martes, 3 de abril de 2012

¿Bagdad renace? Bagdad, marzo-abril de 2012


Siguen los atascos de horas a causa de los controles; de pronto, los teléfonos móviles dejan de funcionar por inhibidores de frecuencia; los cortes de luz aún son frecuentes; los muros de hormigón Texas que amurallan los barrios no han sido todos retirados; el toque de queda a partir de la una de la madrugada sigue vigente; el aeropuerto está aún bajo control militar norteamericano (el número de tanques y tanquetas sigue siendo sobrecogedor), o al menos la persona que autoriza el acceso al recinto del aeropuerto, cuya llegada exige una decena de controles -dos con perros, y cinco controles de equipajes, obligando a los pasajeros a descender de los vehículos y transportar los bultos y maletas a un lugar indicado, y el acceso solo a vehículos autorizados lo que implica un cambio de transporte en un descampado- es norteamericano; un promedio de siete a diez personas son asesinadas diariamente en Iraq (aunque no todos por motivos políticos o sectarios: las mafias, los ajustes de cuentas también intervienen).

Y, sin embargo, la reciente celebración de la Cumbre de los Países Árabes en Bagdad ha traído cambios notables.
Una parte son de maquillaje, aunque sicológicamente son importantes: los muros que encierran barrios han sido pintados; ristras de bombillas de colores alegran la noche; algunos edificios se iluminan con focos también de colores; quizá no sean del mejor gusto, mas Bagdad ha cambiado mucho de noche. Hay transeúntes de noche, y algunas calles comerciales bien iluminadas, con comercios, cafés y restaurantes abiertos. Se ve incluso alguna pareja paseando al caer la noche, hacia las siete de la tarde,  por áreas poco o nada iluminadas.

La ciudad está más limpia; en algunos barrios han retirado los muros de hormigón.
La avenida del aeropuerto, cuya vegetación había sido cortada a causa de los franco-tiradores, considerada la avenida más peligrosa del mundo, está despejada; Tanques, vehículos quemados, alambradas, deshechos y destrozos de todo tipo han sido retirados; palmeras y zonas verdes, cuidadas y regadas, han sido plantadas. Monumentos, de gusto peculiar, y fuentes están en construcción. Allí donde el césped aún no ha crecido, se ha pintado la tierra de verde.
Los controles son menos aparatosos. La basura está siendo recogida.
Y, sobre todo, parece que la confianza en el futuro de la ciudad renace.

Por vez primera, se puede coger un taxi por la calle y pasear -es cierto que los iraquíes se extrañan de que un extranjero opere de este modo, y las autoridades suelen poner un vehículo con chófer a disposición de aquél-. Las atascos desmesurados, de horas de duración, ya no están siempre causados por controles, sino por la falta de transporte público; en algunos atascos, los conductores pitan, lo que demuestra que se impacientan, porque saben o intuyen que los atascos ya no obedecen siempre a razones de seguridad; algunos semáforos funcionan; policías municipales dirigen como pueden el tráfico en algunos cruces, y contribuyen, desbordados o descuidados, al caos circulatorio, lo que, de algún modo, es una señal "positiva": éste está causado parcialmente por el renovado pulso vital de la ciudad (y por la falta de medios).

El personal de las embajadas aún no está autorizado a moverse libremente, y ciertas áras urbanas están casi vetadas al extranjero. No se pueden tomar fotografías en la calle, y los edificios públicos están fuertemente protegidos y el acceso es imposible o muy restringido, lo que exige innumerables, lentos y desconcertantes permisos, que no siempre llegan a buen término. El simple acceso al estadio de Bagdad, abierto a los equipos que allí entrenan, requiere cuatro permisos, siempre que se acuda con una autorización previa gubernamental. Un taxi detenido con un pasajero pagando, esperando para salir, es motivo de sospecha y alerta de inmediato a la policia o al ejército, muy educado (todas las veces que esta situación se ha producido).
La precaución sigue siendo necesaria o imprescindible. Pero el miedo mengua. Las ruinas empiezan a parecer una rémora del pasado.
La estabilidad del país parece acrecentarse; exiliados regresan; planes de todo tipo se lanzan, aunque la puesta en práctica es dificultosa o ilusoria.

Pero Bagdad ya no parece ni sea, posiblemente, una ciudad en guerra.

Se sabe que esta sensación o esta realidad puede aun saltar por los aires, pero el temor a todo, al pasado, al presente y al futuro, disminuye. La coletilla "....¿hasta cuándo?" ya no parece necesaria.

Coda:
Camino del aeropuerto. A un pasajero iraquí, con pasaporte bosnio, de pelo ensortijado, obeso y sudoroso, y con grandes dificultades para andar, el responsable norteamericano que controla el recinto le impide el acceso porque no tiene un billete electrónico impreso. El pasajero se desespera. Todos nos desesperamos porque el vehículo colectivo está detenido. No sabemos si solidarizarnos con él -es obvio, por su mirada angustia, y su voz trémula y suplicante, que tiene el vuelo en regla-, y pedir clemencia o justicia, o pedir que se baje. La humillación no cesa.
La solidaridad, a veces, está en el filo.














Fotos: Tocho, marzo-abril de 2012

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