domingo, 21 de noviembre de 2010

La ciudad invisible: Bir al-Hadad (puesto defensivo neo-sumerio inexplorado, en la frontera siro-iraquí)




Siguiendo las trazas de un muro de base de piedra, o de la muralla de la ciudad



Fragmentos cerámicos. El tipo de pasta, el color, y la forma (cuando el fragmento tiene una dimensión suficiente) permite distinguir entre vasijas islámicas, romanas y neo-asirias. Éstas dos últimas se distinguen porque la cerámica presenta diminutas irregularidades (superficie y grueso picados, rayas) que prueban que se añadió elementos vegetales o arena (llamados "desengrasantes") a la arcilla húmeda (que desaparecieron durante la cocción, dejando solo huellas), a fin de obtener una pasta capaz de guardar la forma impuesta sin deshacerse.


Trazas de una vivienda de gran superficie con cimientos de piedra. Los muros deberíande ser de ladrillos de barro no cocido.


Enlosado de piezas cuadradas de barro crudo, de un posible edificio público. Las juntas nítidas han sido trazadas por los trabajadores.


¿Trazas de viviendas, o suelo rocoso natural?


Trazas de una vivienda. En la esquina superior, a la derecha, se adivina un patio delimitado por dos muros en esquina.

Precariedad o suprema habilidad constructivas: restos de una instalación artesana (cuencos, fuegos), al aire libre, construida por debajo del nivel de los cimientos de la casa.


Trazas de una vivienda o de un santuario


Dos viviendas (una en primer término), con un callejón entre ambas.





Fotos y texto: Tocho / Marc Marín (noviembre de 2010)

La arqueología, ¿realidad o ficción? ¿Se desentierra lo que existe sepultado, o se construye lo que se intuye o se imagina?

Las construcciones mesopotámicas son casi siempre de barro sin cocer: gruesos muros de ladrillos sin cocer (o incluso de adobe amontonado), suelos, ocasionalmente, de losetas también de adobe, y ausencia de piedra salvo, eventualmente, en la primera capa de los cimientos. El tiempo y las guerras han destruido techos y muros hasta una cierta altura, pronto recubiertos por la misma tierra con la que han sido edificados -y, a menudo, reemplazados por nuevas construcciones, levantadas sobre los restos de las precedentes, las cuales acaban por sufrir, a los pocos años, el mismo destino destructor-.
En un yacimiento mesopotámico, por tanto, apenas nada sobresale. Tan solo se percibe una extensión elevada de arcilla reseca. Fragmentos de cerámica dispersos indican, sin embargo, que la tierra recubre algún asentamiento humano.

Cuando se dan los primeros golpes de pico, no se sabe qué se encontrará, ni dónde pueden hallarse los restos de una construcción o una ciudad, salvo que que hayan sido precedidos por estudios geo-magnéticos, los cuales, no obstante, no siempre son fidedignos: en función de la composición y dureza del suelo, y de la ubicación de los estratos, tales prospecciones pueden no detectar nada (como ha ocurrido en Bir Al-Hassad).

Las construcciones están hechas de tierra. No se distinguen, pues, del suelo no construido. A simple vista, nada se percibe. Solo un arqueólogo, o un operario, experimentado, puede reconocer que está ante una intervención humana, y no ante tierra compactada, gracias a la diferente dureza de la tierra que excava. Ni siquiera los ladrillos, de barro no cocido, son siempre reconocibles. Las juntas, en ocasiones, son imperceptibles.

Por otra parte, tampoco sabe lo que busca ni lo que está desenterrando. Mediante golpes reiterados muy precisos y ligeros, dados ya no con un pico sino con una espátula, picando, rascando, puliendo, hasta tener que utilizar un cepillo cuidadosamente, se siente, más que se distingue, la forma de una construcción que emerge. O, mejor dicho, se siente que ha alcanzado alguna obra.

En el caso del almacén de líquidos o granos hallado en el palacio neo-asirio de Tell Massaïkh, en un lugar donde nunca se había excavado, junto a un cuadrado en el que ninguna estructura comprensible había sido descubierta, de pronto, el trabajador "notó" un leve cambio en la resistencia de la tierra endurecida. Poco a poco, algo así como un pequeño montículo artificial, de cantos redondeados,  fue apareciendo. En el centro, un espacio cóncavo (lleno de tierra), con una hendidura frontal.
La interpretación era inmediata. Tenía que tratarse de un altar -dado que se suponía se ubicaba en una posible zona ocupada por templos, intuida por comparación con la planta de otros palacios neo-asirios excavados en el siglo XIX. Este mojón era la prueba que, por fin, el recinto o área sagrado del palacio había sido, al fin hallado. Y constituía el primer descubrimiento de un templo neo-asirio, en muchos años. Templo ubicado en los límites del imperio, cuya capital, Assur, se hallaba a centenares de quilómetros de este lugar periférico, cerca de la fronteras con el imperio babilónico. Un verdadero descubrimiento.

