domingo, 28 de julio de 2024

Babia

 Babia es un pueblo al que no conviene ir, en el que mejor es no estar, pues uno se pierde.

 O quizá sí sea aconsejable hacer las maletas y enfilar la carretera. 

Babia no existe (aunque Babia sea el nombre de un pueblo leonés). Pero Babia sí existe, pero en sueños, allí donde se emplazan los lugares memorables.

A Babia no conviene estar, porque estar en Babia conlleva perder la atención. Uno se distrae -se abstrae de la realidad, pierde contacto con ella- cuando se encuentra en Babia. Se diría que Babia es un lugar más atractivo, capaz de hacer perder la cabeza, que cualquier aglomeración “real”. Babia tiene algo mágico -y quizá peligroso. Babia debe evitarse.

El nombre de este pueblo fantasioso deriva de lo que acontece cuando uno se encuentra allí: de baba, que cae en Babia. 

La baba nos cae cuando estamos embobados ante lo que nos lleva a olvidarnos de lo que nos rodea. Nos quedamos boquiabiertos ante el lugar que no es de este mundo. El asombro, la admiración, y la abstracción de lo que nos envuelve son los sentimientos que nos invaden y que nos llevan a perder el control de nuestros gestos. En Babia nos comportamos de manera distinta. Los músculos se relajan y nos dejamos ir.

Algunos pocos objetos tienen un poder semejante al de Babia; unos objetos tan fantásticos cuyo magnetismo influye en el mundo y en la percepción del mismo; objetos que nos arrastran y nos llevan a sentir temor y compasión, gracias a los cuáles nos armamos ante la vida y sabremos reaccionar ante lo que no debiera ser, ante lo que se opone a la vida.

Las obras de arte ocupen el lugar de Babia, o lo representan. La célebre imagen de Madeleine, sentada ante un retrato barroco de pie, de gran tamaño, en una sala del museo de San Francisco, absorta en la contemplación de aquel, cruzando su mirada con la de la figura retratada, que el cineasta Hitchcock compusiera en la película Vértigo (De entre los muertos) documenta bien los efectos casuales o buscados que algunas (pocas) obras de arte ejercen sobre nosotros. Madeleine da la espalda a la cámara, al lugar que ocupamos, al mundo “real” y profano. Sentada, tiesa, tensa, en silencio, se diría que petrificada, convertida en una estatua de sal, parece haber abandonado el mundo, hipnotizada por la mujer retratada que la arrastra con su mirada y su pose zalameros, irónicos, insistentes y sin embargo. distantes, ubicados a tal distancia que son inalcanzables. 

Cuando Madeleine vuelve a sí, se gira, se alza y sale de sala, como si fuera otra persona que no reconociera lo que la envuelve. Se ha vuelto otra persona. El retrato la ha cambiado. Su percepción del mundo ya no es la misma. Ella ya no es la misma. Ya no es. Ha cruzado el telón. Mentalmente se encuentra tras aquel, en el espacio donde mira la figura que ha atrapado la atención y las fuerzas de Madelaine. Madeleine ha dejado de ser (Madeleine). A partir de entonces, la historia que Hitchcock narra seguirá por unos derroteros muy distintos. Madelaine desaparece.

El sueño y la muerte son sensaciones o situaciones equivalentes en el mundo antiguo. Quien duerme no se halla entre los vivos. Intuimos que vive, por un leve parpadeo, acaso un movimiento involuntario, pero no podemos saber dónde se ha ido, aunque su cuerpo se encuentra ante nosotros, a nuestro lado. Nos ha dejado. Y no sabríamos dónde buscarla. Tendríamos que acceder a sus sueños (a los que no tenemos que tener acceso pues los sueños son siempre personales, propios, secretos, y así deben permanecer, lo único que poseemos verdaderamente), o cruzar el umbral del mundo de los sueños. 

Algunas obras de arte, que nos abren a una renovada percepción del mundo y nos ponen ante los ojos lo que no sabemos o queremos ver, que nos dan qué pensar acerca de dónde nos encontramos, lo que hacemos y aceptamos, algunas obras de arte, decimos, nos hacen soñar (o nos causan pesadillas). 

