martes, 3 de abril de 2012
¿Bagdad renace? Bagdad, marzo-abril de 2012
Siguen los atascos de horas a causa de los controles; de pronto, los teléfonos móviles dejan de funcionar por inhibidores de frecuencia; los cortes de luz aún son frecuentes; los muros de hormigón Texas que amurallan los barrios no han sido todos retirados; el toque de queda a partir de la una de la madrugada sigue vigente; el aeropuerto está aún bajo control militar norteamericano (el número de tanques y tanquetas sigue siendo sobrecogedor), o al menos la persona que autoriza el acceso al recinto del aeropuerto, cuya llegada exige una decena de controles -dos con perros, y cinco controles de equipajes, obligando a los pasajeros a descender de los vehículos y transportar los bultos y maletas a un lugar indicado, y el acceso solo a vehículos autorizados lo que implica un cambio de transporte en un descampado- es norteamericano; un promedio de siete a diez personas son asesinadas diariamente en Iraq (aunque no todos por motivos políticos o sectarios: las mafias, los ajustes de cuentas también intervienen).
Y, sin embargo, la reciente celebración de la Cumbre de los Países Árabes en Bagdad ha traído cambios notables.
Una parte son de maquillaje, aunque sicológicamente son importantes: los muros que encierran barrios han sido pintados; ristras de bombillas de colores alegran la noche; algunos edificios se iluminan con focos también de colores; quizá no sean del mejor gusto, mas Bagdad ha cambiado mucho de noche. Hay transeúntes de noche, y algunas calles comerciales bien iluminadas, con comercios, cafés y restaurantes abiertos. Se ve incluso alguna pareja paseando al caer la noche, hacia las siete de la tarde, por áreas poco o nada iluminadas.
La ciudad está más limpia; en algunos barrios han retirado los muros de hormigón.
La avenida del aeropuerto, cuya vegetación había sido cortada a causa de los franco-tiradores, considerada la avenida más peligrosa del mundo, está despejada; Tanques, vehículos quemados, alambradas, deshechos y destrozos de todo tipo han sido retirados; palmeras y zonas verdes, cuidadas y regadas, han sido plantadas. Monumentos, de gusto peculiar, y fuentes están en construcción. Allí donde el césped aún no ha crecido, se ha pintado la tierra de verde.
Los controles son menos aparatosos. La basura está siendo recogida.
Y, sobre todo, parece que la confianza en el futuro de la ciudad renace.
Por vez primera, se puede coger un taxi por la calle y pasear -es cierto que los iraquíes se extrañan de que un extranjero opere de este modo, y las autoridades suelen poner un vehículo con chófer a disposición de aquél-. Las atascos desmesurados, de horas de duración, ya no están siempre causados por controles, sino por la falta de transporte público; en algunos atascos, los conductores pitan, lo que demuestra que se impacientan, porque saben o intuyen que los atascos ya no obedecen siempre a razones de seguridad; algunos semáforos funcionan; policías municipales dirigen como pueden el tráfico en algunos cruces, y contribuyen, desbordados o descuidados, al caos circulatorio, lo que, de algún modo, es una señal "positiva": éste está causado parcialmente por el renovado pulso vital de la ciudad (y por la falta de medios).
El personal de las embajadas aún no está autorizado a moverse libremente, y ciertas áras urbanas están casi vetadas al extranjero. No se pueden tomar fotografías en la calle, y los edificios públicos están fuertemente protegidos y el acceso es imposible o muy restringido, lo que exige innumerables, lentos y desconcertantes permisos, que no siempre llegan a buen término. El simple acceso al estadio de Bagdad, abierto a los equipos que allí entrenan, requiere cuatro permisos, siempre que se acuda con una autorización previa gubernamental. Un taxi detenido con un pasajero pagando, esperando para salir, es motivo de sospecha y alerta de inmediato a la policia o al ejército, muy educado (todas las veces que esta situación se ha producido).
La precaución sigue siendo necesaria o imprescindible. Pero el miedo mengua. Las ruinas empiezan a parecer una rémora del pasado.
La estabilidad del país parece acrecentarse; exiliados regresan; planes de todo tipo se lanzan, aunque la puesta en práctica es dificultosa o ilusoria.
Pero Bagdad ya no parece ni sea, posiblemente, una ciudad en guerra.
Se sabe que esta sensación o esta realidad puede aun saltar por los aires, pero el temor a todo, al pasado, al presente y al futuro, disminuye. La coletilla "....¿hasta cuándo?" ya no parece necesaria.
Coda:
Camino del aeropuerto. A un pasajero iraquí, con pasaporte bosnio, de pelo ensortijado, obeso y sudoroso, y con grandes dificultades para andar, el responsable norteamericano que controla el recinto le impide el acceso porque no tiene un billete electrónico impreso. El pasajero se desespera. Todos nos desesperamos porque el vehículo colectivo está detenido. No sabemos si solidarizarnos con él -es obvio, por su mirada angustia, y su voz trémula y suplicante, que tiene el vuelo en regla-, y pedir clemencia o justicia, o pedir que se baje. La humillación no cesa.
La solidaridad, a veces, está en el filo.
Fotos: Tocho, marzo-abril de 2012
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sábado, 31 de marzo de 2012
Dustin Grella (¿1983?): Prayers for Peace (2009)
Prayers for Peace from Dustin Grella on Vimeo.
Viaje a Bagdad. Hasta hoy, sábado, la ciudad ha estado desconectada del mundo exterior durante una semana a causa de la reunión anual de la Liga Árabe: calles cortadas, tomadas por el ejército, controles acrecentados, imposibilidad de entrar en el país (denegación de visados), servicios públicos cerrados y funcionarios enviados a casa, comunicaciones telefónicas interrumpidas (los móviles dejaron de funcionar). Una ciudad fantasma. El gobierno iraquí quería dar la imagen que Iraq es hoy un país normal o normalizado. Los atentados no han cesado.
La vigilancia se suaviza desde esta misma tarde. Se puede regresar a Iraq con un visado de trabajo, invitado por una institución o empresa iraquí.
Hasta el miércoles, si todo va bien.
viernes, 30 de marzo de 2012
¡MONTEVIDEO ATACADA! -Federico Álvarez (1979): Ataque de pánico (2009)-
De nuevo, el mejor cine, uruguayo.
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jueves, 29 de marzo de 2012
Galaxie 500: Parking Lot (1988)
Galaxie 500: el mejor grupo, disuelto hace años...
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¿Son necesarias las plazas, 2?
Jordi Abadal (Máster de Asiriología del IPOA-UB) envía esta justa y aguda observación sobre la ausencia de plazas en las ciudades del Próximo Oriente antiguo -en contaste con la ciudad griega:
"Estaba leyendo tu interesante artículo sobre las plazas y me voy a permitir un pequeño comentario sobre los espacios públicos mesopotámicos. No te olvides de que las puertas (KA 2 en sumerio o BABUM en akadio) eran espacios públicos y abiertos donde se comerciaba y se discutía. Y también que (acuérdate de la epopeya de Gilgamesh y Akka) se discutían temas públicos y se tomaban decisiones en las asambleas (UNKIN en sumerio o PUHRUM en acadio), tanto en las asambleas de los mayores como de los jóvenes, aunque no se sepa si estas asambleas se celebraban en un espacio público y abierto o privado y/o cerrado".
Este comentario incide en la falta de espacios públicos centrales, concebidos como el corazón o el pulmón urbano, en las ciudades mesopotámicas. Existían espacios de mercadeo, sin duda al aire libre, pero estos se ubicaban al lado de las puertas de la ciudad. Esta situación también se dio en Roma. La palabra foro (que hoy designa un lugar de discusión, pero que en Roma nombraba un espacio vacío dedicado a actividades comerciales y lúdicas), que se suele pensar designa un espacio similar al del ágora griega, deriva del latín fores, que significa puerta. En efecto, el foro republicano, donde tenía lugar el mercado y actividades lúdicas, como diversos juegos, mimos, combates de gladiadores, etc., estaba situada en un extremo de la ciudad de Roma.
Se ha dicho a menudo que la ciudad romana se organizaba a partir de dos ejes ortogonales, las vías centrales llamadas cardo y decumano, que se cruzaban en el foro, en el centro de la ciudad. Este modelo, derivado de los campamentos militares -que disponían de una esplanada para paradas y entrenos-, sin embargo, raramente se aplicó (salvo en ciudades coloniales de nueva planta, sobre todo en el norte de África). En la mayoría de los casos, el foro estaba totalmente descentrado, cercano a las puertas de la ciudad, a fin de facilitar el tránsito de mercancías.
Es cierto que las primeras ciudades mesopotámicas quizá estuvieran regidas por asambleas, de ancianos y de jóvenes; éstas tenían lugar en espacios públicos, techados o no. Éstos recintos, sin embargo, no estaban necesariamente en el centro de la ciudad; por otra parte, muestran que los espacios públicos estaban bien acotados y se ubicaban en edificios -que comprendían patios-, no en espacios abiertos, como en Grecia.
En Mesopotamia, la inexistencia de la plaza se comprueba por la falta de una palabra específica, o, mejor dicho, de un concepto exprese una nítida distinción con la calle. La palabra sumeria siladagal, que se suele traducir por plaza, significa, en verdad, calle ancha. La calle es el paradigma del espacio público. No se diferencia de la plaza, porque la plaza solo es un tramo de calle más amplio. Así, el sumerio tilla se traduce indistintamente por calle o plaza (el término sumerio esir también significaba calle y quizá revele el origen -y la función- de la calle: e significa canal de irrigación o evacuación. La calle, en Mesopotamia, sigue los cursos que el agua abre). Tilla designa un espacio exterior, pero no distingue entre vía de comunicación e intercambiador, y espacio de comunicación o intercambio. Tilla también significa cruce de calles o caminos. Nombra un lugar por el que se pasa, pero no un espacio donde quedar. La vida no se concentra en el espacio fuera del hogar -o de las asambleas.
Así, una segunda oposición parece dibujarse entre el espacio doméstico donde se está y el espacio público donde se circula, dónde el movimiento es incesante. La imagen del ágora griega llena de ciudadanos de pie, inmóviles y dialogando, no parece tener cabida en el Próximo Oriente antiguo. En la calle no se está. Es un lugar mal visto.
