jueves, 13 de agosto de 2009
Un origen de la arquitectura moderna
(penúltima falta al cierre vacacional)
El abuso de la belleza. La estética y el concepto del arte, de Arthur C. Danto, es el segundo - recomendable- libro de este verano con vistas a la preparación del nuevo curso.
Forma parte de una trilogía dedicada a la suerte del arte contemporáneo occidental en los últimos cincuenta años. Aunque recurre excesivamente (lo que el propio autor reconoce) al ejemplo de las Cajas Brillo de Warhol, las nítidas diferencias que establece de manera convincente entre arte y belleza, belleza estética y belleza artística, belleza y embellecimiento, y belleza natural, belleza artística y belleza "posibilista" (el maquillaje, por ejemplo) son clarificadoras.
Los ejemplos a veces dificultan seguir el hilo, pero el tono irónico y la claridad expositiva diferencian positivamente los textos de Danto de otros, tan abstrusos, dedicados al arte (que casi nunca incluye la música, la literatura, la danza, el teatro y la arquitectura) actual.
El abuso al que el libro se refiere es el mismo que Rimbaud decía practicar: no se trata de un exceso de belleza sino de un daño voluntario inflingido a esta cualidad sensible. La belleza debe ser violada.
Hegeliano confeso, Danto cita una frase de la Crítica del juicio de Kant. La traducción que propone es más clara que la canónica española (no he leído aún la brillante traducción catalana de Jéssica Jacques, una de las mejores enseñantes de teoría del arte en España, de la Universidad Autónoma de Barcelona):
"cabría agregar muchas cosas a un edificio para el inmediato deleite del ojo, con tal que no se tratara de una iglesia".
Esta frase forma parte de un corto párrafo que continua del modo siguiente (cito la versión española más conocida):
"podría embellecerse una figura con toda clase de rayas y rasgos ligeros, si bien regulares, como hacen los neozelandeses con sus tatuajes, si no tuviera que ser humana, y ésta podría tener rasgos más finos y un contorno de las formas de la cosa más bonita y dulce, si no fuera porque debe representar un hombre o un guerrero" (párrafo 16).
Kant relaciona los tres tipos de creación o representación: puntos y coma separan las frases.
Los tatuajes de "pueblos primitivos" (de los que Kant tuvo que tener noticia gracias a las exploraciones etnográficas llevadas a cabo a finales del s. XVIII) impiden que la persona tatuada (o que su representación artística) sea reconocida como humana. Estos ornamentos metamorfosean a la persona. Podrían elevarla, pero, sin duda, para Kant, la degradan. La convierten en una figura no humana, es decir, posiblemente, bestial (Kant era seguidor de Rousseau, pero su concepción del "primitivo" no parece coincidir con la del "buen salvaje" rousseauniano).
Del mismo modo, la elección de un modelo de rasgos finos (o de un adolescente) y su representación mediante un trazo armonioso, impiden que la figura pueda ser interpretada como la de un guerrero. De nuevo, la belleza del modelo, y el embellecimiento -o la representación manierista o rococó- de la figura, transforman a ésta: ya no puede ser juzgada como una representación convincente o conveniente de un guerrero. Es como si el dibujante hubiera faltado a las recias y adustas características formales y morales del soldado. Éste no puede ser lánguido ni estar emperifollado.
El daño que causa la ornamentación y la representación preciosista en una figura debe ser similar al que causa la decoración en una iglesia. Kant no precisa qué tipo de ornamentación, pero unas líneas más arriba se refiere a "dibujos a la grecque, la hojarasca para marcos, papeles pintados" (ejemplos de un arte sin sentido). Podríamos añadir: tallas doradas, estatuas (angelotes o putti, decoraciones en forma de rocalla), frescos, frisos, mosaicos, vidrieras coloreadas emplomadas, etc. Es decir, la habitual ornamentación churrigueresca católica. Para Kant, estos recargados añadidos impiden que el edificio sea una iglesia, o que ésta sea vista como una iglesia. La profanan. Y el daño es de orden tipológico (la iglesia no parece una iglesia) o funcional (nadie entrará en ella cuando busque una iglesia), pero también teológico. La iglesia ofrece una mala imagen, o una imagen inadecuada de la divinidad. La afectación del edificio afecta a la divinidad.
¿La solución? Despojar la construcción de ornamentos dañinos y utilizar tipologías reconocibles. Kant cita varias: iglesia, palacio, arsenal, quinta. Aunque solo cita explícitamente a la iglesia como ejemplo de un edificio al que la decoración (excesiva o no) le falta gravemente al respeto. La iglesia tiene que estar desnudada. Su "verdad" debe resplandecer en ausencia de cualquier motivo añadido. La grandeza de la divinidad es así expresada.
