jueves, 18 de febrero de 2010

Metáfora arquitectónica (en La Ilíada)


En la guerra de Troya no luchaban solo aqueos contra troyanos. También en cada bando los héroes competían entre sí para demostrar quien era el más valeroso y audaz, capaz de matar el mayor número de enemigos, con la protección o el permiso de alguna divinidad, pero sin la ayuda de ningún compañero.

Los ejércitos griego y troyano estaban compuestos únicamente de individualidades que luchaban para su único prestigio. Si Aquiles se hubiera preocupado por la suerte de sus iguales, hubiera renunciado a su enfado para con Agamenón (quien se había quedado con la parte del botín que le correspondía a Aquiles), y hubiera vuelto al combate en un momento en que los troyanos ya acorralaban a los aqueos.


Sin embargo, en medio de esta pelea de gallos que fue la guerra de Troya, sobresalieron situaciones durante las cuáles los héroes se olvidaron de su fama y decidieron poner sus fuerzas al servicio de una noble y ajena causa: la "salvación" del alma de Patroclo, necesitada de todos las energías que se le pudieran brindar para sortear el abismo que media entre el mundo de los vivos y el sombrío reino de los muertos.


Aquiles organizó unos juegos en honor de Patroclo. Mandó que sacrificaran animales y humanos. Y que sus iguales, los héroes junto a los que había combatido (y volvería a competir hasta su muerte) compitieran voluntariamente entre ellos a fin que el esfuerzo, la fuerza, la energía entregadas animaran la sombra del difunto.


Es cierto que cada héroe iba a luchar para la gloria que la victoria en el deporte concede; pero también se entregaría para ayudar al espectro de Patroclo.


Los contendientes competirían por parejas, o en grupos. Recurrirían a las armas y tendrían, en ocasiones, que herir al contrincante a fin que la sangre vertida alimente al difunto. Pero no tenían que matarse. De hecho, en varias ocasiones, Aquiles paró la contienda para salvar a sus iguales.
Poco antes del final de los juegos, Aquiles solicitó un último esfuerzo:
"Aquiles.- Levantaos los que hayáis de entrar en esta lucha.

Así habló. Alzóse en seguida el gran Ayante Telamonio y luego el ingenioso Ulises, fecundo en ardides. Puesto el ceñidor, fueron a encontrase en medio del circo y se cogieron con los robustos brazos como se enlazan las vigas que un ilustra artífice une, al construir alto palacio, para que resistan el embate de los vientos. Sus espaldas crujían, estrechadas fuertemente por los vigorosos brazos..." (Rapsodia XXIII)


Ulises y Ayante Telamonio luchaban cuerpo a cuerpo. Sus miembros se unían como la estructura de un edificio. Sus cuerpos unidos alzaban una construcción. La metáfora arquitectónica, en este caso, expresaba que los ligámenes que los unían eran sólidos y flexibles. Ulises y Ayante estaban unidos, no solo porque competían, sino porque eran iguales y, siendo iguales, se olvidaban de sus individualidades para unirse en una tarea común, un esfuerzo común en favor de un igual a ellos, un miembro de la comunidad que los aqueos constituían.


La arquitectura, en este caso, expresaba los valores de la comunidad: dos héroes abandonaban su reserva y aceptaban luchar en favor de un tercero. Pertenecían a una misma casa, y la casa que levantaban era el testimonio del respecto que concedían a los valores de la vida en común -respeto tan difícil de lograr ya que se trataba de héroes para los que solo contaban las hazañas individuales.
La arquitectura construye casas: es decir comunidades al servicio de las cuales los humanos se entregan o se entregaban apasionadamente.
Esto ocurría cuando las comunidades -y las casas- tenían un tamaño "humano". Hoy babeles apuntan directamente al cielo.

miércoles, 17 de febrero de 2010

El sentido de las cosas: breves notas sobre arte sumerio





Signo cuneiforme que se lee "me"



I.-

Shag4 es una palabra común en sumerio. Designa un órgano vital: el corazón.

Shag4 (o shà) formaba parte de varias expresiones espaciales: shà=ak=shè, se traduce por "en el interior de"; shà=ak=ta, por "en medio de". Es decir, en estas expresiones shà interviene para designar un emplazamiento secreto, oculto. Siendo shà corazón, parece lógico el sentido de las expresiones en las que shà interviene. Nombra un lugar central y recóndido. La importancia vital de shà (en tanto que corazón), en estos casos, no es tenida en cuenta; solo su relación con el cuerpo: el corazón es invisible.