Agradezco a Jordi Abadal su comentario.
"Estaba leyendo tu interesante artículo sobre las plazas y me voy a permitir un pequeño comentario sobre los espacios públicos mesopotámicos. No te olvides de que las puertas (KA 2 en sumerio o BABUM en akadio) eran espacios públicos y abiertos donde se comerciaba y se discutía. Y también que (acuérdate de la epopeya de Gilgamesh y Akka) se discutían temas públicos y se tomaban decisiones en las asambleas (UNKIN en sumerio o PUHRUM en acadio), tanto en las asambleas de los mayores como de los jóvenes, aunque no se sepa si estas asambleas se celebraban en un espacio público y abierto o privado y/o cerrado".
Este comentario incide en la falta de espacios públicos centrales, concebidos como el corazón o el pulmón urbano, en las ciudades mesopotámicas. Existían espacios de mercadeo, sin duda al aire libre, pero estos se ubicaban al lado de las puertas de la ciudad. Esta situación también se dio en Roma. La palabra foro (que hoy designa un lugar de discusión, pero que en Roma nombraba un espacio vacío dedicado a actividades comerciales y lúdicas), que se suele pensar designa un espacio similar al del ágora griega, deriva del latín fores, que significa puerta. En efecto, el foro republicano, donde tenía lugar el mercado y actividades lúdicas, como diversos juegos, mimos, combates de gladiadores, etc., estaba situada en un extremo de la ciudad de Roma.
Se ha dicho a menudo que la ciudad romana se organizaba a partir de dos ejes ortogonales, las vías centrales llamadas cardo y decumano, que se cruzaban en el foro, en el centro de la ciudad. Este modelo, derivado de los campamentos militares -que disponían de una esplanada para paradas y entrenos-, sin embargo, raramente se aplicó (salvo en ciudades coloniales de nueva planta, sobre todo en el norte de África). En la mayoría de los casos, el foro estaba totalmente descentrado, cercano a las puertas de la ciudad, a fin de facilitar el tránsito de mercancías.
Es cierto que las primeras ciudades mesopotámicas quizá estuvieran regidas por asambleas, de ancianos y de jóvenes; éstas tenían lugar en espacios públicos, techados o no. Éstos recintos, sin embargo, no estaban necesariamente en el centro de la ciudad; por otra parte, muestran que los espacios públicos estaban bien acotados y se ubicaban en edificios -que comprendían patios-, no en espacios abiertos, como en Grecia.
En Mesopotamia, la inexistencia de la plaza se comprueba por la falta de una palabra específica, o, mejor dicho, de un concepto exprese una nítida distinción con la calle. La palabra sumeria siladagal, que se suele traducir por plaza, significa, en verdad, calle ancha. La calle es el paradigma del espacio público. No se diferencia de la plaza, porque la plaza solo es un tramo de calle más amplio. Así, el sumerio tilla se traduce indistintamente por calle o plaza (el término sumerio esir también significaba calle y quizá revele el origen -y la función- de la calle: e significa canal de irrigación o evacuación. La calle, en Mesopotamia, sigue los cursos que el agua abre). Tilla designa un espacio exterior, pero no distingue entre vía de comunicación e intercambiador, y espacio de comunicación o intercambio. Tilla también significa cruce de calles o caminos. Nombra un lugar por el que se pasa, pero no un espacio donde quedar. La vida no se concentra en el espacio fuera del hogar -o de las asambleas.
Así, una segunda oposición parece dibujarse entre el espacio doméstico donde se está y el espacio público donde se circula, dónde el movimiento es incesante. La imagen del ágora griega llena de ciudadanos de pie, inmóviles y dialogando, no parece tener cabida en el Próximo Oriente antiguo. En la calle no se está. Es un lugar mal visto.
Agradezco a Jordi Abadal su comentario.
miércoles, 28 de marzo de 2012
: Blutch, Charles Burns, Marie Caillou, Pierre di Sciullo, Lorenzo Mattotti & Richard Mc Guire: Peur(s) du noir (Miedo-s- de la oscuridad) (2008)
La obra maestra, colectiva, de la animación contemporánea.
... o todo lo que no ha atrevido a preguntar sobre nuestros miedos
Vuelta a la selva , o la nueva reforma de la plaza de las Glorias en Barcelona
La Plaza de las Glorias de Barcelona ha sido siempre una desgracia. Para empezar nunca ha sido una plaza, sino un cruce mal resuelto de avenidas: Diagonal, Gran Vía y Meridiana, rodeada de solares semi-abandonados, en la que morían calles secundarias. Concebida inicialmente como un centro urbano, pronto se convirtió en un cruce de vías rápidas.
La reforma llevada a cabo en los años noventa acrecentó esta consideración de nudo de carreteras: se construyó un anillo elevado por el que circulaba el tráfico de entrada y salida de la ciudad, proyectado como si de un coliseo se tratara. En el interior, un parco jardín de robles y guijarros, de ingrato acceso, rodeado por vehículos invisibles circulando en las alturas a toda velocidad. No había nadie en esta espinosa y árida cárcel.
La construcción de torres sin relación las unas con las otras, y un horrendo y descomunal edificio, con un voladizo sobre el anillo viario, que debería acoger un Museo del Diseño, aunque su coste aconseja ahora alquilarlo a empresas, han acabado por convertir esta zona en un espacio que todo el mundo trata de evitar.
Apenas veinte años más tarde, tras unas obras faraónicas, se plantea una nueva y costosísima reforma: el derribo del anillo viario (del que ya se ha eliminado el muro perimetral), y el ajardinamiento de una extensa zona de planta cuadrada que la convertiría en un gran parque, por cuyas calles periféricas circularía el intenso tráfico. Un posible túnel, aceptado y denostado, ayudaría a conectar las vías antes comunicadas por la vía circular elevada.
¿Con qué fin se acomete esta nueva reforma?
Se trataría de lograr un "polo económico y turístico (...). El proyecto de remodelación ambiciona situar en el mapa turístico y en los itinerarios más visitados de la ciudad la futura remodelación y el parque de 140.000 metros cuadrados que ha de convertirse en un nuevo icono de la ciudad. Una zona verde que el estudio compara con el parque de la Villette de París, con 10.000.000 de visitantes anuales; el Campus Martius de Detroit, con un millón de visitas; el Discovery Green, con 1,.5 millones que acuden a él; o el The High Lane de Nueva York.
La idea es convertir las Glorias en punto turístico..."
¿Alguien ha hablado del interés de los habitantes de Barcelona, por no referirse a los vecinos? ¿Diez millones de turistas anuales? Ni Lourdes o la Meca. A la caza de los turistas.
Lo más curioso es la referencia al modelo del parque The High Lane de Nueva York. Este "parque" lineal está situado en una antigua vía férrea elevada. Protestas vecinales impidieron que fuera derribada. Abandonada desde hacia tiempo, estaba cubierta de vegetación. Los arquitectos responsables de su adecuación han mantenido la sensación que produce caminar por un sendero cubierto de maleza.
The High Lane tiene sentido porque se ubica en una estructura elevada. La plaza de las Glorias posee una estructura parecida. Pero se pretende derribar. El coste es descomunal. ¿Por qué no se mantiene, si se tiene en mente el modelo del parque High Lane? ¿No acudirían millones de turistas, que es, al parecer, lo único que se persigue?
Bienvenidas las hordas hambientas de bosques y maleza. El regreso de los bárbaros. Mientras, los barceloneses siempre podrán emigrar a Nueva York. Siempre nos quedará París.
martes, 27 de marzo de 2012
¿Son las plazas necesarias?
La reciente apertura de la plaza de Salvador Seguí, en Barcelona, del arquitecto José-Luis Mateo, tan triste como el gris edificio de la Filmoteca a la que sirve de entrada, plantea quizá la cuestión de la necesidad de la plaza en el espacio urbano.
Se han abierto y urbanizado un cierto número en Barcelona, sobre todo en el casco histórico o antiguo, desde los años ochenta, para tratar de "esponjar" el denso y degradado tejido urbana, y permitir que la luz penetre en tan compacta masa de viviendas separadas por callejuelas que son tajos en un volumen casi continuo.
¿Es la plaza consustancial con la ciudad? Ésta, ¿la requiere?
Supongo que la mayoría de los estudios sobre plazas urbanas se remontan al origen: el ágora griego. Éste constituía una innovación formal y simbólica en la trama urbana oriental. La plaza era un espacio público. No pertenecía a nadie, ni a dioses ni a poderosos -reyes o sacerdotes- o, mejor dicho, pertenecía a todos los ciudadanos. De este modo, ninguno podía ocuparlo permanentemente. Se trataba de un lugar de intercambio: facilitaba todo lo que se mercadeaba, todos los cambios de dueño, todas las transacciones, de bienes y de ideas. En el ágora se comerciaba y se discutía. Los mercados y las instituciones políticas asamblearias se disponían en el ágora, junto con el templo de la diosa de protectora de la ciudad, o del fuego comunitario (el santuario de Hestia, la diosa del hogar), y estatuas dedicadas a las divinidades que mediaban en las transacciones, como la diosa Peitho, la Persuasión.
Esta estructura o forma urbana no existía en la ciudad mesopotámica. Es cierto que poco se sabe de la trama urbana sumeria, babilónica o asiria, pero todo parece indicar que las ciudades poseían una trama muy densa, compuesta por callejones y canales dispuestos como arterias -que seguían las vías de evacuación naturales de los montículos o tells sobre los que se alzaban las ciudades-, tan estrechos -quizá como medida de protección contra el inmisericorde asoleo- que dos personas apenas podían cruzarse.
La ciudad mesopotámica sí poseía espacios abiertos: se trataba de los patios de los grandes santuarios. Su acceso estaba habitualmente vetado a los humanos; tan solo reyes y sacerdotes tenían acceso a los templos. Sin embargo, durante las grandes fiestas en honor de las divinidades, la población -o una parte de ésta, al menos- estaba autorizada a penetrar en el primer y más extenso patio para contemplar y posiblemente participar en las procesiones anuales cuando las estatuas de culto eran sacadas a la luz pública y paseadas sobre plataformas acarreadas por portadores a pie, o en barcas ceremoniales.
