martes, 20 de octubre de 2009

Thomek Baginski: La Catedral (2002)

The Cathedral (2002) - Tomek Baginski from Ludik on Vimeo.



Película candidata al Oscar para cortometrajes de animación, 2002

Apolo como Moisés


La aceptación de los dioses paganos en el Cristianismo se hizo de dos maneras: convirtiéndolos en metáforas de fenómenos físicos (naturales, sociales, humanos) y psíquicos -una manera de considerarlos que, de todos modos, no fue desconocida en el mundo antiguo, ya que algún sofista, en el s. V aC, consideraba que los dioses eran seres imaginarios ideados por los humanos y, en el siglo IV aC, el griego Evemero y, posteriormente, los estóicos, sostendrían que los dioses eran seres humanos remarcables divinizados o creaciones poéticas humanas que daban razón de hechos incomprensibles, a los que visualizaban-, o equiparándolos con personajes bíblicos o del Nuevo Testamento.

Apolo, quizá uno de los dioses más venerados por los antiguos -junto con su hijo Asclepio o Esculapio, el dios de la medicina, sobre todo en Roma-, fue una de las divinidades que pasó, ya en época tardo-romana, por un proceso de cristianización. La imagen paleo-cristiana de Cristo como pastor (un Cristo joven e imberbe, seguro y en absoluto doliente -el cuerpo crucificado no se impuso como imagen crística hasta la Baja Edad Media-) fue modelada a partir de la de un juvenil Apolo portando una oveja sobre los hombres como todo buen conductor de rebaños. El que, en época helenística, Apolo fuera visto como una divinidad solar también contribuyó a su identificación con Cristo, el "Sol Invicto".
De este modo, Apolo aparecía como un precursor de Cristo -al que anunciaba-, dotado de sus mismos valores (la crueldad de Apolo era olvidada en favor de la luz o la música que aportaba, de su preocupación para con el género humano) pero carente aún de la sabiduría del dios cristiano.

Sin embargo, Cristo no fue la única figura cristiana con la que Apolo fue identificado. El arzobispo y académico francés barroco Pierre-Daniel Huet (s. XVII) equiparó a Apolo con Moisés en su libro Demonstratio Evangelica, dedicado al Delfín de Francia (los príncipes herederos franceses eran señores del condado francés de Dauphiné, cercano al Mediterráneo, cuyo nombre derivaba del delfín, el animal apolíneo por excelencia, en el que Apolo se metamorfoseaba):

http://books.google.com/books?id=Y68WAAAAQAAJ&ots=7hymkeAwfu&dq=Pierre-Daniel%20Huet%20Demonstratio%20Evangelica&hl=es&pg=PT4#v=onepage&q=&f=false
Huet compara a Apolo con varias divinidades, como Dionisio (Baco) -ya que el Dioniso órfico nacía y moría ritualmente cada año en favor de la humanidad-, y, sobre todo, con el profeta Moisés.
Dicha equiparación no tiene ninguna base histórica ni teológica -los redactores del Pentateuco posiblemente no conocieran al dios Apolo-, pero no deja por ello de ser interesante, ya que revela la imagen que se tenía del dios oracular y de la arquitectura. (Por el contrario, es muy posible que los sacerdotes hebreos tras el retorno de Babilonia, en el siglo VI aC, hubieran forjado la figura mítica de Moisés a partir de las leyendas mesopotámicas del emperador acadio Sargón I, de finales del III milenio aC).
Moisés era un humano; Apolo una divinidad. Poco podían tener en común. Sin embargo, al igual que Moisés -que literalmente significa el engendrado-, abandonado en un "moisés" entregado al río Nilo, Apolo tuvo un nacimiento conflictivo, en una isla marginal, a la merced de las aguas -ya que no estaba anclada en el mar-. Ambos, perseguidos, tuvieron que esconderse. Un mismo defecto físico destacaba la singularidad de ambos: Moisés era tartamudo; A Apolo, que pronunciaba sentencias enigmáticas en su santuario délfico, de muy difícil interpretación, tampoco se le entendía. Cometieron crímenes: Moisés asesinó a un egipcio y, más tarde, dudó de la palabra de Yavhé; mientras, el mismo nombre de Apolo (algunos eruditos antiguos sostenía que el nombre derivaba del verbo griego apollunai, que significa destruir), y uno de sus atributos más habituales, el arco y las flechas, lo señalaban como una figura peligrosa.
La relación entre Apolo y Moisés es más significativa de lo que parece: ambos eran "pastores", tanto en sentido literal (guardaban rebaños) cuanto metafórico: guiaban, físicamente y a través del verbo, a los hombres. Eran portavoces que mediaban entre el dios supremo (Yavhé, Zeus) y la humanidad descarriada. Y lo hacían a través de espacios de los que era imposible salir con vida: el desierto (Moisés) y el ponto (Apolo). Tenían el poder de hallar el (buen) camino en territorios en los que las huellas desaparecían al momento y en los que, por tanto, era inevitable perderse y perder la vida. Moisés irradiaba; Apolo señalaba la senda por la que el ser humano debía transitar gracias a las flechas que disparaba y que apuntaban en la dirección correcta.
Tanto Moisés como Apolo eran perfectos organizadores del espacio. Encabezaban expediciones que llevaban a los hombres a buen puerto. No se perdían. Tenían el don de ver donde no se podía ver, de vislumbrar caminos en espacio indiferenciados, carentes de cualquier ordenación espacial, orden que solo era establecido tras su paso. Por eso, los pueblos que los seguían sobrevivían. La suerte de la comunidad, abandonada hasta entonces a la intemperie, sin saber hacia donde ir ni donde instalarse, dependía de ellos. Los hebreos dejaron de ser unor errantes en cuanto siguieron a Moisés; los humanos, desorientados, equiparados a las bestias, se "humanizaron" y hallaron al fin su lugar en la tierra gracias a Apolo que los condujo hacia la tierra prometida: Delfos, semejante a Israel.