El mismo Danto menciona que la cita de Kant, que refleja el puritanismo protestante, hubiera satisfecho a Loos y a los racionalistas. Desde luego, muestra que el credo de las vanguardias arquitectónicas, cuando supuestamente Dios había muerto, era religioso. La "verdad" a la que el ornamento faltaba era teológica.
De algún modo, los bloques cubicos denudados del racionalismo eran las nuevas iglesias. Cuando algunos teóricos modernos destacaban que las fábricas eran las nuevas catedrales no sabían (o sí) cuánta razón tenían.
El abuso de la belleza. La estética y el concepto del arte, de Arthur C. Danto, es el segundo - recomendable- libro de este verano con vistas a la preparación del nuevo curso.
Forma parte de una trilogía dedicada a la suerte del arte contemporáneo occidental en los últimos cincuenta años. Aunque recurre excesivamente (lo que el propio autor reconoce) al ejemplo de las Cajas Brillo de Warhol, las nítidas diferencias que establece de manera convincente entre arte y belleza, belleza estética y belleza artística, belleza y embellecimiento, y belleza natural, belleza artística y belleza "posibilista" (el maquillaje, por ejemplo) son clarificadoras.
Los ejemplos a veces dificultan seguir el hilo, pero el tono irónico y la claridad expositiva diferencian positivamente los textos de Danto de otros, tan abstrusos, dedicados al arte (que casi nunca incluye la música, la literatura, la danza, el teatro y la arquitectura) actual.
El abuso al que el libro se refiere es el mismo que Rimbaud decía practicar: no se trata de un exceso de belleza sino de un daño voluntario inflingido a esta cualidad sensible. La belleza debe ser violada.
Hegeliano confeso, Danto cita una frase de la Crítica del juicio de Kant. La traducción que propone es más clara que la canónica española (no he leído aún la brillante traducción catalana de Jéssica Jacques, una de las mejores enseñantes de teoría del arte en España, de la Universidad Autónoma de Barcelona):
"cabría agregar muchas cosas a un edificio para el inmediato deleite del ojo, con tal que no se tratara de una iglesia".
Esta frase forma parte de un corto párrafo que continua del modo siguiente (cito la versión española más conocida):
"podría embellecerse una figura con toda clase de rayas y rasgos ligeros, si bien regulares, como hacen los neozelandeses con sus tatuajes, si no tuviera que ser humana, y ésta podría tener rasgos más finos y un contorno de las formas de la cosa más bonita y dulce, si no fuera porque debe representar un hombre o un guerrero" (párrafo 16).
Kant relaciona los tres tipos de creación o representación: puntos y coma separan las frases.
Los tatuajes de "pueblos primitivos" (de los que Kant tuvo que tener noticia gracias a las exploraciones etnográficas llevadas a cabo a finales del s. XVIII) impiden que la persona tatuada (o que su representación artística) sea reconocida como humana. Estos ornamentos metamorfosean a la persona. Podrían elevarla, pero, sin duda, para Kant, la degradan. La convierten en una figura no humana, es decir, posiblemente, bestial (Kant era seguidor de Rousseau, pero su concepción del "primitivo" no parece coincidir con la del "buen salvaje" rousseauniano).
Del mismo modo, la elección de un modelo de rasgos finos (o de un adolescente) y su representación mediante un trazo armonioso, impiden que la figura pueda ser interpretada como la de un guerrero. De nuevo, la belleza del modelo, y el embellecimiento -o la representación manierista o rococó- de la figura, transforman a ésta: ya no puede ser juzgada como una representación convincente o conveniente de un guerrero. Es como si el dibujante hubiera faltado a las recias y adustas características formales y morales del soldado. Éste no puede ser lánguido ni estar emperifollado.
El daño que causa la ornamentación y la representación preciosista en una figura debe ser similar al que causa la decoración en una iglesia. Kant no precisa qué tipo de ornamentación, pero unas líneas más arriba se refiere a "dibujos a la grecque, la hojarasca para marcos, papeles pintados" (ejemplos de un arte sin sentido). Podríamos añadir: tallas doradas, estatuas (angelotes o putti, decoraciones en forma de rocalla), frescos, frisos, mosaicos, vidrieras coloreadas emplomadas, etc. Es decir, la habitual ornamentación churrigueresca católica. Para Kant, estos recargados añadidos impiden que el edificio sea una iglesia, o que ésta sea vista como una iglesia. La profanan. Y el daño es de orden tipológico (la iglesia no parece una iglesia) o funcional (nadie entrará en ella cuando busque una iglesia), pero también teológico. La iglesia ofrece una mala imagen, o una imagen inadecuada de la divinidad. La afectación del edificio afecta a la divinidad.