Roma -y la ciudad medieval europea- recuperó, curiosamente, la forma urbana oriental. El modelo clásico griego se tuvo fortuna. Se ha dicho a menudo que Roma era más parecida a una cashbah árabe que a una ciudad bien planificada con una trama ortogonal alrededor de un espacio central vacío. La ciudad romana poseía un foro -o varios-; pero éstos se situaban en los márgenes de la ciudad, allí donde, en la Edad Media, se ubicarán los mercados, en las puertas de la ciudad, o fuera incluso de la muralla. Los foros imperiales se hallaban en el centro de Roma, ciertamente; mas no se trataba de espacios públicos, sino sagrados. Cumplían la misma función que los patios de los santuarios orientales: daban acceso a los templos, a los que casi nadie tenía acceso.
Roma no tuvo ágora ni plazas. Poseyó mercados, campos de Marte -donde se celebraban paradas militares- , espacios para juegos sangrientos (de carácter religioso), siempre en lugares periféricos, mientras que el centro de la ciudad estaba constituido por ínsulas o manzanas agrupadas las unas contra las otras.
Este modelo perduró, salvo excepciones hasta las primeros planes de crecimiento urbano, y las ciudades de nueva planta coloniales españolas, en el Renacimiento.
La plaza no era necesaria. La calle era el lugar de encuentro, así como el mercado, los baños, las termas -que perduraron hasta la Alta Edad Media, cuando la iglesia dejó de tolerar estos lugares "promiscuos", y de abierta discusión o contestación.
Las fiestas, las procesiones, los saturnales tenían lugar en las calles, de día o de noche.
De hecho, la trama urbana, incluso en Grecia, se había constituido a partir de los caminos procesiones que unían los santuarios intra- y extra-urbanos, a menudo construidos o delimitados antes que la propia ciudad. Las danzas, los pasos procesionales, el deambular de los coros determinaron la organización de la ciudad. Ésta se construyó a partir de los cantos y los desfiles.
La calle era el elemento principal y articulador. En ella se producían las explosiones festivas que podían poder en jaque el orden social, ciertamente, pero las calles también acogían desfiles en los que la ciudad se reconocía, confirmando los lazos que unían a los ciudadanos con su ciudad.
La plaza es un espacio vacío, muerto. Nadie sabe cómo planificarlo. La plaza tenía sentido en gobiernos absolutistas, pues éstos se mostraban en amplios espacios vacío, necesarios para semejantes manifestaciones de ostentación. Pero el comercio y los debates, que en Grecia acontecían al aire libre o a la vista de todos, se celebran hoy a puerta cerrada. La plaza, entonces, ¿es necesaria?
En Nueva York, por ejemplo, los espacios más vitales no son plazas, sino calles: Times Square no es una plaza sino un espacio alargado que resulta de la confluencia temporal de unas calles que vuelven a separarse tras unos centenares de metro. Uno de los nuevos espacios públicos más vitales consiste en un parque abierto en una vía elevada (High Lane).
La calle mide el pulso. Una ciudad puede vivir sin plazas, no sin calles. Las plazas, a menudo se vallan, como si fueran solares vacíos: lugares ante cuyos límites la ciudad se detiene. La ciudad se paraliza cuando la calle es tomada. Cuando las manifestaciones del 15-M en España, las ciudades no se detuvieron: las acampadas ocupaban las plazas, espacios casi siempre ajenos a la vida urbana. En Barcelona, la Plaza Cataluña es un vacío considerable; por el contrario, la plaza del Ayuntamiento de Madrid tiene vida porque es el origen de todas las vías y arterias que recorren la ciudad y la conectan con otras urbes.
La plaza tenía sentido en la Grecia clásica. ¿Lo tiene hoy? ¡No es una muestra de desidia o de incapacidad por tramar la ciudad?
domingo, 25 de marzo de 2012
La torre de cristal, de S. M. Eisenstein (1926)
Tras una visita a los decorados de la película Metrópolis, de Fritz Lang, en Berlín, en 1926, el cineasta Sergei Mikhailovich Eisenstein (1898-1948), hijo de arquitecto y, al parecer, arquitecto frustrado, decidió filmar una película dedicado al emblema de la arquitectura moderna, el rascacielos de vidrio.
Se trataba de un homenaje a la arquitectura urbana norteamericana, y una crítica a la vida que acogía y condicionaba.
La propuesta fue muy bien recibida por Charlie Chaplin, fundador la la productora United Artists, si bien, finalmente, las negociaciones se establecieron con la productora Paramount en 1930.
Los arquitectos Le Corbusier y Wright jugaron un cierto papel en la concepción y el desarrollo del guión y de las ilustraciones de la película. El primero recibió con entusiasmo la propuesta, mientras que un proyecto de torre de cristal, de Wright, para Nueva York, sirvió de motivo de inspiración formal.
La película nunca se filmó. Eisenstein no acabó el guión. Parecía bloquedado. Solo quedan notas y bocetos. Habría constituido una de sus últimas obras, rodada, seguramente, en Hollywood.
Algunos estudiosos se han sorprendido, sarcásticamente, que los arquitectos tuvieran -y tengan aún- a un santo patrón peculiar: el apóstol Tomás. Éste es conocido, a través de los Evangelios canónicos, como una persona que duda de todo aquello que no comprueba directamente, como la resurrección de Cristo, por ejemplo. Pero su relación con la arquitectura se estableció en textos apócrifos (las Actas de Tomás, por ejemplo, del s. III dC), en los que Tomás es presentado como un diestro proyectista y constructor, que gasta en donativos a los pobres todas material preciosas que le fueran entregadas para que edificara un palacio nuevo y deslumbrante para Gundosforo, el rey de la India.
Tomás no cumplió con el encargo, siendo acusado de ladrón o despilfarrador -por lo que su conversión en patrón de la arquitectura puede sorprender, aunque quizá no tanto hoy-, o cumplió de una manera extraña. Puesto que el rey Gundosforo le había encargado un palacio inigualable, inimaginable, decidió construirlo sin nada, con aire y luz, tan solo, y posado, no sobre la tierra, sino sobre una nube, por lo que los materiales de construcción no eran necesarios. Edificó un castillo en el aire, invisible para los mortales, y al que solo accedían las almas en el cielo.
Este edificio no cayó en un saco roto. Fue un acicate para la inspiración, al menos de un arquitecto. El Arquitecto: uno de los tres protagonistas de la fracasada película de Eisenstein, junto con el Poeta y el Robot, que construyó una torre enteramente de vidrio, que nadie podía ver. De algún modo, tampoco había cumplido con el encargo, o de un modo harto peculiar.
El Arquitecto construyó un edificio invisible, en el que todo lo que acontecía se desarrollaba a la vista de todos, puesto que muros, techos y suelos eran de vidrio. Los personajes parecían flotar en el espacio. Caminaban sobre nada, en el vacío. Desde los pisos se descubrían simultáneamente todo lo que acontecía dentro y fuera del rascacielos, ofreciendo unas vistas múltiples, esféricas. Las vistas en perspectiva quedaban abolidas. Se veía todo al mismo tiempo. Ningún punto de vista era privilegiado. Cada personaje tenía la sensación que sus ojos poseían una visión en todas direcciones, tanto hacia adelante, como hacia arriba y hacia abajo. Nada detenía la vista.
Por eso, el habitante más adaptado a este espacio era el Poeta. Éste era un visionario. Veía lo que no había acontecido aún, lo que no existía todavía. Veía el presente y el futuro; también el pasado que su talante de vidente le ofrecía. La torre de vidrio era el lugar del Poeta, dotado de una visión aguda.
Pero no todo tenía que ser visto. Los habitantes podían tener secretos, pensamientos, deseos que no querían compartir, que fueran expuestos a la luz pública. Ante el acoso de los ojos escrutadores de todos los vecinos, sometidos a la presión implacable de múltiples miradas que no cesaban en el empeño de verlo todo, algunos prefirieron suicidarse; otros se rebelaron. Cometieron atropellos, crímenes incluso, a fin de escapar al ojo omnisciente. El desorden se instauró. La luz y la geometría que el cristal apelaba fueron la causa que la noche y la nocturnidad se instalaran en la torre de cristal. Los compartimentos verticales y horizontales que debían impedir el secretismo, y permitir que nada se llevara a cabo a escondidas de nadie, a fin de evitar la injusticia y el crimen, llevaron el caos en el interior de la torre de vidrio. Todo se veía; todos se espiaban o trataban de dar la espalda a todo el mundo. Los habitantes se encogían, camuflaban gestos y rostros. La hipocresía fue la norma, así como la suspicacia. El buen funcionamiento reglado, con la maquinaria a la vista, las comunicaciones francas, crearon un ambiente opresivo, en el que no se podía descansar.
Fue entonces cuando el Robot intervino. Se aprestó a restaurar el orden. Dio un golpe de mano. La torre estalló en mil pedazos. Se derrumbó en una afilada lluvia de puñales de vidrio. Cuando ya no quedó nada, el Robot se palpó la cara, se arrancó la máscara y descubrió su verdadero rostro: el del Arquitecto que había decidido acabar con su obra que se le había rebelado.
La arquitectura de cristal, lejos de los paraísos que prometía y la comunión con el cielo, había engendrado un infierno. La torre de vidrio, como la torre de Babel, se desvanecía. Al igual que la carrera de Eisenstein, bajo la bota de Stalin.
