martes, 20 de septiembre de 2011

La historia de la Ciudad de Bronce (Primera noche. Cuento de Las Mil y Una Noches)

"Cuentan que en el trono de los califas Omniadas, en Damasco, se sentó un rey -¡sólo Alah es rey!- que se llamaba Abdalmalek ben-Merwán. Le gustaba departir a menudo con los sabios de su reino acerca de nuestro señor Soleimán ben Laúd (¡con él la plegaria y la paz!), de sus virtudes, de su influencia y de su poder ilimitado sobre las tierras de las soledades, los efrits que pueblan el aire y los genios marítimos y subterráneos.
Un día en que el califa, oyendo hablar de ciertos vasos de cobre antiguo cuyo contenido era una extraña humareda negra de formas diabólicas, se asombraba en extremo y parecía poner en duda la realidad de hechos tan verídicos, hubo de levantarse entre los circunstantes el famoso viajero Talen ben-Seúl, quien confirmó el relato que acababan de escuchar y añadió: "En efecto, ¡oh Emir de los Creyentes! esos vasos de cobre no son otros que aquellos donde se encerraron, en tiempos antiguos a los genios que se rebelaron ante las órdenes de Soleimán, vasos arrojados al fondo del mar mugiente, en los confines de Maghreb, en el África occidental, tras de sellarlos con el sello temible. Y el humo que se escapa de ellos es simplemente el alma condensada de los efrits, los cuales no por eso dejan de tomar su aspecto formidable si llegan a salir al aire libre."
Al oír talas palabras, aumentaron considerablemente la curiosidad y el asombro del califa Abdalmalek, que dijo a Taleb ben-Sehl: "¡Oh Taleb, tengo muchas ganas de ver uno de esos vasos de cobre que encierran efrits convertidos en humo! ¿Crees realizable mi deseo? Si es así, pronto estoy a hacer por mí propio las investigaciones necesarias. Habla." El otro contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! Aquí mismo puedes poseer uno de esos objetos, sin que sea precíso que te muevas y sin fatigas para tu persona venerada. No tienen más que enviar una carta al emir Muza, tu lugarteniente en el país de los Maghreb. Porque la montaña a cuyo pie se encuentra el mar que guarda esos vasos, está unida al Maghreb por una lengua de tierra que puede atravesarse a pie enjuto. ¡Al recibir una carta semejante, el emir Muza no dejará de ejecutar las órdenes de nuestro amo el califa!".
Estas palabras tuvieron el don de convencer a Abdalmalek, que dijo a Taleb en el instante: "¿Y quién mejor que tú ¡oh Taleb! será capaz de ir con celeridad al país de Mabhreb con el fin de llevar esa carta a mi lugarteniente el emir Muza? Te otorgo plenos poderes para que tomes de mi tesoro lo que juzgues necesario para gastos de viaje, y para que lleves cuantos hombres te hagan falta en calidad de escolta. ¡Pero date prisa, oh Taleb!" Y al punto escribió el califa una carta de su puño y letra para el emir Muza, la selló y se la dio a Taleb, que besó la tierra entre las manos del rey, y no bien hizo los preparativos oportunos, partió con toda diligencia hada el Moglhreb, a donde llegó sin contratiempos.
El emir Muza le recibió con júbilo y guardándole todas las consideraciones debidas a un enviado del Emir de los Creyentes; y cuando Taleb le entregó la carta, la cogió, y después de leerla y comprender su sentido, se la llevó a sus labios, luego a su frente, y dijo: "¡Escucho y obedezco!" Y en seguida mandó que fuera a su presencia el jeque Abdossamad, hombre que había recorrido todas las regiones habitables de la tierra, y que a la sazón pasaba los días de su vejez anotando cuidadosamente, por fechas, los conocimientos que adquirió en una vida de viajes no interrumpidos. Y cuando se presentó el jeque, el emir Muza le saludó con respeto y le dijo: "¡Oh jeque Abdossamad! He aquí que el Emir de los Creyentes me transmite sus órdenes para que vaya en busca de los vasos de cobre antiguos, donde fueron encerrados por nuestro señor Soleimán ben-Daúd los genios rebeldes. Parece ser que yacen en el fondo de un mar situado al pie de una montaña que debe hallarse en los confines extremos del Moghreb. Por más que desde hace mucho tiempo conozco todo el país, nunca oí hablar de ese mar ni del camino que a él conduce; pero tú, ¡oh jeque Abdossamad! que recorriste el mundo entero, no ignorarás sin duda la existencia de esa montaña y de ese mar.
