En los inicios, las aguas matriciales que luego alimentarían al Nilo se removieron. Estas aguas, llamadas Noun, podían alzarse, como cuando el viento o el hálito sopla sobre las aguas, y convertirse en una divinidad en forma humana, alzada sobre la agitada superficie acuosa. En este caso, las aguas adoptaban el nombre de Ptah: se trataba del gran dios creador egipcio -del Egipto faraónico-, al menos según los antiguos teólogos de Memfis.
Ptah era el engendrador del cosmos. Con su actividad dio origen a todos los entes que configuraron y poblaron el cosmos. En Menfis se contaba que Ptah había hecho surgir de las aguas la primera tierra habitable; en la ciudad de Hermópolis, sin embargo, se pensaba que Ptah había dado a luz a cuatro parejas de divinidades muy peculiares: Noun, las aguas de los tiempos primeros (siendo Ptah las aguas, había alumbrado a un hijo o a una hija con la misma naturaleza acuosa, fecundante, cargada de limo fértil, de éste ), Heh -el Espacio infinito-, Kek -las tinieblas- y Atun -lo Oculto, lo Ignoto-, y sus respectivas esposas divinas; una última obra de Ptah -o un´hijo tardío- fue Niaou -el vacío-. Las características, inciertas y oscuras, indeterminadas e informes, del espacio de los inicios, estaban planteadas: de algún modo, Ptah, que preexistía a la creación, había engendrado el espacio antes de ser poblado: vacío, carente de vida, de luz.
Según los teólogos de Heliópolis, de las Aguas de los inicios (de Nun), surgieron el Aire (Shu) y la Humedad (Tefnut). El aire (o Aire, siendo así que Aire y Humedad, al igual que las Aguas, eran divinidades primordiales) pobló el espacio y lo constituyó. El cielo se llenó de aire, se hinchó como un globo, y se separó de la tierra; entre ésta y el cielo, la atmósfera se instaló.
Del mismo modo, Heh (el Espacio infinito) que Ptah engendró se expandió y ocupó la totalidad del cielo. Heh también era una divinidad de los inicios. Se alzó, levantó el vuelo, con los brazos levantados, a fin de extender la bóveda celestial.
Los brazos en cruz y los antebrazos levantados de Heh, al alzarse, formaban un ángulo recto. Esta forma geométrica era idéntica a las piedras de ángulo que los constructores depositaban en la tierra para plantar y extender los edificios (templos, tumbas y palacios). Las piedras angulares marcaban los límites de toda construcción.
Éste era también la forma que los brazos de Ptah adoptaban. Si Ptah logró crear el universo fue porque se alzó. Se puso de pie, y levantó los brazos. De este modo, logró extender la fina lámina de tela o metálica que constituía el límite de la bóveda celestial. Con su gesto, el cielo, como una tela arrugada, caída sobre las aguas temblorosas, o la tierra, se tendía como una tienda de campaña. El cielo se convertía en un techo protector y constituía un espacio habitable. Dicha tienda se sostenía gracias al pilar, el eje o el mástil que el cuerpo erguido de Ptah formaba o constituía: Ptah era el sustento del universo; se comportaba como un elemento arquitectónico: un pilar. Al mismo tiempo, sus brazos, como jácenas, permitían que el cielo se extendiera por todo el orbe y se mantuviera firme.
Ptah era, por tanto, arquitecto y arquitectura: era el creador o constructor del mundo, pero también era los elementos constructivos. Creador y portador del cielo: como un atlante sostenía el mundo que había engendrado. Éste no hubiera podía existir o ser en tanto que cielo sin el gesto y la voluntad de Ptah. De algún modo, Ptah lo había animado; lo había dotado de vida, alisándolo, devolviéndole su prestancia.
Los brazos alzados y en ángulo eran también la imagen del ka: este extraño concepto egipcio, y que se suele traducir por alma o espíritu, corresponde más o menos al hálito o la fuerza vital. Ptah era, entonces, el alma del mundo: En tanto que creador daba vida, animaba su creación -que era él mismo. Es decir, como se cantaba, Ptah se edificó. Su obra era él mismo. Se formó: y el cosmos era él mismo. Habitaba en el espacio, lo ocupaba; era el espacio habitable y habitado. Por tanto, mientras estuviera de cuerpo presente, el mundo era acogedor, lleno, pletórico de vida: un espacio o un lugar prometedor. Un lugar donde la vida podía prender.
Ptah se presentaba como un prototipo. La verticalidad, la articulación de los ejes, las cuatro direcciones del espacio partían de él. Era, por tanto, el centro, el eje del universo. Toda la creación irradiaba a partir de su cuerpo.
