jueves, 4 de marzo de 2010

Apolo y Tomás: el imaginario arquitectónico


Ya comentamos en un breve texto anterior que en la Alta Edad Media, el apóstol Tomás se convirtió en uno de los principales patronos del gremio de los constructores (los arquitectos).


La razón residía, no en lo que los evangelios canónicos cuentan sobre las andanzas del apóstol, sino sobre la información que las Actas de Tomás (un texto apócrifo, redactado en Siria en el s. III dC) aportaban sobre la vida y los actos del apóstol después de la muerte de Cristo -datos que el monje alemás Santiago e la Vorágine divulgó en su celébre crónica sobre las figuras, reales o imaginarias, más importantes de la Iglesia, La leyenda dorada (s. IX dC), convertida en el libro de cabecera de cuantos artistas y artesanos tenían que ilustrar textos sagrados, hasta bien entrado el siglo XVIII.


Tomás, en los evangelios canónicos, no disfrutó del prestigio que logró entre sectas gnósticas. Es mencionado pocas veces. No obstante, protagonizó una escena célebre: el encuentro con Cristo resucitado quien pidió a Tomás que hundiera los dedos en su profunda llaga en un costado, necesariamente mortal, para que se asegurara que su resurrección no era una invención, como Tomás no cesaba de proclamar mientras no hallara una prueba tangible de la muerte y del regreso de los muertos del Hijo de Dios. Esta mórbida escena, tan ilustrada por los pintores barrocos, es clave para entender a Tomás, y echa luz, sorprendemente, sobre su faceta de constructor.


El nombre Tomás (o Dídimo, en el Nuevo Testamento escrito en griego) , como ya comentamos, significa gemelo -com el acadio tu´amû, de donde deriva el nombre de Tomás.


Tomás, por tanto, tenía un doble; poseía una condición doble. Tenía que ser, pues, un ser dúplice: es decir engañoso o que presta a confusión. Este hecho no es sorprendente. Los gemelos perfectos siempre turban porque, precisamente, al ser indistinguibles, ponen el jaque el orden establecido. Nadie sabe, ante un gemelo, con quien se las está viendo.


Los gemelos doblan los entes del mundo. Donde debería existir un único ser, distinto de cualquier otro -lo que permite que el mundo no sea caótico- , los gemelos son similares a la visión de un borracho que ve doble. Los gemelos multiplican los entes que pueblan el mundo: en contrario, los duplican.


Este poder no es ajeno al carácter dubitativo de Tomás: bien sabe éste, por su propia naturaleza, que nada o nadie puede ser lo que parece. Él mismo puede llevar a engaño a los demás. Para que la duda aflore, son necesarias, al menos dos opciones; en este caso, la resurrección de Cristo, o su simple despertar tras un agónico desmayo; o un rasguño, frente a una herida en carne viva.


La existencia de una doble causa eficiente determina el significado del término duda: procede de un radical, el latín duo (dos), que expresa la dualidad inherente al hecho de dudar: incertidumbre ante qué opción tomar.


El cáracter dúplice de Tomás (que el hebreo t´ôma acentua ya que, según se me ha comunicado Ariella Yoffé -a quien agradezco la aclaración-, esta palabra, que se traduce por gemelo, también tiene un significado negativo: quiere decir engaño, maldad) está en consonancia con su carácter tanto dudoso (engañoso) cuanto dubitativo. Duplicar, al igual que dudar, contiene el radical duo, lo que denota bien la confusión que causa Tomás.


El verbo duplicar se escribe, literalmente: duo-plicar, es decir doblar dos veces; nombra una dobla acción de tuerca, un retorcer algo. "Plicar" evoca el plegar, los pliegues del alma dúplice, y los pliegues o embrollos que, como las intricadas vía de un laberinto, causan confusión.


Plegar -u doblar- (algo que solo un ser doble puede llevar a cabo a la perfección) es un verbo que procede del griego plekoo. Ocurre que éste significa, no solo, al igual que en las lenguas modernas de origen latino, plegar, sino también enlazar o entrelazar, por ejemplo, unos mimbres (que deben ser, en efecto, doblados para poder ser trenzados), o unos miembros que se enroscan, como los brazos de un pulpo -el prototipo del animal astuto, engañoso, en la Grecia antigua- alrededor de una víctima rendida, apresada.


El griego plekoo designa, en concretro, la acción fundacional de un ser esencial para la arquitectura: la primera acción constructora del dios griego de la arquitectura: Apolo. Éste, en efecto, como cuenta el Himno a Apolo (v. 61), del poeta helenístico Calímaco -un texto fundamental para el imaginario arquitectónico-, "epleke boomon": es decir, tejió o entrelazó (epleke, de plekoo) las cornamentas de ciervos que su hermana -gemela, obviamente- Ártemis "la cazadora" le aportaba, para edificar la base de un altar gracias al cual honró a su padre Zeus. El altar que Apolo levantó en su isla natal, Delos, es, como aduce Detienne, la primera construcción sobre la tierra, y aparece como el prototipo de todo lo que, a continuación, el mismo Apolo, y eras más tarde, los humanos, formarán.


