sábado, 2 de abril de 2011

Thomas Hardy (1840-1928): Heiress and Architect (La heredera y el arquitecto) (1867)




Heiress and Architect


SHE sought the Studios, beckoning to her side
An arch-designer, for she planned to build.
He was of wise contrivance, deeply skilled
In every intervolve of high and wide—
Well fit to be her guide.

“Whatever it be,”
Responded he,
With cold, clear voice, and cold, clear view,
“In true accord with prudent fashionings
For such vicissitudes as living brings,
And thwarting not the law of stable things,
That will I do.”

“Shape me,” she said, “high walls with tracery
And open ogive-work, that scent and hue
Of buds, and travelling bees, may come in through,
The note of birds, and singings of the sea,
For these are much to me.”

“An idle whim!”
Broke forth from him
Whom nought could warm to gallantries:
“Cede all these buds and birds, the zephyr’s call,
And scents, and hues, and things that falter all,
And choose as best the close and surly wall,
For winter’s freeze.”

“Then frame,” she cried, “wide fronts of crystal glass,
That I may show my laughter and my light—
Light like the sun’s by day, the stars’ by night—
Till rival heart-queens, envying, wail, ‘Alas,
Her glory!’ as they pass.”

“O maid misled!”
He sternly said,
Whose facile foresight pierced her dire;
“Where shall abide the soul when, sick of glee,
It shrinks, and hides, and prays no eye may see?
Those house them best who house for secrecy,
For you will tire.”

“A little chamber, then, with swan and dove
Ranged thickly, and engrailed with rare device
Of reds and purples, for a Paradise
Wherein my Love may greet me, I my Love,
When he shall know thereof?”

“This, too, is ill,”
He answered still,
The man who swayed her like a shade.
“An hour will come when sight of such sweet nook
Would bring a bitterness too sharp to brook,
When brighter eyes have won away his look;
For you will fade.”

Then said she faintly: “O, contrive some way—
Some narrow winding turret, quite mine own,
To reach a loft where I may grieve alone!
It is a slight thing; hence do not, I pray,
This last dear fancy slay!”

“Such winding ways
Fit not your days,”
Said he, the man of measuring eye;
“I must even fashion as my rule declares,
To wit: Give space (since life ends unawares)
To hale a coffined corpse adown the stairs;
For you will die.”


Thomas Hardy (conocido por su novela Tess de Uberville), arquitecto y escritor inglés, hijo de un constructor.
Dos visiones de la arquitectura: la construcción (o la reconstrucción) del paraíso (un jardín clausurado, cerrado a la vida real), en el que se podría soñar con una vida eterna, y la edificación de solidas e inimaginativas paredes de piedra, con aperturas de anchura suficiente para que pase el ataúd.

(Espacio doméstico) Fred Stuhr & Adam Jones: Sober (1993)

jueves, 31 de marzo de 2011

Jan Balej (1958): Una noche en la ciudad (Jedné Noci V Jednom Meste) (2007)







Sobre esta película deanimación, véase el siguiente enlace

Sobre el autor, enlace útil.

martes, 29 de marzo de 2011

Pigs in the City (Angry Birds) (2011)



... o lo más importante que ha ocurrido en la arquitectura desde que Gehry diseñó el sombrero de Lady Gaga. La arquitectura contemporánea es lo que tiene.

Stephen and Timothy Quay: Nocturna Artificialia (1979)



Pilar del cielo

En los inicios, las aguas matriciales que luego alimentarían al Nilo se removieron. Estas aguas, llamadas Noun, podían alzarse, como cuando el viento o el hálito sopla sobre las aguas, y convertirse en una divinidad en forma humana, alzada sobre la agitada superficie acuosa. En este caso, las aguas adoptaban el nombre de Ptah: se trataba del gran dios creador egipcio -del Egipto faraónico-, al menos según los antiguos teólogos de Memfis.
Ptah era el engendrador del cosmos. Con su actividad dio origen a  todos los entes que configuraron y poblaron el cosmos. En Menfis se contaba que Ptah había hecho surgir de las aguas la primera tierra habitable; en la ciudad de Hermópolis, sin embargo, se pensaba que Ptah había dado a luz a cuatro parejas de divinidades muy peculiares: Noun, las aguas de los tiempos primeros (siendo Ptah las aguas, había alumbrado a un hijo o a una hija con la misma naturaleza acuosa, fecundante, cargada de limo fértil, de éste ), Heh -el Espacio infinito-, Kek -las tinieblas- y Atun -lo Oculto, lo Ignoto-, y sus respectivas esposas divinas; una última obra de Ptah -o un´hijo tardío- fue Niaou -el vacío-. Las características, inciertas y oscuras, indeterminadas e informes, del espacio de los inicios, estaban planteadas: de algún modo, Ptah, que preexistía a la creación, había engendrado el espacio antes de ser poblado: vacío, carente de vida, de luz.

Según los teólogos de Heliópolis, de las Aguas de los inicios (de Nun), surgieron el Aire (Shu) y la Humedad (Tefnut). El aire (o Aire, siendo así que Aire y Humedad, al igual que las Aguas, eran divinidades primordiales) pobló el espacio y lo constituyó. El cielo se llenó de aire, se hinchó como un globo, y se separó de la tierra; entre ésta y el cielo, la atmósfera se instaló.

Del mismo modo, Heh (el Espacio infinito) que Ptah engendró se expandió y ocupó la totalidad del cielo. Heh también era una divinidad de los inicios. Se alzó, levantó el vuelo, con los brazos levantados, a fin de extender la bóveda celestial.