Sin embargo, shà tenía otro significado, propio del mundo de las artes. En la conocida autobiografía del rey neo-sumerio Gudea -que cuenta cómo los dioses le ordenaron en sueños construir o reconstruir un templo y le enseñaron los planos gracias a los que podría cumplir con las exigencias divinas-, éste manifiesta la dificultad con la que se enfrenta para descifrar lo que los dioses le señalaron. Las órdenes y los documentos gráficos y escritos no eran claros. Es por este motivo que Gudea afirma que necesitó, ya despierto, la ayuda de diversas divinidades para interpretar lo que le fue indicado de noche, entre las que destacaba su "madre", la diosa Nanshe, diosa de la escritura y de la planimetría celestial (los astros eran la escritura con la que los dioses comunicaban sus voluntades a los humanos).

Gudea, entonces pidió a la diosa Nanshe que:

shag4-bi ha-ma-pad3-de3 (Cilindro A de Gudea, III, 28).

Esta corta frase es esencial. Se reconoce el término shag4. Pero, en este caso , no significa corazón, si bien alude a algo interior, y vivificante. La frase significa:

"que el sentido o significado del sueño me sea revelado (por la diosa)".

Shag4 -o shà-, aquí, adquiere un nuevo significado -lógicamente relacionado con los anteriores: shà designa el contenido de un mensaje, un texto, un poema. Este contenido es concebido como algo oculto que debe ser desvelado. La diosa Nashe está especialmente dotada para esta tarea "hermenéutica": es la diosa que lee los mensajes en los astros. Pero, al mismo tiempo, dicho contenido se presenta como algo vital: el corazón del texto. Éste adquiere sentido, y vida -y, por tanto, la capacidad de trasmitir y de influir-, puede, entonces, entrar en contacto con el oyente o el lector, gracias al contenido concebido como un órgano vital.

Mucho antes que los exégetas bíblicos, los "teóricos" sumerios ya habían entendido que el sentido de una frase es elusivo, que su desvelamiento es dificultoso, debido a todas las barreras que la forma interpone (y con las que se une, en una perfecta identificación entre la forma y el contenido, estando el contenido detrás de la forma, detrás de la apariencia, del sentido literal de la palabra), pero que solo este contenido -tan recluido por lo que lo contiene o encierra- da "sentido" a lo que se dice o se escribe. El resto es palabrería.

Gudea sabe que la frase tiene un segundo -y más profundo- sentido; que no se tiene que quedar con una primera impresión. Tiene que proceder a interpretarla, llegando hasta el corazón de la frase: su sentido último y verdadero, con la ayuda de la diosa de los exégetas.


II.-

Me es uno de los términos sumerios más enigmático; no porque no se sepa qué significa, sino porque se sabe demasiado: me denomina demasiadas y excesivamente diversas cosas. Como en la taxonomía de un emperador de la China, contada por Borges, según la cual bajo un mismo título se agrupaban entidades que nada parecían tener que ver entre ellas, bajo el término me se agrupan una sesenta de realidades, tan heteróclitas, como, por ejemplo, la destrucción de las ciudades, la prosperidad, la técnica de la madera, la inteligencia, el saber hacer, el recinto en el que guarda el abono, la mentira, la victoria o el trabajo obligatorio (tal como se cuenta en el mito Enki e Inana). Para una mente moderna no hay manera de encontrar lógica alguna en semejante clasificación. Incluye, al menos, cosas, acciones y valores. Se aplican tanto al mundo natural cuanto al celestial: las humanos, sus creaciones, pero también los dioses, tenían me.

Sin embargo, los me eran esenciales en la cultura sumeria. Quizá fueran una realidad sin la cual el universo se derrumbaría.

Existen tantas traducciones cuantos especialistas han abordado este tema. Los artículos dedicados a los me son ingentes. Sin embargo, este concepto sigue siendo elusivo.

En verdad, me tiene una primera y sencilla traducción: ser (el verbo ser). De ahí que, para algún estudioso, sin duda marcado por la metafísica griega, los me son la esencia -o la idea, el "ser"- de realidades terrenales (pero los me estaban también en la tierra: serían el ser y el estando). También podrían ser los fundamentos; pero también designarían poderes gracias a los que los dioses ordenaban el mundo.