Reflexionó el jeque una hora de tiempo, y contestó: "¡Oh emir Muza ben-Nossair! No son desconocidos para mi memoria esa montaña y ese mar; pero, a pesar de desearlo, hasta ahora no pude ir donde se hallan; el camino que allá conduce se hace muy penoso a causa de la falta de agua en las cisternas, y para llegar se necesitan dos años y algunos meses, y más aún para volver, ¡suponiendo que sea posible volver de una comarca cuyos habitantes no dieron nunca la menor señal de su existencia, y viven en una ciudad situada, según dicen, en la propia cima de la montaña consabida, una ciudad en la que no logró penetrar nadie y que se llama la Ciudad de Bronce!"
Y dichas tales palabras, se calló el jeque, reflexionando un momento todavía, y añadió: "Por lo demás, ¡oh emir Muza! no debo ocultarte que ese camino está sembrado de peligros y de cosas espantosas, y que para seguirle hay que cruzar un desierto poblado por efrits y genios, guardianes de aquellas tierras vírgenes de la planta humana desde la antigüedad. Efectivamente, sabe ¡oh Ben-Nossair! que esas comarcas del extremo Occidente africano están vedadas a los hijos de los hombres; sólo dos de ellos pudieron atravesarlas: Soleimán ben-Daúd, uno, y El Iskandar de Dos-Cuernos, el otro. ¡Y desde aquellas épocas remotas, nada turba él silencio que reina en tan vastos desiertos! Pero si deseas cumplir las órdenes del califa e intentar, sin otro guía que tu servidor, ese viaje, por un país que carece de rutas ciertas, desdeñando obstáculos misteriosos y peligros, manda cargar mil camellos con odres repletos de agua y otros mil camellos con víveres y provisiones; lleva la menos escolta posible, porque ningún poder humano nos preservaría de la cólera de las potencias tenebrosas cuyos dominios vamos a violar, y no conviene que nos indispongamos con ellas alardeando de armas amenazadoras e inútiles. ¡Y cuando esté preparado todo, haz tu testamento, emir Muza, y partamos!...
Al oír tales palabras, el emir Muza, gobernador del Moghreb invocando el nombre de Alah,, no quiso tener un momento de vacilación; congregó a los jefes de sus soldados y a los notables del reino, testó ante ellos y nombró como sustituto a su hijo Harún. Tras de lo cual, mandó hacer los preparativos consabidos, no se llevó consigo más que algunos hombres seleccionados de antemano, y en compañía del jeque Abdossamad y de Taleb, el enviado del califa, tomó el camino del desierto, seguido por mil camellos cargados con agua y por otros, mil cargados con víveres y provisiones.
Durante días y meses marchó la caravana por las llanuras solitarias, sin encontrar por su camino un ser viviente en aquellas inmensidades monótonas cual el mar encalmado. Y de esta suerte continuó el viaje en medio del silencio infinito, hasta que un día advirtieron en lontananza como una nube brillante a ras del horizonte, hacia la que se dirigieron. Y observaron que era un edificio con altas murallas de acero chino, y sostenido por cuatro filas de columnas de oro que tenían cuatro mil pasos de circunferencia. La cúpula de aquel palacio era de oro, y servía de albergue a millares y millares de cuervos, únicos habitantes que bajo el cielo se veían allá. En la gran muralla donde se abría la puerta principal, de ébano macizo incrustado de oro, aparecía una placa inmensa de metal rojo, la cual dejaba leer estas palabras trazadas en caracteres jónicos, que descifró el jeque Abdossamad y se las tradujo al emir Muza y a sus acompañantes:
¡Entra aquí para saber la historia de los dominadores!
¡Todos pasaron ya! Y apenas tuvieron tiempo para descansar a la sombra de mis torres.
¡Los dispersó la muerte como si fueran sombras! ¡Los disipó la muerte como a la paja el viento!
Con exceso se emocionó el emir Muza al oír las palabras que traducía el venerable Abdossamad, y murmuró: "¡No hay más Dios que Alah! Luego dijo: "¡Entremos!" Y seguido por sus acompañantes, franqueó los umbrales de la puerta principal y penetró en el palacio.
Entre el vuelo mudo de los pajarracos negros, surgió ante ellos la alta desnudez granítica de una torre cuyo final se perdía de vista, y al pie de la que se alineaban en redondo cuatro filas de cien sepulcros cada una, rodeando un monumental sarcófago de cristal pulimentado, en torno del cual se leía esta inscripción, grabada en caracteres jónicos realzados por pedrerías:
¡Pasó cual el delirio de las fiebres la embriaguez del triunfo!
¿De cuántos acontecimientos no hube de ser testigo?
¿De qué brillante fama no gocé en mis días de gloria?
¿Cuántas capitales no retemblaron bajo el casco sonoro de mi caballo?
¿Cuántas ciudades no saqueé, entrando en ellas como el mismo destructor?
¿Cuantos imperios no destruí, impetuoso como el trueno?
¿Qué de potentados no arrastré a la zaga de mi carro?
¿Qué de leyes no dicté en el universo?
¡Y ya lo veis!
¡La embriaguez de mi triunfo pasó cual el delirio de la fiebre, sin dejar más huella que la que en la arena pueda dejar la espuma!
¡Me sorprendió la muerte sin que mi poderío rechazase, ni lograran mis cortesanos defenderme de ella!
Por tanto, viajero, escucha las, palabras que jamás mis labios pronunciaron mientras estuve vivo:
¡Conserva tu alma! ¡Goza en paz la calma de la vida, la belleza, que es calma de la vida! ¡Mañana se apoderará de ti la muerte!
Mañana responderá la tierra a quien te llame: "¡Ha muerto! ¡Y nunca mi celoso seno devolvió a los que guarda para la eternidad!"
Al oír estas palabras que traducía el jeque Abdossamad, el emir Muza y sus acompañantes no pudieron por menos de llorar. Y permanecieron largo rato en pie ante el sarcófago y los sepulcros, repitiéndose las palabras fúnebres. Luego se encaramaron a la torre, que se cerraba con una puerta de dos hojas de ébano, sobre la cual se leía esta inscripción, también grabada en caracteres jónicos realzados por pedrerías:
¡En el nombre del Eterno, del Inmutable!
¡En el nombre del Dueño de la fuerza y del poder!
¡Aprende, viajero que pasas por aquí, a no enorgullecerte de las apariencias, porque su resplandor es engañoso!
¡Aprende con mi ejemplo a no dejarte deslumbrar por ilusiones que te precipitarían en el abismo!
¡Voy a hablarte de mi poderío!
¡En mis cuadras, cuidadas por los reyes que mis armas cautivaron, tenía yo diez mil caballos generosos!
¡En mis estancias reservadas, tenía yo como concubinas mil vírgenes descendientes de sangre real y otras mil vírgenes escogidas entre aquellas cuyos senos son gloriosos, y cuya belleza hace palidecer el brillo de la luna!
¡Me dieron mis esposas una posteridad de mil príncipes reales, valientes cual leones!
¡Poseía inmensos tesoros, y bajo mi dominio se abatían los pueblos y los reyes, desde el Oriente hasta los limites extremos de Occidente, sojuzgados por mis ejércitos invencibles!
¡Y creía eterno mi poderío, y afirmada por los siglos la duración de mi vida, cuando de pronto se hizo oír la voz que me anunciaba los irrevocables decretos del que no muere!
¡Entonces reflexioné acerca de mi destino!
¡Congregué a mis jinetes y a mis hombres de a pie, que eran millares, armados con sus lanzas y con sus espadas!
¡Y congregué a mis tributarios los reyes, y a los jefes de mi imperio, y a los jefes de mis ejércitos!
Y a presencia de todos ellos hice llevar mis arquillas y los cofres de mis tesoros, y les dije a todos:
"¡Os doy estas riquezas, estos quintales de oro y plata, si prolongáis sólo por un día mi vida sobre la tierra!"
¡Pero se mantuvieron con los ojos bajos, y guardaron silencio! ¡Hube de morir a la sazón! ¡Y mi palacio se tornó en asilo de la muerte!
¡Si deseas conocer mi nombre, sabe que me llamé Kusch ben-Scheddad ben-Aad el Grande!
Al oír tan sublimes verdades, el emir Muza y sus acompañantes prorrumpieron en sollozos y lloraron largamente. Tras de lo cual penetraron en la torre, y hubieron de recorrer inmensas salas habitadas por el vacío y el silencio. Y acabaron por llegar a una estancia mayor que las otras, con bóveda redondeada en forma de cúpula, y que era la única de la torre que tenía algún mueble. El mueble consistía en una colosal mesa de madera de sándalo, tallada maravillosamente, y sobre la cual se destacaba en hermosos caracteres análogos a los anteriores, esta inscripción:
-¡Otrora se sentaron a esta mesa mil reyes tuertos, y mil reyes que conservaban bien sus ojos! ¡Ahora son ciegos todos en la tumba!
El asombro del emir Muza hubo de aumentar frente a aquel misterio, y como no pudo dar con la solución, transcribió tales palabras en sus pergaminos; luego, conmovido en extremo, abandonó el palacio y emprendió de nuevo con sus acompañantes el camino de la Ciudad de Bronce...
En este momento de su narración, Sherezade vio aparecer la mañana, y se calló discreta.......