¿La solución? Despojar la construcción de ornamentos dañinos y utilizar tipologías reconocibles. Kant cita varias: iglesia, palacio, arsenal, quinta. Aunque solo cita explícitamente a la iglesia como ejemplo de un edificio al que la decoración (excesiva o no) le falta gravemente al respeto. La iglesia tiene que estar desnudada. Su "verdad" debe resplandecer en ausencia de cualquier motivo añadido. La grandeza de la divinidad es así expresada.
El mismo Danto menciona que la cita de Kant, que refleja el puritanismo protestante, hubiera satisfecho a Loos y a los racionalistas. Desde luego, muestra que el credo de las vanguardias arquitectónicas, cuando supuestamente Dios había muerto, era religioso. La "verdad" a la que el ornamento faltaba era teológica.
De algún modo, los bloques cubicos denudados del racionalismo eran las nuevas iglesias. Cuando algunos teóricos modernos destacaban que las fábricas eran las nuevas catedrales no sabían (o sí) cuánta razón tenían.
miércoles, 12 de agosto de 2009
Mi casa
(antepenúltima falta al cierre vacacional)
(Los profesores solemos aprovechar las vacaciones de verano para leer y releer, ampliando, actualizando y recordando conocimientos para el nuevo curso. Entonces, podemos explicar libros recién leídos, o basarnos en ellos, lo que evita por unos días la pensosa sensación de repetirnos cansinamente año tras año).
Estos días, "toca" La odisea de Homero.
Un libro sobre problemas domésticos, y las consecuencias de la falta de un hogar. El palacio de Ulises (u Odiseo) y Penélope está invadido por unos aprovechados que tratan de hacerse con la casa y esposar a Penélope (a cuyo nuevo matrimonio, por ley, ella no puede escapar si no obra una causa mayor, que ella no cesa de azuzar -el tejido del velo nupcial, que se apresa a deshacer por la noche), ya que Ulises lleva años fuera de casa guerreando en Troya. El palacio se ha convertido en un infierno (explícitamente comparable al de Agamenón, asesinado por Egisto, el amante de su esposa Clitemnestra; el prototipo del hogar -y del linaje- maldito, del "no-hogar"), del que incluso Telémaco, el hijo de Ulises y Penélope, está a punto de partir, por consejo de la diosa Atenea, para tratar de averiguar si su padre está vivo.
Pero la guerra ha terminado hace tiempo. La mayoría de los guerreros han regresado. Ulises es el único que no logra hallar el camino de vuelta, pese a contar con el apoyo de la mayoría de los dioses, de Atenea especialmente. Hace todo lo que puede. Desciende incluso al Hades para interrogar a los muertos acerca de la suerte de su hogar.
Se lo impide Poseidón (el constructor de las murallas de Troya, padre del gigante Polifemo, dotado de un solo ojo), el dios de los mares, que no perdona a Ulises que haya cegado a su hijo.
Poseidón reina en el espacio más inhóspito -más opuesto a la calidez del hogar- que quepa imaginar: el ponto, en cuyo seno se mueven criaturas escurridizas, frías y mudas -los peces- como las almas de los difuntos. El mar es visto como una imagen del mundo de los muertos -y una entrada a él.
Poseidón, además, era el dios de las entrañas de la tierra (donde también se lamentan los difuntos) (algunos estudiosos piensan que el Poseidón infernal podría tratarse de una divinidad distinta al del Poseidón marino -o de un Poseidón primitivo que solo reina en la tierra-, pero el Poseidón que aparece en La odisea, remueve tanto el mar como la tierra). Los poderes de Poseidón son la causa de los terremotos (y maremotos). Cuando la tierra tiembla, las casas se derrumban. Los hogares se desahacen. Poseidón es la divinidad que reina sobre los espacios y las fuerzas que se oponen al espacio habitado: el ponto mortífero (en o sobre el que es imposible trazar líneas que permitan orientarse: la estela de los barcos se cierra al momento) y las fuerzas telúricas. Su mismo hijo Polifemo está dotado de todas las características del ser incivilizado: no cultiva la tierra, no construye casas, no realiza sacrificios en un hogar, y come carne cruda.