Si miramos el signo cuneiforme con el que se escribe me, se descubre que se compone de dos trazos o cuñas cortas, dispuestas en ángulo recto, que dibujan una cruz de San Andrés. Este signo deriva de un signo arcáico, cuando la escritura cuneiforme era similar a la jeroglífica, compuesta de dibujos (utilizados como signos) y no por marcas abstractas sin relación formal con lo que designan. El dibujo inicial también muestra una cruz de San Ándres. Quizá fuera la imagen de un bastón de mando.

Desde luego, en el signo, naturalista o no, se encuentran dos líneas dispuestas en ángulo recto. Se parecen a coordenadas espaciales, que designan no solo a las dos direcciones en un mismo plano, sino también a la tercera dimensión.

Si los me derivaran del instrumento gracias al cual los soberanos controlaban o simbolizaban su control sobre el mundo visible -o imponían el orden-, y si estos objetos contienen o exhiben las directrices espaciales, los me, que rigen el buen funcionamiento, su orden, y simbolizan su armónica disposición (cada cosa en su sitio, cada acción unida a un objetivo), pertenecerían al mundo de la habilitación del espacio (el urbanismo, la arquitectura). Los me, gracias a los que el mundo se compone, revelarían que la concepción del orden y de la esencia, era de origen arquitectónico.


Del mismo modo que el dios Enki -depositario de los me- ordenó el mundo, creó a los humanos y (les) habilitó un espacio, siendo, desde entonces, considerado como una divinidad de los artesanos y, en particular, de los arquitectos, los me, con los que el mundo estaba "bien" compuesto, eran las reglas, las normas, las pautas, con las que un arquitecto divide, parcela y ordena el espacio. Los me serían algo así como la estructura del espacio y de las cosas; los pilares del mundo. Esta concepción denotaría la importancia que los sumerios acordaban a la arquitectura. Sin ella, sin el trabajo del arquitecto (imitando la acción ordenadora del mundo del dios Enki), el mundo retornaría al caos. Los me impedían que los entes perdieran el lugar asignado, su lugar. Los me eran, pues, la arquitectura o el andamiaje del mundo.


Una concepción que llegaría hasta la Grecia clásica. Para Platón, el dios de las esencias era el Uno, concebido como el gran demiurgo, es decir, el gran Arquitecto; y en tanto que ordenador del mundo, manejaba también lo que daba sentido y valor a todo lo que lo poblaba.
(Translitartación y traducción del curso de sumerio II, del Máster de Asiriología de la Universidad de Barcelona. Profesor: Lluis Feliu).

martes, 16 de febrero de 2010

Spike Jonze: Donde viven los monstruos (Where the Wild Things Are) (2009)


http://ver-pelicula.blogspot.com/2009/08/donde-viven-los-monstruos-sub-espanol.html



Dirección electrónica donde se puede ver en su totalidad esta película sobre el mundo tras el espejo, donde, entre otras acciones (tan similares a -y tan trágicas como- las que reinan en este lado del cristal), se puede fundar una ciudad y construir un castillo -que no está necesariamente en el aire- (filmación basada en el célebre cuento escrito e ilustrado por Maurice Sendak en 1963)

lunes, 15 de febrero de 2010

La casa de la pájara

Video enviado por David Capellas

En los umbrales del palacio de Zeus

"¡Ah infeliz! Muchos son los infortunios que tu ánimo ha soportado. ¿Cómo osaste venir solo a las naves de los aqueos ante los ojos del hombre que te mató tantos y tan valientes hijos? De hierro tienes el corazón. Mas, toma asiento en esta silla; Y aunque los dos estemos aflijidos, dejemos reposar en el alma las penas, pues el triste llanto para nada aprovecha. Los dioses destinaron a los míseres mortales a vivir en la tristeza, y solo ellos están libres de preocupaciones. En los umbrales del palacio de Zeus hay dos toneles de dones que el dios reparte. En el uno están los males, y en el otro los bienes. Aquel a quien Zeus, que se complace en lanzar rayos, se los da mezclados, unas veces topa con la desdicha y otras con la buena ventura; pero el que tan sólo recibe penas, vive con afrenta, una gran hambre le persigue sobre la divina tierra y va de un lado para otro sin ser honrado ni por los dioses ni por los hombres" -le decía Aquiles a Príamo, el anciano rey de Troya, quien había acudido, de noche, a la tiende del asediante héroe griego, para suplicarle que le entregara el cadáver de su hijo Héctor, muerto en combate por Aquiles, y ultrajado durante días por el polvo.-

Éste los célebres versos con los que prácticamente concluye la Ilíada de Homero. Versos que revelan un nuevo rostro de Aquiles, hasta entonces implacable -rostro que los mismos dioses, sin los que nada acontece, han forjado: una faz humana que se compadece de Príamo, y se reconoce en él. Aquiles sabe que su fin está próximo, que pronto será como Héctor y Patroclo, y que las glorias humanas son sólo espurnas que los dioses prenden -antes de apagarlas.