Ptah era el hogar: creador, guardián, protector del espacio habitable. Espacio que era él mismo. Bajo o en su presencia, la vida se manifestaba. Egipto significaba el Templo del ka de Ptah. Ptah era el corazón de Egipto -su centro vital y engendrador. Ptah, el Gran Arquitecto, era un mundo.
Mucho antes que Cristo -quien se presentaba como arquitecto y como iglesia-, Ptah descubrió que la verdadera creación es siempre la de uno mismo. Creamos, no para los demás, sino para nosotros mismos. Somos el fruto de nuestros actos.
martes, 29 de marzo de 2011
domingo, 27 de marzo de 2011
Habitar
"El ser humano habita como un poeta": esta tan citada frase del poeta alemán romántico Holderlin que ha dado título a un célebre texto de un filósofo alemán del siglo XX (Heidegger) sobre la arquitectura suena cursi o es incomprensible; queda bien, es misteriosa, pero no queda claro si para vivir hace falta ir vestido de Dante, o hablar en endecasílabos. Normal, no parece.
El enigma o el absurdo se resuelve si pensamos que Heidegger utiliza "poesía" en el sentido literal griego; en efecto, poiesis significa hecho u obra (hecha), y el verbo poieo, hacer; el vulgar o simple verbo hacer. Poiesis es una obra (de arte).
¿Por qué se aclara el sentido de la frase, y qué dice?
El hombre habita como un artista o un hacedor. Si no se comporta como un creador, no habita; solo yace en un sitio -con el que no comparte nada-. No está "instalado", porque no se ha hecho al lugar. Está como un extraño. La tierra lo rechaza: es un errante. No puede asentarse.
Habitar consiste en hacerse un lugar, es decir, convertir un espacio en un lugar apto para la vida; significa transformar un espacio indiferenciado en un lugar dotado de valores o significados, en el que nos reconocemos;
Este cambio no requiere necesariamente grandes obras. Solo necesita estar a la escucha de lo que el lugar dice, nos sugiere; Podemos, entonces establecernos solo allí donde establecemos un contacto con el lugar. Lograr que un espacio se vuelva un lugar conlleva más prestar atención que incidir físicamente en el sitio. Es muy posible que se tenga que intervenir, ciertamente, pero solo después de haber interpretado las imágenes que el lugar nos evoca. Se habita en un espacio evocador; lugar en el que la memoria se asentará; un lugar que nos dejará un recuerdo imperecedero, vital, como si siempre hubiéramos estado ahí, y solo hubiéramos podido estar en ese preciso lugar.
Del mismo modo que las obras de arte no las crea solo o tanto el artista, sino el espectador cuando entra en contacto con la obra y la dota de sentido, convirtiéndola, precisamente porque le presta atención, en un objeto significativo, digno de ser escuchado o mirado, la arquitectura no es (solo) el fruto del trabajo del arquitecto ni del constructor, sino del habitante (el usuario). La arquitectura es el resultado de una instalación, una instauración: quien instala y se instala es el habitante; éste se ha hecho un hueco: le parece que vivirá siempre allí -es decir, morirá allí-, o que podría siempre vivir allí. El espacio, hasta entonces inerte, se anima; se convierte en un espacio protector, un techo.
Si uno habita es porque ha entendido el lugar, le ha prestado atención, o le ha dotado de sentido. La tierra, entonces, acoge al habitante; para siempre, en esta y la "otra" vida; en la tierra y sepultado.
El enigma o el absurdo se resuelve si pensamos que Heidegger utiliza "poesía" en el sentido literal griego; en efecto, poiesis significa hecho u obra (hecha), y el verbo poieo, hacer; el vulgar o simple verbo hacer. Poiesis es una obra (de arte).
¿Por qué se aclara el sentido de la frase, y qué dice?
El hombre habita como un artista o un hacedor. Si no se comporta como un creador, no habita; solo yace en un sitio -con el que no comparte nada-. No está "instalado", porque no se ha hecho al lugar. Está como un extraño. La tierra lo rechaza: es un errante. No puede asentarse.
Habitar consiste en hacerse un lugar, es decir, convertir un espacio en un lugar apto para la vida; significa transformar un espacio indiferenciado en un lugar dotado de valores o significados, en el que nos reconocemos;
Este cambio no requiere necesariamente grandes obras. Solo necesita estar a la escucha de lo que el lugar dice, nos sugiere; Podemos, entonces establecernos solo allí donde establecemos un contacto con el lugar. Lograr que un espacio se vuelva un lugar conlleva más prestar atención que incidir físicamente en el sitio. Es muy posible que se tenga que intervenir, ciertamente, pero solo después de haber interpretado las imágenes que el lugar nos evoca. Se habita en un espacio evocador; lugar en el que la memoria se asentará; un lugar que nos dejará un recuerdo imperecedero, vital, como si siempre hubiéramos estado ahí, y solo hubiéramos podido estar en ese preciso lugar.
