domingo, 21 de noviembre de 2010

La ciudad invisible: Bir al-Hadad (puesto defensivo neo-sumerio inexplorado, en la frontera siro-iraquí)




Siguiendo las trazas de un muro de base de piedra, o de la muralla de la ciudad



Fragmentos cerámicos. El tipo de pasta, el color, y la forma (cuando el fragmento tiene una dimensión suficiente) permite distinguir entre vasijas islámicas, romanas y neo-asirias. Éstas dos últimas se distinguen porque la cerámica presenta diminutas irregularidades (superficie y grueso picados, rayas) que prueban que se añadió elementos vegetales o arena (llamados "desengrasantes") a la arcilla húmeda (que desaparecieron durante la cocción, dejando solo huellas), a fin de obtener una pasta capaz de guardar la forma impuesta sin deshacerse.


Trazas de una vivienda de gran superficie con cimientos de piedra. Los muros deberíande ser de ladrillos de barro no cocido.


Enlosado de piezas cuadradas de barro crudo, de un posible edificio público. Las juntas nítidas han sido trazadas por los trabajadores.


¿Trazas de viviendas, o suelo rocoso natural?


Trazas de una vivienda. En la esquina superior, a la derecha, se adivina un patio delimitado por dos muros en esquina.

Precariedad o suprema habilidad constructivas: restos de una instalación artesana (cuencos, fuegos), al aire libre, construida por debajo del nivel de los cimientos de la casa.


Trazas de una vivienda o de un santuario


Dos viviendas (una en primer término), con un callejón entre ambas.





Fotos y texto: Tocho / Marc Marín (noviembre de 2010)

La arqueología, ¿realidad o ficción? ¿Se desentierra lo que existe sepultado, o se construye lo que se intuye o se imagina?

Las construcciones mesopotámicas son casi siempre de barro sin cocer: gruesos muros de ladrillos sin cocer (o incluso de adobe amontonado), suelos, ocasionalmente, de losetas también de adobe, y ausencia de piedra salvo, eventualmente, en la primera capa de los cimientos. El tiempo y las guerras han destruido techos y muros hasta una cierta altura, pronto recubiertos por la misma tierra con la que han sido edificados -y, a menudo, reemplazados por nuevas construcciones, levantadas sobre los restos de las precedentes, las cuales acaban por sufrir, a los pocos años, el mismo destino destructor-.
En un yacimiento mesopotámico, por tanto, apenas nada sobresale. Tan solo se percibe una extensión elevada de arcilla reseca. Fragmentos de cerámica dispersos indican, sin embargo, que la tierra recubre algún asentamiento humano.

Cuando se dan los primeros golpes de pico, no se sabe qué se encontrará, ni dónde pueden hallarse los restos de una construcción o una ciudad, salvo que que hayan sido precedidos por estudios geo-magnéticos, los cuales, no obstante, no siempre son fidedignos: en función de la composición y dureza del suelo, y de la ubicación de los estratos, tales prospecciones pueden no detectar nada (como ha ocurrido en Bir Al-Hassad).

Las construcciones están hechas de tierra. No se distinguen, pues, del suelo no construido. A simple vista, nada se percibe. Solo un arqueólogo, o un operario, experimentado, puede reconocer que está ante una intervención humana, y no ante tierra compactada, gracias a la diferente dureza de la tierra que excava. Ni siquiera los ladrillos, de barro no cocido, son siempre reconocibles. Las juntas, en ocasiones, son imperceptibles.

Por otra parte, tampoco sabe lo que busca ni lo que está desenterrando. Mediante golpes reiterados muy precisos y ligeros, dados ya no con un pico sino con una espátula, picando, rascando, puliendo, hasta tener que utilizar un cepillo cuidadosamente, se siente, más que se distingue, la forma de una construcción que emerge. O, mejor dicho, se siente que ha alcanzado alguna obra.

