martes, 18 de octubre de 2011

Gudea, el arquitecto


Gudea (c. 2100 aC), The Metropolitan Museum of Art, Nueva York.
Foto: Tocho, 2011

Las tareas edilicias, en Mesopotamia (como en otras culturas), eran atribuidas a seres superiores: divinidades y sus representantes en la tierra, los reyes. En ocasiones, dioses y reyes colaboraban. Según los mitos, una vez la obra iniciada, los dioses responsables engendraban a divinidades menores que sumían trabajos muy específicos, desde el cuidado del fuego hasta la fabricación de los ladrillos.

Nada se decía de los verdaderos artífices de las obras, los “arquitectos” o los constructores. Eran solo peones. Los reyes presidían el inicio de las obras más destacadas.
La razón de esas creencias  residía en la importancia que se concedía al acto de edificar, en la imagen que se tenía de dicho gesto.

Éste, empero, no era un signo de vanagloria sino de humildad: el rey honraba a la divinidad construyéndole un templo o una ciudad. Numerosos reyes (como Ur-Nammu) fueron representados transportando útiles de construcción (cuerdas, cestos, apeos).
El trabajo del arquitecto daba lugar a un edificio o a una ciudad: espacios que ofrecían un techo protector, en los que se podía refugiar y descansar. Así pues la elevación de un edificio se asemejaba a la creación del mundo. En ambos casos, se habilitaba un lugar habitable.

En la Biblia, Yahvé es descrito como un arquitecto cercando espacios y construyendo edificios y ciudades a imagen casi del Edén. Las tablas de la ley que Yahvé entregó a Moisés contenían los planos del Arca de la Alianza. Más tarde, el propio templo de Jerusalén fue ideado y proyectado por Yahvé, quien entregó los planos y dictó la lista de materiales y los procedimientos técnicos al rey David. Después de que éste cometiera un crimen, Yahvé ordenó que el rey Salomón, hijo de David, fuera el encargado de poner en práctica la obra.
Todos los himnos reales sumerios lo proclamaban: entre las principales tareas reales, las labores constructivas ocupaban un lugar destacado junto a la guerra y la impartición de la justicia. Se trataba siempre de abrir y defender espacios en los que el hombre se sintiera seguro.

Esta creencia marcó destacadamente el reinado de Gudea, piadoso soberano del estado neo-sumerio de Lagaš (en el sur de Iraq), entre 2144 y 2124 aC. Gudea se dedicó más a construir templos que a guerrear. Así, un gran número de estatuas de diorita lo representan con las manos juntas, en actitud de sumisión ante los dioses. Dos de esas efigies lo retratan sentado con una tablilla de dibujo en las rodillas en la que está inscrita la planta del templo de Ningirsu (Señor de Girsu), el dios principal de la capital.
Esta imagen se relaciona con uno de los textos más largos y principales de la cultura sumeria: una autobiografía que, al mismo tiempo, es una memoria proyectual y constructiva, la primera de la historia. Los más de mil versos se distribuyen en columnas en la superficie de dos gruesos –y frágiles- cilindros de terracota (Museo del Louvre, París).

En el primero, Gudea cuenta un extraño sueño. Diversas divinidades masculinas y femeninas se le aparecieron. Le ordenaron construir un templo para el dios principal, le entregaron los planos que la diosa de la escritura  había trazado, y le anunciaron los días más propicios para la construcción. Al despertar, Gudea, confundido, fue a ver a su “madre”, la diosa Gatumdug, que moraba en su santuario. Ésta le interpretó las imágenes del sueño. A su regreso,  cumplió detalladamente la orden soñada. El mismo dios Enki, que había habilitado el mundo, le ayudó.
La dureza de la diorita en la que las efigies de Gudea estaban talladas, simbolizaba la duración de su reino. Aludían a la eternidad. Las estatuas, quizá pintadas, se colocaban frente a estatuas de dioses en santuarios donde se practicaba el culto a los reyes del pasado, antepasados que velaban por los vivientes. Los fieles depositaban ofrendas ante las estatuas; recibían un culto, como si Gudea fuera una divinidad. Algunas imágenes esculpidas y grabadas muestran a Gudea sosteniendo una o unas vasijas, de las que fluyen dos cursos de agua: lo identifican como el depositario, y el responsable, de la prosperidad y la abundancia de su ciudad. Gudea era el creador de templos y estatuas. El verbo (tud, literalmente, dar a vida) con el que se designaba su labor de creador –y procreador- era el mismo con el que se nombraba la acción de los dioses modelando a los humanos. De algún modo, Gudea repetía la creación: las estatuas eran seres vivos, y los templos, el mundo. Sostenía el mundo. A menos que lo que Gudea quería decir era que los humanos eran marionetas.