Finalmente, la excavación había hallado algo sustancioso. Prosiguió de inmediato. La sorpresa vino que dicho altar no estaba aislado. Al lado, unido a éste, un segundo altar, como si de un bancal como dos cuencos (para recoger libaciones o acaso la sangre de las víctimas) hubiera sido construido. Se trataba de un modelo único, lo que otorgaba aún más valor al hallazgo, y reforzaba la interpretación del lugar como un recinto sagrado.

Al tercer golpe de pico, la sorpresa, y cierta desazón, se acrecentó: el altar seguía alargándose, y un tercer cuenco aparecía.. ¿Seguía siendo posible interpretar el "mueble" como un altar corrido?
Hasta catorce  cuencos fueron desenterrados en tres días. El "altar" tiene trece metros de largo. Además, paralelamente a este primer bancal, también adosado a un muro, un segundo bancal profusamente horadado era puesto al descubierto.

La edificación no podía ser un templo -o era un templo de un tipo desconocido (lo que aún no ha sido descartado): quizá una dependencia templaria, en la que se almacenaban bienes ofrendados a los dioses.

Los bancales no fueron excavados; los cuencos no fueron hallados a medida que la excavación avanzada: a partir del tercer o cuatro cuenco, fueron supuestos. Se buscaron. Tenían que estar allí. Y se hallaron. No se excavaba en busca de una posible construcción. Ya se sabía que estaba allí. Y se tenía que encontrar. Los últimos cuencos, ¿fueron verdaderamente desenterrados, o creados? Tenían que estar; iban a estar. Aunque no se encontraran a fe cierta.

El granero fue, en parte, esculpido. La tierra, modelada. Se desenterraba una estructura sepultaba, pero también se creaba. La imagen de lo que se tenía que hallar determinaba cómo se operaba, dónde se excavaba, y qué se encontraba. Los últimos metros de los bancales fueron, más que descubiertos, supuestos y creados. La tierra entregaba lo que contenía; y lo que la imaginación del excavador proyectaba. El almacén fue enteramente hallado porque, a partir de cierto momento -cuando ya no era posible pensar que se estaba descubriendo un templo-, era necesario que se tratara de un granero. La realidad, en parte, fue "proyectada", "construida" por los arqueólogos. El edificio, era obra de los constructores del pasado, y de nosotros.
Las mismas filas de ladrillos de los muros perimetrales eran, en gran parte, trazadas por nosotros. Sabíamos que los muros eran de ladrillo. Y, por tanto, ladrillos íbamos hallando, o creyendo hallar.

El complejo proceso de interpretación de estructuras de barro, también acontece cuando los yacimientos son de piedra (la cual, en principio, no se confunde con la tierra).

Bir al-Hassad es una ciudad neo-asiria (así lo atestiguan los restos cerámicos, de fácil datación), situada donde nadie hubiera esperado hallar una ciudad: en pleno desierto pedregoso. Nada se percibe a leguas a la redonda. El sol abrasa. No hay vías de comunicación. El asedio de las moscas es insufrible.

El yacimiento ha sido hallado gracias a restos cerámicos. Sin embargo, las autoridades sirias solo autorizan una exploración superficial. Ni siquiera permiten fotos aéreas, ni el uso de instrumentos de medición, pues la frontera iraquí está demasiado cerca, y las señales podrían ser captadas por aviones norteamericanos, o grupos terroristas iraquíes. Eso, al menos, es lo que creen, o afirman creer, las autoridades sirias.

Por tanto, solo se puede estudiar desde el suelo. Sin ni siquiera excavar. Los restos corresponden a la primera fila de piedras de la cimentación. Debajo, a cinco o diez centímetros debajo del nivel del suelo, ya no se hallaría nada. Se trata de las mínimas trazas posibles, lo último que aún permanece de muros de adobe construidos sobre unos cimientos o bases de piedra.

