sábado, 26 de diciembre de 2009

Antes de la arquitectura


"¡Qué bien vivía el hombre bajo Saturno

Antes de abrir caminos en la Tierra!

(…)

El navegante, con afán de lucro,

No cargaba su nave por ignotas tierras:

El yugo entonces no soportaba el toro

Ni el caballo su freno, y nunca puertas

El hogar tuvo entonces, y de los campos

No fijó los linderos ni una piedra;

Daban miel las encinas, y su leche

Espontáneamente brindaban las ovejas;

Y no hubo herrero que forjara espadas,

Porque no hubo ni ejércitos ni guerras.

Hoy sendas mil se abren y llevan hacia la Muerte"


(Tibulo, Elegías, I, 3, 35-50)


Este conocido poema romano describe la sociedad humana en la Edad de Oro. Contrariamente a la concepción mesopotámica (o del griego Hesíodo, marcado por los mitos orientales de los inicios, según la cual solo la actividad del hombre -y de los dioses artesanos- logra que la creación del universo se complete y tenga sentido, y la tierra se convierta en un lugar habitable), el poeta romano Titulo (como también acontece en la Biblia) concibe el mundo de los orígenes, regido por el benevolente y sabio Saturno, como un lugar y un tiempo en el que dioses, humanos y animales convivían en libertad, y no era necesario fijar límites entre el espacio asignado a cada especie, a cada individuo.

Por el contrario, la vida bajo el enérgico Júpiter, el sucesor de su anciano padre, se convierte en un infierno, y la tierra un espacio inhóspito, donde cada uno tiene que defenderse de los demás.


La elegía de Tibulo tiene una connotación política: describe la vida en la añorada Edad de Oro, y bajo Augusto, ya que el monarca, que pacificó el recién creado imperio y se comparaba con el benéfico Apolo -que con sus poemas y su música civilizó la tierra, protegió con sus templos y sus ciudades, y cuidó, gracias a sus conocimientos médicos, a la humanidad, según la concepción latina de Apolo- tuvo a bien reconstruir el Edén. Toda la política augustea consistió en evocar la feliz era de los inicios.


Era en la que la arquitectura no tenía lugar (contrariamente a lo que, paradójicamente, aconteció durante los años augusteos, cuando la política urbanística y edificatoria, ostentosamente construida con caros mármoles y metales preciosos, creció. Pero Augusto y sus defensores no cayeron en esta contradicción).


La Edad de Oro, según Tibulo, se caracterizaba, sobre todo, por la ausencia de cualquier acción edificatoria: no existían carreteras abiertas en la tierra, las casas no tenían puertas (es decir, no eran casas, sino abrigos, espacio acogedores pero no protectores, porque no era necesario defenderse de nada ni de nadie), los mojones no tenían cabida ya que no se debía delimitar parcelas (la tierra es de todos), y a los animales no se les domesticaba (no existían "domoi", por otra parte, en las que encerrarlos). Las casas, los espacios cerradops, acotados no eran moradas, sino cárceles; no defendían la vida, sino que apelaban a la muerte. La ostensible falta de intervención en el espacio, marcando, ordenando, dividiendo y parcelando, era el rasgo más destacado de la era de los orígenes: ordenar o completar el espacio no se tenía que llevar a cabo para que los vivientes pudieran "estar" en la tierra. Antes bien, cualquier intervención espacial, edificatoria, conducía al desastre. A la Edad de Oro le sucedió la Edad de Hierro (según Hesiodo), cuando la apertura de caminos condujo, literamente, no hacia un próspero futuro, sino hacia la muerte (no se sabe si Tibulo, veladamente, quería criticar la tan desaforada política edificatoria de Augusto).


Intervenir sobre o en el espacio, implica la existencia de enemigos -o los crea-; significa que la muerte ha irrumpido -lo que exige la erección de defensas-, o llama a la muerte.