En el caso del almacén de líquidos o granos hallado en el palacio neo-asirio de Tell Massaïkh, en un lugar donde nunca se había excavado, junto a un cuadrado en el que ninguna estructura comprensible había sido descubierta, de pronto, el trabajador "notó" un leve cambio en la resistencia de la tierra endurecida. Poco a poco, algo así como un pequeño montículo artificial, de cantos redondeados,  fue apareciendo. En el centro, un espacio cóncavo (lleno de tierra), con una hendidura frontal.
La interpretación era inmediata. Tenía que tratarse de un altar -dado que se suponía se ubicaba en una posible zona ocupada por templos, intuida por comparación con la planta de otros palacios neo-asirios excavados en el siglo XIX. Este mojón era la prueba que, por fin, el recinto o área sagrado del palacio había sido, al fin hallado. Y constituía el primer descubrimiento de un templo neo-asirio, en muchos años. Templo ubicado en los límites del imperio, cuya capital, Assur, se hallaba a centenares de quilómetros de este lugar periférico, cerca de la fronteras con el imperio babilónico. Un verdadero descubrimiento.

Finalmente, la excavación había hallado algo sustancioso. Prosiguió de inmediato. La sorpresa vino que dicho altar no estaba aislado. Al lado, unido a éste, un segundo altar, como si de un bancal como dos cuencos (para recoger libaciones o acaso la sangre de las víctimas) hubiera sido construido. Se trataba de un modelo único, lo que otorgaba aún más valor al hallazgo, y reforzaba la interpretación del lugar como un recinto sagrado.

Al tercer golpe de pico, la sorpresa, y cierta desazón, se acrecentó: el altar seguía alargándose, y un tercer cuenco aparecía.. ¿Seguía siendo posible interpretar el "mueble" como un altar corrido?
Hasta catorce  cuencos fueron desenterrados en tres días. El "altar" tiene trece metros de largo. Además, paralelamente a este primer bancal, también adosado a un muro, un segundo bancal profusamente horadado era puesto al descubierto.

La edificación no podía ser un templo -o era un templo de un tipo desconocido (lo que aún no ha sido descartado): quizá una dependencia templaria, en la que se almacenaban bienes ofrendados a los dioses.

Los bancales no fueron excavados; los cuencos no fueron hallados a medida que la excavación avanzada: a partir del tercer o cuatro cuenco, fueron supuestos. Se buscaron. Tenían que estar allí. Y se hallaron. No se excavaba en busca de una posible construcción. Ya se sabía que estaba allí. Y se tenía que encontrar. Los últimos cuencos, ¿fueron verdaderamente desenterrados, o creados? Tenían que estar; iban a estar. Aunque no se encontraran a fe cierta.

El granero fue, en parte, esculpido. La tierra, modelada. Se desenterraba una estructura sepultaba, pero también se creaba. La imagen de lo que se tenía que hallar determinaba cómo se operaba, dónde se excavaba, y qué se encontraba. Los últimos metros de los bancales fueron, más que descubiertos, supuestos y creados. La tierra entregaba lo que contenía; y lo que la imaginación del excavador proyectaba. El almacén fue enteramente hallado porque, a partir de cierto momento -cuando ya no era posible pensar que se estaba descubriendo un templo-, era necesario que se tratara de un granero. La realidad, en parte, fue "proyectada", "construida" por los arqueólogos. El edificio, era obra de los constructores del pasado, y de nosotros.
Las mismas filas de ladrillos de los muros perimetrales eran, en gran parte, trazadas por nosotros. Sabíamos que los muros eran de ladrillo. Y, por tanto, ladrillos íbamos hallando, o creyendo hallar.

El complejo proceso de interpretación de estructuras de barro, también acontece cuando los yacimientos son de piedra (la cual, en principio, no se confunde con la tierra).

Bir al-Hassad es una ciudad neo-asiria (así lo atestiguan los restos cerámicos, de fácil datación), situada donde nadie hubiera esperado hallar una ciudad: en pleno desierto pedregoso. Nada se percibe a leguas a la redonda. El sol abrasa. No hay vías de comunicación. El asedio de las moscas es insufrible.