Ante ellas, desde luego, estamos (como) en Babia. Atolondrados, en apariencia, con una agudeza singular, en verdad, viendo más, más lejos, con más precisión, viendo lo que ocurrirá, acercándonos al más allá, dejando así muy atrás el pueblo donde nos encontramos físicamente, que ha dejado de tener interés para nosotros; un pueblo que ya no nos dice nada, o porque no tenemos oídos para escucharle. Otras voces, silenciosas, unos cantos de sirena, más encantadores y reveladores, como unas profecías, nos advierten de lo que acontece a nuestro alrededor, de lo que ocurrirá.  

Babia es un imán, una fuente. Un pueblo mágico que existe donde soñamos que se encuentra. No tiene lugar; verdadera utopía, ocupa todos los lugares, a los que accedemos cuando nos quedamos en él, cuando Babia nos seduce, Babia, mucho más seductora que los lugares prosaicos en les que no nos queda más que vivir, aceptado vivir en ellos, porque siempre, aunque se halle lejos, podremos acceder, en cuanto entornamos los ojos, a Babia, el pueblo al que solo la imaginación conduce.

“… porque cuando fue colocado el hombre en el paraiso de Eden, fué para labrarle, ut operaretur eum, lo qual prueba que no nació para el sosiego. Trabajemos pues sin argumentar (…),  que es el medio único de que sea la ida tolerable.” (Voltaire, Cándido)

Babia nos hace la vida soportable, porque podemos refugiarnos en él cuento las cosas vienen mal dadas, e insoportable, porque en Babia nos damos cuenta de dónde nos hallamos “realmente” cuando abandonamos Babia -o Babia nos cierra la puerta ante las narices

Babia llega y nos lleva cuendo menos nos lo esperamos. Nos toma por sorpresa. Alcanzaba a Sócrates, mientras debatía al tiempo que paseaba; y se detenía, enmudecía, y ponía los ojos en blanco; ya no estaba donde estaba. La voluntad ni la razón, el día a día, por el contrario,  nos apartan de la senda que lleva a la ciudad anhelada (que anhelamos porque sabemos que no encontraremos lo que amuebla este mundo; una ciudad extraña y familiar, reconocida aunque no conocida, que exploramos por vez primera con la sensación que una vez ya estuvimos y que quizá ya no volvamos a estar más; una ciudad preciosa, en suma, del que una voz profana que no quisiéramos oír, un detalle desagradable o inoportuno, un recuerdo de lo que tenemos que hacer, una “obligación” nos apartan, devolviéndonos al lugar del que, por un momento, nos hemos apartado, no sabemos cómo ni porqué).

Babia, siempre lejos; a lo lejos. Pero al alcance de los sueños.


PS: Lejos de Babia, título de un posible nuevo libro de ediciones Asimétricas, quizá a final de año.

sábado, 27 de julio de 2024

Clase

 ¿Por qué la palabra clase tiene significados tan distintos e inconexos a primera vista?

Una clase es un aula (un contenedor); es su contenido (una lección en particular, o las lecciones en su conjunto impartidas); designa igualmente a un colectivo que posee cualidades o propiedades comunes que los agrupan; mas, por el contrario, clase se refiere a lo que distingue y separa a un colectivo exclusivo de los demás, a una clase social -con “clase”. Clase, en este último sentido, se refiere a una cualidad que eleva a un ser o un ente por encima de los demás. La clase, así, une -pero también divide- a seres o componentes horizontal y verticalmente. Clase es tanto un sustantivo cuanto un calificativo.

¿Algún elemento en común?

Clase y exclamación o aclamación son palabras relacionadas . Clasificar y exclamar son acciones parecidas. Una ordena (impone o halla un orden); otra pone de relieve las cualidades, positivas o negativas, de un ente, un ser o un colectivo -previamente ordenado.

En ambos casos, la palabra es el medio a través del cual se incide en el mundo, para armonizarlo, cantarlo o demonizarlo.

La palabra no es gratuita. No se pronuncia en vano. Es efectiva. Pone el foco en lo que pasa desapercibido, en lo que no está compuesto, como si algo le faltara para ser. La palabra completa y colma. 

Una clase , una lección es el reino de la palabra oral. Palabra que expone, comunica, muestra, detalla, y emite un juicio -que requieren el uso de la palabra hablada o escrita. Sin palabras no existe el mundo. Requiere el verbo para manifestarse, ordenarse y cobrar vida. La palabra funda el mundo. Para siempre: lo clásico perdura, no le afectan los vaivenes del tiempo, nuestros juicios volubles, y en tanto que ente modélico, “lo” clásico alumbra nuevos seres, que pese a su novedad, a su nueva presencia en el mundo, a su vez, pueden transmitir vida.. 