Roy Anderson (1943): Härlig är jorden (Mundo de gloria, 1991)



Considerado uno de los diez mejores cortometrajes de la historia

Widrich Virgil (1967): Copy Shop (2001)



Seleccionada para los Oscar en el apartado de courtometrajes, 2001

lunes, 17 de octubre de 2011

Vatroslav Mimica (1923): Samac (El solitario, 1959)





La versión animada de la película El apartamento de Billy Wilder

Sacrificios humanos en Sumer

Las cartas que, desde Ur, al sur de Iraq, el arqueólogo inglés Woolley iba enviado al Museo Británico de Londres, a partir de noviembre de 1927, causaban más y más pasmo. Ya desde hacía un par de años, había hallado tumbas con ajuares funerario con joyas de oro, de hacia 2600 aC, pero lo que contaba ahora superaba todo lo esperaba: cámaras sepulcrales dedicadas a quien parecía un rey o una reina, precedidas por largos pasadizos en los que yacían decenas de esqueletos, puestos en fila, todos recostados de lado, con una copa en la mano.
La interpretación de Woolley era clara: se trataba de las esposas y concubinas del rey, junto con la servidumbre del palacio, que habían ingerido un veneno o un narcótico antes de ser enterrados (¿vivos?).

Noventa años más tarde, se sigue discutiendo acerca de la interpretación de este hallazgo singular.

La explicación de las muertes masivas como sacrificios, voluntarios o no, fue criticada severamente. Los sumerios no podían ser unos salvajes. Nuestra cultura derivada de Sumer. Se considerada que se rebajaba la cultura mesopotámica a la de una tribu primitiva; la explicación parecía fácil y morbosa, pensada para satisfacer a la prensa y el gusto popular. Otros, por el contrario, sostenían que negar el sacrificio era echar una mirada condescendiente a una cultura muy antigua, no lastrada por el cristianismo.

Este tipo de enterramiento reveló no ser tan singular: en el cementerio de Kish, por ejemplo, también se hallaron lo que parecían sacrificios  humanos en honor del difunto. Mas, es cierto, que no parecía un ritual habitualmente practicado.

Toda vez que, además, se trataba de equiparar a la cultura mesopotámica con la egipcia, a fin de seducir a los lectores de periódicos, fascinados por los descubrimientos de Woolley en Iraq, y de Carter en la tumba de Tutankhamon en Egipto, cualquier indicio de sacrificio humano en Sumer implicaría el descrédito de los hallazgos de Woolley en favor de los de Carter. Los lectores se mostraban fascinados, y horrorizados, por las noticias de sacrificios masivos.
Como contaba hace algunos años un célebre arqueólogo francés en el Próximo Oriente, cuando se hallan los restos que solo pueden ser debidos a un sacrificio, es preferible callar, o no recurrir a explicaciones que prueben la existencia de sacrificios humanos.

La explicación de Woolley, empero, parecía la más convincente. Sin embargo, hace poco, un estudioso emitió la hipótesis que las tumbas podían haber sido reutilizadas, y que la multitud de cadáveres podrían no corresponder a seres sacrificados, sino a fallecidos enterrados en tumbas utilizadas previamente pero caídas en desuso. Aquéllos no habrían muerto a causa del enterramiento, sino que habrían sido enterrados tras fallecer. La imagen de Mesopotamia estaba a salvo.

Sin embargo, muy recientes nuevos análisis de los restos han mostrado que los cráneos presentan un fuerte golpe producido por un objeto punzante, herida no percibida o mal interpretada hasta ahora (los cráneos fueron hallados completamente aplastados por el peso de la tierra, por lo que su restitución ha sido laboriosa y nunca definitiva hasta ahora). Ya quedan pocas dudas: los familiares y sirvientes de los monarcas enterrados fueron ejecutados, habiendo sido drogados o no previamente.

Esta práctica, singular, no carece, empero de referentes literarios. El mito sumerio de la muerte de Gilgamesh cuenta una escena similar a la que se puede reconstruir a partir de los restos de las tumbas de Ur.  Texto difícil, casi intraducible, debido a las lagunas y un vocabulario no siempre conocido. Algunos estudiosos han renunciado a traducirlo. El texto no siempre es claro, y numerosos versos faltan o no pueden ser transcritos. Se conocen varias versiones, no siempre coincidentes.
Pero, sin embargo, sí se desprende una imagen convincente. A Gilgamesh, rey de Uruk, la hora le ha llegado. El dios Enki media en su favor ante la asamblea de los dioses: los humanos son mortales, mas Gilgamesh ha tenido una vida excepcional; ha llegado hasta los confines del mundo, ha descendido en lo hondo de las Aguas de la Sabiduría en pos de la planta de la inmortalidad; ha matado al monstruoso Humbaba, una divinidad que guardaba el Bosque de los Cedros donde moran los dioses, y ha conocido a Ziusudra, el único mortal que goza de una vida eterna aunque apartada, al haber sobrevivido al Diluvio; ante proezas tales, ¿no cabría que Gilganmesh no muriera? Los dioses se mostraron inflexibles: Gilgamesh debía morir, pero gozaría de un estatuto especial en los infiernos. Tendría una vida fantasmal, como cualquier espectro, pero sería el juez de los infiernos. De algún modo su "vida" en el más allá tendría cierto "sentido".
Gilgamesh se desconsolaba ante la suerte que le aguardaba. los dioses lo sabían y lo sentían. Mas nada podían hacer.
Un "arquitecto" (sidim) proyectó la tumba. El río Éufrates, que cruzaba la ciudad de Uruk, fue desviado de su curso. Cuando las conchas en el lecho brillaron bajo la luna, retiradas las aguas, se pusieron los cimientos de la tumba (ki-mah: tierra grande). Fue construido con piedras, al igual que los muros; umbrales, puertas y quicios también fueron labrados en una piedra dura; las jácenas (en sumerio, ges-ur3, literalmente: troncos de protección). Una vez concluido, Gilgamesh fue depositado sobre el lecho de muerte. Y su mujer, su favorita, sus hijos, su barbero, músicos, porteador de la copa, sirvientes y el servicio del palacio real fueron estirados en el suelo. Es decir, fueron ejecutados.

