roma reverberaba en cualquier nueva fundación, una ciudad es un reflejo intencionado de una anterior, terrenal o celestial. 

Todas las ciudades decimonónicas se miraban en París, y un conocido arquitecto, hace algunos años, defendía la erección de rascacielos en Barcelona para que la ciudad se asemejara al modelo de la ciudad contemporánea, Nueva York -un pálido eco de esta ambición se encuentra en el barrio del Fórum.

Uno de los juegos de espejos más singulares se produjo en el palacio  que Nerón se hizo construir en el devastado por un incendio interminable centro de Roma, un palacio, llamado la Casa Dorada (Domus Aurea), que era, en verdad, no sólo un barrio de nuevo cuño, sino una ciudad dentro de la ciudad. Y esa ciudad que se proyectaba en Roma era Alejandría.

Toda la educación de Nerón apuntaba al Egipto faraónico. Su familia  (la familia imperial Julia) había conquistado Egipto, pero sobre todo se había unido al linaje faraónico gracias a la fascinación que había suscitado Cleopatra VII, y atendía al culto de Isis. Sus educadores, el filólogo y bibliotecario del Serapeo de Alejandría, Queremón de Naucraris, y el propio Séneca -formado en Egipto, y autor de textos sobre este país, recogidos en el libro sexto de sus Questiones Naturales- eran pensadores egipcios o influenciados por las creencias egipcias. Y el propio Nerón sentía querencia por el culto al Sol (Helios), una divinidad escasamente apreciada en Grecia y en Roma, pero decisiva en Egipto, y subvencionó el templo ptolemaico de Dendera, aunque no estuvo nunca en Egipto, si bien financió una expedición Romana para descubrir las fuentes del Nilo.

Cuando todo en centro de Roma quedó en ruinas tras el gran incendio, Nerón se propuso convertirlo en un oasis, con escasas zonas residenciales (presas fáciles del fuego) -salvo su palacio-, áreas de culto, espacios públicos porticados, plazas y sobre todo amplios jardines, a imitación de los extensos vergeles del delta. Su fascinación por la ubicación de Alejandría, le llevó a mandar construir un mar interior, un desmesurado estanque de planta cuadrada -del que se contaba no se divisaba claramente la orilla opuesta- (desecado tras el suicidio de Nerón y la condena de su memoria -la educación egipcia de Nerón chocaba con la austera formación etrusco-latina de los primeros emperadores y de los patricios romanos-, sobre cuyo emplazamiento se levantaría el Coliseo, cuya costosa construcción corrió a cargo del botín del templo de Jerusalén, recién saqueado tras la toma de la ciudad).

Los arquitectos de la ciudad dentro de la ciudad, escogidos por Nerón, Severo y Celer, eran alejandrinos. El maestro pintor Fabullus o Famulus, fuera cual fuera su educación, pobló el palacio de Nerón de diminutas imágenes de esfinges y de la diosa Isis. 

La Domus Aurea, condenada y enterrada tras el suicidio de Nerón, ha sido juzgada hasta hace poco, como el prototipo de obra ostentosa y gratuita. Pero hoy se sabe que la intervención urbanística y constructiva no comprendía solo el palacio neroniano -ni éste era la parte principal del proyecto-, sino que la reordenación del centro de Roma tenía como fin “renaturalizar” la ciudad, componiendo un paisaje ideal que evocará la admirada ciudad alejandrina -fundada por Alejandro, el emperador más admirado por el poder Romano-, dotando incluso el centro Romano de un faro asomado al mar interior, anticipándose, con mejor fortuna -pese a la incomprensión que durante dos mil años ha pesado sobre el proyecto de Nerón-, en dos milenios, en la nueva urbanización y urbanidad de las ciudades, con centros roídos por la polución y la especulación. 

