Para los geómetras y los matemáticos la palabra parábola evoca el trazado de una curva, una línea que se curva y vuelve sobre sí misma, el perfil de un corte transversal inclinado con respecto al suelo de un cono.
Los literatos ven en la parábola una narración sagrada que describe la peculiar manera de enseñar, a través de un cuento, de la divinidad. La parábola, en este caso, fascina y educa, como lo hace el imprevisible trazado ascendente y descendente de un arco parabólico.
El origen de la palabra, sin embargo, no tiene tanta altura. En griego, el verbo compuesto para-balloo significa echar la comida a los animales: la tarea diaria de los granjeros en los corrales. Una acción muy alejada del vertido de palabras sabias de un profeta, aunque éste se presentara como un buen pastor.
El universo de la parábola se ensombrece o se enturbia aún más si sabemos que el verbo griego significa también desplazarse por un camino equivocado.
Desde luego, el movimiento está presente en la parábola, pero el trazado que se sigue no es el esperable. Quien emite parábolas no sigue una senda trazada de antemano, sino que divaga, se pierde o, mejor dicho, da la sensación que se pierde o que se va a perder. Sigue un mal camino que no lleva a la meta deseada.
La parábola sigue y se desenvuelve por los márgenes. Es un movimiento imprevisible, inesperado, que no responde a una norma establecida.
De este modo, bien es cierto que la parábola es el camino del explorador que se aventura por territorios desconocidos, inexplorados. Abre vías hasta entonces inexistentes.
El prototipo del que emite parábolas sería el dios Apolo cuando recorría el mundo, dejando un rastro perdurable por el que los que vendrían a continuación podrían hallar una senda segura. Los profetas que iluminaban el mundo necesariamente se adentran en territorios en la oscuridad y cuentan sus andanzas en relatos reveladores.
La marginalidad de la parábola parte de la existencia de un previo camino seguro que no se sigue, sino que la vía adoptada se dirige hacia la misma meta, pero por y desde el margen. La parábola traza un segundo camino. Dicho trazado permite establecer una comparación entre la senda conocida y aceptada y esta segunda senda aventurada. La comparación, junto con el movimiento, son consustanciales con el trazado parabólico. Parábola, en griego, también se traduce por comparación.
¿Por qué se toma una vía alternativa si ya existe una vía probada? Precisamente porque de tan probada y sabida su recorrido nada aporta, solo obviedades, nada que aclare el mundo. Es necesario entonces observar la vía conocida y sus logros y enseñanzas, que existen pero ya no ilustran desde los márgenes. La nueva senda, la parábola permite entender lo que el relato conocido cuenta pero que , por haberlo escuchado o leído tanto, nada (nuevo o fresco) nos dice. Solo por comparación entendemos la aportación de un texto al que ya no prestamos atención, o que se ha oscurecido.
Fue necesario que un joven, encerrado, al igual que sus semejantes, en lo hondo de una gruta, como cuenta Platón en la parábola de la caverna, se alejara de las convenciones, las situaciones asumidas, para descubrir, desde un lugar inesperado, desde un punto de visto no adoptado hasta entonces, la realidad miserable y convencional en la que todos vivían.
Mas, quien procede de este modo, avanzando desde una vía paralela desconocida, se expone a un peligro. No conoce el terreno en el que se adentra. Su crónica, empero, expone los peligros con los que uno se puede enfrentar operando de un modo parecido. El relato es esclarecedor y alentador. Cuenta los peligros a los que uno se enfrenta y cómo solucionarlos (Paraballoo es exponerse, también, una consecuencia inevitable cuando uno se ubica en un margen que mira, necesariamente, a un espacio seguro, por un lado, y otro ignoto, potencialmente peligroso, enriquecedor o mortífero, por otro).. Pues el trazado de la parábola no se interrumpe. Sigue seguro todo y la ignorancia del medio por el que abre vía.
La comparación entre un obrar canónico y otro experimental permite exponer diferencias y paralelismos. Las similitudes y las variaciones saltan a la vista. La comparación es enriquecedora, pues desvela maneras de aprender el mundo fuera de toda norma, pero al menos tan eficaces como las que obedecen a reglas y normas asumidas. Quien no se sale del cambio trazado no puede descubrir lo que acontece fuera de los límites ni aprender de ellos. De algún modo, se desplaza sin tener que abrir bien los ojos. Quién emprende un camino inexplorado se desplaza a ciegas, sin duda. Más, todo lo que descubre es nuevo, y es, por tanto, esclarecedor: contribuye a un conocimiento más hondo del mundo.
La parábola, en fin, es el relato de dicha exploración. El relato se construye a medida que se avanza, y concluye cuando se llega a buen puerto. Se trata de un relato moral que destaca el bien que hace el viaje a quien lo ha llevado a cabo. Expone la fortaleza física y moral de quien no se ha arrugado, de quien se ha enfrentado a sus debilidades y a sus miedos, que ha sabido luchar contra el medio y sobre todo consigo mismo. Acaba más sabio y más seguro tras la aventura exploratoria. Echa luz sobre las miserias humanas y la capacidad humana de sobreponerse, de luchas contra el destino y de no retroceder temerosa, timoratamente.
La parábola es el relato de un aprendizaje. Éste ha implicado no dar nada por sabido, sino descubrir el mundo por sí mismo, sin muletas ni orejeras. El aventurero es curioso y decidido. Y narra lo que vive y descubre. El relato de crecimiento personal puede servir de lección y de advertencia. Posee la grandeza de los relatos de aventuras, porque se adentra en territorios no hollados con apertura de miras que engrandecen la estancia y el tránsito en el mundo. Quienes hablan a través de parábolas son guías, profetas, sabios que cuentan sus experiencias para que aprendamos de ellos y actuemos como ellos.
Las parábolas son la narración aleccionadora de vidas modélicas. La narración no es lineal. Consta de una trama y de tramas secundarias que poco a poco enriquecen el relato. Un relato que permite que el oyente o el lector acaben la lectura o la audición transformado y con el deseo de iniciar un viaje que les permita descubrir el mundo y descubrirse, enfrentándose a sus prejuicios. La parábola nos invita a enjuiciar sabiamente el mundo y a los demás, facilitando la comprensión y la aceptación de otras maneras de ser y de pensar descubiertas en el viaje iniciático, la incierta y decidida procesión, con sus distintas estaciones, a la que la parábola nos llama y nos lleva.