La equiparación que Huet estableció entre Apolo y Moisés era incorrecta o aberrante desde el punto de vista histórico; pero acertada desde el imaginario. Moisés y Apolo fueron unos "buenos pastores"; y la "buena conducta" que ejercieron, que permitió a la humanidad sobrevivir, se visualizó a través de la ordenación del espacio.
De algún modo, Apolo y Moisés fueron unos perfector urbanistas o arquitectos. Crearon unos "pueblos", comunidades, hasta entonces desbandadas, dejadas "de la mano de dios". Fueron unas figuras ideales a través de las cuales los seres humanos se sintieron protegidos, expresando su confianza en un futuro heróico.



lunes, 19 de octubre de 2009

La ciudad sumeria de Tell Beydar (Siria)


http://beydar.com/index.php?lg=16&index=2#content


Tell Beydar, en el extremo noroeste de Siria, cerca de la frontera turca, comprende una de las ciudades más importantes del norte de Mesopotamia, en el III milenio, influenciada por la cultura sureña sumeria.


Es hoy una de los yacimientos arqueológicos más importantes del Próximo Oriente, y algunos de los edificios están siendo restaurados hasta dejarlos como se hallaban cuando fueron desenterrados, conservando suelos y muros con varios metros de altura, con vistas a una explotación turística más que científica, desgraciada pero inevitablemente (las misiones arqueológicas son muy costosas).

El yacimiento está aportando datos acerca de la estructura urbana y de la tipología de determinados edificios (templos, palacios, almacenes, viviendas) que constituyen hoy, cuando las excavaciones en Irak son imposibles y sus yacimientos saqueados -los cuales van a necesitar una laboriosa restauración antes de seguir siendo explorados- la fuente básica de información sobre la cultura urbana y la arquitectura del III milenio aC, sumeria o próxima a Sumer.

La web de la misión arqueológica es modélica. Imprescindible

In vino veritas



Immanuel Kant was a real pissant
Who was very rarely stable
Heidegger, Heidegger was a boozy beggar
Who could think you under the table
David Hume could out-consume
Wilhelm Friedrich Hegel
And Wittgenstein was a beery swine
Who was just as schloshed as Schlegel
There's nothing Nietzsche couldn't teach ya
'Bout the raising of the wrist
Socrates himself was permanently pissed
John Stuart Mill, of his own free will
With half a pint of shandy got particularly ill
Plato, they say, could stick it away
Half a crate of whiskey every day
Aristotle, Aristotle was a bugger for the bottle
Hobbes was fond of his dram
And Rene Descartes was a drunken fart
"I drink therefore I am"
Yes, Socrates himself is particularly missed
A lovely little thinker but a bugger when he's pissed

Kantando



Enviado por Jéssica Jaques a quien agradezco el hallazgo

viernes, 16 de octubre de 2009

La casa de (o por) la mosca



Ferenc Rofusz: A légy (1981) (35mm)
Oscar al mejor corto de animación en 1981

De vuelta a Homero (lectura imprescindible)

Un libro apasionante, serio y ameno: Introducció a la Ilíada, de Jaume Pòrtulas (Fundació Bernat Metge, Editorial Alpha, 2009, 577 págs.).
Ganó el Premi Nacional de Literatura 2009, y llegó a ser, durante unas semanas -algo casi inaudito-, uno de los ensayos más vendidos.
No analiza solo la Ilíada sino también la Odisea y la figura, real o legendaria, de Homero.

Y tras su lectura, deberíamos leer o releer la Ilíada, superior, más trágica y emotiva (aunque menos popular), que la Odisea.