Todo parece indicar que para Tibulo -como para la mayoría de los poetas romanos augusteos, como Virgilio, salvo para Ovidio (condenado al destierro debido a este hecho)-, la arquitectura y el urbanismo no eran una consecuencia de la degradación de los tiempos, sino el factor que desencadenaba el fin de la Edad de Oro. Edificar era destruir. Querrer preservar llevaba a la Muerte. Los caminos solo conducían a la nada.


¿Una lección actual?

jueves, 24 de diciembre de 2009

Michael Snow: Wavelenth (1967)



La suma del cine experimental: cuarenta y cinco minutos en una estancia que mira a la calle donde decenas de industriales empresarios se arruinaron. Un agudo zumbido tortura.

Una de las cien mejores películas del siglo XX.

Si la descarga tardase, váyase a:

http://video.google.com/videoplay?docid=5594638448098762852&ei=970zS8DULcem-AaupIz3Dg&q=Michael+Snow&hl=es#

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Marcel Duchamp y Maya Deren: Witch´s Cradle (1943), inacabado

Shirley Clarke: Bullfight (1955)



Obra maestra del cine experimental norteamericano de la post-guerra

High Line Park (Meatpacking District, Nueva York)




Al fondo, alto bloque de pisos proyectado por Jean Nouvel












Hotel Standard, proyectado sobre el High Line Park por Todd Schliemann (Polshek Partnership, Nueva York).












"Grafitis" a los pies de la estructura metálica elevada reconvertida en un paseo o un parque longitudinal:






















Meatpacking District: en en suroeste de Manhattan, el antiguo barrio de los matederos, almacenes y distribuidores de carne fresca, formado por talleres bajos abandonados, con portalones y rejas metálicos, entre callejuelas de adoquines irregularmente colocados, hoy reconvertido en un centro de lujosas tiendas de moda y restaurantes en los que se paga para no comer, que no han logrado alterar el carácter dejado y desolado de las pocas manzanas deshabitadas.
A un lado, cerca del río Hudson, la oxidada estructura de hierro elevada de un tren de mercancías, en desuso desde los años 80, que serpentea en dirección al puerto donde se cargaban contenedores de carne congelada, en ocasiones por encima de las construcciones.
Salvada y restaurada por los arquitectos de Nueva York Diller y Scofidio, abriga el hermoso High Line Park.
Tres tipos de piezas prefabricadas de hormigón gris -rectangular, semejante a una traviesa, que cubre todo el suelo; en forma de pirámide truncada, que, permite que la vegetación crezca "espontáneamente entre las juntas abiertas en forma de peine; y semejante a una estilizada "z", que constituye la base de un banco, unido al suelo por la parte baja de la pieza, y formado por viguetas de madera -, fanales, matorrales y árboles calculadamente descuidados, que parecen brotar "natualmente" -como si hubieran crecido entre vías abandonadas-, y tumbonas de lamas de madera con ruedas metálicas que se desplazan por las vías preservadas, son los únicos elementos empleados en la reconversión. El estilo es austero; recuerda la forma de los objetos cotidianos de los pioneros puritanos.
El parque está aún en obras. La crisis económica ha frenado la restauración; por ahora, cubre una tercera parte de la longitud de las vías. Cuando se concluya, tendrá quilómetros de largo.
Pero ya permite descubrir el río Hudson gris-azulado, sobrevolar azoteas de ladrillos rojo oscuro y callejuelas intrincadas, como si de un extenso yacimiento arqueológico se tratara -restos de una colonia fundada cerca del mar-, y otear macizos torreones, pináculos neorrománicos que dibujan, en la lejanía, bajo un cielo frío, afilados perfiles montañosos.

http://www.thehighline.org/

Después de la Coulée Verte en el centro de París, cerca de la Bastilla -construída sobre una vía de tren elevada que se abre paso entre altos edificios de viviendas-, que ha servido sin duda de inspiración, uno de los mejores parques actuales, lejos de las absurdas "follies" de los años ochenta (Parque de la Villette de París, por ejemplo).





martes, 22 de diciembre de 2009

Tocho del destino

Tablilla fundacional de Gudea

Estatua acéfala del Gudea, con una tablilla con la planta del santuario de Ningirsu en Girsu, llamada estatua de "Gudea arquitecto", Museo del Louvre, París


Era, al parecer, una práctica habitual en la construcción sumeria, disponer de un sig4 nam tar-ra, tal como ha señalado agudamente Jordi Abadal. Este objeto ha dado lugar a múltiples interpretaciones.