Véanse los artículos siguientes:
http://revues.mshparisnord.org/appareil/index.php?id=1234
http://www.rouge.com.au/7/eisenstein.html
http://www.lespressesdureel.com/ouvrage.php?id=1134
El video-artista francés Thomas Leon (1981) tiene actualmente una exposición, titulada Glass House, en la ciudad francesa de Valence, dedicada a esta obra de Eisenstein: http://www.thomasleon.net/videos.html
sábado, 24 de marzo de 2012
Arquitectura en Berlín
Obra sobre el espacio contemporáneo (Room with My Soul Left Out, Room That Does Not Care, 1984), de Bruce Nauman, en el Museo de Arte Contemporáneo de Berlín (Hamburger Bahnhof)
Foto: Tocho, julio de 2011
(Versión de un artículo publicado en la revista Altaïr: "Berlín, siempre en vanguardia", nº 76, 2012, ps. 82-89)
Quienquiera conocer Berlín no tiene que viajar. Necesita solo
teclear en Internet (o desplazarse a la tienda de videos más cercana). La
película de ciencia ficción Aeon Flux
(Karyn
Kusama , 2005),
enteramente rodada en la capital alemana, refleja bien la impresión que
arquitectura berlinesa contemporánea produce. El film se hubiera tenido que
rodar, significativamente, en Brasilia, la innovadora capital de Brasil fundada
hace cincuenta años en medio de un altiplano desértico. Pero ni siquiera el
tamaño, el vacío, el carácter “abstracto” de ésta, así como la imposibilidad de abarcarla, de
recorrerla, fueron suficientes para evocar la urbe del futuro. El carácter
inquietante de ésta quedaba mejor representado por la nueva Berlín de formas
“autistas” de vidrio y hormigón. El nuevo crematorio (1999), entre un ritmo
implacable de pilares, de los arquitectos Axel Schultes y Charlotte Frank, y el
hermético velódromo cubierto y semi-enterrado (1997), del arquitecto francés
Dominique Perrault, dos de los
principales enigmáticos y duros escenarios
de la película, símbolos del olvido (cargado de dramáticas connotaciones),
y de una carrera hacia adelante, evocan
bien la nueva y renacida ciudad que Berlín quiere encarnar.
En 1989 empezó una nueva historia para Berlín. La ciudad, en
parte grandiosamente ampliada y modificada por Albert Speer, el arquitecto del
Tercer Reich, entre 1937 y 1943, y arrasada hasta los cimientos durante y al
final de la Segunda Guerra Mundial (se han levantado nueve colinas
artificiales, entre ellas, la Colina del Diablo, en Grunewald, con los
descombros amontonados), fue ocupada por las potencias vencederas, y luego
dividida en dos zonas enfrentadas: Berlín Este, a cargo de la Unión Soviética y
luego de la Alemania oriental, y Berlín Oeste, en manos franco-anglo-norteamericanas,
concebido como un escaparate de la Alemania Federal capitalista, ubicado en el
corazón de la Alemania Oriental comunista. Ante la constante huida de
ciudadanos del Este hacia el Berlín Oriental, un alto y continuo muro de
hormigón, levantado en 1961 por la Alemania Oriental, vigilado por torres de vigía y defendido por
alambradas y perros en el lado oriental, selló física y mentalmente la
división. Unos pocos puntos fronterizos permitían el paso controlado de una
zona a otra de Berlín. Berlín oriental se asentaba en lo que fue el centro
histórico, monumental y cultural, de la capital del Reich; Berlín occidental,
por el contrario, heredó parques y barrios periféricos. El centro del Berlín de
la preguerra, cercano al muro, y, por tanto, convertido en una zona periférica
del Berlín Oriental, quedó amputado de
sus barrios residenciales más lejanos, que formaron parte del Berlín Occidental.
El muro apenas seguía la trama urbana, por otra parte
desfigurada por los bombardeos y los incendios. Calles, bloques, la red de
metro quedaron interrumpidos sin contemplaciones. Una zona baldía, de seguridad, impedía llegar
a los pies del muro en el Berlín Oriental. Las casas cercanas fueron
desalojadas y tapiadas. Mientras, en la parte occidental (que creció a espaldas
del muro), las viviendas que miraban al muro fueron despoblándose. Una inmensa
franja, abandonada, entregada a las malas hierbas entre ruinas y edificios
vacíos recorría toda la ciudad, como una amplia grieta en un muro, o una tierra
yerma.
Todo y observándose sin cesar, cada parte de Berlín creció
por su cuenta, sin tener en cuenta su otra mitad. Todos los servicios fueron duplicados.
Ambas zonas de Berlín, rivalizaban a fin
de exponer las virtudes de ambos
sistemas políticos: esta lucha se traducía urbanística y arquitectónicamente.
La gran avenida comercial y de la luz de Kurfürstendamm, en el Berlín
occidental, bordeada de comercios de lujo y vitrinas expuestas en medio de las
aceras, cuya animación no cesaba de noche, fue contestada por la Karl-Max-Allee,
una avenida descomunal bordeada por bloques neoclásicos, semejantes a severos
palacios, muy semejantes, que albergaban viviendas de alquiler, y que,
curiosamente, recordaba las amplias y frías avenidas que grandes arquitectos
racionalistas dibujaron como imágenes de las ciudades del futuro, entregadas al
tráfico rodado; tráfico que, en la depauperadas Berlín oriental, apenas
existía.
La reunificación de Alemania tuvo unas consecuencias
inmediatas en Berlín. Volvió a ser la capital alemana. Pero carecía de todas las
infraestructuras necesarias: sedes gubernamentales, alojamientos para
funcionarios, embajadas. Éstas, que existían en la Alemania anterior a la
Guerra, y se ubicaban en el centro, bordeando el río Spree, en un área marcada
por el muro, habían quedado destruidas por los bombardeos y los derribos que
sucedieron al final de la contienda. Así, solo quedaron en pie tres embajadas
(entre éstas, la española), aunque maltrechas y ennegrecidas.
Lo primero que cabía hacer era derribar el muro. Pese a las
protestas de quienes sostenían que éste ya hacía parte de la historia y debía
ser preservado, al menos en parte (un tramo de un centenar de metros,
convertido en una especia de escultura minimalista cuyas pintadas se han
preservado y restaurado, que atrae a todos los turistas, se ha mantenido), su
destrucción dejó una amplia cicatriz
abierta, sin urbanizar ni edificar, en medio de la ciudad, que interrumpía la
antigua trama urbana.
El plan del nuevo Berlín, a cargo de Josef Paul Kleihues
(muy criticado, según algunos críticos, por su grandiosidad y sometimiento a
esquemas clasicistas que recordaban en exceso al Gran Berlín de Speer), tenía tres objetivos: volver a restaurar una
única trama, pese a que cada parte, en el este y el oeste, había crecido independientemente; reconstruir
algunos espacios que habían constituido el corazón del Berlín anterior a la
guerra (Postdasmer Platz, Puerta de Branderburgo), como si la historia no
hubiera marcado la ciudad y nuevos centros no hubieran surgido; y crear las
infraestructuras necesarias de una capital política (parlamento, sedes
institucionales, dependencias administrativas),
junto con una red unificada de transportes que conllevaba la creación de
estaciones de metro y una grandiosa estación central intermodal en la que confluyeran líneas de metro, de
autobuses y de trenes (obra del equipo Gerkan, Marg
& Partners, inaugurada en 2006, cuya descomunal cubierta de acero y
vidrio es considerada como una obra maestra de ingeniería que interpreta las
grandes bóvedas de cañón acristaladas de las estaciones del siglo XIX).
El proyecto era titánico. El coste incalculable. La crisis económica provocada
por la revitalización y transformación de la economía de la antigua Alemania
Oriental ha frenado el imparable crecimiento de Berlín. Se piensa, hoy, que la
reconstrucción de Berlín no concluirá hasta 2025.
Es cierto que algunos de estos proyectos de reconstrucción
se habían iniciado en los años ochenta, en el Berlín Occidental, con motivo del
750 aniversario de la fundación de la ciudad, dentro del marco de lo que se
denominó Internationale Bauaustellung (IBA 1987): una muestra
permanente de nueva arquitectura. Arquitectos como Aldo Rossi, Peter Eisenmann
o Alvaro Siza construyeron bloques de viviendas que, en ocasiones, no han
envejecido demasiado, pese al colorista
estilo de los años ochenta que remedaba irónicamente estilos del pasado.
Berlín se convirtió en la meca de los arquitectos. Una
capital tenía que ser levantada de nuevo. Todo estaba por rehacer. Las
decisiones sobre qué hacer con las ruinas, y el pasado, se tenían que tomar.
Una ciudad destruida, pero que había revivido, podía quedar destruida de nuevo,
quizá para siempre. Pero había poco tiempo para pensar. Los primeros frutos de
la reunificación tenían que ser visibles pronto. Berlín volvía a ser la capital
de Europa.
Sin embargo, un problema inesperado –y aun no totalmente
resuelto- ha marcado, para bien y para mal, la transformación y el resurgir de
Berlín: el desconocimiento de los actuales propietarios de los terrenos
afectados, que ha frenado la reurbanización del vacío dejado por el derribo del
muro. ¿Por qué este “vacío legal” ha
sido al mismo tiempo beneficioso y perjudicial? Aunque la aureola Berlín como
ciudad favorable a los artistas más innovadores se está nublando hoy, debido al
aumento del alquiler de los estudios, y la multiplicación de galerías dedicadas
al arte contemporáneo más ostentoso y caro, aún sigue siendo en Europa la
tierra prometida para artistas plásticos y músicos emergentes. La razón estriba
en el gran número de locales industriales y pisos vacíos, particularmente aptos
para estudios, locales de ensayo y centros “alternativos”, que pueden ser
alquilados –u ocupados- a buen precio (o gratis). Este hecho positivo es
consecuencia de la muy particular situación inmobiliaria berlinesa, derivada
aún de la división que el muro estableció. A fin de levantar éste, las autoridades comunistas del Berlín
Oriental expropiaron terrenos y viviendas. Tras la unificación, y antes de
poder urbanizar los terrenos baldíos, una vez derribado el muro, se han tenido
que devolver las propiedades privadas expropiadas. Pero decenas de años han
pasado desde la construcción del muro. Los
propietarios han fallecido; los
herederos desconocen a menudo los bienes de los que disponían las familias. Aquéllas
que lograron escapar de Berlín Este, además, no han dejado documentos sobre los
terrenos que poseían. Los poderes públicos actuales tienen entonces que dejar
pasar años, antes de poder disponer de tales solares. Mientras no se resuelven
estos problemas, marcados por la dificultad en encontrar los antiguos propietarios,
la municipalidad de Berlín, en una decisión innovadora y sorprendente, ha
permitido que todas las construcciones abandonadas en litigio pudieran ser
ocupadas temporalmente: por ejemplo, por creadores, a precios módicos, con la
condición de que fueran preservadas (y devueltas cuando los propietarios fueran
hallados o el tiempo de cesión hubiera prescrito, lo que está empezando a
ocurrir hoy). En algunos casos, incluso, antiguas fábricas, abandonadas y
ocupadas, convertidas en centros de creación, han sido finalmente preservadas
para siempre. Estos quizá sean los mejores logros urbanísticos de Berlín, tras la caída
del muro. Así, destaca Radial System, una antigua estación de extracción de
agua, de finales del s. XIX, rehabilitada y reconvertida en 2006 en un centro
de arte público por el arquitecto berlinés Gerhard Spangenberg, posiblemente la
mejor obra de arquitectura actual de Berlín.