Un orador, un crítico, un poeta, un profesor crea un mundo intangible, que sería fugaz y concluiría cuando la voz se acallase, si no quedara en el recuerdo de los asistentes -profesor, alumno- a una clase. 

La clase, el aula, es el lugar de la palabra; el lugar donde las cosas cobran vida y sentido. La palabra sentida brinda o destaca el sentido de lo que importante. Lo que se calla queda en la oscuridad. Solo lo que se dice adquiere entidad.

 La callada por respuesta niega la existencia de lo afirmado previamente. El mundo nace del diálogo. La palabra en el vacío, pronunciada en un aula, un teatro vacíos, sin la atención y recepción de los oyentes, no tiene, literalmente sentido. No dice, no comunica nada. 

Del mismo modo, si hacemos oídos sordos, si no prestamos abstención, lo que se nos cuenta va en saco vacío, y no despierta la imaginación, la percepción u descubrimiento del mundo, no nos despierta y pone en disposición de descubrir y recibir el mundo y a los demás. Sin clase el verbo no es, y sin verbo, el ser, el ser tangible, el ser en el mundo, queda como una entelequia, un no ser.

Una clase, en suma, es un mecanismo creador que funda o abre un universo. Dota de clase al mundo. Lo engendra y lo cualifica. Lo convierte en sensible. Nos lo acerca. 

Mas, el orador, el profesor, el poeta tienen que tener el fin de la palabra, que es el fin de la vida. Sino, es mejor que se callen, porque no tienen nada que contar, solo cuentan naderías, que apagan, como un chorro de agua fría, el interés y la curiosidad por el mundo.

 Una mala clase, en este sentido, es una puerta que se cierra. Malas clases nos cierran el mundo y al mundo. Lo desclasan, nos desclasan. Nos rebajan, ningunean. Una mala clase es una hora perdida, en mala hora. Solo la palabra justa suspende el tiempo. Y viendo el tiempo no corre, por unos instantes, podemos creer en la inmortalidad. La clase suprema.


La Historia de la universidad en Barcelona (ss.XV-XIX), parte 9



Lonja (Llotja) de Mar, sede de los estudios superiores técnicos, ss. XVIII-XIX)


 El cierre del Estudio General de Barcelona -salvo los Estudios de Medicina y de Artes-, y su traslado a Cervera, tras una primero propuesta de traslado a Granollers, ¿fue un maleficio, o una oportunidad?

El Estudio General de Cervera ¿fue mediocre o rivalizó con el Estudio General hispano más prestigioso de Salamanca?

Las opiniones y juicios fundados divergen. Textos ya del siglo XIX apuntan en direcciones contrarias.

Lo cierto es que la vida académica de Barcelona, presidida por las recién fundadas academias, por el prestigio del Estudio de Medicina y la Academia Matemática Militar -la única del reino, tras el cierre de la fracasada academia de Madrid y el trasvase de la academia de Bruselas desplazada a Barcelona, que comprendía la primera escuela de arquitectura del reino (tras el también fracaso de la escuela que planeó el arquitecto Juan Herrera, a petición de Felipe II, dos siglos antes)- se acrecentó con una singular decisión de la Real Junta Particular de Comercio, una institución en defensa del comercio, que sustituía al Consulado del Mar, un organismo medieval, similar a la de otros puertos mediterráneos, que legislaba sobre el comercio marítimo, que no fue disuelta por los Decretos de Nueva Planta, y que a partir de los inicios del siglo XVIII, con la llegada de un nuevo linaje real, reorganizaron política, administrativa y culturalmente los territorios del antiguo reino de Castilla y el Principado de Cataluña.

 La pérdida de la importancia del comercio mediterráneo, en favor del oceánico, llevó al cese del Consulado en favor de la Junta de Comercio, centrada en la naciente industria textil en el Principado, favorecida por los aranceles reales sobre los tejidos ingleses, apoyada en el comercio de esclavos, el cultivo del algodón en plantaciones caribeñas, la producción fabril de tejidos aprovechando los cursos fluviales, llamados -significativamente- indianas, y su comercio con las colonias y virreinatos ( denominadas Indias asiáticas -Filipinas- y americanas), y el aún existente comercio mediterráneo. 