Quizá unos de los finales más emotivos de la literatura universal.

Amplitud de miras (o con chador y a lo loco)



"Destrás de cada tradición hay un enorme sistema de valores y creencias que no pueden borrar teniendo en cuenta uno solo de sus aspectos (...) Es como el veto contra el velo de las mujeres musulmanas que ignora las nociones sobre lo secreto, lo privado y lo público en esas sociedades. La vida es cruel. Y en todos los continentes hay mayores vejaciones que éstas contra los oprimidos", sentenciaba hoy John Berger en el diario El País, mientras disertaba sobre la crueldad de la vida degustando una merluza en salsa verde en un restaurante de Madrid.


Conozco una arquitecta iraquí musulmana (chiíta) de unos cuarenta años. Vive en Bagdad. Porta un pañuelo negro en la cabeza. Está casada con un arquitecto mayor que ella, que no parece obligarla a nada. Es muy religiosa o practicante. El pañuelo, sin duda, es una expresión de su fe, "de la noción de lo secreto", según los términos de Berger.


Otra arquitecta iraquí (que no es chiíta), que también vive en Bagdad, amiga suya, me devolvió a la realidad. Hasta el inicio de la segunda guerra del golfo, en 2003, aquella arquitecta no portaba pañuelo alguno. De hecho, nada revelaba su religión o su adscripción a confesión alguna. Vestía como quería. Desde luego, de manera muy distinta a como viste hoy. Es la presión, cada vez más creciente, de la comunidad chiíta que, por miedo, le lleva a cubrirse el velo y vestir con ropas anchas.

Se comporta como la mayoría de las mujeres chiítas del barrio de Khadimiya, alrededor de uno de los grandes santuarios del islam. Todas llevan el chador. No se veía ninguno, sin embargo, hace solo seis años.


He visto al imán del barrio admonestar a una mujer por no taparse suficientemente el pelo; he escuchado los "consejos" sobre cómo vestirse en este barrio: guantes negros, pañuelo negro, chador (con un velo que cubre casi todo el rostro), medias negras. La tela es sintética. Fuera hace más de cuarenta y cinco grados. Los hombres íbamos en tejanos o pantalanes de lino y camisetas cortas y ceñidas de manga corta. A las mujeres se las tiene que preservar (es decir, encerrar, como los valores y los tesoros). A los hombres no. Antes de la guerra, las mujeres iban en pantalones y los brazos descubiertos.


Mientras la iglesia y la derecha atenazaban a las mujeres en España en los años cincuenta del siglo pasado, el centro de Bagdad se asemejaba al barrio latino de París. Había más mujeres, y ni una tapada, en la Universidad.


Quienquiera haya visitado Damasco o Teherán, hace diez o quince años, recordará las mujeres musulmanas. Ninguna se escondía tras un velo negro. Solo en el campo se llevaban pañuelos de colores. Hoy, en Damasco, y aún más en Aleppo, mujeres, enteramente recubiertas de un tupido sudario negro que cela incluso el rostro (pese a que... llevan gafas de sol negras), se van dando de bruces contra las farolas porque no ven nada. Absolutamente nada. Los cánceres de piel, las enfermedades oculares se multiplivcan. ¿En nombre de los valores del secretismo? Valores sorprendentes, que han aparecido y se han extendido (es decir, impuesto) en menos de diez años.