La meca de los grandes arquitectos contemporáneos ha sido en
ocasiones su tumba. La reconstrucción de los tres grandes centros históricos
(la Puerta de Brandenburgo, y las plazas de Potsdam y de Leipzig), revela
claros y sombras. Las titánicas obras –frenadas por la crisis económica-
permiten descubrir edificios notables (la sede del DG Bank, de F. Gehry, de
2001, bien adaptado al entorno, sin parecer una simple copia del pasado), pero
los espacios adolecen de los problemas que afectan la arquitectura
contemporánea: la incapacidad de los edificios, siempre concebidos como obras únicas, de integrarse en un conjunto. Las plazas, que mantienen las trazas de las
plazas originales, se convierten en un muestrario, más o menos afortunado, de
edificios que, todo y respetando alturas
y volúmenes parecidos, parecen pulpos en un garaje: “componen” una involuntaria
cacofonía visual. Por otra parte, Berlín ya no es la ciudad que era antes de la
Guerra. Ha vivido cincuenta años dividida. Se abrieron distintos centros en
cada parte, que siguen activos. Los
antiguos espacios centrales no han recuperado el protagonismo. Son lugares o
“no-lugares” (que incluyen grandes
centros comerciales y hoteles, a cargo de empresas privadas, en los que ha
primado a veces el carácter espectacular y un excesivo volumen, como en el
Centro Sony, de Helmut Jahn, de 2000)
visitados por los turistas, mas la vida se halla en otros lugares de la ciudad.
La construcción de los edificios políticos administrativos
(con la polémica –entre acusaciones de plagio- restauración del Parlamento y la
construcción de una cúpula de vidrio, a cargo de Norman Foster, en 1999), y de
las embajadas (entre las que destaca la embajada de los Países Bajos, del arquitecto
holandés Rem Koolhaas, por una vez insólitamente contenido, ganadora del Premio
Europeo de Arquitectura Mies van der Rohe, de 2005) ha permitido urbanizar amplias zonas abandonadas del centro de
Berlín. Mas la concentración de edificios públicos y administrativos, en medio
de zonas verdes, sin comercios algunos, ha
creado zonas carentes de vida fuera de las horas de oficina, que solo
los grupos de turistas, de nuevo, animan.
Los espacios más humanos, empero, se hallan en antiguos
barrios como Prenzlauer Berg, y
Kreuzberg. Durante años abandonados para la emigración, turca, principalmente,
han sido rehabilitados sin que la población haya sido desplazada, ni se hayan
derribado innecesariamente edificios. Tiendas de moda, cafés,
restaurantes, centros de ocio y galerías
de arte contemporáneo (en calles como Oranienburger Strasse, en el barrio de
Mitte) alternan con un comercio tradicional modesto (por ejemolo, en Oranien
Strasse, en el barrio de Kreuzberg); el tejido social y urbano se ha
enriquecido sin desgarrarse excesivamente. Del mismo modo, la rehabilitación de
una parte del barrio de Kreuzberg, muy deteriorado porque limitaba con el único
paso fronterizo de Checkpoint Charlie
(hoy envilecido más, si cabe, por figurantes disfrazados de soldados de
Alemania del Este que simulan controles y arrestos y que hacen las delicias de
unos turistas que creen vivir siniestras estampas del pasado) también ha
permitido integrar edificios notables en los huecos de una trama urbana
preservada al máximo. En estos casos, se ha logrado devolver a la vida barrios
empobrecidos y desertizados.
La restauración de la trama urbana berlinesa no ha
concluido. Berlín sigue siendo la ciudad con un centro con más solares vacíos de Europa. Es, por tanto, la ciudad más amenazada por la
especulación urbanística, y con más futuro. Pero la rehabilitación integral de
algunos barrios permite albergar la esperanza que Berlín no se va a convertir
en Shanghai, y que la recuperación de la capitalidad, con el inevitable séquito
de imponentes edificios públicos que representan el poder de la nueva Alemania,
no se hace ni se hará definitivamente a costa de la vida dignificada de los
barrios, en la que se tejen antiguas y nuevas profesiones y funciones.
Agradezco a los
artistas Luis Fernández Pons y Jasmina Llobet,y los arquitectos Marc Marín y Thomas Stellmach toda la
información recibida y los recorridos
“transversales” por Berlín.
Bibliografía:
Michael
Imhof y León Krempel: Berlin, new
architecture: a new guide to new buildings from 1989 to today, Michael
Imhof Verlag, 2009. Guía útil para conocer los edificios más
prestigiados recientes, publicada por
vez primera en 2004, reeditada y actualizada.
Claire Colomb: Staging the New Berlin: Place Marketing
and the Politics of Urban Reinvention Post-1989 (Planning, History and
Environment Series), Routledge, Londres, 2011: una visión crítica de la reconstrucción de Berlín,
abocada a veces más hacia el turismo que a los ciudadanos, cuidando antes la
imagen que la función.
Alain Resnais (1922): Toute la mémoire du monde (Toda la memoria del mundo) (1956)
Célebre documental de Alain Resnais (una obra primeriza que le dio a conocer) sobre la Biblioteca Nacional Francesa (BNF), en su antigua sede de la calle de Richelieu, en París
viernes, 23 de marzo de 2012
Museos en Berlín
Neues Museum
Foto: Tocho, julio de 2011
(Versión de un texto publicado en la revista Altaïr: Berlín. Siempre en vanguardia, nº 76, 2012, ps. 50-59).
Agradecimientos a Pepe Verdú, y a Marc Marín.
Berlín no posee monumentos antiguos, catedrales góticas,
palacios barrocos, parques salpicados de falsas ruinas románticas, como Roma,
Londres o París, ni deslumbrantes muestras
de la más delirante arquitectura del siglo XX, como los rascacielos de Chicago
y Nueva York. Berlín es una ciudad relativamente moderna, convertida en la
capital de un estado en el siglo XIX, arrasada hasta sus cimientos hace setenta
años, y levantada de nuevo.
Pero Berlín posee el mayor número de grandes museos, de muy
distinto tipo, que quepa imaginar. Un visitante podría pasar varios días
pisando la calle solo para desplazarse de museo en museo; y, aún así, apenas
tendría la necesidad de recorrer la ciudad, pues cinco de los grandes museos se hallan
concentrados en la llamada Isla de Museos, situada, en efecto, en una isla del
río Spree.
Museos públicos y privados (Colección Boros expuesta en un
bunker), generalistas (Kulturforum ) y monográficos (Museo Käthe Kollwitz, dedicado
a la mejor autorretratista del siglo XX; Museo del movimiento expresionista Brücke),
dedicadas a las artes del remoto pasado (Museos Pergamon, Neues, Altes, Bode) y
del presente más actual (Hamburger Bahnhof, Neue Nationalgalerie dedicada al
arte del s. XX) , occidentales y de
otras culturas, orientales y “primitivas” (Museo Etnológico, Museo de Arte
Asiático), exclusivamente alemanes (Altes) e internacionales (Gemäldegalerie), artísticos
(artes, artesanía y diseño industrial: Museo Bröhan, Bauhaus-Archiv), históricos
(Museo de la Historia Germánica, Memorial del Muro de Berlín), científicos y
etnográficos; museos con colecciones
permanentes y centros de exposiciones temporales (Martin-Gropius-Bau); la
oferta cubre casi todas las manifestaciones del quehacer humano: signos de
grandeza, o de bajeza, de horror (Topología del Terror, Museo del Muro,
Memorial del Muro, Museo de la Stasi); museos que cantan el ingenio, el buen
hacer, la creación humana, o que expían la destrucción (Museo Judío, Memorial de
los Judíos Asesinados en Europa).
Berlín quiso dominar del mundo, conquistándolo y saqueándolo a finales del
siglo XIX y en la primera mitad del s. XX. Lo logró, aunque no necesariamente por medio
de la violencia: hoy, el mundo se refugia en los museos, los centros de
creación, los espacios, en ocasiones, ocupados (Radialsystem, o los antiguos talleres de reparación de
trenes de la RAV, en Revaler Strasse), las bibliotecas, los archivos, las
universidades, las salas de concierto (admirables los edificios de Hans Scharoun),
edificios y conjuntos de grandes arquitectos del siglo XX (Le Corbusier,
Gropius ), de Berlín; Berlín, convertida, para muchos, en una de las ciudades
más atractivas y económicas de Europa, más libre y en las que la creación está
menos legislada.
Esta concentración de bienes artísticos no es casual, aunque
sorprende, porque se efectuó tardíamente y en poco tiempo, habiendo quedado,
por otra parte, afectada por la historia alemana del siglo XX: la destrucción
de Berlín y de una parte de los bienes que atesoraba, como el bombardeado y
quemado Museo dedicado a la ciudad mesopotámica de Tell Halaf (cuyas grandes
estatuas de basalto, intactas, que representaban a dioses y reyes, fueron
llevadas de Siria a Berlín para protegerlas supuestamente de la incuria, y estallaron
durante un bombardeo en 1943, aunque han podido ser reconstruidas parcialmente
hoy), y la partición y ocupación de la ciudad durante cincuenta años, por parte
de las cuatro potencias victoriosas, con la consiguiente división de los bienes
artísticos; algunos, tomados como botines de guerra, desaparecieron para
siempre, aunque descubrimientos y devoluciones recientes (como el tesoro
arqueológico de Schliemann) no impiden soñar que tesoros siguen escondidos en
almacenes o desvanes .