Apolo es, por tanto, el que construye ligando, tejiendo, entrelazando, doblando para que los elementos o materiales básicos, doblados, forzados, adopten la forma adecuada o se amolden a ésta. Dobladuras que solo un ser dúplice, familiarizado con el arte del doblez, es capaz de llevar a cabo, venciendo la resistencia de los materiales.


No era casualidad que tanto Apolo cuanto Tomás se conviertieran en los patronos de los constructores: eran arteros maestros en el arte de doblar, de torcer la "voluntad" o la dureza de los elementos, consumados conocedores de todas las artimañas, dando la vuelta a los problemas para hallar la solución formal y técnica más adecuada al problema planteado -como todos los seres suficientemente flexibles o adaptables, que son los más aptos sobre sobrevivir y sobreponerse a las dificultades-, a fin de levantar un nuevo mundo, doble del cosmos, una imagen espececular (y, por tanto, ¿engañosa, como los humanos descubren a lo largo de la vida?): el espacio habilitado para la vida (una vida acaso ilusoria).

La canción urbana perfecta. All Saints: Black Coffee (2000)

Civilidad (Civilización, Cultura o Ciudad) v. Animalidad o Naturaleza: Oleg Kulik, Mad Dog (1996)



















Cansado de la indiferencia con la que sus esculturas abstractas de hierro eran recibidas, y tras el desplante de los organizadores de una exposición en Zurich, en 1995 (que lo invitaron y no lo expusieron), el artista ruso Oleg Kulik (1963) decidió hacerse notar. Y ladrar.

Sus "acciones" (o "performances") de los años noventa (entre las que destaca la que emprendió de inmediato en Zurich, que ya había ensayado en Estocolmo meses antes), pretendieron poner en evidencia la animalidad del hombre: desnudo, a cuatro patas, atado por el cuello a una correa, Kulik se precipitaba, hecho una fiera, sobre el público, a quien atacaba y, eventualmente, tras orinar o defecar, como cualquier mastín, mordía hasta causar sangre (sobr todo si las víctimas eras críticos y comisarios, los cuales no podían responder ya que se trataba de una acción -en un espacio acotado, en una galería o un escenario determinado de antemano, propio del mundo de la ilusión- y no de un acto cometido en el espacio "real").



Mad Dog (el título de la serie de acciones y documentos adicionales), expresaba, en palabras de Kulik, la revuelta instintiva contra la cultura contemporánea en crisis.
Tras el éxito, que lo convirtió en el invitado de todas las ferias de arte que ponían a su disposición una caseta de perro y le pedían que entretuviera y mordisqueara al público, realizó una serie de fotografías -prohibidas por la feria de arte de París, FIAC, en 2008- en las que simulaba prácticas zoofílicas.

Hoy es uno de los artistas contemporáneos más célebres, un comisario de exposiciones reputado, la estrella del presente año ruso en Francia. Tras un retiro en Mongolia, en contacto con los últimos chamanes, y viviendo en una yurta, From Dog to God es el lema de sus creaciones más recientes que lo han convertido en el más gran profeta del arte actual. Se hizo animal para redimirnos.

Las muestras antológicas sobre su obra se multiplican.

La diosa de los muertos (Perséfone o Démeter) en Cirene (Tradición, 2, o cuando el velo cubría solo la faz de las difuntas)













Los bustos funerarios de la colonia griega de Cirene (Libia) son unos de los grandes misterios del arte antiguo, ya que no tienen parangón. Esculpidos en mármol de la isla de Paros, por artesanos atenienses o locales entre los siglos V y IV aC, representarían a la diosa de los infiernos, Perséfone, obligada, tras ser raptada, a esposarse con el dios del inframundo, Hades (el velo simbolizaría la unión, es decir, su separación con el resto del mundo al que ya no podría mirar), o a una difunta, entregada a Hades.


El velo, que cubre enteramente el rostro, tendría un significado funerario-matrimonial, y sería equivalente a los rostros sin rasgos, y sin ojos (incapaces, pues, de mirar hacia el mundo visible, ensimismados), de algunos bustos, según la gran helenista Françoise Frontisi-Ducroux.
La iconografía, única en el mundo, aunaría rasgos griegos con supuestas tradiciones semitas locales de las que, no obstante, no se han hallado testimonio alguno.


Estas efigies, semejantes a maniquíes, inspiraron al pintor italiano Giorgio de Chirico, junto con los caprichos arquitectónicos de los frescos pompeyanos, para sus pinturas de las ciudades de los muertos, en las que arquitecturas vacías acogen a seres mecánicos y sin ojos, como en el cuadro, significativamente titulado Las Musas inquitantes, de 1917.

Nota: comentario sugerido por una observación recibida en este blog

miércoles, 3 de marzo de 2010

Tradición

¿Damasco, 2010? o ¿Bagdad?

No, España, a finales de los sesenta y principios de los setenta (Foto: Cristina García Rodero).

Pero, entonces, el cubrirse enteramente en rostro, ¿no es acaso una costumbre o tradición perteneciente al islam? Las interpretaciones de las religiones monoteístas ¿dan lugar a lecturas parecidas -y leyes impuestas similares?

