(Imagen hallada por Jordi Abadal, a quien se debe una gran parte de lo que este texto expone)
El "Sueño de Gudea" es un célebre relato autobiográfico, dictado por el rey neo-sumerio de la ciudad-estado de Lagash (finales del II milenio aC) (hoy en el sur de Irak), que constituye una piedra angular en el pensamiento arquitectónico.
Este texto forma parte de una larga composición versificada en la que el rey Gudea cuenta los pasos que tuvo que emprender para obedecer a las órdenes que su dios protector, Ningirsu, le comunicó en sueños: construir o reconstruir el templo principal de su ciudad.
Este texto está escrito con signos cuneiformes sobre tres voluminosos cilindros de terracota (de los que solo dos se conservan), hoy en el Museo del Louvre en París.
Existen pocas traducciones de lo que es, sin duda, la primera memoria proyectual conocida de la historia (Próximamente, aportaremos una versión gramaticalmente comentada que llevamos a cabo en el Máster de Asiriología de la Universidad de Barcelona, bajo las órdenes de Lluis Feliu).
El relato se inicia con un sueño durante el cual Ningirsu se pone en contacto con su protegido, el rey Gudea: le hace ver una escena en la distintas divinidades intervienen.
Al despertarse, Gudea es incapaz de interpretar el sueño, por lo que acude al templo de "su madre", la diosa Nanshe, y le expone su visión.
En ésta destaca una escena protagonizada por una divinidad cuyas características no han sido bien interpretadas. El verso, en ocasiones, no se traduce, se deja en blanco
Cuenta Gudea que una figura femenina se le apareció, portando una tabla de lapislázuli en la estaba inscrito, o en la que inscribía, el plano del templo, la orden de cuya construcción el dios Ningirsu había dado poco anteriormente.
Esta diosa, cuyo nombre les revelado por la diosa Nanshe a "su" hijo, el desorientado Gudea, es Nissaba.
La descripción de esta figura es, en efecto, un tanto estraña:
"sag-gá è ki garadin9 mu-ak" (Cilindro A de Gudea, IV, 24)
Sag-gá es: mi cabeza (es la diosa la que se presenta), y è: asciende; pero sag-gá...è es: sobresalir, levantar la cabeza por encima de algo; ki: lugar o, en este caso, tierra; garadin9: gavilla de espigas; mu-ak: hacer (ak: verbo hacer, y mu: prefijo modal)
Por tanto, la traducción literal es casi incomprensible: Sobresale una gavilla de espigas que (Nissaba) hace de la tierra; o (Nissaba) hace una gavilla con espigas que sobresalen de la tierra. El significado exacto el texto no puede ser (¿aún?) alcanzado. Pero podría decir algo así como: Nissaba hace gavillas de espigas cogidas de la tierra. En verdad, el sentido es tan incierto, y obliga a forzar tanto la gramática, que dicho verso no se suele traducir. No se entiende bien qué hacen las espigas aquí ni porqué la diosa Nissaba las agrupa o las recoge en gavillas. Sobre todo porque, al mismo tiempo, porta dos tablillas: una, en su regazo, llamada la tablilla de las estrellas, que se interpreta como un plano del cielo, o un texto con un augurio, y una segunda tablilla de lapislázuli en la mano en la que se inscribe el plano del templo. La diosa, aún siendo una diosa, solo tiene dos manos.
Las espigas, el punzón con el que dibuja y escribe, y las tablillas: un conjunto heterogéneo de objetos, relacionados con Nissaba.
¿Quién era Nissaba? y entonces ¿qué puede querer decir este verso enigmático?
Casi se podría afirmar que Nissaba era la personificación de los cereales cultivados. Éstos no solo eran recogidos, formando gavillas, y transportados por la diosa, sino que las espigas, como muestra la impresión de un sello-cilindro, brotaban de su cuerpo. La diosa era una manifestación de la tierra, posiblemente incluso fuera uno de los nombres de la tierra cultivada divinizada. En un himno es presentada como hija de la Tierra; en otro, se equipara a una diosa-madre: "colocas el buen semen en el útero, ensanchas el feto en el útero..." Diosa madre, o diosa dotada de cualidades maternales, desde luego, la vida física del ser humano depende de Nissaba. Nace de ella o gracias a ella, y ella le alimenta, puesto que vela sobre los campos cultivados, puesto que, incluso, las espigas brotan de su cuerpo, o son su mismo cuerpo (el signo cuneiforme con el que se escribe su nombre, y el nombre es lo que designa, es la diosa, en este caso, es la representación de una espiga con todos sus granos bien dispuestos). Que, por otra parte, un texto asociara a Nissaba con el inframundo era lógico: la vida brota de la tierra y retorna a ella.