Los brazos en cruz y los antebrazos levantados de Heh, al alzarse, formaban un ángulo recto. Esta forma geométrica era idéntica a las piedras de ángulo que los constructores depositaban en la tierra para plantar y extender los edificios (templos, tumbas y palacios). Las piedras angulares marcaban los límites de toda construcción.

Éste era también la forma que los brazos de Ptah adoptaban. Si Ptah logró crear el universo fue porque se alzó. Se puso de pie, y levantó los brazos. De este modo, logró extender la fina lámina de tela o metálica que constituía el límite de la bóveda celestial. Con su gesto, el cielo, como una tela arrugada, caída sobre las aguas temblorosas, o la tierra, se tendía como una tienda de campaña. El cielo se convertía en un techo protector y constituía un espacio habitable. Dicha tienda se sostenía gracias al pilar, el eje o el mástil que el cuerpo erguido de Ptah formaba o constituía: Ptah era el sustento del universo; se comportaba como un elemento arquitectónico: un pilar. Al mismo tiempo, sus brazos, como jácenas, permitían que el cielo se extendiera por todo el orbe y se mantuviera firme.

Ptah era, por tanto, arquitecto y arquitectura: era el creador o constructor del mundo, pero también era los elementos constructivos. Creador y portador del cielo: como un atlante sostenía el mundo que había engendrado. Éste no hubiera podía existir o ser en tanto que cielo sin el gesto y la voluntad de Ptah. De algún modo, Ptah lo había animado; lo había dotado de vida, alisándolo, devolviéndole su prestancia.

Los brazos alzados y en ángulo eran también la imagen del ka: este extraño concepto egipcio, y que se suele traducir por alma o espíritu, corresponde más o menos al hálito o la fuerza vital. Ptah era, entonces, el alma del mundo: En tanto que creador daba vida, animaba su creación -que era él mismo. Es decir, como se cantaba, Ptah se edificó. Su obra era él mismo. Se formó: y el cosmos era él mismo. Habitaba en el espacio, lo ocupaba; era el espacio habitable y habitado. Por tanto, mientras estuviera de cuerpo presente, el mundo era acogedor, lleno, pletórico de vida: un espacio o un lugar prometedor. Un lugar donde la vida podía prender.
Ptah se presentaba como un prototipo. La verticalidad, la articulación de los ejes, las cuatro direcciones del espacio partían de él. Era, por tanto, el centro, el eje del universo. Toda la creación irradiaba a partir de su cuerpo.
Ptah era el hogar: creador, guardián, protector del espacio habitable. Espacio que era él mismo. Bajo o en su presencia, la vida se manifestaba. Egipto significaba el Templo del ka de Ptah. Ptah era el corazón de Egipto -su centro vital y engendrador. Ptah, el Gran Arquitecto, era un mundo.

Mucho antes que Cristo -quien se presentaba como arquitecto y como iglesia-, Ptah descubrió que la verdadera creación es siempre la de uno mismo. Creamos, no para los demás, sino para nosotros mismos. Somos el fruto de nuestros actos.

domingo, 27 de marzo de 2011

Habitar

"El ser humano habita como un poeta": esta tan citada frase del poeta alemán romántico  Holderlin que ha dado título a un célebre texto de un filósofo alemán del siglo XX (Heidegger) sobre la arquitectura suena cursi o es incomprensible; queda bien, es misteriosa, pero no queda claro si para vivir hace falta ir vestido de Dante, o hablar en endecasílabos. Normal, no parece.

El enigma o el absurdo se resuelve si pensamos que Heidegger utiliza "poesía" en el sentido literal griego; en efecto, poiesis significa hecho u obra (hecha), y el verbo poieo, hacer; el vulgar o simple verbo hacer. Poiesis es una obra (de arte).

¿Por qué se aclara el sentido de la frase, y qué dice?
El hombre habita como un artista o un hacedor. Si no se comporta como un creador, no habita; solo yace en un sitio -con el que no comparte nada-. No está "instalado", porque no se ha hecho al lugar. Está como un extraño. La tierra lo rechaza: es un errante. No puede asentarse.
Habitar consiste en hacerse un lugar, es decir, convertir un espacio en un lugar apto para la vida; significa transformar un espacio indiferenciado en un lugar dotado de valores o significados, en el que nos reconocemos;
Este cambio no requiere necesariamente grandes obras. Solo necesita estar a la escucha de lo que el lugar dice, nos sugiere; Podemos, entonces establecernos solo allí donde establecemos un contacto con el lugar. Lograr que un espacio se vuelva un lugar conlleva más prestar atención que incidir físicamente en el sitio. Es muy posible que se tenga que intervenir, ciertamente, pero solo después de haber interpretado las imágenes que el lugar nos evoca. Se habita en un espacio evocador; lugar en el que la memoria se asentará; un lugar que nos dejará un recuerdo imperecedero, vital, como si siempre hubiéramos estado ahí, y solo hubiéramos podido estar  en ese preciso lugar.

Del mismo modo que las obras de arte no las crea solo o tanto el artista, sino el espectador cuando entra en contacto con la obra y la dota de sentido, convirtiéndola, precisamente porque le presta atención, en un objeto significativo, digno de ser escuchado o mirado, la arquitectura no es (solo) el fruto del trabajo del arquitecto ni del constructor, sino del habitante (el usuario). La arquitectura es el resultado de una instalación, una instauración: quien instala y se instala es el habitante; éste se ha hecho un hueco: le parece que vivirá siempre allí -es decir, morirá allí-, o que podría siempre vivir allí.  El espacio, hasta entonces inerte, se anima; se convierte en un espacio protector, un techo.

Si uno habita es porque ha entendido el lugar, le ha prestado atención, o le ha dotado de sentido. La tierra, entonces, acoge al habitante; para siempre, en esta y la "otra" vida; en la tierra y sepultado.