Piedra. Imposible de confundir con la arcilla. Sin embargo, se trata de un desierto de lodo y piedras. Los cantos utilizados en las construcciones proceden del entorno. Tienen, por tanto, la misma apariencia que las piedras del lugar que afloran por doquier.

Los muros, entonces, solo se descubren desde ciertos ángulos, cuando la luz permite reconocer un cierto orden, sin duda no natural, en la distribución de las piedras. Orden que se ve y se desvanece. Una nube, un cambio de posición, y ya no se distingue lo que parecía claramente reconocible. Día tras día, las trazas parecen cambiar. Lo que se reconocía, de pronto se ha difuminado. Como un espejismo.

¿Se ven, entonces, las trazas de las viviendas? ¿O se creen ver? Sabiendo que se está en un yacimiento humano (así lo revelan los tesones cerámicos), necesariamente se tienen encontrar huellas de muros, que, por lógica, tienen que delimitar edificaciones: es decir construcciones, con muros, patios, estancias, puertas, incluso escaleras interiores; también hogares. Las fachadas, en algunos casos, tienen que seguir la alineación de calles o callejuelas. Y de pronto, se ven. Se distinguen las casas, los patios interiores. Se sigue la línea de los muros. Parecen distinguirse bien de las piedras que afloran casualmente. Se tienen que distinguir.

O no. En este caso, ¿vemos lo que existe, o lo que creemos que existe, lo que queremos que exista?

Posiblemente, en ocasiones, sea imposible responder.

Por eso, la búsqueda del pasado es más apasionante que la del presente. Permite soñar. Las ciudades invisibles son las verdaderas ciudades porque son las únicas que creamos en verdad. Solo existen en nuestros sueños. Las piedras, el barro, no tienen verdadera entidad. Las materia con la que están levantada es la que da consistencia a nuestra fantasía.  Las casas del pasado son nuestra obra. Obra imaginada. Por eso, tan deseada.    

sábado, 20 de noviembre de 2010

Arvo Pärt (1935): Silhouette (2010)





Concierto para cuerda y percusión.
Homenaje al ingeniero y, cuando fue grande, arquitecto Gustave Eiffel

Si no se activara la pantalla (la filmación dura una hora y cuarenta minutos, aunque la obra de Pärt constituye la primera de las cuatro composiciones interpretadas -las otras son de Grieg y Sibelius-), "clique" en el enlace siguiente:
Estreno en la Sala Pleyel de París, el 4 de noviembre de 2010

Orquesta de París, director: Paarvo Järvi

Pärt es un compositor estoniano (1935), más conocido por sus partituras cinematográficas (Les Amants du Pont-Neuf, por ejemplo).

jueves, 18 de noviembre de 2010

¿El primer santuario de la humanidad, o el Edén? Gobekli Tepe (12000 aC, Turquía)

















Fotos: noviembre de 2010

De pronto, el Mercedes se desvió de la carretera, entró en tromba en un pueblo cercano a la frontero siro-turca, zigzagueó por callejuelas empinadas y desiertas -eran las seis de la mañana-, se detuvo ante un portal metálico que se abrió automáticamente, y entró en un patio descuidado, mientras la verja se cerraba. El chófer y su ayudante, que hablaba turco (contratados por el director del hotel Baron de Aleppo, en Siria), salieron apresurado, cerraron la puerta de golpe, dejándonos solos en el coche. Apenas unos minutos más tarde, salían en tromba con decenas de paquetes de tabaco, que escondieron en la caja del cambio de marchas.
Retornamos a la carretera principal. Estábamos ya cerca de la tierra de nadie entre los dos países.

Más allá de la ciudad de Urfa -asediada por anillos de bloques baratos donde se concentran centenares de miles de kurdos desplazados, sin duda intencionadamente, por la construcción de pantanos y la inundación de extensas tierras-, se alza una colina. Un camino de tierra conduce a la cumbre, que un solitario árbol señala. Un vigilante con turbante, sentado, un té en la mano, ante una caseta metálica que le sirve de morada, deja pasar. Nada se vislumbra. El monte parece pelado.
Pero, tras un último quiebro, un gigantesco yacimiento arqueológico: Gobekli Tepe. Desde la cima, se descubre el inicio de los valles del Tigris y el Eúfrates que se adentran en Siria (antiguamente, el norte de Mesopotamia). El aire, insólitamente cálido, vibra tanto, que se cree ver construcciones en la lejanía, a través de la neblina que el calor levanta.

