Los bustos funerarios de la colonia griega de Cirene (Libia) son unos de los grandes misterios del arte antiguo, ya que no tienen parangón. Esculpidos en mármol de la isla de Paros, por artesanos atenienses o locales entre los siglos V y IV aC, representarían a la diosa de los infiernos, Perséfone, obligada, tras ser raptada, a esposarse con el dios del inframundo, Hades (el velo simbolizaría la unión, es decir, su separación con el resto del mundo al que ya no podría mirar), o a una difunta, entregada a Hades.
El velo, que cubre enteramente el rostro, tendría un significado funerario-matrimonial, y sería equivalente a los rostros sin rasgos, y sin ojos (incapaces, pues, de mirar hacia el mundo visible, ensimismados), de algunos bustos, según la gran helenista Françoise Frontisi-Ducroux.
La iconografía, única en el mundo, aunaría rasgos griegos con supuestas tradiciones semitas locales de las que, no obstante, no se han hallado testimonio alguno.
La iconografía, única en el mundo, aunaría rasgos griegos con supuestas tradiciones semitas locales de las que, no obstante, no se han hallado testimonio alguno.
Estas efigies, semejantes a maniquíes, inspiraron al pintor italiano Giorgio de Chirico, junto con los caprichos arquitectónicos de los frescos pompeyanos, para sus pinturas de las ciudades de los muertos, en las que arquitecturas vacías acogen a seres mecánicos y sin ojos, como en el cuadro, significativamente titulado Las Musas inquitantes, de 1917.
Nota: comentario sugerido por una observación recibida en este blog
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