miércoles, 14 de octubre de 2009

Enki, el dios sumerio de la arquitectura (2)


Sello-cilindro acadio (2334-2154 aC) representando al dios Enki/Ea, con una tiara con dos cuernos, sentado en un trono, de cuyas espaldas manan aguas (de los ríos Tigris y Eúfrates, sin duda) salpicadas de peces, signo de abundancia.
Altura: 18 mm
Museo de Bellas Artes de Boston, Harriets Otis Cruft Fund, 1934 (34.197)
Las efigies de Enki escasean. Se trata, en este caso, de una obra no expuesta. poco conocida.

El Pueblo de los Sueños


Homero describe el más allá, entendido cmo el mundo de los muertos, en dos ccontrovertidos antos de la Odisea. En el primero (el célebre canto 11), el mundo inferior o infierno es descrito como una región subterránea, que Ulises recorre, a la que se accede por una cueva cabe el ponto.

En el canto 24, sin embargo -canto que los especialistas suponen no fue escrito por Homero sino por un autor posterior dado su extraño carácter difícilmente compatible con el resto de la Odisea-, el mundo de los muertos también se halla más allá de las "corrientes del Océano", pero es presentado como "un prado de asfódelo (semejantes a lirios blancos espigados) donde habitan las almas (psiques), imágenes de los difuntos". Entre las arremolinadas aguas y un paraje que recuerda la Isla de los Bienaventurados (a la que acudían sólo las almas de algunos héroes muy escogidos, muertos en combate en el esplendor de la vida), se interponían "las puertas de Helios y el pueblo de los Sueños".


Ambos obstáculos constituyen un par de figuras antitéticas: los espacios de la luz y de las sombras.


Ya comentamos, en un texto anterior, la interpretación, basada en Pitágoras, que el neoplatonismo tardío ofrecía del pueblo de los Sueños: según Porfirio, se trataba de las almas que bebían de de la Vía Láctea, a fin de ganar cuerpo en su descenso del cielo al mundo material antes de unirse a los cuerpos de los mortales.


Sin embargo, esta interpretación alegórica, escrita más de mil años después de Homero, no responde a lo que este poeta sin duda quería describir.


En la Grecia arcáica del siglo VIII aC, los sueños no son creaciones de los mortales que duermen, no emanan de éstos, sino que son formas que los dioses envían a los mortales (Patricia Cox Miller: Dreams in Late Antiquity. Studies in the Imagination of a Culture, p. 17). Estos sueños son personajes que aparecen de noche a los mortales. Se asemejan a los seres vivos. En verdad, son dobles de seres vivos, de los que adoptan su apariencia, si bien los seres soñados parecen tener consistencia pero, en verdad, están hechos de humo: no son nada. En cuanto se les toca, se desvanecen. Los dioses los envían a la tierra para que se dirijan a los mortales, durante la noche, y les aconsejen o les adviertan, de manera creíble y convincente, acerca de lo que les aguarda. Estos personajes, que de algún modo se pueden comparan con un disfraz, son los mismos que adoptan o con los que se revisten los dioses cuando tienen que mostrarse a los ojos de los mortales. Tanto en la Ilíada como en la Odisea abundan los casos en que divinidades como Atenea adoptan la forma de un mortal, con el que la persona a quien se dirige la divinidad está familiarizado, para entrar en contacto con él sin asustarle. Una vez la conversación ha terminado, la divinidad literalmente se esfuma, es decir, abandona su disfraz de humo, con el que se ha hecho visible, y recupera su invisibilidad.


Toda vez que los sueños son personajes, constituyen un pueblo. Cox señala acertadamente que los sueños están asociados a un marco arquitectónico. El pueblo de los Sueños no solo es una comunidad, sino una estructura urbana, un pequeña ciudad en que viven las figuras soñadas, de las que se destacan un elemento arquitectónico fundamental: el umbral, o las puertas, que separan al pueblo de la noche del pueblo de los vivos. Acerca de estas puertas, Homero, en el canto 19 de la Odisea, explica que están hechas de márfil o de cuerno (dando una paso a sueños proféticos y otra a sueños engañosos)



Este pueblo, entendido tanto como una comunidad cuanto una estructura urbana, se opone, por un lado a lo que podríamos denominar como el Pueblo de la Luz a la que dan acceso las puertas de Helios, y, por otro, al pueblo de los Vivientes.