Gobekli Tepe ha trastocado radicalmente la historia, no solo del arte y de la arquitectura, sino de la humanidad. No se acaba de entender. Las mediciones no engañan. Estamos ante las ruinas de un poblado gigantesco, sobre la ladera de una colina que mira hacia el sureste, hacia Mesopotamia, antes de que Mesopotamia existiera. Hace catorce mil años, cazadores-recolectores construyeron los mayores santuarios (¿?) jamás hallados. Menos de dos mil años antes se pintaron las cuevas de Lascaux o de Altamira. Los frescos de las cuevas de Parpalló, en el Levante español, de aspecto "paleolítico", tardarían aún cuatro o cinco mil años. Las primeras ciudades, en el sur de Mesopotamia, se fundaron ocho mil años más tarde. En cuanto a Stonehendge, se trata de construcciones advenedizas, simples piedras erguidas. Son diez mil años posteriores a los inmensos recintos circulares de Gobekli Tepe.

Pues Gobekli Tepe se compone de restos, bien conservados, de un poblado con casas, de planta cuadrada o rectangular, de muros de piedra y suelos de yeso compactado, construidas hace unos diez mil años, cuando los pobladores se habían asentado. Mas estas moradas se dispusieron alrededor de unas construcciones de planta circular que ya existían casi cuatro mil años antes. Y, ésas, no eran viviendas, espacios domésticos. Los pobladores aún eran nómadas. Levantaron, empero, un sin fin de espacios descomunales -se han hallado cinco, por ahora, desde el inicio de las excavaciones, a mediados de los años noventa, pero pruebas geo-magnéticas dan fe de la existencia de unas quince construcciones más, aún por desenterrar-. Una mínima parte del yacimiento ha sido explorado.

La tierra que lo recubre fue vertida intencionadamente hace unos ocho o nueve mil años, recubrimiento todas las construcciones. El conjunto,sepultado, cayó en el olvido.

Los espacios circulares, de unos veinte a treinta metros de diámetro, y unos diez de altura, presentan estrechos y esbeltos monolitos de piedra rectangulares, hincados en la tierra, dispuestos como las marcas de un reloj. En el centtro, dos monolitos aún más grandes -pueden alcanzar unos diez metros de alto, en forma de cruz en Tau (el brazo horizontal corona el vertical-. Los monolitos laterales están cubiertos de relieves de animales reales: buitres de gran tamaño, zorros, toros, reptiles, arácnidos: ¿símbolos de los tres niveles del espacio, el aire, la tierra y el subsuelo?  Los centrales solo presentan unas pocas líneas inclinadas a media altura. Vistos de lado, de pronto, se descubre que representan brazos cruzados sobre el vientre, cuyo ombligo se destaca poderosamente en la cara estrecha: el brazo horizontal figura la cabeza, el vertical el cuerpo, y los brazos están trazados naturalísticamente sobre la piedra. Son seres humanos descomunales, alrededor de los cuales se distribuye un bestiario celestial, terrenal y del inframundo. Una banqueta corridas, adosada al muro perimetral, y un gran recipiente de piedra, en el centro exacto, corroboran que estos espacios no son privados sino públicos. Tampoco son viviendas colectivas. ¡Acaso lugares de culto?

Los dioses animales y antropomórficos nacieron con las ciudades, hace unos seis mil trescientos años. Anteriormente, posiblemente, los dioses no existieran. No había necesidad de ellos. Pero los humanos temían y respetaban las fuerzas de la naturaleza. Y, posiblemente, a los ancestros o los antepasados.

Los buitres eran utilizados, como en la religión zoroástrica aún hoy, en remotos lugares de la India, para descarnar a los cadáveres, cuyos huesos son entonces recogidos. Son los animales más comunes en Gobekli Tepe, más visibles, y de mayor tamaño, representado erguidos, de lado, casi como si fueran humanos rapaces.

Quizá los "santuarios" fueran lugares donde los humanos se convertían en seres del pasado a quienes se rendía culto. Quizá, incluso, las dos figuras antropomórficas, que presiden los "santuarios", sean humanos que habrían pedido su mortal -carnal- condición, y se han crecido, se han acrecentado. Ningún texto -faltaban casi nueve mil años para que la escritura fuera inventada- da sentido, o da fe, a lo que el "santuario" simboliza.  Un recinto en el que, posiblemente, distintas tribus o clanes se encontraban. Como si se supieran descendientes de unos mismos seres.