Cuando Berlín se convirtió en la capital de un imperio
unificado, en 1871, la mayor parte del mundo no occidental (África y Extremo Oriente) estaba ya en manos
británicas y francesas. La creación de colonias europeas –aparte de las
colonias iberoamericanas, fundadas en el s. XVI- había empezado a finales del
siglo XVIII. Alemania necesitaba colonias si quería rivalizar con las grandes potencias
occidentales. Solo quedaba el Próximo
Oriente, en manos de un decadente Imperio Otomano, cuya disgregación se
aceleraba por las rivalidades internas entre turcos y árabes a los que solo la
religión unía. Alemania se alió al
Imperio Otomano, para apuntalarlo, obteniendo a cambio la posibilidad de
explorarlo y explotarlo. Las tierras y culturas citadas en la Biblia, como
Asiria y Babilonia, ambas semitas –y, por tanto, poco apreciadas por los turcos-,
estaban a disposición de los alemanes. El
mismo emperador financió expediciones que tenían como fin obtener piezas
arqueológicas con las que dotar los recién creados museos, dignos de una nueva capital
imperial mundial. Berlín tenía que competir con el Museo del Louvre de París y
el Museo Británico en Londres. Las ruinas de Asur, la capital del Imperio
Asirio, y de Babilonia, una de cuyas puertas, y cuyo paseo procesional,
delimitado por altos muros recubiertos de ladrillos vitrificados con relieves
de animales sagrados babilónicos, libraron sus riquezas transportadas a Berlín.
Por otra parte, El Próximo Oriente antiguo
también había acogido a pequeños reinos,
como el reino de Tell Halaf, a colonias griegas de la costa jonia (como
Halicarnaso o Mileto, algunos de cuyos principales monumentos fueron también
trasladados y remontados en lo que se convertiría en el Museo de Pérgamo), y a reinos
orientales marcados por la cultura helenística, como Pérgamo, uno de cuyos
grandes altares sacrificiales dedicados a todos los dioses, recubiertos de
pesados relieves que narran las luchas entre divinidades, fue también llevado a
Berlín y remontado (primando, desdichadamente, la visión de los relieves y no
la forma íntegra del altar): todos libraron piezas excepcionales.
La afluencia de obras, casi todas de culturas antiguas
procedentes de colonias o de territorios controlados y explorados por los
alemanes, llevó a la creación, en el centro de Berlín, de la llamada Isla de
los Museos, centrada alrededor del Museo Pérgamo. Se construyeron cinco museos
dedicados a colecciones arqueológicas y de arte alemán.
Desde la
reunificación alemana (que se suponía iba a doblar los presupuestos del estado)
y de las colecciones (divididas, tras la Segunda Guerra Mundial entre la
Alemania Federal –que construyó sus propios museos berlineses- y la Alemania
oriental), la Isla de los Museos, que
habría sufrido durante la Guerra, y no había podido ser restaurada
adecuadamente durante la Guerra Fría (los edificios aun no rehechos,
ennegrecidos, siguen marcados por huellas de metralla), ha sido enteramente
replanteada.
Varios museos ya han sido completados. Destaca el Altes
Museum, ubicado en un edificio neoclásico de K.F. Schinkel (muy dañado durante
la Guerra, y reconstruido en 1966), construido alrededor de una rotonda que
alberga una colección de estatuario greco-latina, dedicado a las colecciones clásicas.
Sin embargo, por ahora la joya de la corona es el Neues
Museum, abandonado desde el final de la guerra, tras un incendio. Ha sido salvado,
siguiendo un criterio admirable, por el arquitecto inglés David Chipperfield:
las heridas no se han borrado. Dedicado al arte egipcio, como lo había sido
antes de la Guerra, y a la arqueología celta y del norte de Europa (con los
fondos del antiguo Museo de la Prehistoria) –la unión de las colecciones
egipcia y celta no da lugar a una nueva colección armónica, empero-, se muestra como una obra de arqueología
moldeada por el tiempo y la historia: un envoltorio que no camufla sus heridas,
y entre cuyas paredes vuelve a brillar
el arte egipcio del periodo amarniense: las exangües máscaras funerarias de
yeso de Akhenaton y su familia, así como
el deslumbrante busto de su esposa Nefertiti , encapsulado, en su fascinante
ensimismamiento, en una pequeña rotonda.
La inteligencia con las que se han planteado la
reconstrucción y ampliación del edificio (Premio de Arquitectura Contemporánea
de la Unión Europea Mies van der Rohe 2011) y el despliegue de las colecciones,
quizá también destaque en la laboriosa restauración de la pieza central de la
isla de los Museos, iniciada este año, según un proyecto que el arquitecto O.M.
Ungers, fallecido en 2000, no ha visto completado: el Museo Pérgamo. Cuando las
faraónicas obras concluyan (hacia el año 2015), el Museo –muy necesitado de una
reconversión y actualización museográfica- estará enteramente dedicado al arte
oriental antiguo. Seguirá presentando una buena colección de arte mesopotámico,
desde el IV milenio hasta las invasiones árabes en el s. VII dC, pasando por
Asiria, Babilonia, el imperio hitita y los reinos siro-cananeos, en la que las imponentes
murallas y la puerta de Babilonia, en el centro del museo, no dejarán de
fascinar a los visitantes (pese a que son muestras de un arte mesopotámico
tardío, técnicamente irreprochable, pero algo frío o chillón), guiándolos por un
recorrido a través de los orígenes de la cultura.
Desde el Museo Pérgamo, una serie de paseos cubiertos enlazarán
todos los museos de arte antiguo de la isla, configurándolos como las distintas
estancias de un gran conjunto, salpicado de jardines, plazas y paseos, abiertos a todos los transeúntes,
dotado de una nueva entrada, aún por edificar.
El sueño del paseo procesional de Babilonia se extenderá a todo el
centro cultural de Berlín. Todas las vías confluirán hacia el Museo Pérgamo,
como si la historia naciera en él, convertido en el centro de la ciudad, en su
origen.
Bibliografía:
BILSEL, Can: Antiquity on Display. Regimes of the Authentic in Berlin´s Pergamon Museum, Oxford University Press,
2012: una historia de cómo el museo ha construido un sueño, ligado al gusto
colonialista de Europa por Oriente, y no una reconstrucción fidedigna de
monumentos.
CHIPPERFIELD, D., FRAMPTON, K., KEATES, J.: Neues Museum, Berlin, Walther Konig,
Colonia, 2010: una presentación y evaluación de los criterios de restauración
aplicados en este museo. Con fotografías de la fotógrafa y artista Candida
Hofer.
jueves, 22 de marzo de 2012
Frédéric Back (1924): The Man Who Planted Trees/L´homme qui plantait des arbres (El hombre que plantaba árboles) (1987)
Basado en un relato corto del novelista francés Jean Giono, publicado en 1953.
Oscar al mejor cortometraje de animación en 1987
Votado como la tercera mejor película de animación de la historia
miércoles, 21 de marzo de 2012
El zigurat de Babilonia y la torre de Babel
1.- Zigurat de Babilonia (según una reciente reconstrucción)
2.- Torre de Babel (según una visión del s. XVII)
Toda obra de arte interpreta una creación anterior. Éste sirve de modelo o de acicate a una nueva creación que ofrece un nuevo punto de vista sobre un tema tratado por la obra que le precede. La nueva creación trata de aclarar algunos aspectos no resueltos o mal resueltos de la obra que le sirve de motivo.
Toda obra es una versión de una anterior. Esta lectura puede -quizá deba- alterar el sentido que la obra ya existente manifiesta. Tiene que descubrir lo que la obra precedente no ha hallado, exponiendo contenidos latentes o sepultados. Así, una nueva creación descubre o revela aspectos inéditos de obras precedentes.
Esta cadena de obras de arte, en las que cada una aparece como una revisión de una obra anterior, y la fuente de la que le sucede, da lugar a obras que pueden llegar a tener significados muy distintos, ambos válidos, poniendo de manifiesta las complejas relaciones entre lo visible y lo invisible.
Una de las primeras interpretaciones de una creación anterior consistió en la torre de Babel. Ésta, tal como se describe en el Génesis, se inspiraba en el zigurat del templo principal de la ciudad de Babilonia, dedicado al dios protector de la ciudad, Marduk.
Ambas obras eran formalmente parecidas, pese a que la primera, la torre de Babel, solo existiera en la descripción bíblica ( y en la imaginación de los sacerdotes del templo de Jerusalén que redactaron el texto a la vuelta del exilio en Babilonia). Del zigurat de Babilonia, por otra parte, solo se conservan las trazas de los cimientos. En ambos casos, son obras casi imaginarias, hoy.
El zigurat del templo de Marduk, edificado en el siglo VII aC, cumplía la función de todo zigurat. Éste, una pirámide escalonada que formaba parte de un recinto sagrado (al lado del templo propiamente dicho, patios, estanques, árboles, etc.), se basaba en un prototipo, el zigurat del templo del dios de la luna de la ciudad de Ur, concebido y construido hacia el 2100 aC.
La función de un zigurat no está clara. Desde luego no era una tumba, como las pirámides escalonadas egipcias, ni, un observatorio astronómico, como las pirámides mayas, sino que, posiblemente, fueran bases, altísimas bases, de una capilla principal en la que se hallaba la estatua de culto.
La razón de ser del zigurat consistía en soportar la morada de la divinidad, lo más alejada de la tierra. La divinidad, que descendía hacia el mundo de los humanos, no podía tocar tierra, pues en este caso se convertía en un ser mortal, perdiendo su condición divina. Su morada, en la que el espíritu divino se recogía cuando animada la estatua de culto, evitaba descender demasiado. De este modo, el zigurat simbolizaba la diferencia sustancial entre los mortales y los inmortales. Éstos no podrían estar entre los humanos. A fin de que siguieran siendo inmortales, era necesario que ser recogieran en moradas celestiales, a las que ningún humano, salvo determinados sacerdotes y los monarcas, tenían acceso. El zigurat expresaba la sumisión humana. Denotada su condición inferior. Gracias al zigurat, el humano se prosternaba ante la grandeza de la divinidad que vivía allí donde casi no alcanzaba la vista.
La torre de Babel, empero, fue dotada de un significado muy distinto. Fue construida, al igual que el zigurat, por humanos. También se asemejaba a una montaña. Servía de enlace entre el cielo y la tierra. Se presentaba como una escalera celestial. Pero mientras el zigurat era una escalera descendente, solo usada por la divinidad cuando, accediendo a los ruegos de los humanos, decidía acercarse a éstos, la torre de Babel era una escalera por la que solo se subía, y quienes ascendían eran los hombres, deseosos de alcanzar a los dioses -a Yahvé- y de equipararse a éstos. Así, la torre de Babel era un signo de orgullo, no de sumisión; demostraba que los humanos tenían la sensación que entre el cielo y la tierra no existía ningún abismo, y que el espacio entre lo alto y lo bajo podría perfectamente surcarse.