La oposición, en este caso, podría parecer no ser tal ya que los mortales son seres efímeros. Sin embargo, en la Grecia arcáica, solo los seres vivos tienen una plena existencia, precisamente porque tienen un cuerpo y son seres visibles. Lo material, lo terrenal, todo aquello que se puede sentir tenía una existencia plena (contrariamente a lo que determinará el platonismo y el neo-platonismo, del que tanto se inspirará el cristianismo).. Todo lo que no se puede percibir sensorialmente, sobre todo a través de la vista, no existe, o no existe verdadera, plenamente: es solo un sueño (percibido de noche, cuando se duerme, con los sentidos -la vista- "apagados").


El pueblo de los Sueños es una comunidad de espectros (de figurantes). Por contraste, define la plena existencia del Pueblo de los Vivos a los que se opone. Pero ambos se necesitan. Los vivos para, comparándose con los Sueños, seguir sintiendo, creyendo que están vivos, y las almas para tener una sensación, aunque aletargada, de vida, vida compuesta a "imagen" de la de los vivos.


Sin el pueblo de los Sueños, el pueblo de los vivientes, nosotros, no tendríamos plena consciencia de nuestra condición de ser vivo, conciencia que estamos vivos, y que la vida es nuestra fortuna. El pueblo de los Sueños es aquello en que nos convertimos, hacia donde vamos tras la muerte: un destino ineludible, pero no "soñado".


La defensa de la vida plena, bajo la luz del día, fue el gran postulado del la Grecia arcáica -simbolizada por los grandes templos relucientes bajo el sol, hechos de piedra o de mármol, con incrustaciones de bronce, de metales y de piedras preciosos, situados en los altozanos, en las acrópolis, que se descubrían desde todas partes, símbolos de la vida plena de la ciudad y los ciudadanos-, que Platón y los neoplatónicos apagaron.


La arquitectura, de nuevo, símbolo de la vida (plena).

http://books.google.com/books?id=MV8DisE0Uy8C&pg=PA17&lpg=PA17&dq=Homer+dream+people&source=bl&ots=dwKCFYc2o0&sig=7_HNt6k7bhFW9QkykgRevKQdn8o&hl=es&ei=uVXTSt7mEuG2jAf3j72ABA&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=1&ved=0CAgQ6AEwAA#v=onepage&q=Homer%20dream%20people&f=false

Véase también el artículo "Sobre las puertas del Sueño", en el blog La Materia del Sueño: http://garciguti.blogspot.com/2007_11_01_archive.html#4148275603591103293

lunes, 12 de octubre de 2009

Jon Blake: piano

Enki, el dios de la arquitectura

Efigie, posiblemente única, y muy poco conocida, de Enki, el dios de la arquitectura, representado como el dios de la fertilidad (la tiara de cuernos de toro lo designa como una divinidad y no un sacerdote o un rey), dueño de los ríos Tigris y Eúfrates que manan de una jarra y fecundan la tierra.

Las imágenes más habituales de Enki proceden de sellos-cilindro. El atributo del vaso que desborda permite reconocer a Enki (a quien mitos e himnos designan como una divinidad que llena con su semen el curso de los ríos de aguas fértiles y espesas que dependen de Él).

Placa de cobre, de 10 cm de alto, 2200 aC, III dinastía de Ur
Toronto, Royal Ontario Museum, 996.86.2

José Val de Omar: Fuego en Castilla, 1958-1960

Nik Bärtsch´s Ronin (piano)

domingo, 11 de octubre de 2009

El umbral


Los antiguos "prohibían hablar al franquear entradas o puertas".

Fue el neoplatónico Porfirio quien, a finales del s. III dC, escribió esta frase, atribuyendo dicha costumbre a "los pitagóricos y los sabios de Egipto". Pero ya Homero, añadía, sabía "que las puertas son sagradas". Cruzar el umbral sin hacer ruido para honrar, con el silencio, "al dios principio de todas las cosas". El umbral: un límite -o un espacio- mágico y sagrado.

El antro de las ninfas de la Odisea, el texto de donde proceden las citas anteriores (párrafos 26-27), es un hermosa, aunque oscura, interpretación alegórica de la Odisea homérica y, en concreto, del canto 13, que narra al fin la llegada de Ulises a Itaca tras su errático viaje de regreso de Troya, que lo condujo del palacio de la maga Circe a la boca de los infiernos.

