viernes, 4 de febrero de 2011
Faz etrusca
Máscara de terracota etrusca, a tamaño natural, del siglo VII aC, procedente de la necrópolis de Tolle, cerca de Chiusi (Italia), que cubría una urna cineraria en forma de vasja canopio.
Se trata de una pieza única en la historia del arte etrusco, ya que fue modelada sobre el rostro, masculino o femenino, del difunto, una figura excepcional, sin duda, a quien se sacrificaron innumerables animales, y algún humano. No se explica porque se desmarca tanto de la iconografía funeraria etrusca, por su tamaño, su técnica, y por los rasgos duros exhibidos, con los ojos entreabiertos (las estatuas funerarias etruscas abren los ojos desmesuradamente y sonríen para que la Muerte no les asuste, y para mostrarle que no la temen, que confían en ella y en Caronte).
Museo Etrusco de Chianciano Terme.
(Foto: Tocho, con el permiso e la dirección del Museo)
jueves, 3 de febrero de 2011
(El retorno) de las casas del alma
Urnas cinerarias etruscas en forma de casa, en piedra o en terracota, entre los siglos VII y V aC, del Museo Etrusco de Chianciano Terme, en Chianciano, cerca de Chiusi (Italia).
Tamaño aproximado: base 50x30 cm, altura: 40 cm, salvo las piezas 4, 8 y 9, de 30x20x15 cm, aproximadamente.
Las cinco primeras están permanentemente expuestas. El resto, en las reservas: jamás expuestas ni publicadas (el museo posee más, y su número crece cada año) . La primera, pintada, fue hallada intacta en 2001. No ha requerido restauración alguna. Los pájaros que la coronan, que simbolizan el alma del difunto -o son una ofrenda a una divinidad funeraria-, se hallaban incluso en su sitio.
Las urnas, junto con unos ciento cuarenta urnas canopio y treinte mil objetos votivos, proceden de Tolle, la mayor necrópolis etrusca del mundo, excavada desde 1985. El material, inédito, atesta tres reservas.
(Fotos: Tocho, con el permiso del director del Museo)
(Desde Chianciano Terme, cerca de Chiusi, en Italia)
El Museo Archeologico delle Acque di Chianciano Terme, en Chiusi (Italia), y el Museo delle Culture, de Lugano (Suiza), preparan conjuntamente una muestra, Le Case delle Anime, sobre maquetas arquitectónicas de la antigüedad, que se inaugurará en junio en Chiusi.
La exposición parte de Casas del alma, que tuvo lugar en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, en 1997, y cuyo catálogo ha servido de fuente de documentación de la presente muestra. En ambas se quería tratar el tema del imaginario antiguo del hogar, y valorar si aún es de recibo.
La muestra actual comprende treinta y cinco maquetas provenientes de museos italianos y extranjeros, y cinco de los fondos del propio museo. Incluye un tercio del casi centenar de maquetas expuestas en Barcelona. Pero añade una buena colección de casas del alma etruscas, provenientes de museos locales cercanos, y una pequeña muestra de maquetas de culturas no mediterráneas (precolombinas y del Extremo Oriente), de colecciones públicas suizas.
Ambas muestras, sin embargo, no son idénticas: en Barcelona, se incluyeron planos antiguos (sobre tablillas, papiros, placas de mármol), a fin de exponer los diversos sistemas proyectuales antiguos; la exposición que pronto se va a inaugurar solo contiene maquetas antiguas. La manera de dar forma a la idea mental del arquitecto no es el tema que se percibe, sino los valores que dichas imágenes vehiculan, y cómo son recibidas. Mientras en Barcelona, se trataba de ver la arquitectura desde los puntos de vista del creador (el arquitecto) y del receptor, en Chiusi se ciñen a la imagen que el receptor se hace a la vista de la arquitectura. El aprecio que siente ante su hogar se traduce en la "maqueta" que contendrá sus cenizas, y que le acompañará, le protegerá en su tránsito hacia el más allá. Son los valores del hogar el tema central de la muestra de Chiusi.
La muestra de Chiusi ordena las obras atendiendo a las funciones funerarias y voticas que cumple, así como a la miniaturización a la que somete el mundo, para dominarlo mejor, y para expresar su admiración ante él, convirtiéndolo en un mundo que cabe casi en la mano.