El destino de ambas construcciones fue, sin embargo, el mismo. Ambas cayeron, derribadas, en un caso por el tiempo, en otro por la divinidad furiosa por la arrogancia humana.
En Mesopotamia, los cataclismos, las guerras, los males y, en el caso de las ciudades y los edificios, su decadencia y su derrumbe, eran causados, indirectamente, por las divinidades que daban, de pronto, la espalda a los humanos y los abandonaban a causa de una falta que éstos, al menos el rey, habían cometido.
Cuando una ciudad era asediada y tomada, cuando todos sus edificios eran incendiados y destruidos, se sabía que la suerte se había vuelto en contra de los habitantes. La falta que el rey había cometido se pagaba con el alejamiento de los dioses, que entregaban la ciudad a los enemigos, para que hicieran pagar las faltas a los ciudadanos.
Queda entonces la duda de si el fin del zigurat de Babilonia y de la torre de Babel responde a razones muy distintas. El zigurat no fue levantado por unos humanos que se creyeron dioses. Pero sí fue arrasada por un acto de impiedad del rey que se creyó una divinidad. Ésta era una falta imperdonable. Los humanos, en toda la historia mesopotámica, siempre fueron considerados, siempre se vieron a sí mismos, como unas criaturas de barro, que podían ser disueltos si cometían la menor falta. Igualarse con los dioses era una afrenta que se pagaba con la muerte y la destrucción de la ciudad. Igualarse con los dioses conllevaba la lógica destrucción del zigurat. ¿Para que hubiera servido si la barrera altiva entre los dioses y los humanos hubiera sido abolida? Los dioses hubieran podido estar entre los hombres, o los hombres en el cielo. El zigurat ya no era necesario, o éste hubiera tenido que multiplicarse hasta llegar a soportar todas las moradas humadas, como si los humanos hubieran abandonado la tierra.
Es posible, entonces, que la diferencia entre zigurat y torre babélica, siempre tan señalada, no hubiera sido tanto, o no hubiera existido. De algún modo, puesto que se trataba de una construcción que se apoyaba en la tierra y se alzaba hacia el cielo, cuestionaba la perfecta estructura jerárquica que mediaba entre los dioses y los humanos, estructura que cualquier edificio siempre ha puesto en jaque.
La arquitectura siempre ha sido una muestra de orgullo. Dependiendo del valor que se otorgue a esta virtud (o este vicio), cambiará la consideración que la arquitectura suscite o merezca.
El arte ha servido -y sirve- para que el hombre se crea un dios. Quizá sea inevitable.
martes, 20 de marzo de 2012
La puerta del suelo: John Irving y el infierno, según Inés Vidal.
Érase
una arquitecta a quien encargaron, hace unos pocos años, construir un centro cívico en un pueblo que no existía. Los primeros viajeros que desembarcaban en la isla de Ibiza y se dirigían hacia San Mateo, bien señalizado en los mapas, se encontraban con un paraje desierto, del que tan solo destacaba un modesto y solitario campanario sin que se vislumbrara iglesia alguna.
El pueblo existía -y existe. Pero se trataba, se trata de un pueblo invisible.
Un gran terreno cultivado, de tierras fértiles, ocupa una hondonada. Se trata de tierras preciosas, unas de las pocas que se pueden cultivar en esta parte de la isla, árida y pedregosa. La tierra es demasiado preciada y rara para poder ser ocupada.
A este pareja solo llegaban los benjamines de las familias ricas, a quienes les tocaban pedregales en herencia: terrenos rocosos situados en laderas de montañas, que rodeaban un campo cultivable, que recaía en el heredero de un gran clan familiar.
Algunos desheredados, sin embargo, decidieron intentar cultivar el huerto misérrimo que habían recibido. Desmontaron la ladera, la aplanaron y dispusieron pequeñas terrazas apoyadas en bancales. El esfuerzo para remover las piedras y construir los muros era tal, que decidieron aprovecharlos para levantar sus hogares. Éstos se hallan adosados a los muros de contención de los bancales. Las terrazas de las casas están al mismo nivel que las terrazas superiores; son la continuación de éstas. Las viviendas apenas sobresalen. Todas están semi hundidas en la tierra. Cualquiera que se acerca solo descubre muros y muros de piedra que rodean un amplio terreno cultivado. Las casas ni siquiera tienen chimeneas que sobresalgan que puedan señalar la presencia de fuegos.
Las casas están unidas por caminos privados. No existen calles, ni plazas. Cada habitante vive como un topo, enterrado en su mísero terreno que cultiva a duras penas, mientras labra el fértil campo del terrateniente.
Este pueblo inexistente decidió dotarse de un espacio comunitario.
´Un centro que no podía destacar, que tenía que tener el mismo aspecto, la misma invisibilidad que las casas a las que atendería.
Fue entonces cuando la arquitecta leyó La puerta en el suelo, el hermoso cuento de John Irving. Y decidió que su proyecto iba a solucionar el aterrador problema con el que se enfrentaba la madre (la protagonista del cuento). El acceso al centro cívico, tan oculto como las casas del pueblo de San Mateo, se realizaría, como en un poblado neolítico agazapado, aferrado a la tierra, por una puerta situada en la terraza. Esta puerta se abriría en el suelo.Sería el único elementoo arquitectónico visible, cuando uno estuviera encima. Pero no daría paso al infierno, sino que, a través de un corredor subterráneo, atravesando lo hondo de la tierra, como un tunel incierto, llevaría a un prado verde, brillante bajo la luz, invisible desde cualquier punto salvo desde el umbral de la Puerta en el Suelo.
El centro cívico iba a apaciguar la madre. Y crea un lugar donde el pueblo pudiera encontrarse y hallar un mágico prado, un sueño, como si de otro mundo se tratara, en medio de un injusto pedregal que apenas da para alimentar a unas pocas familias aferradas a una tierra avara.
Esta es la historia que Inés Vidal (arquitecta y novelista, autora de la hermosísima, y dura, obviamente, novela Historia del llop, sin duda la mejor novela catalana de los últimos años) contó ayer, en una fascinante conferencia en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, titulada:
“Había una vez un niño que no sabía si quería nacer, su madre tampoco sabía si quería que naciera. Vivían en una cabaña de un bosque, en una isla, en medio de un lago — no había nadie más alrededor. Y en la cabaña había una puerta en el suelo. El niño tenía miedo de lo que había en la puerta del suelo y la madre también tenía miedo.
Agradezco a Inés Vidal su intervención, ayer por la noche, en el ciclo de conferencias La arquitectura no tiene lugar, en el CCCB de Barcelona, organizado por el Institut d´Humanitats)
El pueblo existía -y existe. Pero se trataba, se trata de un pueblo invisible.
Un gran terreno cultivado, de tierras fértiles, ocupa una hondonada. Se trata de tierras preciosas, unas de las pocas que se pueden cultivar en esta parte de la isla, árida y pedregosa. La tierra es demasiado preciada y rara para poder ser ocupada.
A este pareja solo llegaban los benjamines de las familias ricas, a quienes les tocaban pedregales en herencia: terrenos rocosos situados en laderas de montañas, que rodeaban un campo cultivable, que recaía en el heredero de un gran clan familiar.
Algunos desheredados, sin embargo, decidieron intentar cultivar el huerto misérrimo que habían recibido. Desmontaron la ladera, la aplanaron y dispusieron pequeñas terrazas apoyadas en bancales. El esfuerzo para remover las piedras y construir los muros era tal, que decidieron aprovecharlos para levantar sus hogares. Éstos se hallan adosados a los muros de contención de los bancales. Las terrazas de las casas están al mismo nivel que las terrazas superiores; son la continuación de éstas. Las viviendas apenas sobresalen. Todas están semi hundidas en la tierra. Cualquiera que se acerca solo descubre muros y muros de piedra que rodean un amplio terreno cultivado. Las casas ni siquiera tienen chimeneas que sobresalgan que puedan señalar la presencia de fuegos.
Las casas están unidas por caminos privados. No existen calles, ni plazas. Cada habitante vive como un topo, enterrado en su mísero terreno que cultiva a duras penas, mientras labra el fértil campo del terrateniente.
Este pueblo inexistente decidió dotarse de un espacio comunitario.
´Un centro que no podía destacar, que tenía que tener el mismo aspecto, la misma invisibilidad que las casas a las que atendería.
Fue entonces cuando la arquitecta leyó La puerta en el suelo, el hermoso cuento de John Irving. Y decidió que su proyecto iba a solucionar el aterrador problema con el que se enfrentaba la madre (la protagonista del cuento). El acceso al centro cívico, tan oculto como las casas del pueblo de San Mateo, se realizaría, como en un poblado neolítico agazapado, aferrado a la tierra, por una puerta situada en la terraza. Esta puerta se abriría en el suelo.Sería el único elementoo arquitectónico visible, cuando uno estuviera encima. Pero no daría paso al infierno, sino que, a través de un corredor subterráneo, atravesando lo hondo de la tierra, como un tunel incierto, llevaría a un prado verde, brillante bajo la luz, invisible desde cualquier punto salvo desde el umbral de la Puerta en el Suelo.
El centro cívico iba a apaciguar la madre. Y crea un lugar donde el pueblo pudiera encontrarse y hallar un mágico prado, un sueño, como si de otro mundo se tratara, en medio de un injusto pedregal que apenas da para alimentar a unas pocas familias aferradas a una tierra avara.
Esta es la historia que Inés Vidal (arquitecta y novelista, autora de la hermosísima, y dura, obviamente, novela Historia del llop, sin duda la mejor novela catalana de los últimos años) contó ayer, en una fascinante conferencia en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, titulada:
“Había una vez un niño que no sabía si quería nacer, su madre tampoco sabía si quería que naciera. Vivían en una cabaña de un bosque, en una isla, en medio de un lago — no había nadie más alrededor. Y en la cabaña había una puerta en el suelo. El niño tenía miedo de lo que había en la puerta del suelo y la madre también tenía miedo.