En lugares como Jericó, un poco posterior a Gobekli Tepe, se han hallado cráneos humanos cuyas facciones han sido modeladas con barro para devolverles su figura, colocando conchas en los cuencos de los ojos, quizá para evitar que los abran y se animen. Se han encontrado incluso estatuas de mediano tamaño (la mayor  tiene un metro veinte de alto, más o menos), hechas de yeso, en las que destaca la cabeza, modelada sobre un cráneo o no, con ojos de azabache.
Precisamente, una estatua realista antropomórfica, a tamaño natural, de piedra blanca (y no de yeso), en cuya cabeza bien modelada lucen los óculos de piedra negra, fue hallada en Gobekli Tepe. Es de la misma época que los santuarios, a finales del paleolítico. Pero se trata de una efigie naturalista, que contrasta con los "tótems" que presiden los "santuarios". ¿Una imagen de un ser superior, antes de ser desencarnado por los buitres?

Es posible que Gobekli Tepe, situado en lo alto de un montículo, entre el cielo y la tierra (con estancias circulares, enterradas que emergen de la tierra, que quizá evoquen vientres maternos -tal es el significado de la expresión con la que se designa hoy lugar-), mirando hacia el sol naciente, fuera no solo un lugar de culto a los ancestros, sino el mismo lugar donde los mortales se volvían inmortales, la carne se trasmutaba en piedra, y los cuerpos decaídos se alzaban para siempre, dominando a los mortales recogidos a su alrededor.

El azar o la lógica contribuye  a dotar de complejos significados a Gobekli Tepe. Según una leyenda, posiblemente musulmana, es decir tardía, la vecina ciudad de Urfa fue fundada por Abraham o fue donde Abraham nació en una cueva de la que mana un río (Abraham, quien, según la Biblia, nació en la ciudad mesopotámica de Ur -sin fa-). En el centro, un estanque -con agua de la cueva de Abraham- comprende innumerables carpas, algunas de más de un metro de largo. Carpas grandes casi como sirenas, o humanos. Los filamentos que crecen debajo de la boca evocan la barba de un un hombre sabio. Son carpas sagradas. Nadie las puede pescar so pena de maldiciones. Una mezquita cercana protege mágicamente el estanque.

En la mitología mesopotámica, los dioses ancestrales eran anfibios. Vivían en las aguas primordiales. Aguas dulces, fecundas, de cuyo seno la vida emergió. Salieron un día de las aguas para trasmitir a los humanos los conocimientos y técnicas necesarios para sobrevivir y hacerse con el mundo.
Esos dioses eran un pozo de sabiduría: sus pobladas barbas así lo simbolizaban. Estaban adaptados a la materia informe de los orígenes, las aguas primigenias, en las que se movían como peces en el agua. Eran carpas, gigantes, cuya cabeza asomaba a la superficie y cuya boca se abría y se cerraba rítmicamente para modular sonidos -inaudibles, como las voces divinas que el común de los mortales no alcanzan a oír- entrar en contacto con los mortales.
Fueron sabios originarios, Siete Sabios, tres de los cuales, en una era venidera, siguieron una estrella fugaz y brillante en el cielo nocturno, que los llevó de Oriente a Occidente, hacia una cueva parecida al antro de donde procedían.

El mundo, entonces, se originó en Urfa.
Los testimonios más antiguos de culto a poderes invisibles, de domesticación de animales, de cultivo de los campos es decir de los orígenes de la civilización, se han hallado en Gobekli Tepe.
Sin duda, solo se trata de una casualidad. O no.

De vuelta, deslumbrados por el sol implacable, poco antes de alcanzar la frontera, el coche, giró de nuevo bruscamente, llegó a un patio gris y grasiento, en medio de viviendas y talleres oscuros. La verja cerrada,  los conductores empezaron a vaciar el depósito de gasolina por un conducto situado la parte inferior, para recogerla y llenar un par de grandes recipientes de plástico. Hicimos fotos. La sonrisa se les congeló. Dieron manotazos. La gasolina, comprada barata en Siria, era, sin duda, revendida en Turquía.
Al regresar a la carretera con apenas un litro de combustible, el  motor empezó a fallar.
Una patrulla de policía aguardaba.

http://www.worldsfirsttemple.com/

Vídeo hallado en Google. Véase con prudencia. Lo esóterico ronda fácilmente. Pero algunas fotos son útiles. Este segundo, sin embargo, es objetivo y mesurado.

martes, 16 de noviembre de 2010

El granero de dios (Tell Massaïkh, Siria, octubre-noviembre de 2010)























A modo de comparación, taller para moler cereales en el palacio del príncipe heredero de Ebla, principios del II milenio aC.