Mas, si la "tradición" se ha "perdido" en España, ¿no cabe pensar que puede o debe acontecer también en ciudades árabes -donde situaciones como las que retrata García Rodero son frecuentes? ¿Se acepta o se defiende la "pérdida" en un caso, y en otro esta "característica" es vista como parte de la "tradición" -que debe ser preservada?

O, acaso, ¿deberíamos volver a la "tradición? -y exigir, en nombre del respecto a las costumbres y las raícers, que las mujeres vuelvan a enlutarse de la cabeza -o, mejor dicho, el rostro- a los pies?

A taparse, que son dos días. Quedaría étnico. Y tan arraigado.

lunes, 1 de marzo de 2010

Victor Brauner: Indicateur de l´espace (1934)

Victor Brauner (1903-1966, artista rumano): Indicateur de l´espace, 1934, óleo sobre tela, 45,5x54,5 cm (cortesía galería Brimaud, París)

Una figura alta y vertical, como un pilar o un mojón, un maniquí (quizá inspirado por Giorgio de Chirico), o un totem de una tribu pimigenia. La cabeza, en las alturas, es la de un pájaro. Una túnica, o un sudario verde (como el que amortaja a Osiris) se ciñe al cuerpo, compuesto, como se descubre a través de unos jirrones, de un sin número de piezas mecánicas perfectamente articuladas, ruedecillas dentadas y bielas. El espacio y el tiempo (su nariz es una larga aguja que parece girar o balancearse), sin duda están bien medidos. La figura es un artilugio mecánico camuflado.
A sus pies, el plano se cubre con un damero que lo cuadricula, y se compartimenta: planos verticales, que se encuentran en ángulo recto, se organizan. El espacio que la figura ordena no pertenece solo a los vivos: una trampilla se abre hacia las profundidades por la que asoma un diminuto espectro blanco. La figura con cabeza de pájaro, semejante a un antigo fetiche de una diosa madre arcáica en la que se sumaban rasgos de serpientes de las profundidades con formas de pájaros celestes, articula los tres niveles del cosmos.

La luz, proveniente de fuera del cuadro, es rasante. La sombra del "indicador del espacio" es alargada. Se dirige hacia un espacio situado detrás de uno e los paramentos verticales, donde yace un insólito maniquí o una momia: una figura inerte o imaginaria. Del origen invisible de la luz hacia el mundo del teatro, poblado de sombras, de seres artificiales, espectrales. De la esencial a lo ilusorio: un eje horizontal, trazado por la sombra del "indicador del espacio", une los tres niveles ontológicos: el mundo de las ideas o la luz, el mundo real o visible, y el artificial, separado por un telón del mundo común.

Indicador del espacio es la representación del cosmos, real y soñado, perfectamente organizado.


PS: Interesante documento:

Natacha Petit: "Territoires urbains", en:
http://arts-plastiques.ac-rouen.fr/APL/BEF_Elbeuf_files/Territoires%20Urbains.pdf

Jacques Brel: Amsterdam (1964)


Jacques Brel - Amsterdam
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Dans le port d'Amsterdam
Y a des marins qui chantent
Les rêves qui les hantent
Au large d'Amsterdam
Dans le port d'Amsterdam
Y a des marins qui dorment
Comme des oriflammes
Le long des berges mornes
Dans le port d'Amsterdam
Y a des marins qui meurent
Pleins de bière et de drames
Aux premières lueurs
Mais dans le port d'Amsterdam
Y a des marins qui naissent
Dans la chaleur épaisse
Des langueurs océanes

Dans le port d'Amsterdam
Y a des marins qui mangent
Sur des nappes trop blanches
Des poissons ruisselants
Ils vous montrent des dents
A croquer la fortune
A décroisser la lune
A bouffer des haubans
Et ça sent la morue
Jusque dans le cœur des frites
Que leurs grosses mains invitent
A revenir en plus
Puis se lèvent en riant
Dans un bruit de tempête
Referment leur braguette
Et sortent en rotant

Dans le port d'Amsterdam
Y a des marins qui dansent
En se frottant la panse
Sur la panse des femmes
Et ils tournent et ils dansent
Comme des soleils crachés
Dans le son déchiré
D'un accordéon rance
Ils se tordent le cou
Pour mieux s'entendre rire
Jusqu'à ce que tout à coup
L'accordéon expire
Alors le geste grave
Alors le regard fier
Ils ramènent leur batave
Jusqu'en pleine lumière

Dans le port d'Amsterdam
Y a des marins qui boivent
Et qui boivent et reboivent
Et qui reboivent encore
Ils boivent à la santé
Des putains d'Amsterdam
De Hambourg ou d'ailleurs
Enfin ils boivent aux dames
Qui leur donnent leur joli corps
Qui leur donnent leur vertu
Pour une pièce en or
Et quand ils ont bien bu
Se plantent le nez au ciel
Se mouchent dans les étoiles
Et ils pissent comme je pleure
Sur les femmes infidèles
Dans le port d'Amsterdam
Dans le port d'Amsterdam.