Una vez, tiempo atrás, otros niños habían ido a visitar la cabaña por navidad, pero esos niños abrieron la puerta del suelo y desaparecieron por el agujero. La madre entró para buscar a los niños pero cuando abrió la puerta del suelo oyó un ruido tan espantoso que el cabello le quedó totalmente blanco, como si fuera un fantasma. Y la madre también vio ciertas cosas, cosas tan horribles que no podéis imaginar. Por eso la madre dudaba de si quería tener al niño, especialmente por lo que podía ver tras la puerta del suelo, pero entonces pensó… ¿por qué no? Le podré decir que no abra la puerta en el suelo.
El niño, sin embargo, no estaba seguro de querer nacer en un mundo en el que había una puerta en el suelo. Sin embargo, había cosas muy bonitas en el bosque, y en la isla en medio del lago. ¿Por qué no me aventuro?, pensó. Por lo tanto el niño nació y fue feliz y su madre también volvió a ser feliz, aunque le decía al niño, por lo menos una vez al día:
-No se te ocurra nunca jamás, nunca, nunca, nunca, abrir la puerta del suelo.
Pero por supuesto, el niño era un niño. Si tú fueras ese niño, ¿no desearías abrir la puerta en el suelo?”
(John Irving, con ilustración de Jeff Bridges)
There was a little boy who didn't know ifhe wanted to be born.
His mommy didn't know if she wanted him to be born either.
They lived in a cabin in the woods on an island in a lake, and there was no one else around.
And in the cabin there was a door in the floor.
The little boy was afraid of what was under the door in the floor, and the mommy was afraid too.
Once, long ago, other children had come to visit the cabin for Christmas, but the children had opened the door in the floor and had disappeared down the hole.
The mommy had tried to look for the children, but when she opened the door in the floor she heard such an awful sound that her hair turned completely white like the hair of a ghost.
And the mommy had also seen some things, things so horrible you can't imagine them.
And so the mommy wondered if she wanted to have a little boy, especially because of everything that might be under the door in the floor.
And then she thought, 'Why not? I'll just tell him not to open the door in the floor.'
Yet the little boy still didn't know if he wanted to be born into a world where there was a door in the floor.
But there were some beautiful things in the woods, on the island and in the lake.
'Why not take a chance? 'he thought.
And so the little boy was born and he was happy, and his mommy was happy again too.
Although she told the boy at least once every day, 'Don't ever, not ever,'never, never, never open the door in the floor.'
But, of course, he was only a little boy.
If you were that little boy, wouldn't you want to open that door in the floor?
(Textos tomados de los blogs siguientes:
Charlie Chaplin (1889-1977): Pay, Day (Paga diaria) (1922)
Hermosa y cruel famosa- hermosa puesto que cruel, cruel, despiadada como solían ser las fábulas de Charlot, salvo cuando las ocasionales caídas en el sentimentalismo- sobre una obra.
La subida y colocación de los ladrillos es antológica.
De obligada visión para los arquitectos.
Toda clase de las asignaturas técnicas, en las escuelas de arquitectura, deberían iniciarse con el pase de este cortometraje.
domingo, 18 de marzo de 2012
Bagdad, en "primavera"
Correos electrónicos enviados desde Bagdad nos suplican que quiénes viajen próximamente a esta ciudad, sobre todo si son jóvenes, tienen que cortarse el pelo.
Cada semana la ciudad se despierta, desde hace semanas, con noticias de lapidaciones hasta la muerte de jóvenes con el pelo (más) largo (de lo "habitual") o causa del tipo de ropa que llevan:
http://english.al-akhbar.com/content/iraqi-teenagers-stoned-death-emo-haircuts
La primavera..., decían...
Cada semana la ciudad se despierta, desde hace semanas, con noticias de lapidaciones hasta la muerte de jóvenes con el pelo (más) largo (de lo "habitual") o causa del tipo de ropa que llevan:
http://english.al-akhbar.com/content/iraqi-teenagers-stoned-death-emo-haircuts
La primavera..., decían...
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Casa zen
Por fin, una noticia importante sobre arquitectura moderna. Ana Obregón reforma su casa en La Moraleja:
""El suelo blanco que he colocado está muy de moda en todas las casas de Miami. Lo he tenido que traer de Estados Unidos. Quería una casa muy acorde con el momento que vivo. Todo un poco más zen, con menos cosas y más blanco, que me da mucha paz y tranquilidad", explica la popular actriz".
(¡Hola!, dónde si no)
....y adiós
""El suelo blanco que he colocado está muy de moda en todas las casas de Miami. Lo he tenido que traer de Estados Unidos. Quería una casa muy acorde con el momento que vivo. Todo un poco más zen, con menos cosas y más blanco, que me da mucha paz y tranquilidad", explica la popular actriz".
(¡Hola!, dónde si no)
....y adiós
sábado, 17 de marzo de 2012
William Joyce (1957) & Brandon Oldenburg (¿1974?): The Fantastic Flying Books of Mister Morris Lessmore
Oscar al mejor cortometraje de animación en 2012
viernes, 16 de marzo de 2012
Alex Budovsky (1975): Bathtime in Clerknwell (2003)
Uno de los cortometrajes más y más merecidamente premiados del s. XXI. Imprescindible.
.... o cómo y dónde acabaremos viviendo
La mano de Sabazios, o el espacio redentor
Una gran exposición sobre valores perennes de las culturas mediterráneas que Caixaforum y CosmoCaixa preparan para mediados de 2013 en Madrid y Barcelona, con el asesoramiento del filósofo Gregorio Luri (www.cafedeocata.blogspot.com), ha dado pie para tratar la figura de un divinidad, no muy conocida, del norte de Grecia, cuya culto se divulgó más tarde por todo el Imperio Romano, arraigando en diversas ciudades hispanas, como en Ampurias: Sabazios.
Se trataba de una divinidad cuyo culto no se amioldaba a las grandes ceremonias urbanas en honor de los dioses olímpicos. Por el contrario, Sabazios, entroncaba, y en ocasiones, se confundía, con divinidades marginales, o cuyo culto se practicaba ya sea en los márgenes de la sociedad ya sea en los espacios domésticos, fuera del control público y político, como Dionisos, Cibeles, Atis, Isis, Mitra, Cristo o los Dióscuros (como en la placa de bronce hallada en Ampurias). Éstos últimos, como vimos, eran divinidades protectoras de los hogares, poderes o funciones que Sabazios asumió, no limitándose a la defensa del hogar, empero, sino a lo que el hogar simbolizaba: el espacio, el mundo interior, esto es, el alma.
Todas esas divinidades eran honradas por medio de rituales durante los cuales los ceremoniantes, en el secreto de espacios recoletos, comulgaban con la divinidad, cuya carne o cuya sangre ingerían bajo la forma de carne cruda y sangre, en el caso de ciertos rituales dionisíacos, ya sea bajo la forma simbólica del pan y del vino, como en el caso del culto a Mitra.
En todos los casos, las ceremonias perseguían la revitalización del cuerpo, por medio dé prácticas orgiásticas (alcohol y licencias sexuales), y del espiíritu. Posiblemente, también aseguraban la vida en el más allá, esto es, la vida verdadera. Una posible etimología del nombre de Sabazios lo asocia con un nombre persa que significa Salvador. Esos cultos tenían una componente ctócnica o funeraria, ya que conllevaban la muerte ritual del ceremoniante -que se perdía durante los excesos, se desmembraba simbólicamente, se disolvía- y su resurrección, liberado de los condicionantes materiales. Los espacios recluidos, casi siempre hogares -en contra de los espacios sagrados reconocidos por las ciudades: templos y santuarios autorizados-, evocaban bien la tumba, en la que el ceremoniante se encerraba, y el vientre materno que le devolvía a la vida. El espacio ritualístico era concebido como una cripta y una cueva: espacio conectado tanto con el mundo inferiore o infernal cuanto con la luz.
Uno de los objetos que mejor representa o simboliza a Sabazios era una mano de bronce. Ésta, extendida, presentaba dos dedos doblegados, en signo de bendición. Esta iconografía fue posteriormente para representar el gesto del Salvador.
Esta mano estaba cubierta de signos. Una cueva en la que una madre amamanta a un niño se inscribía en la muñeca. A partir de ésta, los dedos se cubrían con diminutas figuras cuyas respectivas posiciones describían una espiral ascencional hasta culminar con la imagen de un águila, o de un rayo (signos del Padre de los dioses, Júpiter, también asociado a Sabazios), posados sobre el dedo mayor bien extendido.
Esos atributos o símbolos comprendía serpientes, ánforas, toros, crecientes de luna, piñas, globos, águilas, que pareían constituir estaciones por las que pasaba el alma del iniciado a medida que ascendía de la gruta al cielo. en cada estación el alma se revigorizaba. Los signos se desprendían de figuraciones excesivamente terrenales y adquirían formas aéreas, celestiales. En medio de la palma, protegido por los dedos, extendidos (salvo dos, doblados), pero con la punta ligeramente curvada, como si aquellos constituyeran un dosel, se alzaba la figura bondadosa de Sabazios, un anciano barbado tocado con un gorro frigio, cuya forma abombada -como el que también portaban los Dióscuros- recordaba al huevo cósmico de donde la vida del universo emergió. Los inicios y los momentos postreros se asociaban en la iconografía simbólica de Sabazios, y la mano extendida representaba un cuenco acogedor en cuyo centro anidada el mismo Sabazios conm el que el ceremoniante comulgaba. Frente al espacio exterior siempre amenazante, la mano de Sabazios se erguía, o se tendía, como un envoltorio amable enel que uno podía recogerse mentalmente. La mana de Sabazios era una mano tendida. Mano solidaria y bendita, que rescatada al fiel de las duras condiciones materiales. La palma formaba un cuenco que recordaba tanto a un útero como una imágen de la bóveda celestial. Su simple contemplación levantaba el ánimo, y permitía que el alma, sinténdose protegida, se elevara, como los dedos tendidos que apuntaban al cielo o, mejor dicho, mostraban al fiel hacia dónde tenía que dirigirse o, al menos, dirigir su mirada interior. La mano mediada entre la tierra y el cielo y se constituía como un espacio en el que confluían las fuerzas disolventes de la muerte y redentoras de la luz.
De algún modo, somos todos deudores de Sabazios. De algún modo, su mano nos modeló.
Reconstrucción de la placa de bronce, con la efigie de Sabazios, del Museo de Ampurias (España)
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