Llevaban más de un mes dando palos de ciego de sol a sol. Contrariamente a lo que había ocurrido en los doce años anteriores, la excavación de 2010, en el recinto del palacio neo-asirio de Tell Massaïkh (s. VIII aC), no revelaba más que estructuras incomprensibles, excesivamente fragmentarias, y algunos restos cerámicos, o nada: polvo, y huesos de animales.

El hallazgo de tumbas islámicas -ante las que los trabajadores musulmanes cesaban de excavar o trabajaban tensa y nerviosamente- y de restos de casuchas romanas sin gran interés -pero que algunos arqueólogos dudaban en  borrar tras su documentación gráfica-, complicaba aún más la búsqueda de nuevas estancias palaciegas y de la ciudad que se fundó al pie de la colina sobre la que se erguía el palacio del gobernador neo-asirio.

La misión parecía no llevar a ningún lado. El excesivo calor de este insólito otoño en el Próximo Oriente, y la falta de lluvias -que desesperaban a los agricultores- contribuía a tensar las relaciones.

La directora de la misión, la dra. María-Grazia Massetti-Rouault, siempre ha sostenido que el gobernador neo-asirio quiso poseer un palacio que emulara los palacios imperiales de Assur y Nínive, algo que la lejanía del poder le permitía.

Aquéllos no se hallaban solos en la cumbre. Junto a ellos, se alzaban templos y servicios templarios (moradas de sacerdotes, almacenes, apriscos, etc.) que denotaban la piedad del monarca, o la connivencia entre los poderes político y religioso.

¿Y si la planimetría de todo el "acrópolis" de Tell Massaïkh fuera un reflejo de la organización del centro político-religioso de una gran capital neo-asiria, si se inspirara en ésta?; ¿si el palacio del funcionario Nergal Eresh reprodujera el de Assurbasnipal?

Precisamente, al sureste del palacio se extiende una parda zona aún no excavada. Rebaños de ovejas cabizbajas, que la luz que juega con el polvo desdibuja, cruzan  la zona camino del Eufrates. La grave erosión del suelo hacía prever que poco o nada se podría hallar. Acaso los cimientos de algún edificio.
Pero, desde luego, en lo alto de Tell Massaïkh, se tenían que encontrar algún templo. Restos de frescos, hallados hace un par de años en el patio principal del palacio, sugerían que se rendía culto a la diosa de la la guerra y la fecundidad Ishtar. Pero ningún santuario dedicado a esta diosa o a cualquier otra divinidad había sido hallado.

Una primera excavación, fuera de los límites del palacio solo puso de manifiesto decepcionantes restos romanos y, debajo, tramos de muros, sin duda neo-asirios, a veces tan solo algunos ladrillos, que no parecían guardar relación entre ellos ni delimitaban ningún recinto reconocible. Tumbas islámicas aconsejaban no proseguir en ese sector.

Una nuevo sondeo, unos pocos metros más al oeste, sin embargo, expuso unas formas extrañas: bultos de tierra compacta. A simple vista, nada se distinguía. El viento levantaba una polvareda por doquier. Una imperceptible mayor dureza de la tierra compactada denotaba que se estaba alcanzando una obra humana sorprendente. No parecían ser fruto del azar de la excavación. El material era arcilla: el mismo que forma toda la colina artificial. Pero unos primeros volúmenes semi-esféricos, en los que se descubrían formas cóncavas, recordaban altares. ¿ Acaso, un templo, buscado desde hace trece años?

La excavación se aceleró. Todos los arqueólogos y los trabajadores fueron convocados. La misión, a punto de clausurarse sin ningún hallazgo memorable, volvía a ponerse en marcha. Los volúmenes desenterrados se multiplicaban. Formaban dos largos bancales continuos, adosados a dos muros paralelos, en los que se abrían cuencos, depósitos, pilones o lebrillos, sin duda para contener líquidos, ya que presentaban hendiduras frontales, quizá para la evacuación de aquéllos. Constituidos por filas de ladrillos macizos, sin duda de barro sin cocer, en los que se se vaciaron los cuencos, estaban cubiertos de yeso, en perfecto estado, al igual que el suelo, bien pulido. Dos grandes jarras estaban cuidadosamente enterradas en el eje central de la sala, y aparentemente centradas, como si constituyeran conductos de evacuación. La sala que emergía se alargaba más y más. Los límites laterales no se discernían. Tampoco una puerta. Fragmentos de jarras y de grandes vasijas estaban desparramados sobre los bancales, al igual que soportes cerámicos de vasijas. Un vaso de cerámica, parcialmente roto, común en las alacenas asirias, había sido abandonado, o tirado tras su uso.