En Mesopotamia se escribía sobre tablillas de barro. Los signos se disponían en lineas o filas dispuestas ordenada, paralelamente. La imagen que se obtenía era la de una superficie arcillosa marcada, trabajada de manera regular. Al igual que hoy, con nuestra escritura álfabética, una superficie escrita recuerda la imagen de un campo labrado. Las líneas se asemejan a los surcos que el arado abre. Por tanto, parece lógico que Nissaba, que ya era la diosa de los cereales, y era vista como una diosa madre (o maternal) asumira las funciones de una divinidad agraria. Las enseñanzas y las tareas agrícolas eran de su incumbencia.
Que una divinidad asumiera funciones, en principio lejanas, como las de la agricultura y la escritura, no era extraño. De hecho, en Grecia, héroes como Palamedes o Museo eran considerados como los que enseñaron a los hombres a cultivar la tierra y a escribir toda clase de signos: letras y números. Del verbo cultivar derivan los sustantivos cultivo y cultura, que designan realidades o actividades ligadas al trabajo del campo y al conocimiento intelectual, al dominio del mundo a través del manejo de letras y cifras.
Sin embargo, Nissaba presenta un rasgo específico -que, curiosamente, se halla ern la divinidfad griega masculina Prometeo-: porta tablillas; en una están tazados signos; en otra líneas. Ambas marcas están trazadas mediante un cálamo, que no es sino una espiga con la punta tallada o afilada. Los signos son augurios de buena fortuna: posiblemente lo que la llamada "tablilla de las estrellas" (dub4 mul-an, v. IV, 26) portaba era ya fuera un escrito, con una promesa o un deseo, ya fuera la planta del cielo con una disposición particularmente favorable para Gudea (o para la obra arquitectónica -la construcción o reconstrucción de un templo- que tenía que emprender), algo sí como una carta astral. En la otra tablilla de lapislázuli (que simblizaba, por su intenso color azul, el cielo), sin embargo, estaba inscrita el "é-a gis-hur" (v. V, 4): el plano del templo.
El plano, precisa Gudea (v. VI, 5), no fue trazado manualmente por Nissaba, sino por otra divinidad, menor, llamada Nindub (dios del cobre, ligado por tanto al trabajo de los metales; entre la forja y la arquitectura han existido tradicionalmente relaciones; ambos, el herrero y el arquitecto, forjan mundos). Pero, Nindub parece haber actuado como una divinidad técnica, no creativa; por tanto, a las órdenes de Nissaba. La ideadora del plano (de acuerdo con su hermano, Ningirsu, el dios protector de la ciudad de Lagash para quien el templo tenía que ser construido o reconstruido) era Nissaba; Nindub, el dibujante.
Nissaba, entonces, era una diosa-arquitecta. Divinidad de la agricultura, de la escritura, del cálculo y de la arquitectura (funciones que el dios griego Prometeo asumió, pero siendo una divinidad masculina y, por tanto, careciendo de las funciones vitales que Nissaba poseía, todo y los desvelos de Prometeo en favor de los humanos). Aquellos cuatro trabajos o artes eran los cuatro medios, de origen divino (ideados y trasmitidos por los dioses), con los que el ser humano pudo controlar el medio y hacérsolo suyo, desvelando los misterios del cosmos. Con la agricultura, ordenaba la tierra y la fecundaba; la escritura le permitía fijar los recuerdos y comunicarse con las potencias siobrenaturales; el cálculo le ayudaba, junto con la escritura, en leer las señales del lenguaje celestial cifrado, los signos, los portentos, las cifras con los que el cielo advertía a los humanos; y la arquitectura era el arte con el que, una vez desvelado el porvenir, el hombre podía resguardarse.
Ciudad y arado, en latín, eran términos casi homónimos: urbum y urvum. La equiparación entre los trabajos agrícolas y arquitectónicos, entre dos maneras de planificar y ordenar el territorio, estaba clara en Roma. Pero esta relación fue establecida ya en Sumer, y Nissaba era la divinidad, la diosa-madre, incluso, de quien la supervivencia física y espiritual de los hombres dependía. Gracias a ella pudieron, pudimos, proyectar: es decir adivinar lo que iba a acontecer y responder adecuada, previsoramente.
La arquitectura no era, o es, sino, una de las cuatro maneras que tiene el hombre de relacionarse con la tierra, con el mundo; de asentarse en la tierra y de comunicarse con el resto de las potencias, celestiales e infernales.
No sé si aún creemos en esta función de la arquitectura y, si, por tanto, esta arte sigue teniendo sentido.