Es extraño, y emocionante, ver que la muestra de Barcelona, de algún modo, aún sigue vigente y da frutos.
Ayer, tuvo lugar en el museo de Chiusi un encuentro para dialogar sobre el imaginario o los imaginarios del espacio doméstico sobre el o los que la exposición versará.
Y cena en Pesce di´Oro (http://www.ristorantepescedoro.it/), cabe el lago arificial de Chiusi (creado por los etruscos como lugar donde poner a prueba las naves con las que lucharían con griegos y cartagineses para dominar el Mediterráneo), en el que sirven brustico, un pescado lacustre al modo etrusco (cocido entero y sin limpiar, y ahumado, sobre un fuego violento con "madera" de cañas, y posteriormente vaciado, asado y macerdado en aceite y limón): extraordinario. Considerado el mejor restaurante toscano.
martes, 1 de febrero de 2011
El Cairo, 28 y 29 de enero de 2011
Ejemplo de urbanización de lujo en la costa cerca de Alejandría.
Vivienda en el Egipto Medio, cerca de Minia
(Fotos: Tocho. Uso libre)
Sábado 28 de marzo
El autocar entró zigzagueando y en tromba en El Cairo. La casa nula circulación por la carretera y en los arrabales de la ciudad favorecían el tren desbocado. Eran las cuatro menos cinco de la tarde. El toque de queda empezaba cinco minutos más tarde. Un pinchazo de uno de los dos vehículos militares que nos acompañaban, en medio del desierto, había frenado nuestro avance. Bajamos a toda prisa. Se cerraron las puertas acristaladas del hotel. El personal extendió una larga y gruesa manguera hasta la calle en previsión de un posible incendio. Cayó la noche. Las primeras patrullas o los primeros saqueadores corrían por la avenida de las Pirámides, por la que retumbaba el creciente estrépito metálico de un carro de combate que disparaba al aire mientras avanzaba sin detenerse ante ningún obstáculo, ya fuera un coche o una persona.
Fue la noche anterior, en Minia, la capìtal del Egipto Medio, a unos doscientos cincuenta quilómetros al sur de El Cairo, en cuanto el guía se nos acercó y nos comunicó que quizá no podríamos llegar al día siguiente a la capital, cuando comprendimos que la situación en Egipto, tras la jornada de revueltas, a la salida de las mezquitas y las iglesias, del viernes, se complicaba.
Hasta entonces, habíamos circulado fuertemente protegidos, mas el Egipto Medio se ha considerado, desde los años ochenta, una zona insegura para extranjeros y para cristianos, poco visitada. La total falta de turistas -salvo un japonés que, absorto, fotografiada los estelas fundaciones, esculpidas en las paredes rocosas que delimitan el desierto, de Akhetaton, la capital que el faraón Akhenaton fundara, en una árida planicie-, incluso en esta parte del país, era extraña. Pero la calma imperaba en los pueblos cercanos al Nilo por los que pasábamos. Un policía, con una mano ostentosamente vendada, mostraba, sin embargo, al día siguiente, que las manifestaciones también habían prendido en Minia.
El gobernador militar del Egipto Medio no autorizaba nuestra partida. Pero las órdenes eran contradictorias. Subíamos al autobús para descender a continuación. Un creciente número de policias y generales engalonados, serios, mas amables con nosotros, se concentraban ante el hotel. Nuevos vehículos militares, atestados de soldados, de mirada cansada, aparcaban ante aquél. No se nos autorizaba siquiera a cruzar la calle que mira a los jardines y las terrazas que bordean el río.
Cuando ya nos preparábamos para una nueve noche en Minia, llegó la orden esperada: podíamos, teníamos que regresar a El Cairo sin detenernos.