(¿Seguirá mañana al alba?....................................)

lunes, 19 de septiembre de 2011

(Tras la puerta verde) The Bangles (1981-): In Your Room (1988)



Tocho no está anclado en el pasado. También se refiere al arte contenmporáneo, defendiendo a sus clásicos.

Una profunda reflexión sobre el espacio doméstico, personal, íntimo....

No debe de extrañar que, tras cumbres de los años ochenta como ésas, se declarara que el arte había muerto. Insuperables

CAMPO Y CIUDAD (EN SUMER)

Acaso el medio fuera muy agresivo. La tierra era fértil; el agua abundante, y los juncos, con los que trenzar cobertizos, fortalecer muros de barro y alimentar a los rebaños, inextinguibles; pero las inundaciones, causadas por el escaso desnivel de las tierras, a nivel del mar, eran destructivas; la costa, incierta: el mar subía y bajaba; el suelo, cargado de agua, limo y juncales, inestable, y el nivel freático, con aguas salobres que asolaban las tierras cultivables, casi en la superficie. El cauce de los ríos, siempre cambiante, llevaba a que el desierto rondara siempre Sumer.

Ante esas condiciones, los humanos decidieron protegerse del entorno. La mejor manera de romper con él fue la invención de ciudad. El espacio urbano agrupa a quienes ya no viven, no quieren vivir de la tierra que otros, los campesinos, cultivan.

Como escribe claramente el gran sumerólogo francés Jean-Pierre Huot, la ciudad es una creación artificial: un espacio ideal, ordenado por los dioses (y los hombres). No está en conexión con la tierra, no brota de ella, sino que la explota, la somete y al mismo tiempo se defiende de ella. Vive de -no con- ella.

La escritura aparece lógicamente en la ciudad. Algunos filósofos han sostenido que las sociedades antiguas eran distintas a las modernas porque creían en la identidad entre las cosas y las palabras que las nombras. Sin duda, una mirada condescendiente hacia los hombres del pasado; una mirada de filósofos marcados por la interpretación del Antiguo Testamento (para el que las cosas son el nombre que Yavhé les concedió).

