martes, 29 de marzo de 2011

Pilar del cielo

En los inicios, las aguas matriciales que luego alimentarían al Nilo se removieron. Estas aguas, llamadas Noun, podían alzarse, como cuando el viento o el hálito sopla sobre las aguas, y convertirse en una divinidad en forma humana, alzada sobre la agitada superficie acuosa. En este caso, las aguas adoptaban el nombre de Ptah: se trataba del gran dios creador egipcio -del Egipto faraónico-, al menos según los antiguos teólogos de Memfis.
Ptah era el engendrador del cosmos. Con su actividad dio origen a  todos los entes que configuraron y poblaron el cosmos. En Menfis se contaba que Ptah había hecho surgir de las aguas la primera tierra habitable; en la ciudad de Hermópolis, sin embargo, se pensaba que Ptah había dado a luz a cuatro parejas de divinidades muy peculiares: Noun, las aguas de los tiempos primeros (siendo Ptah las aguas, había alumbrado a un hijo o a una hija con la misma naturaleza acuosa, fecundante, cargada de limo fértil, de éste ), Heh -el Espacio infinito-, Kek -las tinieblas- y Atun -lo Oculto, lo Ignoto-, y sus respectivas esposas divinas; una última obra de Ptah -o un´hijo tardío- fue Niaou -el vacío-. Las características, inciertas y oscuras, indeterminadas e informes, del espacio de los inicios, estaban planteadas: de algún modo, Ptah, que preexistía a la creación, había engendrado el espacio antes de ser poblado: vacío, carente de vida, de luz.

Según los teólogos de Heliópolis, de las Aguas de los inicios (de Nun), surgieron el Aire (Shu) y la Humedad (Tefnut). El aire (o Aire, siendo así que Aire y Humedad, al igual que las Aguas, eran divinidades primordiales) pobló el espacio y lo constituyó. El cielo se llenó de aire, se hinchó como un globo, y se separó de la tierra; entre ésta y el cielo, la atmósfera se instaló.

Del mismo modo, Heh (el Espacio infinito) que Ptah engendró se expandió y ocupó la totalidad del cielo. Heh también era una divinidad de los inicios. Se alzó, levantó el vuelo, con los brazos levantados, a fin de extender la bóveda celestial.

Los brazos en cruz y los antebrazos levantados de Heh, al alzarse, formaban un ángulo recto. Esta forma geométrica era idéntica a las piedras de ángulo que los constructores depositaban en la tierra para plantar y extender los edificios (templos, tumbas y palacios). Las piedras angulares marcaban los límites de toda construcción.

Éste era también la forma que los brazos de Ptah adoptaban. Si Ptah logró crear el universo fue porque se alzó. Se puso de pie, y levantó los brazos. De este modo, logró extender la fina lámina de tela o metálica que constituía el límite de la bóveda celestial. Con su gesto, el cielo, como una tela arrugada, caída sobre las aguas temblorosas, o la tierra, se tendía como una tienda de campaña. El cielo se convertía en un techo protector y constituía un espacio habitable. Dicha tienda se sostenía gracias al pilar, el eje o el mástil que el cuerpo erguido de Ptah formaba o constituía: Ptah era el sustento del universo; se comportaba como un elemento arquitectónico: un pilar. Al mismo tiempo, sus brazos, como jácenas, permitían que el cielo se extendiera por todo el orbe y se mantuviera firme.

Ptah era, por tanto, arquitecto y arquitectura: era el creador o constructor del mundo, pero también era los elementos constructivos. Creador y portador del cielo: como un atlante sostenía el mundo que había engendrado. Éste no hubiera podía existir o ser en tanto que cielo sin el gesto y la voluntad de Ptah. De algún modo, Ptah lo había animado; lo había dotado de vida, alisándolo, devolviéndole su prestancia.

Los brazos alzados y en ángulo eran también la imagen del ka: este extraño concepto egipcio, y que se suele traducir por alma o espíritu, corresponde más o menos al hálito o la fuerza vital. Ptah era, entonces, el alma del mundo: En tanto que creador daba vida, animaba su creación -que era él mismo. Es decir, como se cantaba, Ptah se edificó. Su obra era él mismo. Se formó: y el cosmos era él mismo. Habitaba en el espacio, lo ocupaba; era el espacio habitable y habitado. Por tanto, mientras estuviera de cuerpo presente, el mundo era acogedor, lleno, pletórico de vida: un espacio o un lugar prometedor. Un lugar donde la vida podía prender.
Ptah se presentaba como un prototipo. La verticalidad, la articulación de los ejes, las cuatro direcciones del espacio partían de él. Era, por tanto, el centro, el eje del universo. Toda la creación irradiaba a partir de su cuerpo.
Ptah era el hogar: creador, guardián, protector del espacio habitable. Espacio que era él mismo. Bajo o en su presencia, la vida se manifestaba. Egipto significaba el Templo del ka de Ptah. Ptah era el corazón de Egipto -su centro vital y engendrador. Ptah, el Gran Arquitecto, era un mundo.

Mucho antes que Cristo -quien se presentaba como arquitecto y como iglesia-, Ptah descubrió que la verdadera creación es siempre la de uno mismo. Creamos, no para los demás, sino para nosotros mismos. Somos el fruto de nuestros actos.

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