lunes, 3 de octubre de 2011

Alexander Achellow (1974): Storyboard (2011; en proceso)













Storyboard, del artista alemán, que vive en Berlín, Alexander Schellow, es la mejor obra de la actual Bienal de Arte de Lyon (Francia), dirigida por Victoria Noorthoom -tan esotérica como el común de las bienales de arte (el título Una terrible belleza ha nacido es imposible asociarlo a cualquier obra seleccionada, o no), pero con una extraordinaria exposición de dibujos en el Museo de Arte Contemporáneo-.

La obra se despliega por tres de las cuatro paredes de la sala. Comprende (o consiste) en una presentación de mil quinientos dibujos naturalistas con vistas urbanas, sobre papel translúcido (papel cebolla), de 8, 5 x 10, 5 centímetros, dispuestos de modo a ocupar toda la superficie de los muros. Los motivos están realizados con puntos negros hechos con un rotulador de punta relativamente fina.

Se titula Storyboard. Un "storyboard" es un guión cinematográfico en imágenes, dibujado, en el que cada plano, que posteriormente será filmado, está detallado. Un "storyboard no es una película, aunque la comprende. Se trata de un sistema gráfico de anotación, en el que la anotación se asemeja a lo que anotado. Existe una relación estrecha o mimética entre el sistema de "escritura" y lo escrito. Son bocetos de planos filmados.
Un "storyboard", en general, no es una obra de arte. Eso no impide que dependiendo del prestigio del cineasta o de la película basada en el guión dibujado, o de la habilidad del dibujante, pueda ser considerado una obra de arte, distinta, independiente de la película. pero un "storyboard" o composición en viñetas no está concebido ni realizado para ser contemplado como una obra de arte.

Sin embargo Storyboard ocupa tres amplios vanos. Se distribuye como si se tratara del plano de una ciudad, o de las fachadas de un edificio en el que las ventanas serían los papeles. Éstos mostrarían lo que acontece en el interior.

Pero, en verdad, un "storyboard" se asemeja a una partitura, y la manera de disponer Storyboard evoca bien una compleja anotación musical. Partitura dentro de partitura, ya que cada "viñeta" comprende un sin fín de puntos, de "notas" que registran recuerdos.

¿Qué anota? El artista reproduce lugares encontrados y encuentros en varias ciudades acontecidos en las últimas semanas o los últimos meses. Los dibujos se han hecho de memoria. Cada dibujo es una anotación que fija una imagen que pronto caerá en el olvido; permite mantener vivo el recuerdo de cada encuentro (si es que es posible recordar mil quinientos encuentros).

Una partitura -como un plano de arquitectura-, ¿es o no es una obra de arte? La partitura está en el origen de la interpretación. Ésta despliega, o crea, la obra. La obra, "contenida" en la partitura, acontece en el escenario, durante la interpretación. Cuando ésta cesa, cesa la obra, de la que solo queda constancia a través de la partitura (y de cualquier registro, filmación  sonora o grabación). La obra está y no está en la partitura, sin que se pueda decir, sin embargo, que la obra que la partitura "contiene" sea "inferior" a la que invade el espacio del escenario o de la sala de conciertos.

Si así fuera, la obra titulada Storyboard no estaría en la sala -a menos que Storyboard sea la reproducción naturalista de un "storyboard", siendo un "storyboard" el motivo que la obra reproduce: en este caso Storyboard, como un bodegón, un paisaje o un retrato, sería una obra de arte naturalista-.  pero Storyboard no tiene como fin la documentación de una película; no depende de que ésta exista. No ha sido dibujado para facilitar ninguna filmación. Existe como obra a parte entera.
Y, sin embargo, la obra no está allí, todo y estándolo. ¿Está acaso en la memoria del artista, en la imaginación del espectador que quizá recuerde alguna película cuando contemple los dibujos de "serie negra" de Storyboard? Obra física e inaprehensible, al mismo tiempo.

Un fascinante juego sobre la naturaleza del arte.  