Según los autores, la traducción varía: sig4 es un ladrillo (pero también un límite o una cerca, y una fundación o un cimiento). Tar es un adjetivo (juicioso) o un verbo (determinar, buscar, inquirir). La expresión verbal nam...tar se traduce habitualmente por decidir la suerte de, fijar el destino de. Sig4 nam tar-ra (siendo la a final, a la que se le añade la repetición de la última consonante r, la desinencia del genitivo o complemento de objeto) es entonces "el labrillo -o tocho- del destino", o "el ladrillo destinado". Los conocimientos actuales de la gramática y el vocabulario sumerios impiden saber a fe cierta en qué consiste este objeto: una pieza que fija o enuncia el destino, o una pieza destinada (a una determinada función).

Los traductores, sin embargo, tienden a escoger la primera traducción: se trataría, entonces, de un "ladrillo del destino". ¿Qué es? ¿Qué entendían los sumerios por un "ladrillo del destino"?

Quíen destacó con mayor insistencia el uso de dicho objeto fue el rey neo-sumerio Gudea (finales del III milenio aC) durante la reconstrucción del templo de Ningirsu, el dios tutelar de Girsu, lacapital del reino de Lagash, tal como se describe en la llamada "Autobiografía de Gudea", un largo y complejo texto, conservado casi íntegramente (y fijado en dos bloques cilíndricos de gran tamaño -unos 50 cm de alto por 30 de diámetro-, en el Museo del Louvre de París), y considerado como la primera memoria arquitectónica de la historia, ya que describe minuciosamente la fundación y reconstrucción parcial de dicho santuario.

Los sumerios (y los mesopotámicos, en general) concedían gran importancia al "primer ladrillo" -equivalente a la primera piedra que se utiliza actualmente-, un ladrillo de gran tamaño, a veces cuadrado -mientras que los ladrillos convencionales solían ser rectangulares-, que podía llegar a tener un tamaño de 50x50x5 cm, fabricado con unos materiales simbólica o mágicamente dotados (leche, mantequilla, aceite, miel, cerveza, etc.), añadidos a la base de adobe, según un rito prefijado y utilizando unos instrumentos especiales. La fabricación, transporte y deposición de dicho ladrillo corría a cargo del rey.

Este ladrillo "fundacional" poseía una inscripción, a menudo muy largo, escrita o impresa: descripción del rito fundacional, precisando la grandeza y piedad del monarca; invocación a los dioses (pidiéndoles la protección del santuario); o maldición (para quienes se atrevieran a destruir el templo).

Este ladriloo, del que se realizaban varias copias, solía ser depositado en los cimientos del edificio, y en diversas partes de los muros.

Se ha pensado que el "ladrilllo del destino" correspondía a un "ladrillo fundacional". Sin embargo, algunos estudiosos sostienen que se trataba de una pieza distinta, que servía ya sea para señalar el emplazamiento del edificio, ya sea para fijar la función o destinación de la construcción; en este caso, se trataría de un documento administrativo, o religioso-administraivo, algo así como un registro de la propiedad.
No todos los especialistas piensan que se trataba de un ladrillo, sin embrgo. Podía ser una tablilla, es decir una pieza hecha con los mismos materiales (arcilla, paja, agua y eventuales añadidos de materiales simbólicamente significativos para la perdurabilidad -mágica- del objeto) que los ladrillos, moldeada y producida en serie, que servía de soporte para una inscripción que podía ser idéntica a la de un ladrillo fundacional.