La Odisea se asemeja más un conjunto de cuentos populares; historias protagonizadas por diosas con una varita mágica, magas capaces de convertir a héroes en cerdos encerrados en pocilgas, y dioses panzudos que se metamorfosean en focas.
La narración contiene escenas impagables (como en encuentro entre el Cíclope y Ulises), otras inquietantes (el descenso de Ulises en los infiernos), pero algunas, como la llegada de Ulises a Itaca, o el mismo final, son decepcionantes -pese a la evocadora descripción del enigmático antro de las ninfas cabe la playa donde Ulises desembarca-.

La grandeza de la Ilíada es el lenguage (sú hálito, su porte), las casi infinitas variaciones de unos pocos motivos. La de la Odisea reside, en cambio, en su estructura y el complejo juego de voces que articula.
La historia -el regreso de Ulises de Troya, una vez acabada la guerra, a Itaca, donde su esposa, Penélope, contiene a duras penas a unos pretendientes que aguardan que aquélla escoja, tras veinte años de asedio y abandono, a un nuevo esposo que se quedará con todas las posesiones de Ulises- no es contado se manera líneal, sino desde múltiples puntos de vista y planos.

De entrada, Homero no se presenta como un narrador sino un transcriptor, lo más fiel posible, de lo que las Musas le cuentan: "Cuéntame, Musa, la historia de un hombre de muchos senderos...". Son ellas las que saben la verdad sobre el destino de Ulises. La visión de los dioses se mezcla con la de los humanos.

La narración se inicia en los cielos. Los dioses se compadecen de la suerte de Ulises, y deciden liberarlo -todos, menos Poseidón, que persigue a Ulises porque mató a su hijo predilecto, el Cíclope, y es el causante de la "odisea", el errático viaje del héroe, sometido al vaivén de las olas y los caprichos de las nubes coléricas-: está preso de los encantos de la maga (la diosa) Calipso.
El relato empieza, pues, cuando Ulises está ya cerca de (regresar a) Itaca. Todo lo que se cuenta ha acontecido antes de que Calipso se prenda de él y lo prenda.

La Odisea es una recopilación de recuerdos; de relatos sobre relatos. Mientras Ulises yace en los brazos de Calipso, su hijo Telémaco decide partir de Itaca en busca de noticias de su padre que todos suponen muerto, pues todos los griegos, menos Ulises, que no sucumbieron en Troya, ya han regresado a sus ciudades. Telémaco acude al palacio de Menelao -esposo de Helena, causante de la guerra de Troya al abandonar su hogar para seguir a París, un príncipe troyano-, amigo de Ulises, para recabar los datos o los recuerdos que aquél pudiera atesorar. Tras recibirlo con todos los honores, Menelao le cuenta no solo lo que rememora sino lo que otros le han contado. El relato se asemaje a un juego de muñecas rusas. La historia es un compendio de recuerdos -desfigurados por el tiempo- y de rumores indemostrables. Las Musas dicen, sin duda, la verdad a Homero, pero la distilan con cuenta gotas, como los grandes narradores orales que saben suspender el ánimo de los oyentes.
Todas las escenas más célebres, como la llegada de Ulises al palacio del rey de los feacios, o el sangriente encuentro entre Ulises y el Cíclope, no están contados directamente, sino que son historias oídas por Menelao, acontecidas ha mucho tiempo, antes de que Ulises cayera a los pies de Calipso, mezcladas con la narración del propio errático regreso de Menelao a Esparta: ya que fue durante el viaje de Menelao a Egipto, para entrevistarse con Proteo, el anciano del Mar que todo lo sabe, que Idotea -la hija de Proteo-, secretamente prendada de Menelao, le conto acerca de otro desdichado héroe griego, "el hijo de Laetes que habita en Itaca -Ulises-, (a quién) vi en una isla derramando abundante llanto, en el palacio de la ninfa Calipso, que lo retiene por la fuerza". Es la segunda vez que se nos cuenta, tras el debate inicial en el encumbrado palacio de Zeus, acerca de Ulises preso de Calipso. Pero aún no sabemos si este hecho es cierto. Solo se trata de un rumor, un dicho referido a un hecho del pasado. Incluso si fuera cierto, Ulises bien podría haber fallecido desde entonces.

Juego de espejo; juego de voces. Son las Musas, los dioses y los testigos, directos e indirectos que narran las aventuras de Ulises. Ulises solo habla directamente cuando llega a Itaca, al final de la Odisea. Incluso el propio poeta, Homero, hace oir su voz e interviene directamente, con un recurso inaudito, interpelando a un personaje. La voz autoral de Cervantes, incidiendo en el relato de El Quijote, ya se escucha en la narración homérica: "y tú le contestaste, porquero Eumeo..." -a menos que la voz sea, no la de Homero el transcriptor, sino la de las Musas que le inspiran-.

El placer de la lectura de Homero, junto al de Pòrtulas: un cálido invierno en perspectiva.