La Junta fue creada con aprobación real a mitad de siglo. Diez años más tarde, en 1769, la Junta, con la autorización real, instauró catorce estudios superiores técnicos al servicio de la cada vez más potente industria textil. 

Los primeros estudios superiores, y los más importantes, fueron los Navales. Siguieron, entre otros, Estudios superiores de taquigrafía, economía, idiomas (árabe, en beneficio del comercio con África del Norte), química (útil para la composición y el manejo de tintes), diseño (necesario para los motivos que se estampaban, y precedente de la academia de bellas artes, con estudios de arquitectura, estampación,  arquitectura, independiente del Diseño aunque compartiendo asignaturas, a principios del siglo XIX (la multiplicación de las colonias textiles requería destreza en la planificación y la construcción de talleres, casas patricias, viviendas obreras e iglesias, uniendo salubridad física y espiritual ), física, mecánica y botánica.

Esta multiplicación de estudios, focalizados no en la teoría y los saberes clásicos, sino en la experimentación y la práctica, unos de los más importantes de Europa, para los que la lengua universitaria que seguía siendo el latín tenía escasa utilidad, se ubicaron en el palacio de la Lonja (Llotja) de Mar, un amplio espacio medieval que había acogido transacciones mercantiles medievales y el Consulado del Mar medieval y renacentista, obra de varios arquitectos, entre éstos, el brillante Marc Safont (que aunaba a su trabajo de arquitecto el de comerciante de esclavos, cuya fortuna vino de la obtención de bienes judíos tras los pogromos de finales del siglo XIV), y que fue engrandecido para la ocasión. 

La creciente falta de espacio en el edifico de la Lonja -que hasta acogió representaciones de ópera en el siglo XVIII- llevó a la búsqueda de nuevas sedes.

Barcelona contaba, en la primera mitad del siglo XIX, con un singular patrimonio arquitectónico: decenas de amplios conventos, algunos incluso cenotafios reales, como el convento de San Francisco, dotados de claustros, templos y estancias, vacíos y abandonados, en más o menos buen estado, tras las sucesivas oleadas de peste, mortíferas, y  tras la llamada desamortización de Mendizabal, una operación que llevó a la expropiación de bienes eclesiásticos, inspirada en el Trienio Liberal, que en pleno gobierno absolutista del rey Fernando VII, logró imponer, por poco tiempo, la napoleónica constitución de Cádiz, que ponía freno al poder eclesiástico en favor del poder civil, y creaba instituciones inspiradas en la República romana -aunque Napoleón Bonaparte se hiciera coronar como emperador, Napoleón I, a imagen de los emperadores carolingios, imitadores a su vez de los emperadores romanos. 

La exclaustración y la disolución de las órdenes religiosas, ordenadas por el presidente del Consejo de Ministros, Juan Álvarez Mendizabal, en 1835, durante el Trienio Liberal, bajo el reinado de la regente María Cristina de Borbón, a la espera de la mayoría de edad de la futura reina Isabel  II -lo que desencadenaría las llamadas guerras carlistas, cuyos rescoldos llegaron hasta finales del siglo XX- dejó en estado de abandono, al que sucedió la privatización, a grandes construcciones monásticas. 

El convento de San Sebastián, en Barcelona, sirvió de acomodo a varios estudios superiores que ya no tenían cabida. El traslado duró hasta principios del siglo XX. La ruina minaba el convento. 

La Junta de Comercio había mutado. Se había creado el Fomento de Trabajo, fundado por los patronos de las grandes industrias textiles. El comercio del hilado y el tejido del algodón seguía pautando la moderna vida económica y cultural de Barcelona.

Las revueltas obreras y las guerras carlistas habían arruinado a la descomunal fábrica  de hilos de Can Batllo, que quebró y cerró a finales del siglo XIX. Obra del arquitecto Rafael Guastavino, ocupaba seis manzanas de la trama urbana. 

