viernes, 16 de enero de 2015

Domus Aurea




























































Fotos: Tocho, Roma, enero de 2015


Era lógico que, apenas hubiera ascendido a la cabeza del imperio romano, en la segunda mitad del siglo I dC, Vespasiano, que defendía valores republicanos -propios del pasado- de austeridad y espacios para el público, mandara enterar el palacio -o el santuario- que Nerón, su predecesor, había encargado a los arquitectos Celer y Severo y al pintor Fabulo.
La Casa Dorada (Domus Aurea), construida a los pies del monte Palatino, no era un palacio. Nerón no dejó de vivir en un palacio en el monte Quirinal. La falta de servicios de la Domus Aurea atestigua que se trataba de un espacio de recepción, o un santuario dedicado al sol Invicto -con el que Nerón se identificaría.
La advocación al Sol tuvo que desagradar o sorprender a Vespasiano como a la mayoría de los romanos. Contrariamente a Mesopotamia y a Egipto, Grecia y Roma nunca concedieron una especial importancia  a Helio -lo que no ha dejado de sorprender-, pese a que, en época tardía, Apolo asumiera valores o funciones solares. El culto al sol tenía un gusto oriental.
Del mismo modo, la Domus Aurea, construida en terrenos liberados tras el gran incendio de Roma -causado por los materiales constructivos inflamables, las lámparas de aceite y las calles tan estrechas, bordeadas por edificios demasiado altos, por los que el fuego se propagaba rápidamente-, y apropiados por Nerón, obedecía a un doble plan: un ala planificada como un gran casa romana con un jardín en la parte posterior, y un ala inspirada en palacios helenísticos -en última instancia, en palacios neo-asirios-, que incorporaba uno -o dos- espacios de planta circular, cubiertos por una bóveda, propios de santuarios dedicados a divinidades infernales o ligadas a la tierra y el hogar. Es decir, el palacio estaba planificado a imagen del mundo entero.

La decoración de las estancias -en un estado de conservación defectuoso- puede -pese a que no se ha logrado excavar todo el palacio y no se han conservado todas las estancias, tras haber sido enterradas y utilizadas como cimientos para edificios como las termas de Trajano- ayudar a entender qué quiso Nerón. Tres frescos llaman la atención: la ceguera de Polifemo a manos de Ulises, en una estancia abovedada de la que colgaban estalactitas, como si de la cueva del cíclope se tratara; la revelación del joven Aquiles quien, habiendo sido disfrazado de niña por su madre para que escapara a la guerra de Troya, se desprendió del disfraz y se mostró tal como era ante los ojos de los emisarios de Agamenon que recorrían las cortes vecinas en busca de guerreros; y el rapto de Ganímedes por Zeus convertido en águila, seducido por la belleza del joven pastor.
Estas escenas no son únicas. Pero podrían apuntar al significado de la Domus Aurea: la revelación de Aquiles es un motivo que suele aparecer en tumbas: simboliza el desprendimiento del alma de sus disfraces para mostrarse ante los ojos de los dioses como un alma pura y renacida; la ceguera de Polifemo ilustra bien los valores de la civilización ante la barbarie; y Ganímedes, al igual que Aquiles revelado, es un alma que asciende al cielo en estrecho contacto con la divinidad.
Los tres frescos aluden así al renacimiento, a la vuelta a los origines, es decir a la Edad de oro, que Nerón pretendía presidir. El mismo oro que recubría las estancias no era solo una demostración de poder, sino una evocación de una era en el que el sol brillaba sin nubarrones -que la guerra, los crímenes, las pasiones y la muerte acarrean-. La Domus Aurea pretendía ser tanto un espacio propio de la Edad de oro, cuanto un mecanismo para restaurar dicha Era. Nerón se presentaba así como el monarca -o la divinidad- que regeneraba el mundo, como bien ocurría en mitos o cultos orientales -como el culto a Adonis y a tantas divinidades que se sacrificaban para que el mundo renaciera. Nerón quiso reinar en la Edad de oro. Ésta acontecía en un jardín: un espacio limitado, un horto cerrado -que simbolizaba el mundo. Horto en el que vivían los renacidos.
La Domus Aurea no fue así (solo) un capricho imperial, sino un -delirante- intento de volver a los orígenes; intento solo en parte fracasado, pues su impronta se extendió por todo el imperio, resurgió cuando fue desenterrad a finales del siglo XV -trastocando la historia del arte con sus pinturas fantásticas que alumbraron el Manierismo- y resurge hoy, desde noviembre, cuando, todo y estando en restauración, ha vuelto a abrirse parcialmente al público. Sin duda, la visita más apasionante que cabe llevarse a cabo en la ciudad de Roma.