Domingo, 29 de enero
Ocho de la mañana. Se levanta el toque de queda. Durante toda la noche han circulado patrullas vecinales, coches y algún tanque. Disparos y altercados. Tiros de metralleta ocasionales trazaban una estela verdosa y relampaguente sobre nuestras cabezas, en la terraza del hotel. El olor a quemado que llegaba hasta las habitaciones no era una impresión errónea: salteadores habían logrado, pese a las brigadas de defensa vecinales, incendiar y saquear tres restaurantes (entre éstos Le Parisien), el vulgar hotel Mena (ante el que, tres días antes, aparcaban grandes coches negros con los vidrios tintados), una gasolinera y una discoteca con un rótulo de neón; las fotos de chicas maquilladas, ligeras de ropa y entradas en carne, exhibidas en la fachada, habían sido arrancadas. El dueño de una farmacia, cabe el hotel, se había apresurado a vaciar las estanterías y a pintar de blanco las puertas acristaladas. Al días siguiente, mandaría tapiar la entrada. Dos operarios cargaban a toda prisa taburetes de bar giratorios y mesas de un club en una camioneta, antes de cerrar las puertas, quizá definitivamente.
Los comercios, cerrados, salvo vendedores callejeros de fruta, de periódicos, y pequeños ultramarinos. Algún restaurante mantenía las persianas entreabiertas. En el centro, sin embargo, modestos cafés tenían unas pocas mesitas de madera en la angosto acera, todas ocupadas por vecinos que bebían y fumaban pipas de agua.
Camiones militares. Tanques ante los que se pasa ya casi sin mirarlos. Controles vecinales efectivos. Un modesto funcionario riega, tranquilo y metódico, un parterre intensamente verde entre dos calzadas. Algunos operarios barren la calle y recogen la basura. Vecinos, con bastones de madera, se suceden para dirigir el tráfico. Nunca se ha circulado mejor en El Cairo, y no solo por el fuerte descenso del tráfico. La policía ha desaparecido. Un orden casi nórdico reina.
Camino de la plaza el-Tahir, frente al Museo Egipcio, barrios impolutos, en los que algunas tiendas están abiertas y los escaparates iluminados, y calles bien ordenadas, suceden a coches quemados, alguna camioneta Mitsubishi azul oscuro con los cristales y la parte posterior, en la que se cargan a los policías, destrozada por balazos, y grises edificios gubernamentales, con la entrada alfombrada por una extensa capa de ceniza.
Calle y callejuelas cortadas, por barricadas, coches o camiones atravesados. En la plaza, ante la fachada del Museo, cerrado, en o detrás de cuya esquina superior izquierda se alza una fina cortina de humo, y de un edificio gubernamental -de moderna, intimidante arquitectura-, con toda la fachada ennegrecida, hombres y mujeres exhiben pancartas pequeñas escritas a mano en árabe. Sonríen. Levantan el pulgar a nuestro paso. Y se excusan por la situación, afirmando que ya no pueden más. Lo único que quieren, repiten, es que el presidente y su familia se vayan para siempre. No importa qué pueda ocurrir después. Algunos sostienen banderas o banderolas tricolores. Parecen francesas. Casi nadie habla, pero, de tanto en tanto, corean cortas frases que no entendemos. Subidos a un tanque, soldados de pie, quietos, a los que nadie presta atención. Un hombre, de rodillas y con la cabeza gacha, reza, incongruentemente. Da la espalda a la multitud, y algún vecino advierte por gestos que no se camine o se esté ante él. Un helicóptero sobrevuela la plaza. Y, de pronto, un bramido ensordecedor, sobrecogedor. Las fachadas y los viaductos elevados de hormigón que ciñen la plaza y avanzan hacia el río, vibran y multiplican el rugido de dos cazas negros que vuelan en círculo a muy baja altitud.
De espaldas a una fila de tanques con el cañón erecto, hombres postrados sobre cartones alargados dispuestos en cuadrícula, rezan a un lado de la plaza, a la sombra de los viaductos.
El inicio del toque de queda se acerca. Regresamos en taxi hacia el hotel. Cruzamos todos los controles sin dificultad. La noche siguiente, tranquila. O quizá nos acostumbramos al silencio, a los disparos ocasionales y al traqueteo, a la tos interminable de un solitario tanque, absurdo, al que la calle ilusoriamente vacía parece venirle grande.
En los alrededores de El Cairo se está levantando New Giza: una ciudad, plantada en el desierto, un remedo del París del diecinueve, cruzado por bulevares y plantado de farolas neogóticas, que más parece una versión aún más ostentosa de una ciudad de los Emiratos Árabes. En la costa, hasta cien quilómetros de Alejandría se suceden las urbanizaciones de lujo, valladas y fuertenmente defendidas por torreones.