Una admirable exposición, en la Domus Aurea, revela un aspecto inédito del mandato de Nerón y su influencia en el urbanismo de la capital del Imperio: 

https://www.coopculture.it/it/eventi/evento/lamato-di-iside.-nerone-la-domus-aurea-e-legitto/


viernes, 8 de diciembre de 2023

Pintura Romana

 






Fotos: Tocho, ejemplos de pintura parietal romana, Termas de Caracalla y Domus Aurea, Roma, ss. I-III dC


Que el ser humano deba glorificar la creación divina, y asuma que puede corregirla si la materia deforma la perfección de la idea o del ordenamiento divinos explica el feroz naturalismo del arte occidental, apegado a la realidad, incluso prosaica, mejorándola en todo caso, y siempre como un canto a la omnipotencia sobrenatural.

En el mundo pagano, Romano, la creación divina, obra de Saturno, era perfecta, también, pero el padre de los dioses, al contrario del celoso dios cristiano, no exigía que se le rindiera pleitesía rememorando la generosidad y omnipotencia de su gesto creador. A los dioses páganos solo cabía ofrendarles ritualmente. No necesitaban que se les cantara regularmente, ni que los humanos tuvieran que honrarlos. Entre hombres y dioses cabía un abismo, y éste era necesario para que los dioses no se inmiscuyeran en los asuntos humanos.

Los artistas, los pintores, por ejemplo, no tenían que recrear el mundo creado por las divinidades. La recreación humana no importaba. Los dioses no esperaban la admiración beata de los humanos. Éstos eran insignificantes. Sus cánticos no habrían sido apreciados. La atención, la devoción humanas sólo habría causado indiferencia en el Olimpo o en el Capitolio.

Por esta razón, los artistas clásicos compusieron un mundo propio: un mundo paralelo, inventado, imaginario, poblado a menudo de seres (personajes, animales) fantásticos , híbridos,  una evocación  de las Metamórfosis de Ovidio . Se trataba de un universo teatral, con referencias al mundo natural, sin duda, pero que obedecía a reglas organizativas, generativas propias. En algunas, pocas, ocasiones, las imágenes eran de opcionales. En la mayoría de los casos, la pintura era una pantalla hacia un universo inexistente, existente solo en la imaginación, libre dd ataduras a la realidad, obedeciendo a reglas y normas que no tenían cabida en la naturaleza. Seres fantásticos se mezclaban con figuras que hubieran podido vivir en la realidad, algunos paisajes, algunas arquitecturas podían reflejar un eco de lo que acontecía en la realidad, pero las normas que imperaban en las escenas pintadas, la distribución de las figuras, la lógica de los edificios, solo tenían cabida y se manifestaban con todo su esplendor en el espacio ilusorio de la pintura. El pintor era el único responsable de lo que plasmaba, sin tener que rendir cuentas a ningún poder superior. De ahí la riqueza y diversidad de la pintura Romana, pero también una impresión de cierto artificio, de gratuidad, como si la pintura huyera del mundo, evitando cualquier contacto con éste, un mundo en el que los humanos, nos guste o no, vivimos -sin poder escapar. La pintura Romana permitía olvidarse del mundo, un olvido necesario, mas, durante un tiempo limitado, por desgracia.

 

JOSÉ ANTONIO CODERCH (1913-1984): CASA ROZES (1962)










La realidad. 
Fotos: David Capellas















                                            La imagen

                                 

Fotos: Catalá Roca


El roce no siempre hace el cariño 

Que el tan admirado arquitecto Coderch hubiera cometido a menudo el error de llevar a cabo sus proyectos -lo sufrimos a diario en el edificio nuevo de la escuela de arquitectura de Barcelona, a la espera  que algún día se derribe o se convierta en un garaje- no sé si explica el abismo entre las impolutas fotografías minerales, en blanco y negro,  de una obra construida hace sesenta años, sobre la que se han escrito panegíricos, que parece coronar un austero acantilado barrido por el viento, cerca de la ciudad mediterránea catalana de Rosas, y la imagen actual, real, entre un basurero o un estercolero chillón -el color suele dar estocadas mortales en manos poco diestras- y un pastel sacado antes de título de la nevera y abandonado al sol.


Agradecimientos al arquitecto David Capellas por las fotografías.