Kihachiro Kawamoto (1925-2010): House of Flame (1979)


House of Flame (1979) por abricot5725

Chip Lord (1944): Mapping a City of Fragments, v. 2 (1997)

Véase este video fundamental sobre la vida urbana de Chip Lord: Mapping a City of Fragments, v. 2, 1997, que no puede descargarse en ningúna blog o web, sino que se tiene que ver directamente en Vimeo: http://vimeo.com/22863702

Sobre Chip Lord, véase: http://artsites.ucsc.edu/faculty/lord/

viernes, 30 de septiembre de 2011

Dave Fleischer (1894-1979): Mister Bug Goes to Town, o Bugsville (1941)

















Mítico

Anécdota arqueológica: el tesoro de las tumbas reales de Ur (Mesopotamia)




El tesoro de Ur  consiste en el conjunto de obras sumerias más numeroso y conocido. Los ajuares funerarios de las tumbas reales de Ur, halladas a finales de los años 20 por el arqueólogo inglés Leonard Woolley, que trabajaba para los Museos Británico de Londres y de la Universidad de Pennsilvania, de Filadelfia, comprenden, entre otras piezas, todo tipo de joyas (pendientes, sortijas, brazaletes, collares, agujas, coronas), de oro, plata, piedras semi preciosas (como el lapislázuli) y coral, cuencos de oro y de lapislázuli, un casco de oro, carros, arpas esculpidas, juegos semejantes a las damas, y el llamado estandarte de Ur, cuya función se desconoce y que se asemeja a una caja con vívidas escenas cotidianas incrustadas.
Su descubrimiento rivalizó con el de la tumba de Tutankhamon en la prensa, adecuadamente alentada por el egiptólogo Carter y por Woolley.

Las piezas fueran repartidas entre el Museo Nacional de Irak en Bagdad -Irak no era aún un país plenamente independiente y Gran Bretaña lo seguía considerando una colonia-, el Museo Británico y el Museo de la Universidad de Filadelfia. Quizá las mejores piezas fueran depositadas en Londres.

Entre éstas, el "estandarte de Ur", la corona y las joyas de la reina Puabti, las arpas y los juegos de mesa son aún hoy las piezas más reputadas. Tienen la misma importancia que los relieves del Partenón para el Museo Británico.

La lectura de la correspondencia entre el arqueólogo Woolley, que escribía desde Ur, y la dirección del Museo Británico, revela datos interesantes acerca del reparto del botín.

Las arpas, el "estandarte" y los juegos de mesa eran de madera con incrustaciones de nácar, marfil y piedras semi preciosas. La madera había desaparecido: el nivel freático era (y es) tan alto que impidió que la materia orgánica se conservase como en Egipto, pese a que Mesopotamia tenía un clima tan árido como el del imperio faraónico. Solo quedaban las incrustaciones rotas en innumerables fragmentos diminutos, y las huellas de las formas  de los objetos.
Sin embargo, Woolley reconoció pronto o de inmediato qué tipo de objetos había descubierto, e intuyó su importancia.

En una carta confidencial que Leonard Woolley envió a Frederic Kenyon, director del Museo Británico, desde Ur, el 31 de enero de 1928, le comentaba que Gran Bretaña debía quedarse con un mayor número de piezas de las previstas. El motivo residía en que ambas partes, Irak y Gran Bretaña (la cual, posteriormente, se repartía las ganancias con los Estados unidos), tenían que obtener lotes de idéntico valor.
Acontecía que las joyas y los ornamentos de oro necesitaban una limpieza electrolítica; del mismo modo, los juegos de mesa,  y el estandarte, no eran más que una colección de fragmentos diminutos que se recuperaron con cierta dificultad. Tal como estaban carecen de valor real. Obviamente, poseían, empero, todo el valor "potencial". Pero para alcanzarlo, necesitaban ser restauradas. Irak no poseía los medios ni los conocimientos para proceder a esta tarea. Ésta solo podía emprenderse en Londres.
Si las obras, una vez restauradas, iban a ser devueltas a Irak, éste tendría que pagar una fortuna por el tratamiento.
Por tanto, era el Museo Británico el que iba a quedarse con esos fragmentos que, tan como estaban, no valían casi nada: "the gambling-board (...) is useless to them (los iraquíes) in its present state".
Pero entonces, era necesario que el museo inglés obtuviera un mayor número de piezas para equilibrar el valor de las piezas de piedra, que no requerían ningún cuidado especial, que serían destinadas principalmente al Museo Nacional de Irak. Por el contrario, las piezas más necesitadas de cuidados eran de metal o de márfil. Londres, que podía restaurarlas, las cogía en su mayoría -no engañándose sobre su verdadera valor. 