La periferia de El Cairo y de Alejandría, por su parte, está abierta por canales de aguas pútridas, casi vidriosas, en los que se pudren animales muertos, cuyas laderas están sepultadas por capas de basura sin fondo, a las que se miran innumerables bloques sucios y sin cristales, plantados en descampados tapizados por una incierta capa blanquecina de basura quemada.
La miseria, la suciedad y el abandono son aún más lacerantes que hace veinte años, cuando aún los descomunales carteles impólutos, que anuncian New Giza, 1 y 2, no se alzaban triunfalmente en el desierto.
Hace unos quince días, el conservador de antigüedades del Museo de Arte e Historia de Ginebra contaba acerca de la fortuna que Japón pagó hace unos pocos años para obtener el préstamo, impensable, del tesoro de Tutankhamon. Entregada al director de antigüedades de Egipto, fue transferido de inmediato a Dª Suzanne Mubarak, esposa del presidente.
Por otra parte, las reservas del Museo de Ginebra antes citado guardan los fondos del Museo Arqueológico Nacional de Gaza hasta que puedan retornar y ser expuestos. La compleja operación requirió permisos de Israel, de la Autoridad Palestina, de Egipto, de Suiza y de la ONU. El bloqueo, sin embargo, era absoluto. Durante meses nada se pudo hacer. Hasta la intervención de Suzanne Mubarak. No se sabe o no se dice a cambio de qué.
¿Sorprende la revuelta o la revolución egipcia?
Agradecimientos a la serena Embajada de España en El Cairo, a D. Arturo Capdevila (representante del consulado español en el aeropuerto de El Cairo, a quien debemos la invaluable información para tomar a tiempo el avión), a D. Nasser Korkar y a la agencia Planes.
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viernes, 21 de enero de 2011
Cese temporal de actividad entre los días 21 y 31 de enero
TOCHO dejará de apilarse entre los días 21 y 31 de enero de 2011.
(Arte y arquitectura contemporáneas) Michel Houellebecq: La carta y el territorio
Michel Houellebecq – La carte et le territoire 4 (Mediapart)
Cargado por Mediapart. - Videos de noticias recién publicadas.
Michel Houellebecq: La carte et le territoire, Flammarion, 2011. Premio Goncourt 2010.
Sátira sobre el arte y la arquitectura contemporáneas
jueves, 20 de enero de 2011
Memorias de un montador de exposiciones de arquitectura, I
Unos dos meses antes de inaugurar la exposición Casas del alma. Maquetas de arquitectura de la antigüedad, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, en 1997, saliendo del centro y pasando por la Calle de la Paja, de pronto, a mano izquierda, en el escaparate de un anticuario (hoy en la Calle Consejo de Ciento), lo que no podía ser sino una soberbia maqueta arquitectónica antigua de terracota, en perfecto estado: un modelo inédito o desconocido. Tras dudar un momento, empujé la puerta. Expliqué porqué estaba allí y pregunté por la pieza. Era de Siria, del segundo milenio aC. Estaba en venta y el anticuario no parecía entusiasmado en prestarla para una exposición, pese a que le comenté que su cotización aumentaría. Justo antes de salir, pregunté el precio. Elevado, pero abordable por un coleccionista con posibles: unas cuatrocientas mil pesetas. Lo comenté a un amigo arquitecto. Pasó al día siguiente por el anticuario y, distraidamente, preguntó el precio de la maqueta. Su precio había doblado. Mi comentario no había caído en saco roto.
Volví al cabo de unos días para tratar de obtener el préstamo de la pieza. La lista de obras estaba cerrada, pero la obra era excepcional; y estaba a pocos metros de donde iba a inaugurarse la exposición. El responsable, sin embargo, tras dar unas largas, acabó explicando que la maqueta había salido recientemente, necesariamente de manera ilegal, de Siria. Exponerla públicamente podía despertar sospechas y poner en peligro el contacto que el anticuario disponía en Oriente, capaz de sobornar a policías fronterizos para que las antigüedades salieran de Siria. Grandes mosaicos romanos, recién llegados de Siria, demostraban que el negocio no decaía. Las antigüedades llegaban a España como objetos de artesanía, obtenían el permiso de importación, y desde Madrid eran distribuidas entre varias ciudades. Salí estupefacto.
