jueves, 4 de marzo de 2010

La diosa de los muertos (Perséfone o Démeter) en Cirene (Tradición, 2, o cuando el velo cubría solo la faz de las difuntas)













Los bustos funerarios de la colonia griega de Cirene (Libia) son unos de los grandes misterios del arte antiguo, ya que no tienen parangón. Esculpidos en mármol de la isla de Paros, por artesanos atenienses o locales entre los siglos V y IV aC, representarían a la diosa de los infiernos, Perséfone, obligada, tras ser raptada, a esposarse con el dios del inframundo, Hades (el velo simbolizaría la unión, es decir, su separación con el resto del mundo al que ya no podría mirar), o a una difunta, entregada a Hades.


El velo, que cubre enteramente el rostro, tendría un significado funerario-matrimonial, y sería equivalente a los rostros sin rasgos, y sin ojos (incapaces, pues, de mirar hacia el mundo visible, ensimismados), de algunos bustos, según la gran helenista Françoise Frontisi-Ducroux.
La iconografía, única en el mundo, aunaría rasgos griegos con supuestas tradiciones semitas locales de las que, no obstante, no se han hallado testimonio alguno.


Estas efigies, semejantes a maniquíes, inspiraron al pintor italiano Giorgio de Chirico, junto con los caprichos arquitectónicos de los frescos pompeyanos, para sus pinturas de las ciudades de los muertos, en las que arquitecturas vacías acogen a seres mecánicos y sin ojos, como en el cuadro, significativamente titulado Las Musas inquitantes, de 1917.

Nota: comentario sugerido por una observación recibida en este blog

2 comentarios:

  1. Realmente son figuras inquietantes. En principio inertes, silenciadas, pero para nada tranquilas. En efecto es destacable el que no tengan ojos, puesta la anterior tradición (y posterior) a representar los ojos, mediante los que uno ve los eîdos que se encuentran en el 'mundo'. Es también de extrañar -a mi modo de ver- la falta de la boca, del decir (aunque no en el sentido de legein-, del cantar, etc. Estas figuras obligadamente silenciadas, a las que les está prohibido decir o tener relación con el mundo externo, son quizá de las que con más sentido (por aparente contradicción o contrariedad ante lo habitual) se llenan. Me recordarían, aunque hablaríamos ahora de escultura de pequeño formato y de carácter funerario, a las figuras cicládicas, forma antropomorfa de marca en la cara nasal, pero que normalmente no poseen ojos ni boca (aunque boca los hay más). Quizá en esto es más símil al muerto, el que jamás podrá decir ya más, jamás podrá ver algo con su cuerpo 'antes-vivo'. Y, en tanto que escultura funeraria, ya no importa más el físico parecido en tanto que representación eidética del cuerpo del difunto (recordaríamos muchísimas referencias paralelas a los ritos como repetición de 'lo que hubo antaño, en los tiempos anteriores' así como la estatua debía de ser la repetición posterior de lo que hubo en vida antaño) la decrepitud, la muerte. En tanto que proyecto de persona, del ser, tò on, nos encontramos ya con algo cerrado, invariable. Una persona en el más puro sentido de la palabra. Alguien que ha tomado decisiones, ha conocido, ha vivido. Pero ya no puede cambiar, variar, y, por lo tanto, se encuentra limitado, (a)peiron, y, en tanto que limitado, es. Ocurre, a mi parecer, lo mismo, en lo que atañe al sentido del sustantivo aletheia -no en el sentido filosófico en que se puede llegar a haber utilizado puntualmente antes de que se estableciera como 'fijo' el to on más tardío-: el ser precisamente lo-que-es-oculto, no ya lo que se puede mostrar, sino la importancia de lo-que-no-puede-ser-mostrado como camino más verdadero. Del secreto, quizás -ya como suposición- como recinto (bajo un velo) necesariamente a esconder, a ocultar.

    No se trata ya de una ropa, de un mero velo que cubre un rostro, de forma quizá tradicional, quizá funcional, quizá ritual. Se trata de que se han esculpido un cierto número de bustos ante los cuales se ha resuelto de esta particular forma la inexistencia del rostro en tanto lo conocemos. Aquí debe haber una razón más que la mera tradición (puesto que se representaría en ese caso la figura con el velo). ¿Son los difuntos, que ya no deben tener rostro alguno? ¿Es quizá lo tétrico de éstas que aprovecha De Chirico para -lo queramos ver o no- dar a su obra un cierto aire solemne, distante, silencioso?

    Muchos saludos, Pedro!

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  2. Hola

    Descubrí estas estatuas durante un viaje, con estudiantes, a Libia. En verdad, la helenista francesa Françoise Frontisi-Ducroux las conocía pero no las había visto nunca (ir a Libia no es fácil y Gadafi ha vuelto a cerrar las fronteras para los europeos). Así que decidió apuntarse, ya que llegábamos a la lejana Cirene.
    Alguna de estas estatuas están en el museo de Trípoli. Pero las más raras se hallan en el anticuario (el almacén) de Cirene. Se halla cerrado, pero gracias a contactos de Frontisi-Ducroux, y del hecho que éramos un grupo universitario, nos lo abrieron (aunque si Frontisi-Ducroux no hubiera venido, yo no habría sabido de la existencia de estas piezas). Todo el antucuario es una maravilla, pero esas piezas destacan poderosamente. Se han interpretado como una imagen de la diosa de los muertos, pero la versión que Frontisi-Ducroux ofrece, a través de su lectura de la falta de ojos, es más compleja. No ven; es decir, no pueden devolver la mirada que reciben; no pueden, entonces, establecer un diálogo con quien tienen delante. Y, por tanto, necesariamente, pertenecen al mundo de los muertos, independientemente de que representen a Perséfone o a un simple difunto. La falta de ojos, que eqivale al rostro velado, les impide estar vivos -ya que en Grecia, ver es vivir.

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