El cierre de ls fábrica y la necesidad de más técnicos medios y superiores, que no doctores en ciencias, necesarios para la aún potente industria textil, basada ahora en la máquina de vapor, a costa de la mano de obra, llevó a la compra de los locales y la instauración de la llamada Universidad Industrial (hoy Escuela Industrial) que recogía los estudios creados en la lonja de Mar, a los que se sumaron nuevos equipamientos como una Residencia Universitaria, aunque no se aceptaron los estudios de arquitectura que se ubicaron en la recién universidad literaria de Barcelona -sobre la que aún no hemos escrito nada.

Se estaba cerrando un capítulo de más de cinco siglos, presididos por las escuelas catedralicias, las escuelas mayores, y el Estudio General y sus vaivenes políticos y geográficos.


(continuará)

jueves, 25 de julio de 2024

La historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XVIII), parte 8



Emblema de la Academia de los Desconfiados, Barcelona, principios del siglo XVIII: explorando el tumultuoso e ignoto mar, aún con el riesgo de un naufragio 


 La ciudad griega de Atenas y, a continuación y por eso mismo, la civilización occidental, deben su supervivencia y su vida hasta hoy a un héroe: Akademos.

El rapto de la espartana princesa Helena, casada con el rey de Esparta, Menelao, por el príncipe troyano Pâris, desencadenó la guerra más mortífera que jamás se produjera: la guerra de Troya, con la que los dioses quisieron diezmar a los ruidosos humanos que turbaban el placido sueño divino.

Mas, este rapto no fue el primero que la bella Helena sufrió. Cuando apenas era una adolescente, el príncipe ateniense Teseo se fijó en ella y se la llevó a Atenas.

Los hermanos de Helena, Castor y Pólux, partieron de inmediato en su búsqueda y rescate. Llegados a Atenas amenazaron con arrasar la ciudad (lo que no les hubiera costado: eran los Dioscuros, los hijos favoritos de dios, el Dios-padre Zeus); ante la inminencia del ataque, un ateniense, llamado Akademos, les reveló el nombre de la isla donde Teseo había encerrado a Helena. Los Dioscuros perdonaron a Atenas.

A la muerte de Akademos, los atenienses rodearon su tumba con olivos y cipreses, que acabaron por confirmar un bosque tan sagrado que en las sucesivas guerras que Atenas emprendió y sufrió, pese a las destrucciones padecidas, el bosque nunca fue arrasado.

Ya en la historia, cuando en el mundo los humanos sustituyeron a los héroes, Platón fundó un centro de estudios en el que impartía y debatía cabe la arbolada tumba de Akademos. Nacía la Academia que sobreviviría ocho siglos, con las enseñanzas de discípulos platónicos y neoplatónicos,  hasta su cierre en el siglo VI dC, a manos cristianas.

El nombre propio Academia devino un nombre común a finales del Renacimiento en la Europa occidental.

Una academia era el nombre de una institución de educación superior opuesta a la universidad. La oposición estaba causada por los temas o las enseñanzas impartidos. Todas las especialidades no tratadas o mal tratadas por la universidad, marcada por el peso de la religión cristiana, católica en particular, devinieron objetos de estudio de las academias.

Existía otra razón, no ya intelectual, sino clasista. Las academia fueron fundaciones aristocráticas, frente al carácter más plebeyo de las universidades (o Estudios Generales). En las academias, los nobles podían discutir, libres de la tutela eclesiástica, toda vez que los estudiantes universitarios solían ser clérigos y que la Santa Inquisición y la iglesia controlaban los contenidos de las especialidades universitarias, que comprendían teología y derecho canónico. 

Por otra parte, las universidades estaban dedicadas al estudio de enseñanzas humanísticas y teológicas. Las ciencias experimentales quedaban fuera de sus objetivos, ciencias juzgadas sospechosas porque hurgaban en el origen de las cosas, un origen divino que no podía ser cuestionado.

No es casual que la segunda academia de Barcelona, fundada a principios del siglo XVIII, cerrada al concluir la guerra de sucesión europea, se llamará la academia de los desconfiados: la duda, el cuestionamiento de las afirmaciones no demostradas sino tan solo apoyadas en dogmas de fe supuestamente irrefutables, intocables, eran los acicates de las preguntas acerca del mundo que los académicos trataban, de las fundadas dudas acerca de las verdades irrefutables basadas en la tradición que planteaban..