Del mismo modo que las obras de arte no las crea solo o tanto el artista, sino el espectador cuando entra en contacto con la obra y la dota de sentido, convirtiéndola, precisamente porque le presta atención, en un objeto significativo, digno de ser escuchado o mirado, la arquitectura no es (solo) el fruto del trabajo del arquitecto ni del constructor, sino del habitante (el usuario). La arquitectura es el resultado de una instalación, una instauración: quien instala y se instala es el habitante; éste se ha hecho un hueco: le parece que vivirá siempre allí -es decir, morirá allí-, o que podría siempre vivir allí. El espacio, hasta entonces inerte, se anima; se convierte en un espacio protector, un techo.
Si uno habita es porque ha entendido el lugar, le ha prestado atención, o le ha dotado de sentido. La tierra, entonces, acoge al habitante; para siempre, en esta y la "otra" vida; en la tierra y sepultado.
Stephen y Timothy Quay (1947): La seducción de Enkidu, de El poema de Gilgamesh (1985)
Brothers Quay -1985- The Epic of Gilgamesh por petitlolotechre
Sobre los míticos hermanos gemelos Quay y su contribución al arte de la animación véase la entrada de Wikipedia, y la página web siguiente
Sobre esta extraña, casi incomprensible lectura de uno de las tablillas de la Épica de Gilgamesh -que cuenta cómo una prostituta humaniza a Enkidu, quien sería, desde entonces, el "escudero", el alma gemela de Gilgamesh, el espejo en el que éste se miraría-, se ha escrito::
"This was originally conceived as a pilot for a series, which never materialized due to lack of funding. Alternative title: Little Songs of the Chief Officer of Hunar Louse (Being a Largely Disguised Reduction of the Epic of Gilgamesh), Tableau II, "in which Gilgamesh sends a prostitute to seduce the wild man of the forest, Enkidu". The Gilgamesh figure is a sort of grotesque fascist hydrocephalic child despot on a tricycle, ruthless patrolling his sandbox kingdom. Enkidu, made from a bird skull adorned with an exotic headdress of feathers and shells, brings to mind Max Ernst's renowned collage series Une Semaine de Bonté. The wicked child sets a devilish trap for the creature - a gobbet of raw flesh to lure him, and then a mechanical trapdoor in the shape of a vulva...it is strong stuff, a waking nightmare of paranoia and sexual violence. The camerawork is frenetic, yet the effect is precisely that convergence of the dreamlike and the mythic, the bizarre and the inevitable that all their work aspires to." -J.D. McClatchy.
La cita procede de la página web siguiente
Otra descripción o interpretación en esta otra página de Wikipedia.
viernes, 25 de marzo de 2011
Marguerite Duras: Mains inversées (manos invertidas) (1978)
Marguerite Duras - Les mains négatives por Iconographe
Documental que filma la ciudad de Paris, casi desierta, al alba, como si fuera un largo túnel subterráneo. Se perciben algunas huellas o sombras humanas -como trazas de manos prehistóricas-, signos que podrían -como las manos de los tiempos remotos- pedir ayuda, o contacto.
La ciudad de piedra -mineral-, compuesta por inmutables muros rocosos, vacíada, fantasmagórica, como el arte del remoto pasado, que trata de evocar o de invocar a los humanos de los orígenes, para que lleguen a nosotros a través de los corredores que son las hondas galerías o las desérticas avenidas.
Una obra que apela, que llama a los ausentes (seres del pasado, de otro tiempo, como seres una vez amados -y desaparecidos), en la que la ciudad, como las galerías subterréneas, canaliza el grito o el deseo -hacia no se sabe bien si la nada, el vacío, o sueños de figuras del pasado.
La exploración, sistemática y obsesiva, de las arterias del corazón de París, busca a un ausente deseado, y toda la película se convierte en una imploración: unas manos invertidas como las que se unen a las paredes de las cavernas prehistóricas, que nos separan para siempre de los que ya no están ni son.
Debo el conocimiento de esta obra a la exposición 1979 en el Palacio de la Virreina, de Barcelona, actualmente en cartel.
Véase este enlace
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jueves, 24 de marzo de 2011
Mason Shefa: Rêverie (2009)
Mason Shefa, multipremiado, es afgano y tiene diecisiete años.
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