Una gran espacio de almacenaje de cereales o de líquidos, bodega o granero, en buen estado de conservación  había sido desenterrado en tan solo cuatro días, justo antes de cerrar la misión. ¿Espacio de ofrendas? ¿Son los bancales altares, y el recinto un templo, o la capilla de un templo donde se ofrendaban a los dioses, o dónde se preservaban las ofrendas? El cuidado con el que la estancia y el mobiliario habían sido elaborados permite intuir que no se trata de un almacén cualquiera, una simple dependencia palaciega, o de una casa noble, aún no hallada. Los alimentos, ¿estarían entonces dedicados a los sacerdotes o las divinidades?

El conjunto se halla en medio de un páramo cercano al palacio. La misión se cerraba. Se luchaba para hallar una puerta de acceso que corroborara que se había descubierto una estancia completa. Dieron las tres de la tarde del último día. Se trabajaba frenéticamente desde el alba. Ya no se sabía si se desenterraba o se moldeaba. El yacimiento debía clausurarse. Apenas desenterrado, el recinto tuvo que ser apresuradamente cubierto de nuevo de tierra para preservarlo, de las lluvias y los saqueos, hasta la misión del año que viene.

¿Qué se hallará? Se trata de una arquitectura de barro. En el suelo, jarras, perfectamente enterradas, cuyo fondo no se alcanza a ver ni a tocar. ¿Qué encierran? ¿Dónde nos hallamos? Una comparación con los planos de los centros de poder de las capitales neo-asirias azuza la imaginación. Habrá que esperar un año para obtener una respuesta, si es que algo queda.

Nota:
Reconstrucción virtual de la estancia: Marc Marín (UPC-ETSAB, Barcelona, 2010)

martes, 2 de noviembre de 2010

Viaje a Oriente

Este blog no se actualizará entre los días 2 y 16 de noviembre

Un cordial saludo

Tocho

Jean Vigo: À propos de Nice (1930)



Una de los más poéticos documentales sobre una ciudad -la vida que pasa en una ciudad.

véase en pantalla más grande en:

lunes, 1 de noviembre de 2010

Celdas & Células






En francés, una cellule es una célula: un elemento básico constituyente de un ser vivo. Éste resulta de un agregado de células. Diminutas, circulares o vueltas sobre sí mismas, las células no pueden agregarse sin perder su unicidad. Son auto-suficientes. Ya son vida. De algún modo, no necesitan nada más ni a ninguna otra. Son un universo auto-suficiente, satisfecho. Viven. Mas, ¿de qué modo?

Cellule también significa celda. Procede del latín cellula, que nombra un espacio carcelario. Las celdas son lugares de soledad. Unidades básicas de protección y de encierro. Celdas existen en cárceles y en convento; lugares de encierro o de recogimiento. La vida en común no puede desarrollarse en una celda, necesariamente individual. Segrega y al mismo tiempo protege a quien se está encerrado así como a los demás, moradores de otras celdas, a la colectividad. Una vida mínima solo puede llevarse a cabo en una celda. Atiende a las funciones básicas. Las celdas carcelarias y conventuales, de hecho, contienen lo estrictamente necesario para la vida rutinaria: útiles para comer, arreglarse y dormir. Una vida reducida. Sin contacto con el exterior. El único cara a cara es con uno mismo. El viaje, la exploración solo pude ser interior: soñada o imaginada. La celda es el espacio de la liberación mental, a costa de la física. Las celdas apenas se diferencias de los nichos. Los encerrados, voluntariamente o no, son como muertos en vida. Las celdas siempre se asocian a las murallas. Se trata de espacios difícilmente accesibles, siempre cerrados.
Uno pronto se olvida de la existencia de los moradores de celdas. Como si vivieran en el limbo. Abandonados a su suerte. Con un lugar propio en el que nadie más tiene cabida. Forman una unidad con su espacio. No pueden desprenderse de éste. Todos sus gestos, sus costumbres están condicionadas por las cuatro paredes en los que están recluidos. No se les ve (no quieren que se les vea). Apenas se les oye. Nada de lo que realizan trascienda, llega al exterior. Solo actúan para sí mismos; solo pueden cuidarse. No necesitan nada ni nada pueden esperar del exterior. Su mundo es completo. Lo tienen todo, mas nada pueden dar.