Porfirio, al igual que otros filósofos tardo-romanos (cuyos textos no se han conservado), leyó y consideró a Homero como a un sabio, semejante a Platón y a Moisés (aunque Porfirio era pagano), -que, como todo profeta, habría narrado en clave, por medio de imágenes, acerca de las verdades del mundo-, y mostró que los viajes de Ulises, narrados en la Odisea, no eran sino una alegoría muy compleja de un viaje muy distinto, no ya físico, sino espiritual, el trasiego del alma, descendiendo de la morada celestial al mundo material, antes de desprenderse del cuerpo y retornar, al final del ciclo vital, al empíreo, junto a los dioses.

Porfirio sostenía que unos de los primeros lugares que Ulises halló al desembarcar en Itaca, una cueva marina especial, en la que las ninfas tejían telas púrpuras, dotada de dos entradas, una para los humanos y una segunda para los inmortales (dioses, héroes y, sobre todo, almas desprendidas de la cárcel corporal), existió, pero que la descripción de Homero no tenía que ser solo tomada al pie de la letra sino también como una enigmática imagen del mundo, con dos puntos de contacto con lo alto. Las almas descendían a la tierra, que era la cueva, por una de las bocas, y ascendían por la otra.
La boca por la que entraban los humanos estaba dedicada al viento Boreas; la de los inmortales, al viento Noto. Hasta aquí la descripción homérica de este mágico y extraño lugar.

La imagen de las dos puertas comunicando la tierra con el más allá no era nueva. El mismo Homero se había referido a las puertas de Helio -las puertas del Sol, semejantes a las de Noto- y a las puertas del "Pueblo de los Sueños" (pueblo entendido como una comunidad, demos oneiron, y no -solo- como una construcción -domos-, si bien, demos y domos eran términos relacionados), que se abrían hacia la nebulosa Vía Láctea,; según el mismo Porfirio, este "pueblo" era el conjunto de las almas en pena que se arremolinaban para beber leche -como la que Ulises virtió sobre la tierra para atraer a las almas en pena hacia la boca del Hades a fin de que le indicaran el camino de regreso a Itaca- para animarse.

¿A qué respondía semejante cueva? ¿Qué significaba?

Boreas era un viento frío; para Porfirio, aportaba humedad, lo que hacía que las alas de las almas se cargaran y los cuerpos se ablandaran, se amoldaran al mundo terrenal. Por el contrario, Noto era el soplo del estío, seco y cortante, que reducía las cosas a un polvo que se alzaba. Las formas, y las almas, ascendían levantadas por el cálido soplo, como hojas doradas.

Mientras que la humedad causaba pesadumbre, el calor revigorizaba.
Los dioses y, en particular, el dios supremo, padre de las almas, del que emanaba el soplo, el fuego divino que vivificaba, se hallaba allí donde el sol brilla y calienta más: al sur. El sur, y el mediodía, eran el espacio y el tiempo del padre de los dioses, del supremo creador.
Por esto, al mediodía, anotaba Porfirio, los sacerdotes corrían "cortinas en los templos" e impedían "que los hombres penetraran en los templos" porque era la hora dedicada a la divinidad. Los hombres no podían molestarla. Las doce del mediodía estaban enteramente dedicada a los dioses, y sus santuarios sólo podían estar a su disposición.

Pero todos los umbrales, de templos y de hogares, de espacios sagrados y profanos, eran semejantes al umbral del templo del dios supremo. Éste era el prototipo de cualquier acceso. Todos significaban lo mismo: la entrada a un nuevo mundo. Todos recordaban el linde entre el lugar de los hombres y el de los inmortales. Y este linde no podía ser cruzado impunemente cuando la divinidad irradiaba con la máxima intensidad; cuando deslumbraba.

Toda puerta daba acceso a otro mundo; un mundo donde a los humanos no siempre les estaba permitido entrar. Por este motivo, como muestra de respeto por la fuerza del "dios principio de todas las cosas", los hogares eran considerados como templos en los que los humanos podían siempre entrar, pero en silencio, como si hubieran muerto con respeto a lo que dejaban detrás y se preparaban para un nuevo espacio, una nueva vida.

Las puertas debían cruzarse con temor y veneración. En silencio. ¿Qué ha quedado de la lección de Porfirio?