Si así fuera, la tablilla del destino evocaría la "tabla de la ley" bíblica -la Biblia es un texto culturalmente mesopotámico-, la cual, según la aguda opinión de Gregorio del Olmo, no consistía en un decreto legal (los "mandamientos"), sino en un plano y unas indicaciones precisas sobre materiales y usos para construir el santuario ambulante (el arca). En este caso, la entrega de una divinidad a un humano de un documento gráfico y textual con todas las indicaciones para una edificación, se asemejaba a la que el propio dios Ningirsu habría proporcionado, en sueños, al rey Gudea, tal como se describe también en la "Autobiografía de Gudea", y se muestra en una célebre estatua sedente del rey con una tablilla sobre sus rodillas, en la que está nítidamente inscrita la planta exacta y a escala del santuario de Ningirsu (tal como se ha podido comprobar en las excavaciones llevadas a cabo en Girsu -o Tello-).

Si el ladrillo del destino fuera, entonces, un plano (un proyecto arquitectónico), éste actuaría como base de la construcción, ya que dichos documentos, distintos de los ladrillos fundacionales, se ubicaban también en los cimientos del edificio por construir. Éste se alzaría sobre la planta enterrada (de modo muy semejante al que se sigue cuando el rito de la colocación de la primera piedra, practicado aún hoy en día, y consistente en la deposición, en los cimientos, de los planos del edificio). Tantos estos documentos gráficos como las tablillas del destino contenían y contienen toda la información necesaria para la erección de un edificio. De algún modo, lo contienen en ciernes: son el origen del edificio.

Esta interpretación acerca de lo que sería un "tocho del destino" y de su función se apoyaría en el hecho que algunos estudiosos piensan que dicha pieza servía metonímicamente para designar al edificio: la parte nombraría el todo. El ladrillo (del destino) sería el templo (o "ya" sería el templo); lo cual es lógico, ya que, conteniendo las plantas de la construcción (que se erguiría sobre dichas trazas depositadas en los cimientos), el ladrillo anunciaría -y contendría (a escala)- al templo.

Un tocho del destino sería entonces un plano, que proclamaría la buena neuva de la próxima venida o aparición de un nuevo edificio. Y ya para los sumerios, como para los arquitectos desde el siglo XVI, la construcción es innecesaria, ya que el plano (plantas, alzados y secciones) es ya la construcción. Son lo mismo. La construcción no aporta nada. Un espacio habilidado, ordenado, es un límite trazado en una superficie horizontal (de una tablilla, un ladrillo o un solar) que cerca un espacio propio y seguro, deslindándolo del espacio indiferenciado y desordenado exterior en el que campan todos los peligros que acechan, asedian a la vida recogida tras los límites trazados.

Un tocho del destino es un edificio ideal. Que es siempre el verdadero. Es la salvación de la arquitectura -y de la vida allí acogida o recogida.



lunes, 21 de diciembre de 2009

Libeskind en Toronto













El Royal Ontario Museum, de Toronto, ha logrado por fin inaugurar la ampliación del edificio a cargo de Daniel Libeskind. Arruinado ha quedado (el museo despide personal, y no logra abrir salas aún vacías).
El edificio original, neo-clásico, posee una sucesión de salas de planta rectangular y paredes rectas; la nueva ala, de cristal (evoca un arisco glaciar), un entramado de espacios de afilada planta triangular, paredes inclinadas, tiras de fluorescentes en todos los sentidos (menos sobre las vitrinas), puentes, y pasos que siegan las salas (en las que se deberían disponer expositores con material arqueológico).
Presenta incluso un pasillo estrecho, ceñido por un murete, cuyo paso una pared blanca pronunciadamente inclinada, mantenida en la penumbra, corta abruptamente. Habitualmente, los niños quedan encastrados y se deben ser extraídos a duras penas.
Un buen aviso a los padres a quienes se les ocurre ir al museo con niños, dejándolos sueltos, además.
El arte grigo sigue en el edificio original. Las artes más "expresionistas" -africanas orientales, precolombinas"- se disponen como pueden en vitrinas al tuntún.
Nadie se aventura más allá de las salas neo-clásicas.