La odisea es un relato épico sobre las causas y las consecuencias de la falta de un hogar: el hombre vuelve a su condición errante y ya solo le cabe esperar el momento de acceder a la última morada.
(Los profesores solemos aprovechar las vacaciones de verano para leer y releer, ampliando, actualizando y recordando conocimientos para el nuevo curso. Entonces, podemos explicar libros recién leídos, o basarnos en ellos, lo que evita por unos días la pensosa sensación de repetirnos cansinamente año tras año).
Estos días, "toca" La odisea de Homero.
Un libro sobre problemas domésticos, y las consecuencias de la falta de un hogar. El palacio de Ulises (u Odiseo) y Penélope está invadido por unos aprovechados que tratan de hacerse con la casa y esposar a Penélope (a cuyo nuevo matrimonio, por ley, ella no puede escapar si no obra una causa mayor, que ella no cesa de azuzar -el tejido del velo nupcial, que se apresa a deshacer por la noche), ya que Ulises lleva años fuera de casa guerreando en Troya. El palacio se ha convertido en un infierno (explícitamente comparable al de Agamenón, asesinado por Egisto, el amante de su esposa Clitemnestra; el prototipo del hogar -y del linaje- maldito, del "no-hogar"), del que incluso Telémaco, el hijo de Ulises y Penélope, está a punto de partir, por consejo de la diosa Atenea, para tratar de averiguar si su padre está vivo.
Pero la guerra ha terminado hace tiempo. La mayoría de los guerreros han regresado. Ulises es el único que no logra hallar el camino de vuelta, pese a contar con el apoyo de la mayoría de los dioses, de Atenea especialmente. Hace todo lo que puede. Desciende incluso al Hades para interrogar a los muertos acerca de la suerte de su hogar.
Se lo impide Poseidón (el constructor de las murallas de Troya, padre del gigante Polifemo, dotado de un solo ojo), el dios de los mares, que no perdona a Ulises que haya cegado a su hijo.
Poseidón reina en el espacio más inhóspito -más opuesto a la calidez del hogar- que quepa imaginar: el ponto, en cuyo seno se mueven criaturas escurridizas, frías y mudas -los peces- como las almas de los difuntos. El mar es visto como una imagen del mundo de los muertos -y una entrada a él.
Poseidón, además, era el dios de las entrañas de la tierra (donde también se lamentan los difuntos) (algunos estudiosos piensan que el Poseidón infernal podría tratarse de una divinidad distinta al del Poseidón marino -o de un Poseidón primitivo que solo reina en la tierra-, pero el Poseidón que aparece en La odisea, remueve tanto el mar como la tierra). Los poderes de Poseidón son la causa de los terremotos (y maremotos). Cuando la tierra tiembla, las casas se derrumban. Los hogares se desahacen. Poseidón es la divinidad que reina sobre los espacios y las fuerzas que se oponen al espacio habitado: el ponto mortífero (en o sobre el que es imposible trazar líneas que permitan orientarse: la estela de los barcos se cierra al momento) y las fuerzas telúricas. Su mismo hijo Polifemo está dotado de todas las características del ser incivilizado: no cultiva la tierra, no construye casas, no realiza sacrificios en un hogar, y come carne cruda.
La odisea es un relato épico sobre las causas y las consecuencias de la falta de un hogar: el hombre vuelve a su condición errante y ya solo le cabe esperar el momento de acceder a la última morada.
martes, 11 de agosto de 2009
El verdadero creador (arte visceral)
Zeigt (1969): performance por el accionista vienés Otmar Bauer
Bauer es agricultor, hombre de campo, en alemán
Y esta es mi sangre...
Sauce (1974): performance del artista californiano Paul McCarthy
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El sueño de una sombra,
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Opus Dei
sábado, 8 de agosto de 2009
La realidad y los sueños
(nueva interrupción temporal del cierre por vacaciones del blog)
De regreso de Bagdad, creímos que se trataba de una ocre ciudad mediterránea, similar a Barcelona -pese a estar sobre el Tigris, rodeada de desiertos-, y que las mujeres veladas de negro, cubiertas por el chador, convertidas en sombras sin forma, lo llevaban voluntariamente y no como una imposición, como aquí las mujeres portan pantalones. Nos basábamos en dos hechos: en un almuerzo, en un agradable restaurante en medio de un cuidado palmeral, nos sirvieron hummus, mutabal, tabulé: purés de berenjena o de garbanzos, y ensaladas de perejil o de sémola, como se encuentran en la mayoría de los países árabes (pero también "cristianos", como Grecia) mediterráneos.