miércoles, 14 de enero de 2015

El origen del palacio




El 21 de abril, la diosa itálica Pales (no confundir con la griega Palas Atenea) renovaba el mundo. Las ofrendas vegetales y animales incitaban a la diosa, que velaba sobre el ganado, a activar el ciclo de la vida tras el invierno. Era una diosa, pero estaba asociado al falo -de ahí, quizá su nombre-, con el que se fertilizaba la tierra y se engendraba la vida. Mercurio (Hermes, en Grecia), y su hijo Pan (el dios de la naturaleza) eran los protectores de los falos. Mercurio era el dios de los caminos. Ordenaba y regulaba el espacio. Ponía lugares, asentamientos alejados, en comunicación. facilitaba el tránsito de bienes, ideas, personas -era el dios de los viajeros y los comerciantes que vivían en la carretera-: la vida circulaba por seguros caminos gracias a Mercurio. Las sendas que creaba y protegía permitían, por contraste, el establecimiento de comunidades que sobrevivían en contacto las unas con las otras.
Las Parilia -las fiestas en honor de Pales- estaban presididas por las Vestales: éstas eran las sacerdotisas de Vesta, la diosa del fuego, tanto privado cuando comunitario. El fuego se renovaba este día. Las cenizas de fuegos extintos o cansados se dispersaban, fertilizando la tierra. De los muertos brotaba así la vida.
El 21 de abril de 753 aC, Rómulo fundó Roma: la primera ciudad, la única ciudad. Este día se creó el mundo, un lugar apto para la vida, un espacio liberado de la selva, en el que la tierra podía ser cultivada dando frutos, y los animales domesticados podían pastar lejos de las alimañas.

El templo de Pales, construido a mitad del siglo III aC para celebrar una victoria militar, se alzaba sobre el monte de la diosa: el Palatino. Allí se asentarían las principales instituciones religiosas y políticas de Roma. Augusto, el primer imperator, era el sacerdote máximo. Rendía culto a las divinidades y los héroes fundadores de Roma. La cabaña de Rómulo, en el Palatino, era preservada como el primer hogar -mientras que el templo de Vesta se ubicaba en el foro, a los pies del Palatino, abriendo un espacio donde se ubicaban las instituciones que regulaban la vida e impedían el retorno de la selva.Augusto se construyó una primera morada, que sus sucesores ampliaron. Comprendía una parte pública y otra privada, rodeando un templo dedicado a Apolo, protector de Augusto, y dios del espacio ordenado. Las moradas imperiales, en el Palatino, bajo la advocación de Pales, eran, naturalmente palacios.
Éstos constituían espacios ordenados, sacros y profanos, ciudades ideales, cuyo orden, y cuya impronta se reflejaba en la ciudad de los hombres que se entendía a sus pies.
La ciudad era una imagen de un palacio, esto es, un espacio protector fundado gracias a la benéfica actividad de Pales, que "urbanizó" o domesticó el mundo.

martes, 13 de enero de 2015

Urnas cinerarias etruscas: entre la nave y el arca





















Fotos: Tocho, Roma, enero de 2015

Conjunto de urnas cinerarias villanovianas, del Lazio y etruscas (ss. X-VI aC), de los Museos Gregoriano Etrusco (Ciudad del Vaticano), Museo Nacional Romano. Sede de las Termas de Diocleciano (Roma), Museo Nacional Prehistórico y Etnográfico "Luigi Pigorini" (Roma).
Se trata de una pequeña muestra de este tipo de objeto, la mayoría en las reservas de los museos.
Son depósitos de las cenizas del difunto. Están modelados en terracota; algunos son de pasta negra -lograda por la cocción sin ventilación, que logra que el humo se deposite en la superficie de la urna.
Ésta suele tener forma de cabaña de planta circular. Algunas recuerdan, sin embargo, casas de planta rectangular con un techo a dos aguas.
Carecen de aberturas, salvo la que permite la deposición de las cenizas, y que se cierra con una tapa -que se identifica con una puerta- sujeta por una varilla de madera o una cuerda.
La parte superior está ornamentada a veces por filas de salientes paralelos que siguen la pendiente de la cubierta; en ocasiones figuras de pájaros se destacan en la "techumbre".
Éstos se han interpretado como figuraciones anímicas.
Las urnas se han considerado imágenes de la cabaña del difunto. Ésta se convierte en la casa del antepasado una vez ha acogido las cenizas.
La parte superior también recuerda la estructura de una nave.
La urna serviría tanto de hogar del difunto cuanto de vehículo para el tránsito hacia el más allá. La urna sería un arca: una caja y una nave.
Se trata de un objeto móvil, pero que también se deposita en un lugar fijo para anclar al difunto a un espacio dado al que protege.
La imagen arquitectónica concuerda con la choza del difunto (recordemos que el monte Capitolio fue ocupado por algunas chozas comunales desde la primera mitad del segundo milenio aC); no evoca un tipo de vivienda del pasado. Pero, al mismo tiempo, "proyecta" al difunto hacia su nueva y definitiva morada, en el mas allá.
De este modo, la urna a cabaña (tal es el nombre más habitual) cumple una doble función: guarece al difunto, y al hogar de los vivos. El difunto logra seguir unido a su hogar, que protege desde su nueva morada que le proporciona la urna. Ésta está concebida tanto para el difunto como sobre todo para sus descendientes, arropados, y sin embargo, separados, liberados, de la flotante e inquietante presencia del alma en pena del difunto si éste no gozara de un cobijo propio y seguro.