lunes, 9 de septiembre de 2024

LUIGI GHIRRI (1943-1992): MARE - FINAL DE VERANO























































 
Luigi Ghirri fue un geómetra antes que un fotógrafo. El cuidado a los detalles que definen y caracterizan, que pautan un espacio, como reflejan las fotografías, bien podría venir de su formación y de su trabajo iniciales, que acabaría abandonando.

Ghirri quiso retratar el nuevo paisaje urbanizado moderno. Éste no solo se caracteriza por una variedad de elementos anodinos y de construcciones insignificantes, modestas o molestas, sino sobre todo, por la proliferación de imágenes, desde postales hasta anuncio, que, pese al tiempo y el vandalismo, perduran.

Sus figuras, casi siempre de espaldas contemplan no se sabe si carteles con paisajes ensoñadores, o dichos paisajes, en directo. La realidad y la ficción se confunden. Fotos y fotografiados cohabitan, la incongruencia de dicho encuentro Ghirri revela sin insistencia. Nompone el dedo en la llaga. No es necesario.

Ghirri quiso actuar como un turista, casi siempre por las regiones italianas cercanas a su ciudad natal -el exotismo se hallaba no en la lejanía sino en la proximidad , y en la existencia de objetos desubicados, absurdos o inútiles-, con una cámara sencilla y rollos a color -Kodachrome, que dio color a los años setenta- que mandaba revelar en tiendas comerciales. Si no fue por un encargo, apenas retrató monumentos. O, si lo hizo, fue fotografiando réplicas industriales, llaveros en forma de Torre Eiffel, o torres en miniatura en parques temáticos.
Sus vistas de playas al concluir el verano son evocadoras que una temporada y de unos años desaparecidos. Solo quedan juegos gastados -columpios, toboganes- de colores a menudo chillones, que recuerdan la pasada presencia humana, desparecida con la llegada de los primeros días grises, unos juegos gastados inevitablemente entrañables e irritantes, como carcasas abandonadas que no se pueden retirar.
Ghirri murió joven, antes de la llegada masiva de veraneantes traídos por vuelos de bajo coste.
El color de las fotos se ha ido gastando. Forma y fondo han llegado a un acuerdo.

Una gran exposición en el Museo de Arte de la Suiza Italiana (MASI) en Lugano recuerda la obra de Ghirri que supo, sin estridencias ni pesadas cargas teóricas, poner en evidencia la fragilidad, la absurdidad y la poesía del último día de vacaciones, un sueño roto o concluido, asumido con resignación.

domingo, 8 de septiembre de 2024

Imagen de lo invisible (Andrea Mantegna: Cristo con el alma de su madre, 1460)

 



Andrea Mantegna (1430-1506): Cristo con el alma de la Virgen, 1560-1564

Ferrara: Pinacoteca Nacional  


Foto: Tocho, septiembre de 2024



La muerte de la virgen María no solo es la obra maestra de Mantegna sino también, seguramente, una de las obras maestras del museo del Prado en Madrid.


El cuadro parece completo. Una composición unitaria, perfectamente organizada. Representa a unos apóstoles inclinándose sobre el lecho mortuoria de la virgen. Otros, de pie, apesadumbrados, sostienen velas encendidas. Son éstas casi lo único verdaderamente viviente en la escena, salvo por la vista del fondo, encuadrada por una amplia ventana, paralela al plano del cuadro, contra la que se dispone el lecho. 

Se distingue nítidamente una luminosa ciudad portuaria amurallada, sin duda de la región del Veneto. 

Toda y la escena funeraria, el cuadro exuda luz y silencio. Los testigos compungidos se lamentan interiormente, cada uno encerrado en su mutismo.


No pensaba que el cuadro estuviera incompleto.

Sin embargo, se trata de una obra devocionaria: un retablo de una capilla.

Sobre el célebre cuadro se disponía una obra de pequeñas dimensiones. Ésta no viajó a Madrid.


El cuadrito que corona la composición representa a Cristo, ya resucitado acogiendo el alma de su madre, aureolado por un collar de ángeles pintados de rojo.


La figuración del alma, por definición invisible, es un tema iconográfico complejo. La imagen debe ser visible; necesariamente material, todo y que debe evocar la inmaterialidad de la figura. 


Por otra parte, ¿qué forma posee el alma, o con qué forma visualizarla? 

El problema plástico no es propio del arte cristiano. Diversas culturas se han enfrentado a la visualización de lo invisible, evocando, a través de una forma plástica, la ausencia de forma y de materia.


Las almas cristianas han sólido ser representadas como niños recién nacidos, envueltos en telas que difuminan las formas.


Mantegna, en cambio, recurrió a una formalización clásica, greco-latina, que también se dio en el arte egipcio. El alma es un doble en miniatura del difunto. Dicha figura se representa erguida. La imagen no se distingue de la representación de una estatua.


Las estatuas son imágenes. En este y otros casos, se recurre a una imagen para representar a la antítesis de una imagen: a una esencia, un alma, ya liberada del cuerpo. 


Las imágenes son y no son dobles. Representan a un ser, pero también lo sustituyen. Por eso, el trato que las imágenes merecen es complejo. No deben ser adoradas, porque no son seres (sobrenaturales, en este caso). No son lo que parecen. 

Pero tampoco deben ser ninguneadas o despreciadas, porque gracias a éstas nos hacemos una “idea” de quién es la persona cuyo retrato contemplamos. La imagen es y no es lo que muestra.


En el caso presente, el alma se asemeja -o es- una estatua. Una talla. Es decir la imagen pintada es una imagen de una imagen: una representación de una imagen de un ser (la virgen María). Dicho ser es incorporeo. Pero requiere ser corporeizado para ser reconocible. Y dicho cuerpo no puede ser percibido como un disfraz, sino que debe trasmitir lo que constituye el fundamento de este ser: su alma. Es un alma figurada a través de la imagen de una imagen.


Una imagen de una imagen: tal es la definición del arte representativo, según Platón. Una modalidad sensible que debe ser condenada, porque no puede ser capaz de reflejar el ser -la idea, la forma ideal, inmaterial- que constituye y da sentido a la figura retratada. 


Por el contrario, para Mantegna, una imagen de una imagen traduce bien lo que es invisible. Mientras que para Platón, la imagen de la imagen solo evoca la nada, el vacío, la sustancia, para Mantegna, en cambio, la imagen de la imagen simboliza la plenitud. 

Solo lo que puede ser representado posee entidad. Lo invisible sin una proyección tangible no es concebible y, por tanto, no existe. 

La imagen redime la realidad. Dota a ésta de alma. Un alma que la imagen, es decir la representación plástica, concede. 

Sin imágenes, la realidad sería desalmada. La inhumanidad, que la guerra causa, requiere la existencia de la imagen para escapar a la insustancialidad. La imagen es el fundamento del ser.