Quizá en la prehistoria los mesopotámicos creyeran en el poder creador de la palabra oral. Nunca lo sabremos. Pero la invención de la escritura fue otro medio para apartarse de la naturaleza y crear un mundo propio, artificial, a mano y controlable por el hombre.

Como nosotros, los sumerios creían que los nombres propios reflejan la personalidad del individuo, y que los nombres de los dioses no debían pronunciarse en vano. Mas sabían que las palabras, orales y escritas, eran una convención. Para los mesopotámicos, la escritura fue una invención humana, no divina: Adapa, sabio pero mortal (pese a ser hijo del dios Enki), la transmitió a sus iguales. Muchas de las palabras polisilábicas sumerias se escribían con los signos de palabras monosilábicas utilizados no por lo que designaban sino solo por su valor fonético. La palabra, al menos la palabra escrita, no guardaba relación alguna con lo que designaba. Era una creación independiente del mundo natural.

Los mesopotámicos del sur crearon una cultura de ciudades y letras: vivieron entre techos y textos, precisamente para armarse contra el mundo, para no verlo. Cuando la realidad es demasiado dura, la ciudad compone un escenario seguro y las palabras recrean un mundo ilusorio y a la medida del hombre.

Berthold Bartosch (1893-1968): L´idée (Snippet) (1932)


L'Idée (1932) por Tomsutpen


El primer corto de animación con la técnica experimental del dibujo y del borrado en una misma hoja, que Kentridge populizará setenta años más tarde, y la superposición de hojas translúcidas dibujadas, que Disney, más tarde, también empleará.
Quizá el corto de animación más importante de la historia.

Véase este blog: http://motiondesign.wordpress.com/2007/06/05/the-idea-1932-by-berthold-bartosch/

domingo, 18 de septiembre de 2011

Florence Miailhe (1956): Conte de quartier (Cuento de barrio) (2006)


Conte de quartier [1] por yamed


Conte de quartier [2] por yamed

Premiado en Leipzig: Festival Internacional de Cine Documental y de Animación - 2006

Casas anheladas II

El profesor Dr. Artur Simoes Rozestraten (Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Sao Paolo, Brasil), he tenido la generosidad de enviar algunas imágenes de la procesión en honor de la Nuestra Señora de Nazaret, en Belem (Brasil), ya mencionada en una entrada anterior, durante la cual los fieles imploran que se deseo de un hogar se materialice (lo que la maqueta expresa y anuncia), junto con un artículo científico publicado recientemente:

SIMOES ROZESTRATEN, Artur: "BELÉM DO PARÁ, MACEIÓ, E A SOBREVIVÊNCIA DOS “PORTADORES DO MODELO DE ARQUITETURA”";  "BELÉM DO PARÁ, MACEIÓ, AND THE SURVIVAL OF THE “ARCHITECTURAL MODEL HOLDERS”", Tempo e Argumento, Vol. 3, No 1 (2011):

 http://www.periodicos.udesc.br/index.php/tempo/article/view/2187

Fascina la utilización de un único ladrillo como metonimia de una casa, un ladrillo convertido en casa, cuyos huecos sob las ventanas del hogar, que ya "es" la casa: la primera piedra de la casa anhelada. Aspiran a que esos bienes muebles se enraicen, se vuelvan inmuebles.
El tamaño de algunas maquetas no indica que se aspire a una casa grande, sino a una casa cuya materialización no sea imposible o se  postergue, porque la casa ya está allí casi presente, brindando sombra a quien se cobijará en ella -o ya se cobija bajo su techo.

Ruego se cite siempre al profesor Dr. Artur Simoes como autor de las fotos y del artículo. Tocho no tiene derecho alguno sobre este material amablemente cedido.





Beirut: La banlieue (La periferia) (2007) / Nantes (La ciudad de Nantes) (versiones grabada y en directo) (2007)






#64.1 - Beirut - Nantes por lablogotheque