Eshel Meir, apodado Absalon, fue un artista israelí, fallecido en París a los veintinueve años (1964-1993). Su obra consistió en celdas (Cellules). O, mejor dicho, en celdas, todas iguales, puestas en varias grandes ciudades cruzadas por un tráfico incesante, en las que habitaba. Se trataba de esculturas (¿esculturas?) de madera habitables, en forma de moradas mínimas (apenas 10 m2), dotadas de los elementos básicos para la vida. Compuestas a base de volúmenes geométricos puros (cubos, prismas, cilindros), pintados de blanco, casi sin aristas, tenían una misma imagen interior y exteriormente. Los movimientos eran dificultosos, condicionados por la estrechez del volumen y la proximidad de todos los elementos; los desplazamientos, inciertos y lentos. La imposibilidad de permanecer mucho tiempo con una misma postura, en un mismo sitio, obliga a un constante y cíclico movimiento, como si de una vida unicelular se tratara. La celda formaba una unidad con el cuerpo. Los cantos redondeados, las paredes curvas evocaban formas orgánicas, adaptadas a un cuerpo vivo. El nicho parecía perfectamente amoldado al cuerpo que, sin éste, se hubiera sentido desprotegido, desnudo. Nicho que recordaba un vientre materno. Pocos lugares invocaban mejor el contacto con el espacio originario. La imagen del capullo cerrado, que envuelve y protege a un ser vivo, suscita sensaciones placenteras o reconfortantes. La celda aislaba al artista -convertida en actor o intérprete de su propia obra-, como un caparazón. Se trataba de la protección perfecta. El entorno urbano era suficientemente duro y ruidoso para invitar al ensimismamiento. Como con una concha o un cascarón (formas que generan vida, y que protegen la vida, pero que tienen que romperse para dejar paso a la vida), no se producía ningún juego entre el cuerpo y el envoltorio. A cada momento, en cualquier lugar, el cuerpo estaba bien defendido.
La vida era un infierno. La protección absoluta (que la sociedad moderna busca a gritos) constriñe, encierra, aísla, entierra. La obra de Absalon abre inquietantes perspectivas sobre el núcleo habitable actual, y sobre la ciudad sobre protegida). Espacios en los que todos los movimientos están pre-tederminados, inducidos, fomentados. Lugares en los que solo caben ciertas posiciones o actitudes. Pocos artistas echaron tanta luz sobre la función de habitar, sobre cómo se debería habitar.

"In July 1992, Bernard Marcadé wrote Absalon’s Monadology. In this essay, after citing Manzoni,
Malevich, Le Corbusier, Boltanski, and Kafka as eventual guiding influences on this artist, the
author develops three specific points. The first is the establishment of kinship between Absalon’s
cell and Leibniz’s monad: a simple substance, impenetrable by all external actions, different each
time, and endowed with qualities of ingestion and perception. It recalls Absalon’s cell: an
organism with self-generating laws and a sense of order that is independent of social norms and
external organizations. Taking as a point of departure the idea that Absalon’s cell is a system of
insulation and protection, Marcadé quotes Deleuze’s commentary on Leibniz: “The monad is a
cell, a sacristy more than an atom: a room with neither door nor window, where all actions are
internal.” In the same way, Marcadé points to the autarchic nature of Absalon’s cells, as much
from an architectural point of view as from the perspective of their development and functioning.
He supports his argument with Absalon’s affirmed intention to respect the single condition that he
imposed on himself and his surroundings: “I am free to give things the function of my choosing.
An armchair could be architecture, a bar of soap, or anything else.”


(Philippe Vergne: "Absalon: The man without a home is a potential criminal"
The Galleries at Moore, 20 pages, 63 b+w illustrations

Paperback: ISBN: 1-58442-050-2
Foreword by Elsa Longhauser. Texts include: “The man without a home is a potential criminal” by Philippe Vergne, “For the Time Being: On the Six Cell-Houses of Absalon” by Moshe Ninio, with comprehensive exhibition checklist.