Se me explicó, días más tarde, que la Generalitat llevaba meses detrás de este negocio, pero sin resultados.
Contacté con el Departamento de Antigüedades Orientales del Museo del Louvre, en París, y con algunos especialistas en este tipo de piezas. Todos comentaron que debería intentar obtener une fotografía a fin de poder estudiar la obra y clasificarla, antes de que fuera demasiado tarde Por la descripción que yo aportaba, se trataba de una maqueta mesopotámica única.
No quise saber nada de este asunto. Dejé pasar el tiempo. La exposición se inauguró. Meses más tarde, recordé las palabras de una conservadora del Museo del Louvre. Volví al anticuario. El dueño no estaba; solo su hijo. No vi la maqueta. Pregunté por ella. Se me contestó que había sido vendida en Londres y el anticuario ya nada sabia de ella. No quedada rastro ni imagen.
Acabo de regresar de Ginebra. Se trata de una ciudad donde el tráfico ilegal de antigüedades es más activo. Algunos anticuarios, buscados por la Interpol, y con órdenes de captura, mantienen tiendas abiertas en el centro de la ciudad y no se esconden. Un conservador del Museo de Ginebra, que trabaja en la búsqueda de obras robadas o sacadas ilegalmente de yacimientos arqueológicos, comentó el célebre caso de la cerámica griega, con una escena pintada que muestra la muerte del héroe griego Sarpedón, a las puertas de Troya, pintada por Eufronio, el primer pintor de cerámicas que firmó sus creaciones, en el s. V aC.
En 1972, el Museo Metropolitano de Arte, de Nueva York, pagó un millón de dólares por una gigantesca crátera, en perfecto estado, firmada por el mítico Eufronio. Era la primera vez que una pieza arqueológica alcanzaba este precio. La obra fue incluso reproducida en portada de los principales semanales. Hasta el año pasado, fue una de las obras maestras de la colección del Museo. Un periodista inquirió por su procedencia. Imprudentemente, se comentó que venía de Zurich. ¿Hasta allí llegaron las cerámicas griegas? La versión fue inmediatamente rectificada. Había pertenecido a un coleccionista libanés. Una llamada urgente advirtió a esta persona que algún periodista podría preguntarle por la cerámica. Tenía que responder que el padre del coleccionista, ya fallecido, la había encontrado en una tumba, y se había vendido porque la colección se orientaba más bien hacia el arte fenicio. Como este último punto era verdad en cuanto un periodista llamó, la versión que se le contó sonó convincente. Mas, ¿por qué se había mencionado, de entrada, a la ciudad de Zrurich? Un periodista, Paul Watson, dejó el Líbano y partió a Suiza. Finalmente, el Museo Metropolitano de Nueva York tuvo que publicar la procedencia, el historial, de la obra: se había comprado, en efecto, a un anticuario suizo, quien, a su vez, la había adquirido a un marchante. ¿De dónde procedía, en último término, la obra maestra del arte clásico griego? La investigación ha durado casi cuarenta años.
Historiadores, arqueólogos, marchantes (entre los que destacaba Giacomo Médici), conservadores de museos suizos y buscadores de tesoros habían desvalijado o ayudado, directa o indirectamente, a desvalijar una tumba etrusca, en Italia, hasta entonces preservada, que acaban de hallar. De inmediato, se dieron cuenta de la importancia de la obra. Se podía obtener una fortuna. Pero ningún museo público italiano podría pagar lo que esta vasija costaba -lo que se iba a pedir por ella-, y no podía salir legalmente del paií. La ley internacional prohibe que los bienes culturales nacionales crucen las fronteras. La vasija fue cuidadosamente rota. Los fragmentos, depositados en una maleta. En la aduana, se adujo que solo eran unos trozos inconexos. A la vista se mostraban. Los aduaneros aceptaron la explicación. Las piezas no tenían valor alguno. Ya en Suiza fueron juntadas con precisión. Las juntas se hicieron desaparecer. La vasija volvía a lucir entera; fuera de Italia.