Por otra parte, la culta arquitecta que conocimos, con el pelo cubierto, era devota, pero su marido no parecía tenerla en absoluto sometida. El porte del pañuelo respondía pues a una elección libre personal acorde con sus creencias. Y este caso debía poder aplicarse a todas las mujeres iraquíes, pese a que hace menos de diez años ninguna se cubría la cabeza y menos portaba un largo peplo enlutado -inexplicable, desde el punto de vista funcional, en unas tierras aplastadas por los cincuenta grados que la asolan en agosto.
Hoy, la realidad se desdibuja. Las personas que nos llevaron al restaurante han reconocido que lo que comimos nada tiene que ver con la comida habitual iraquí, mucho más cercana a la habitual de Centro-Asia. Ésta, sin embargo, se va perdiendo ante el empuje que la comida libanesa, de gran aceptación entre las clases ilustradas, que tienen a Beirut como referente y como sueño. Era como si hubiéramos estado en un restaurante chino (o libanés) en Barcelona. En eso, Barcelona y Bagdad se parecen.
Por otra parte, la arquitecta, al igual que todas las mujeres, sobre todo universitarias, de Bagdad, iban en manga corta y el pelo suelto hasta 2005 (como han explicado fuera de Irak), y las fiestas al aire libre, en efecto, se parecían a las de Barcelona. No son los padres, los maridos o los hermanos los que las obligan a cubrirse, ciertamente, sino el miedo ante el creciente imperio de los chiítas, hasta entonces casi inexistentes, crecidos desde que, con la invasión del país, los sunitas, más laxos o laícos, han perdido la batalla. Ninguna se cubriría ni se taparía si no temiera por su vida. Con la invasión, sobre todo norteamericana, ha entrado en Irak una influencia proscrita o evitada hasta la finalización de la guerra: la sombra alargada de Irán. Irak era laico. Es hoy una teocracia impuesta (y, ¿no lo es en Irán?)
La historia juega estas siniestras pasadas.
De regreso de Bagdad, creímos que se trataba de una ocre ciudad mediterránea, similar a Barcelona -pese a estar sobre el Tigris, rodeada de desiertos-, y que las mujeres veladas de negro, cubiertas por el chador, convertidas en sombras sin forma, lo llevaban voluntariamente y no como una imposición, como aquí las mujeres portan pantalones. Nos basábamos en dos hechos: en un almuerzo, en un agradable restaurante en medio de un cuidado palmeral, nos sirvieron hummus, mutabal, tabulé: purés de berenjena o de garbanzos, y ensaladas de perejil o de sémola, como se encuentran en la mayoría de los países árabes (pero también "cristianos", como Grecia) mediterráneos.
Por otra parte, la culta arquitecta que conocimos, con el pelo cubierto, era devota, pero su marido no parecía tenerla en absoluto sometida. El porte del pañuelo respondía pues a una elección libre personal acorde con sus creencias. Y este caso debía poder aplicarse a todas las mujeres iraquíes, pese a que hace menos de diez años ninguna se cubría la cabeza y menos portaba un largo peplo enlutado -inexplicable, desde el punto de vista funcional, en unas tierras aplastadas por los cincuenta grados que la asolan en agosto.
Hoy, la realidad se desdibuja. Las personas que nos llevaron al restaurante han reconocido que lo que comimos nada tiene que ver con la comida habitual iraquí, mucho más cercana a la habitual de Centro-Asia. Ésta, sin embargo, se va perdiendo ante el empuje que la comida libanesa, de gran aceptación entre las clases ilustradas, que tienen a Beirut como referente y como sueño. Era como si hubiéramos estado en un restaurante chino (o libanés) en Barcelona. En eso, Barcelona y Bagdad se parecen.
Por otra parte, la arquitecta, al igual que todas las mujeres, sobre todo universitarias, de Bagdad, iban en manga corta y el pelo suelto hasta 2005 (como han explicado fuera de Irak), y las fiestas al aire libre, en efecto, se parecían a las de Barcelona. No son los padres, los maridos o los hermanos los que las obligan a cubrirse, ciertamente, sino el miedo ante el creciente imperio de los chiítas, hasta entonces casi inexistentes, crecidos desde que, con la invasión del país, los sunitas, más laxos o laícos, han perdido la batalla. Ninguna se cubriría ni se taparía si no temiera por su vida. Con la invasión, sobre todo norteamericana, ha entrado en Irak una influencia proscrita o evitada hasta la finalización de la guerra: la sombra alargada de Irán. Irak era laico. Es hoy una teocracia impuesta (y, ¿no lo es en Irán?)
La historia juega estas siniestras pasadas.
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