Así se hizo; como escribió Woolley: "in this way we got a really good share".  
Desde luego.

jueves, 29 de septiembre de 2011

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Sumer y la Biblia, o Gran Bretaña v. Irak

Alentados por la búsqueda de pruebas en yacimientos mesopotámicos (Irak) de la supuesta veracidad de lo que la Biblia cuenta (aunque el descubrimiento, a finales del siglo XIX, que el texto del diluvio, dictado por Yavhé a Moisés, estaba directamente inspirado por un mito acadio, hizo tambalear la fe en la palabra -o la existencia- del dios hebreo, y en la historicidad del relato bíblico),  la mayoría de los arqueólogos europeos y norteamericanos del siglo XIX y de principios del s. XX, buscaban y creían ver señales en los restos desenterrados.

Así, a finales de los años veinte, Woolley, el arqueólogo director de la misión arqueológica británico-norteamericana en la ciudad de Ur, en el sur de Irak, escribió una carta curiosa al director del Museo Británico, institución que co-financiaba la costosa y extensa misión.

Irak era, en principio, un país independiente, mas no había entrado aún en la Sociedad de las Naciones, por lo que Gran Bretaña, que había convertido el este del Imperio otomano en una colonia al acabar la Primera Guerra Mundial en 1918, se relacionaba con Irak a través del Colonial Office y no del Foreign Office, y no disponía de embajador en la capital iraquí, ya que no consideraba que su antigua colonia fuera un país independiente. La mayor parte de los altos cargos estaban en manos de británicos.

Sin embargo, todos los bienes hallados en los yacimientos arqueológicos tenían que repartirse equitativamente entre Irak y Gran Bretaña asociada a los Estados Unidos. El material se enviaba al Museo Nacional de Bagdad, y al Museo Británico de Londres. El reparto no estaba exento de tensiones. Todo el material, empero, tenía que ponerse sobre la mesa.

¿Ocurrió siempre así?

Woolley anunciaba que se había descubierto una tablilla escrita en acadio en la que se leía el nombre de Abraham (quien, según el Antiguo Testamento, había nacido en Ur, precisamente). Añadía (carta a Kenyon, director del Museo Británico, redactada en Ur, el 5 de diciembre de 1928):


"in the normal course of the events we -británicos- shall get all the tablets, but if there were a fuss in the papers, Baghdad would of course keep this one, and we need not invite that risk."

Kenyon contestó el 22 de diciembre desde Londres:

"with regard to the tablet which you mention, I think it is best to say nothing to anybody (subrayado en la carta mecanografiada) about it until it has been brought home for closer study."

Gran Bretaña esperaba quedarse con todas las tablillas escritas, y no solo con la mitad: no hacía falta exponerlas. Era obvio que una tablilla mencionando el nombre de Abraham hubiera constituído una noticia de portada de periódico (recordemos lo que aconteció cuando hace unos pocos años se anunció mundialmente que se había descubierto el sarcófago de Cristo en Jerusalén).
Ante esta revelación, Baghdad hubiera reclamado la tablilla (y hubiera quizá descubierto que todas las tablillas eran enviadas a Londres sin que las autoridades iraquíes fueran advertidas).

El nombre de Abraham fue un sueño: los arqueólogos creyeron leer lo que buscaban.

La anécdota, nimia o no, ilustra sobre algunas de las relaciones entre Europa, Norteamérica y el Próximo Oriente