Lo que aconteció después es conocido. La historia concluyó el año pasado. La ley italiana obligó a varios museos norteamericanos a devolver algunas obras maestras de la antigüedad, griegas, etruscas o romanas, que hoy son el centro de atención de museos florentinos y romanos, so pena de impedir que ninguna obra de arte italiana pudiera ser incluida en ninguna exposición en los Estados Unidos. Algún conservador ha acabado en la cárcel.
Esta historia me recordó lo que viví hace trece años. Pero aquí, en Barcelona, la historia acabó sin final.
Léase Paul Watson, Cacilia Todeschini: The Medici Conspiracy: The Illicit Journey of Looted Antiquities. From Italy´s Tomb Raiders to the World Greatest Museums, 2006. Votado uno de los mejores ensayos de aquel año,
y, por ejemplo, este artículo periodístico
o esta entrada
Volví al cabo de unos días para tratar de obtener el préstamo de la pieza. La lista de obras estaba cerrada, pero la obra era excepcional; y estaba a pocos metros de donde iba a inaugurarse la exposición. El responsable, sin embargo, tras dar unas largas, acabó explicando que la maqueta había salido recientemente, necesariamente de manera ilegal, de Siria. Exponerla públicamente podía despertar sospechas y poner en peligro el contacto que el anticuario disponía en Oriente, capaz de sobornar a policías fronterizos para que las antigüedades salieran de Siria. Grandes mosaicos romanos, recién llegados de Siria, demostraban que el negocio no decaía. Las antigüedades llegaban a España como objetos de artesanía, obtenían el permiso de importación, y desde Madrid eran distribuidas entre varias ciudades. Salí estupefacto.
Se me explicó, días más tarde, que la Generalitat llevaba meses detrás de este negocio, pero sin resultados.
Contacté con el Departamento de Antigüedades Orientales del Museo del Louvre, en París, y con algunos especialistas en este tipo de piezas. Todos comentaron que debería intentar obtener une fotografía a fin de poder estudiar la obra y clasificarla, antes de que fuera demasiado tarde Por la descripción que yo aportaba, se trataba de una maqueta mesopotámica única.
No quise saber nada de este asunto. Dejé pasar el tiempo. La exposición se inauguró. Meses más tarde, recordé las palabras de una conservadora del Museo del Louvre. Volví al anticuario. El dueño no estaba; solo su hijo. No vi la maqueta. Pregunté por ella. Se me contestó que había sido vendida en Londres y el anticuario ya nada sabia de ella. No quedada rastro ni imagen.
Acabo de regresar de Ginebra. Se trata de una ciudad donde el tráfico ilegal de antigüedades es más activo. Algunos anticuarios, buscados por la Interpol, y con órdenes de captura, mantienen tiendas abiertas en el centro de la ciudad y no se esconden. Un conservador del Museo de Ginebra, que trabaja en la búsqueda de obras robadas o sacadas ilegalmente de yacimientos arqueológicos, comentó el célebre caso de la cerámica griega, con una escena pintada que muestra la muerte del héroe griego Sarpedón, a las puertas de Troya, pintada por Eufronio, el primer pintor de cerámicas que firmó sus creaciones, en el s. V aC.
En 1972, el Museo Metropolitano de Arte, de Nueva York, pagó un millón de dólares por una gigantesca crátera, en perfecto estado, firmada por el mítico Eufronio. Era la primera vez que una pieza arqueológica alcanzaba este precio. La obra fue incluso reproducida en portada de los principales semanales. Hasta el año pasado, fue una de las obras maestras de la colección del Museo. Un periodista inquirió por su procedencia. Imprudentemente, se comentó que venía de Zurich. ¿Hasta allí llegaron las cerámicas griegas? La versión fue inmediatamente rectificada. Había pertenecido a un coleccionista libanés. Una llamada urgente advirtió a esta persona que algún periodista podría preguntarle por la cerámica. Tenía que responder que el padre del coleccionista, ya fallecido, la había encontrado en una tumba, y se había vendido porque la colección se orientaba más bien hacia el arte fenicio. Como este último punto era verdad en cuanto un periodista llamó, la versión que se le contó sonó convincente. Mas, ¿por qué se había mencionado, de entrada, a la ciudad de Zrurich? Un periodista, Paul Watson, dejó el Líbano y partió a Suiza. Finalmente, el Museo Metropolitano de Nueva York tuvo que publicar la procedencia, el historial, de la obra: se había comprado, en efecto, a un anticuario suizo, quien, a su vez, la había adquirido a un marchante. ¿De dónde procedía, en último término, la obra maestra del arte clásico griego? La investigación ha durado casi cuarenta años.