La cierta libertad religiosa de la que las academias gozaron desde sus inicios contrastaba con la dependencia real, especialmente en el reino de Francia -y en el reino de España, con la llegada de un rey emparentado con la casa real francesa-: las academias, a través del estudios del lenguaje, de la depuración de la gramática, de las enseñanzas en el hablar y el escribir con corrección, prudencia y precisión, favorecían las cuidadas alabanzas del buen gobierno monárquico, de las luces del rey que permitía, que invitaba incluso, a los académicos en explorar, a través del lenguaje, la correcta denominación de las cosas, sometidas entonces a estudios y experimentos para descubrir sus causas y sus funciones: las letras y las ciencias, ambas al servicio del cuestionamiento de las cosas terrenales (y no celestiales, más propicias de las enseñanzas universitarias), eran los pilares de los estudios académicos.

Las academias fueron particularmente importantes en Barcelona en el siglo XVIII: suplieron el cierre del Estudio General (un centro, por otra parte, desfasado en el naciente siglo de las luces, luces que las academia aportaban en contra del oscurantismo religioso que la universidad respetaba o fomentaba).

 Las academias fueron espacios acotados de saber propiamente científico, liberado en parte de presupuestos incuestionables. Espacios cultos, aristocráticos, exclusivos, en los que cierta nobleza ilustrada se atrevía a plantear cuestiones que la universidad pública no podía abordar.

Cinco fueron las academias que la ciudad de Barcelona, poseyó, a imitación de las de París (y las principales ciudades provincianas del reino de Francia), Madrid (una corte francesa y afrancesada) y ciudades italianas como Roma y Turín.

Ya citamos que la primera academia de los reinos de Portugal y de España, fue la academia de Santo Tomás, fundada en el siglo XVII, una academia de eruditos, marcada por la lectura reaccionaria tomista del mundo, pero abierta sin embargo a la creación literaria y poética “profana”.

Las academias canónicas se fundaron un siglo más tarde. A la ya mencionada Academia de los Desconfiados, se sumaron la Academia Matemática Militar -sin duda la más importante y liberal, como veremos-, la Academia de Buenas Letras -sustituta de la Academia de los Desconfiados, cerrada debido a su apuesta por el archiduque Carlos de Habsburgo, frente a Felipe de Borbón, pese a que el archiduque renunció al trono de España en favor del trono del Sacro Imperio Germánico que le fue ofrecido-, la Academia de Ciencias Naturales (o de Artes y Ciencias), la Academia de Medicina y la Academia de Nobles Artes. 

Fundadas por aristócratas, en las que el acceso de plebeyos fue, tras discusiones, aceptado ocasionalmente, cuyos centros inicialmente fueron casas nobles o palaciegas, pronto obtuvieron el calificativo o título de Real. 

Se trataba de centros, al igual que en el resto de las ciudades europeas, dedicados a la teoría y del experimento, en contra de la ciega, incuestionada, reiterativa práctica artesanal. La teoría planteaba preguntas, abría vías de conocimiento que los gremios -la antítesis de las academias- y las mismas universidades no necesitaban o no se atrevían a afrontar. 

La experimentación o los modelos teóricos requerían la superación las prácticas probadas. Se trataba de abordar nuevos enfoques y nuevos temas que la costumbre no concebía.

La mayoría de dichas academias, aunque sin el lustre que tuvieron en el siglo de las luces, han sobrevivido hasta hoy. Nuevas academias, como la Academia o Instituto de Estudios Catalanes, fundado en el siglo XX, con la necesaria o normativa misión  de depurar y fijar el correcto uso de la lengua -una función propiamente académica, que estuvo en el origen de la academia francesa, y de la real academia española-, fueron ocasionalmente creadas modernamente.

Las academias barcelonesas gozaron de una ventaja imprevista: el cierre del Estudio general y el desplazamiento de las enseñanzas teologales e incuestionadas, basadas en la letra ya sabida, memorizada, a Cervera. Una nueva mirada era posible sin las trabas que hoy calificaríamos de académicas.

Otras instituciones también se beneficiaron del destierro del Estudio General, de incierta suerte en el árido páramo, geográfico y cultural, de Cervera….