¿Tan distintos somos? A lado y lado del Mediterráneo, ¿tenemos valores tan opuestos? Hasta 1977, la mujer, en España, no podía hacer nada sin el consentimiento del padre, primero y, luego, del marido. En los años cincuenta, las mantillas, los trajes enlutados para las viudas eran de rigor. Las risas, los espectáculos estaban prohibidos los días que precedían Pascua. Había que tener mucho cuidado con lo que se hacía, no fuera que un vecino te denunciara. En Menorca, en los años cuarenta, se exigía el certificado de haber comulgado en la misa del domingo para tener trabajo. ¡Ah! eran las costumbres, las sacro-santas (nunca mejor dicho) costumbres. Es una pena que se hayan perdido. Las mujeres españolas, mediterráneas y occidentales son hoy una perdidas, ya se sabe. Mientras que antes...


Valores, costumbres, tradiciones; el imaginario: no son leyes naturales, que no se pueden cambian; los humanos los hemos inventado; y los podemos modificar (como lo prueba, cínicamente los cambios recientes en algunas ciudades del Próximo Oriente) . O eliminar. España (e Italia, Grecia) e Irak (e Irán, Siria, etc.) cambiaron: en sentido contrario.


Valores, por otra parte, sobre cuya identificación podríamos preguntarnos. En el año 2000, uno de los relaciones públicas del ayuntamiento de Isfahan (Irán), cuya mujer no podía ser vista si no estaba tapada, incluso en su casa, trató de secuestrar y forzar (dejémoslos así) en Irán a una de las relaciones públicas del ayuntamiento de Barcelona. El asunto fue ocultado. Aquella persona alardeaba de beber como un cosaco e invitó reiteradamente a las mujeres españolas a soltarse y ponerse en bikini al aire libre, ya que estábamos todos en un recinto para "miembros del gobierno" -mientras las patrullas de la moralidad patrullaban fuera del área de recreo gubernamental. Y no bromeaban.


Ciertamente, existen sacerdotes católicos que violan a niños. ¿Rito iniciático-educativo (que debe de ser, pues, tolerado)? Como la opresión está en todas partes, y siempre es defendida como una manifestación cultural., ¿debe ser aceptada?


Los valores de lo secreto y lo privado son decretos que los humanos (por no emplear el ambiguo término de "hombres") nos hemos forjado -para defendernos de nuestros miedos.


¿Existen mayores vejaciones que la imposición de cubrirse de los pies a la cabeza sin poder ver nada? No lo sé. Habría que preguntar a quienes caminan debajo del chádor integral (que cubre incluso el rostro) -a cuarenta o cincuenta grados, en ocasiones con un cien por cien de humedad.


De todos modos, quizá sea preferible ajusticiar que torturar; que torturar durante unas horas que durante semanas; crucificar que entregar a las fieras. ¿Debemos, entonces, ya que existen grados en la "opresión", tolerar el ajusticiamiento o la tortura?


Después de todo, todas las culturas han practicado el sacrificio humano. Un número ingente de víctimas han sido ejecutadas, para que su vida o su sangre alimente a los dioses (véase, tan solo en la tradición occidental, los funerales de Patroclo descritos en la Ilíada, donde decenas de prisioneros son degollados para honrar al difunto héroe griego). ¿Acaso no existe una costumbre más valiosa que contentar a los poderes sobrenaturales, costumbre que, además, forja a los pueblos y los mantiene unidos? Ciertamente. Pero es curioso que los sacrificados siempre han sido prisioneros, condenados, y nunca hombres y mujeres que, voluntariamente, entregan su vida en favor de los inmortales.


Se ha pensado que quienes eran inmolados iban a la muerte contentos sabiendo el destino luminoso que les esperaba en el más allá. Así, por ejemplo, los centenares de ajusticiados en las tumbas nobles de Ur (Mesopotamia), cuyos cadáveres fueron hallados armoniosamente dispuestos en el sepulcro. Todo parecía indicar que se habían entregado al sueño eterno libremente a fin de acompañar a su señor en su viaje postrero. Recientes investigaciones, sin embargo, han enturbiado esta visión feliz. Fueron torturados, drogados y golpeados salvajemente con un objeto punzante. Al igual que ocurría con los sacrificados en las culturas precolombinas.


El sacrifico humano ha sido practicado durante milenios en todas las culturas. Hasta el siglo XX, las ejecuciones eran espectáculos públicos en Barcelona. Tenían como fin servir de lección. Eran, por tanto, altamente educadoras. Fortificaban el ánimo. Como, sin duda, lo hacen las lapidaciones (en Sudán, o en Irán, donde, por cierto, no se practicaban hasta hace poco) ¿Debemos lamentar su desaparición? La cultura ¿ha perdido algo fundamental? ¿Somos más pobres de espíritu desde que no sacrificamos a humanos y no ajusticiamos (públicamente o no)?