Historiadores, arqueólogos, marchantes (entre los que destacaba Giacomo Médici), conservadores de museos suizos y buscadores de tesoros habían desvalijado o ayudado, directa o indirectamente, a desvalijar una tumba etrusca, en Italia, hasta entonces preservada, que acaban de hallar. De inmediato, se dieron cuenta de la importancia de la obra. Se podía obtener una fortuna. Pero ningún museo público italiano podría pagar lo que esta vasija costaba -lo que se iba a pedir por ella-, y no podía salir legalmente del paií. La ley internacional prohibe que los bienes culturales nacionales crucen las fronteras. La vasija fue cuidadosamente rota. Los fragmentos, depositados en una maleta. En la aduana, se adujo que solo eran unos trozos inconexos. A la vista se mostraban. Los aduaneros aceptaron la explicación. Las piezas no tenían valor alguno. Ya en Suiza fueron juntadas con precisión. Las juntas se hicieron desaparecer. La vasija volvía a lucir entera; fuera de Italia.
Lo que aconteció después es conocido. La historia concluyó el año pasado. La ley italiana obligó a varios museos norteamericanos a devolver algunas obras maestras de la antigüedad, griegas, etruscas o romanas, que hoy son el centro de atención de museos florentinos y romanos, so pena de impedir que ninguna obra de arte italiana pudiera ser incluida en ninguna exposición en los Estados Unidos. Algún conservador ha acabado en la cárcel.
Esta historia me recordó lo que viví hace trece años. Pero aquí, en Barcelona, la historia acabó sin final.
Léase Paul Watson, Cacilia Todeschini: The Medici Conspiracy: The Illicit Journey of Looted Antiquities. From Italy´s Tomb Raiders to the World Greatest Museums, 2006. Votado uno de los mejores ensayos de aquel año,
y, por ejemplo, este artículo periodístico
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miércoles, 19 de enero de 2011
Carlos López: Un arquitecto en el paisaje (Trailer) (2009)
An architect in the landscape - Trailer from C-Side Productions on Vimeo.
El imprescindible documental del cineasta y arquitecto suizo, de origen argentino, Carlos López, Un arquitecto en el paisaje, sobre el arquitecto y paisajista Georges Descombes -que ha colaborado con artistas de land art como Richard Long-, se estrena en Ginebra.
"D'un chemin forestier de la Voie Suisse au réaménagement, près d'Amsterdam, d'une zone sinistrée par le crash d'un avion, les réalisations de cet architecte du paysage posent la question de la juste intervention. Georges Descombes et quelques-uns de ses compagnons de route, comme Herman Hertzberger et Michel Corajoud, parlent de leur travail et lancent un regard acéré sur une architecture actuelle trop éloignée de la vie. Voyage poétique et philosophique, ce film s'adresse à tous les publics.
«On peut vivre sans philosophie, sans musique, sans amour...mais pas si bien. On peut vivre avec une architecture qui n'a aucune dimension artistique, mais pas si bien.»
Diplômé de l'Université de Genève et de l'Architectural Association de Londres, Georges Descombes a enseigné en Europe et aux Etats-Unis, notamment à Harvard et Berkeley, ainsi qu'à l'Université de Genève.
Reconnu pour ses interventions dans le paysage, il associe très souvent à son travail des artistes contemporains. Il collabore ainsi régulièrement avec Carmen Perrin et a réalisé des projets avec le britannique Richard Long et le new-yorkais Max Neuhaus. Ses travaux en cours incluent le projet "Lyon Confluence" et à la renaturation du Canal de l'Aire, à Genève."
Reconnu pour ses interventions dans le paysage, il associe très souvent à son travail des artistes contemporains. Il collabore ainsi régulièrement avec Carmen Perrin et a réalisé des projets avec le britannique Richard Long et le new-yorkais Max Neuhaus. Ses travaux en cours incluent le projet "Lyon Confluence" et à la renaturation du Canal de l'Aire, à Genève."
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