….como comentaron en un nuevo “capítulo”.

miércoles, 24 de julio de 2024

JOHN MAYALL (1933-2024): LAUREL CANYON HOUSE (1968)


 


In memoriam…

Sobre uno de los padres blancos del blues eléctrico, el británico John Mayall, véase este enlace: 

martes, 23 de julio de 2024

Historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XX), parte 7


 

La guerra de sucesión entre casas reales europeas, centrada en la ocupación del trono de la casa real española que se quedó sin sucesor, puso fin a un siglo de degradación universitaria en los territorios de la antigua corona de Aragón.

La muerte de Carlos II, sin descendencia -víctima de la consanguinidad de las casas reales-, desató, como en un juego de ajedrez, la avidez de las casas reales en el tablero europeo para ocupar el trono vacío. 

Dos casas reales europeas se enfrentaron, apoyadas cada una por otras casas reales (incluyendo el papado): la nueva casa real de los Borbones, originariamente protestante, reyes de Navarra y Andorra,  y asentada en París tras el asesinato del último rey de la casa de Valois muerto sin descendiente, y la casa de los Habsburgo, dueña de los territorios del llamado Sacro Imperio Germánico, cuyos orígenes se remontaban a Carlomagno, un rey y luego un emperador del siglo IX, asentado en Galia.

El trono hispánico dominaba aún, pese a las pérdidas territoriales desde el siglo XVI, vastas extensiones coloniales en Europa y América del Sur. Su ocupación implica trastocar alianzas reales y ganancias territoriales y políticas considerables. 

La organización política de los territorios, de la “casa real” de ambas casas era distinta. Un poder asentado en una corte poderosa y versallesca que había logrado en gran parte someter a poderes reales de menor fuerza y poderes aristocráticos cercanos, frente a un trono imperial que cohabitaba con tronos reales y casas nobles que reconocían nominalmente la primacía de la casa imperial pero se comportaban autónomamente. Una concepción centralista del poder, de un único poder, que sería la que dominaría Europa en los siglos venideros (pero que provenía de la Roma imperial y antes del imperio helenístico, dos culturas “clásicas” que, no es casual, devendrían admirados modelos culturales entre los siglos XVIII y XX) , frente a una concepción del poder atomizado de origen medieval (y, más lejos en el tiempo, similar al de la adusta y sobria Roma republicana).

El enfrentamiento entre ambas casas reales , con la intervención de las casas reales de origen germánico de los Hannover en las islas británicas y de los Orange en los Países Bajos del norte (los del sur, por el contrario, formaban parte de las posesiones reales de la casa de los Habsburgo), y del papado, favorable primero al rey de Francia y luego al emperador germánico,  tuvo lugar en todo el territorio europeo, pero su objetivo era la ocupación del trono hispano asentado en el palacio real de Madrid, y el control de extensas posesiones coloniales americanas (en el sur , el centro y el norte del continente) y en el sudeste asiático.

Cada casa contaba con apoyos y detractores por toda Europa. El ducado de Mantua y el obispado de Baviera eran favorables a los Borbones,  la casa de Oldemburgo danesa defendía a los Habsburgo.

En cuanto a la casa real de los Braganza, en Portugal, alternó sus apoyos a uno y otro bando. 

El conflicto estaba envenenado desde los inicios. Todas las casas reales europeas estaban emparentadas por matrimonios, dotes y herencias territoriales.

De hecho, el conflicto se inició antes del fallecimiento de Carlos II. Ante la evidencia que dicho rey carecería de un sucesor directo, el rey Luis XIV de la casa real francesa de Borbón negoció con las casas reales europeas el reparto de los territorios de la casa real hispana, un reparto que favorecía a la casa real de los Borbones, pero que parecía regalar territorios reales hispanos, puestos a disposición de casas reales, nobles y religiosas. 

Luis XIV de Francia defendía inicialmente que una gran parte de los territorios de la corona española pasaran a manos germanas, a cambio de la obtención de otros territorios más útiles para el asentamiento real en la Isla de Francia . Luis XIV buscaba, en verdad, que la casa real inglesa no se quedara con la casa real española.

Ante la inminente entrega de los territorios de la corona española de los Habsburgo, el rey Carlos II nombró a un miembro de la Casa real de los Borbones como sucesor. Luis XIV aceptó. Su nieto, por linaje paterno, Felipe V de Borbón, accedía así al trono de España e iniciaba una nueva dinastía emparentada con la casa real francesa de los Borbones. Luis XIV triunfaba.