La fama del Poema de Gilgamesh quizá sea debido a que se trata de uno de los pocos relatos épicos que han llegado hasta nosotros, si bien, a través de diferentesMesopotamia.
Por eso, quizá no sea aventurada la interpretación de los sacrificios humanos que Geoff Emberling ofrece. La corte fue sacrificada a imitación del sacrificio que presidió el entierro de Gilgamesh. No se está diciendo que el relato mítico se base en hechos reales anteriores, sino que entierros realmente acontecidos fueron llevados a cabo inspirados por lo que el Poema de Gilgamesh cuenta. ¿Por qué?
Emberling sugiere que Gilgamesh era una figura legendaria. Semi-humana o heroica; que logró el título de juez del más allá. Cualquier imitación del fin de Gilgamesh podría mejorar la suerte de los difuntos reyes de Ur. De algún modo, habrían tratado de obtener la venia de los dioses, a fin de lograr una "vida" menos siniestra en los infiernos. Los sacrificios denotarían el terror que el inframundo causaba. Terror que el comportamiento de Gilgamesh, si se imitaba, quizá pudiera aminorase.
Cabría entonces preguntarse si el relato acerca de la muerte de Gilgamesh (relato no incluido en la versión acadia canónica) no habría sido redactado para consolar a los monarcas tratando de ofrecerles una alternativa a la "vida" fantasmal que les aguardaba, equiparándose quizá con el juez de los muertos, convertidos a su vez en jueces infernales, inmunes a las peores pesadillas que afectaban a los espectros.

La imagen del más allá, que se desprende, era todavía más siniestra en Mesopotamia. Y quizá más certera.

Umma


NOTICIA DEL:  ARCHAEOLOGY NEWS NETWORK, 14/10/2011: 


Ancient Sumerian Umma rapidly vanishing!



Ajami Basheet, the administrative director of Al Rifa’i (Al Refiey) District in Dhi Qar Province in Southern Iraq, told Al Ssabah Newspaper that the ancient Sumerian city of Umma (Tell Jokha) is being vandalized and looted on daily basis! 

Umma (Tell Jokha), an ancient Sumerian town in southern Iraq dating from the Ur III period  (ca. 2500-2000 BC), is filled with looters’ pits, and is a major source of black market artifacts including cuneiform tablets [Credit: USAID]
He stated that the site is being destroyed by looters without any attempts from the local government to protect it.  

According to Mr. Basheet, the number of security guards protecting the site is five, and that these guards cannot protect the entire site. 

Detail of looters’ pits amid house foundations at Umma in March, 2004 [Credit: REUTERS/Luke Baker]
He also stated that the police always fails to catch the looters, because they have enough time to escape. Many archaeologist believe that the looters have permanently damaged the site. 

Recently, the Global Heritage Network released aerial images comparing the ancient site in 2003 and 2010. The two images show the level of devastation left by looters’ trenches during that time.   

Source: Babylon Chronicle/tumblr [October 13, 2011]


Véase también artículos sobre el patrimonio arqueológico iraquí en la página web del Global Heritage Fund:

Umma es una ciudad portuaria sumeria, conectada por canales a los río Tigris y Éufrates. El rey Lugalzagési (2340-2316 ac) la convirtió en una ciudad célebre, ya que fue el primer unificador de todas las ciudades-estado del sur de Mesopotamia, antes de caer derrotado por un nuevo poder, centrado en una nueva ciudad de Accad (aún no localizada, aunque se supone se ubicaba cerca de Bagdad, o podía ser la misma Bagdad -una ciudad refundada en el siglo VIII dC-), dirigido por el rey Sargon I, fundador del imperio acadio. La ciudad habría sido abandonada hacia el 1800 aC.
Las excavaciones arqueológicas, por la Dirección General de Antigüedades iraquí, empezaron en los años noventa, a fin de detener intensos pillajes (con vistas a nutrir en tablillas cuneiformes el mercado de antigüedades internacional) que han proseguido o aumentado desde 2003.