¿Hemos perdido desde que las mujeres no se arrojan a las piras de sus difuntos maridos, o no se lapida a los adúlteros -y, sobre todo, adúlteras?


La cultura, en tanto que invento humano, ¿no puede evolucionar? ¿Acaso no se forjó para no confundirnos con los animales? La carne, ¿tenemos que comerla cruda -como se hizo durante centenares de miles de años?


Ya pueden servir el postre. Y una copa de vino

Wally



Para los menores de treinta años, Luis Roldán debe ser un perfecto desconocido. Sin embargo, en los años noventa del siglo pasado, fue uno de las figuras que más contribuyó al descrédito del último gobierno socialista de Felipe González, segado desde hacía años por múltiples y crecientes escándalos políticos y financieros.


Roldán fue director de la Guardia Civil, amasó una fortuna en bienes muebles e inmuebles y, cuando, denunciado y descubierto, iba a ser detenido, logró huir rocambolescamente de España, desapareciendo durante meses. Nadie sabía dónde se hallaba.


Los periódicos anunciaban ayer que, tras quince años en la cárcel, iba a ser puesto en libertad próximamente.


Recordé entonces una curiosa anécdota. Quizá confunda los detalles pero creo que sí me acuerdo de lo fundamental.


Aconteció hace unos quince años. Debía de ser a principios del verano. Como cada año, un grupo de amigos nos reunimos en una casa de verano para pasar un fin de semana.


Mientras estábamos preparando la cena, hacia las siete de la tarde, sonó el teléfono. Era un familiar de uno de nosotros. Quería contarle un hecho muy extraño: acababa de recibir la llamada de otro familiar, que hacía tiempo vivía en el extranjero, pero que estaba muy al corriente de lo que acontecía en España.


Esta persona había desembarcado en un puerto africano. El barco en el que había viajado había vuelto a partir. Navegaría durante días o semanas sin atracar en ningún puerto. Su destino era Ciudad del Cabo. Aquel familiar había reconocido a un pasajero cuya fotografía llevaba meses publicándose en los periódicos: Luis Roldán. Éste no iba ni siquiera disfrazado.


Toda vez que el barco iba a bogar durante días sin detenerse -con Roldán a bordo-, aquel familiar había llamdo a sus parientes españoles para ver qué se podía hacer y a quién podían comunicar esta noticia.


La mayoría trabajábamos en la administración pública. No se sabía cómo entrar en contacto con la presidencia del gobierno, y se dudada de donde se habría podido llamar en Madrid.


Se optó por comunicarse con personas públicas de Barcelona. Creo recordar que se celebraba un acto del PSC, por lo que no se pudo contactar directamente con algún cargo. Se dejó un mensaje, me parece recordar y, en una llamada posterior, se pudo contar lo que había ocurrido.


Nos sentíamos raros. Hacía meses que Roldán, un fugado de la justicia, era buscado por todo el mundo, y nos habíamos enterado dónde se hallaba supuestamente.


Nos pusimos a cenar no sin dejar de pensar en lo que había acontecido.


Al día siguiente, los periódicos no publicaron nada. La prensa de los días, las semanas siguientes, no se refirieron a este incidente. Supusimos que hasta que el barco no atracara en Ciudad del Cabo, semanas más tarde, no sabríamos nada. También era posible que aquel pasajero no fuera Roldán. Que todo un error.


Poco antes o poco después de su detención, en no sé qué lejano país, ed diario El Mundo publicó una breve noticia: no bien un barco (un carguero, creo) atracó en La Ciudad del Cabo, la policía subió a bordo e impidió que nadie descendiese. Inició una búsqueda por todos los recovecos de la nave. Luis Roldán no estaba entre los pasajeros.


El navío no había cesado de navegar hasta llegar a Sudáfrica. Roldán tuvo que escapar en alta mar, seguramente en un bote salvavidas. Alguien le habría avisado a tiempo que había sido reconocido e iba a ser detenido.


Supusimos que, en algún momento, la comunicación, que iniciamos, fue interceptada; la noticia filtrada. Nunca supimos dónde, cuándo y por quién: ¿en o por la Guardia Civil?; ¿la policía?; ¿las administraciones locales, autonómicas o nacionales?


Volvamos a la arquitectura. Es más seguro.