El emperador del Sacro Imperio Germánico se sintió ultrajado. Declaro la guerra a la casa real de los Borbones, en España y Francia (nombres utilizados hoy para simplificar, pero que no designaban territorios con una entidad propios: eran solo posesiones reales de loas que se obtenían bienes y mano de obra para la naciente industria y el ejército).

 Carlos III de Habsburgo viajó a Portugal donde creó una corte y desde allí se adentró en la península. Tras el rechazo de la capital se refugió en Barcelona donde reinaría durante seis años, entre 1705 y 1711, en un territorio acotado.

La guerra entre cortesanos y defensores de ambos reyes, Felipe V en Castilla y Carlos III en el principado, de incierto resultado, cambió cuando Carlos III abandonó Barcelona (donde dejó a su esposa) para ocupar el recientemente vacante trono del Sacro Imperio Germánico, acompañado de su corte. 

La guerra de sucesión acabó así en Europa en 1711, pero no concluyó hasta tres años más tarde en la península con la caída y toma de Barcelona, que defendía a un rey, el archiduque Carlos de Habsburgo o Carlos III, que había logrado crear una corte en la ciudad pero que  había partido hacía años.

La reorganización política, territorial, económica  y cultural de los territorios de la nueva casa real conllevó un replanteo de los estudios universitarios.

 Los antiguos territorios de la corte de Aragón acogían numerosas universidades sin prestigio, víctimas de la simonía  (o compra de títulos). Se decidió el cierre de los Estudios general provincianos en favor de  una única universidad ubicada en el centro del territorio.

El municipio de Cervera, que había tomado parte por la casa real francesa obtuvo la prerrogativa universitaria. Todas las especialidades religiosas y de filosofía tomista, más adoptadas al mundo medieval que al siglo de las luces se transfirieron a una descomunal universidad barroca, proyectada por ingeniero militar  francés Francisco Montaigu, cuya construcción, iniciada en 1720, a cargo del ingeniero Miguel Soriano, formado en la Academia Matemática Militar de Barcelona, no terminó hasta 1740, cuando las clases pudieron abrirse.

La propia modesta aglomeración de Cervera parecía aún más encogida frente al tamaño de la universidad que destacaba en medio de la desconectada meseta ilerdense.

Barcelona perdió su purgado Estudio General, ya sin lustre, salvo el Estudio de Medicina, muy reputado, que permaneció en la ciudad. La sede barcelonesa del Estudio General fue convertida en cuartel. Tras las guerras napoleónicas, su estado era tan precario que el edificio tuvo que ser derribado. Hoy solo se conserven un escudo de piedra (ubicado en una galería superior de uno de los claustro de la universidad de Barcelona) y una gran gárgola de piedra, un fauno tallado por el maestro de obras del Estudio General, que debía actual como efigie protectora, donada a un museo de Barcelona.

Pero el lustre no volvió en el Estudio General de Cervera. La ciudad o el pueblo se hallaba lejos de centros urbanos de mayor entidad y no podía ofrecer los servicios requeridos por una universidad, una ciudad dentro de una ciudad.

El remedio falló a poco. Pronto empezarían las gestiones para el regreso de la universidad a Barcelona, pese a la feroz, aunque vana, oposición del consistorio de Cervera. Dicho regreso, aún temporal, no se concretó, sin embargo, hasta la reorganización europea a cargo (a sangre y fuego) de Napoleón I y después de su caída, si bien unas nuevas guerras. Las llamadas guerras carlistas, de nuevo entre casas reales, dificultaron la vuelta y el resurgimiento del Estudio General de Barcelona, dada la inseguridad viaria.

Entretanto, en Barcelona….


(Seguira)



lunes, 22 de julio de 2024

Artivismo




El Museu d’Història de Catalunya presenta una exposición sobre el arte y el activismo, el arte y el gesto políticos del pintor Antoni Tàpies.

La exposición sin duda entusiasmará a quienes disfruten de poderosas imágenes  en las que se despliegan franjas rojas y gualdas.

Quizá la exposición, exhaustivamente documentada, tan solo adolezca de una imagen, aunque sea en color sepia.




Muestra al joven artista como miembro de la centuria de la organización juvenil de la Falange Tradicional y de las JONS ante el obelisco de la Victoria en Barcelona, el jueves primero de mayo de 1939, año de la Victoria. Una muestra destacada de activismo