El yacimiento ha sido hallado gracias a restos cerámicos. Sin embargo, las autoridades sirias solo autorizan una exploración superficial. Ni siquiera permiten fotos aéreas, ni el uso de instrumentos de medición, pues la frontera iraquí está demasiado cerca, y las señales podrían ser captadas por aviones norteamericanos, o grupos terroristas iraquíes. Eso, al menos, es lo que creen, o afirman creer, las autoridades sirias.

Por tanto, solo se puede estudiar desde el suelo. Sin ni siquiera excavar. Los restos corresponden a la primera fila de piedras de la cimentación. Debajo, a cinco o diez centímetros debajo del nivel del suelo, ya no se hallaría nada. Se trata de las mínimas trazas posibles, lo último que aún permanece de muros de adobe construidos sobre unos cimientos o bases de piedra.

Piedra. Imposible de confundir con la arcilla. Sin embargo, se trata de un desierto de lodo y piedras. Los cantos utilizados en las construcciones proceden del entorno. Tienen, por tanto, la misma apariencia que las piedras del lugar que afloran por doquier.

Los muros, entonces, solo se descubren desde ciertos ángulos, cuando la luz permite reconocer un cierto orden, sin duda no natural, en la distribución de las piedras. Orden que se ve y se desvanece. Una nube, un cambio de posición, y ya no se distingue lo que parecía claramente reconocible. Día tras día, las trazas parecen cambiar. Lo que se reconocía, de pronto se ha difuminado. Como un espejismo.

¿Se ven, entonces, las trazas de las viviendas? ¿O se creen ver? Sabiendo que se está en un yacimiento humano (así lo revelan los tesones cerámicos), necesariamente se tienen encontrar huellas de muros, que, por lógica, tienen que delimitar edificaciones: es decir construcciones, con muros, patios, estancias, puertas, incluso escaleras interiores; también hogares. Las fachadas, en algunos casos, tienen que seguir la alineación de calles o callejuelas. Y de pronto, se ven. Se distinguen las casas, los patios interiores. Se sigue la línea de los muros. Parecen distinguirse bien de las piedras que afloran casualmente. Se tienen que distinguir.

O no. En este caso, ¿vemos lo que existe, o lo que creemos que existe, lo que queremos que exista?

Posiblemente, en ocasiones, sea imposible responder.

Por eso, la búsqueda del pasado es más apasionante que la del presente. Permite soñar. Las ciudades invisibles son las verdaderas ciudades porque son las únicas que creamos en verdad. Solo existen en nuestros sueños. Las piedras, el barro, no tienen verdadera entidad. Las materia con la que están levantada es la que da consistencia a nuestra fantasía.  Las casas del pasado son nuestra obra. Obra imaginada. Por eso, tan deseada.    

2 comentarios:

  1. Saludos Pedro&Marc,

    Creo que inevitablemente se ve lo que se quiere, se mira aquello que ya está dentro del ojo, por así decirlo. Entendería interpretar como recurrir a la aplicación de conceptos, ideas y parámetros que uno ya tiene en la cabeza. Aplicarlas a trazas construidas, a supuestos edificios, quizá no sea lo más fidedigno, a veces, pero... ¿no es lo que mayor satisfacción quizás produce a nivel arqueológico? -el interpretar, no el mero encontrar, digo-

    Me alegro que os fuera bien, y supongo que nos veremos pronto!



    Angel.

    ResponderEliminar
  2. Hola Ángel

    Supongo que en arte como en arqueología no se puede encontrar sin interpretar; el hallazgo -fortuito, sin que hubiéramos hecho nada para encontrar lo que hallamos- es un tanto inútil si no se acompaña de un estudio, de un intento de interpretación. En la mayoría de los casos, el objeto o el edificio desenterrados no se acompañan de textos (que tienen que ser interpretados, por otra parte), por lo que su sentido no es evidente; en algunos casos incluso no se sabe a fe cierta si se trata de una creación humana o de un objeto natural, caprichosamente moldeado -por el tiempo- hasta parecerse a un objeto artesano reconocible.
    Así que tienes razón, la interpretación es más satisfactoria que el mero hallazgo.

    Hasta pronto, en la puerta de la clase de sumerio

    ResponderEliminar