Gudea (c. 2100 aC), The Metropolitan Museum of Art, Nueva York.
Foto: Tocho, 2011
Las tareas edilicias, en Mesopotamia (como en otras culturas), eran atribuidas a seres superiores: divinidades y sus representantes en la tierra, los reyes. En ocasiones, dioses y reyes colaboraban. Según los mitos, una vez la obra iniciada, los dioses responsables engendraban a divinidades menores que sumían trabajos muy específicos, desde el cuidado del fuego hasta la fabricación de los ladrillos.
Nada se decía de los verdaderos artífices de las obras, los “arquitectos” o los constructores. Eran solo peones. Los reyes presidían el inicio de las obras más destacadas.
La razón de esas creencias residía en la importancia que se concedía al acto de edificar, en la imagen que se tenía de dicho gesto.Éste, empero, no era un signo de vanagloria sino de humildad: el rey honraba a la divinidad construyéndole un templo o una ciudad. Numerosos reyes (como Ur-Nammu) fueron representados transportando útiles de construcción (cuerdas, cestos, apeos).
El trabajo del arquitecto daba lugar a un edificio o a una ciudad: espacios que ofrecían un techo protector, en los que se podía refugiar y descansar. Así pues la elevación de un edificio se asemejaba a la creación del mundo. En ambos casos, se habilitaba un lugar habitable. En la Biblia, Yahvé es descrito como un arquitecto cercando espacios y construyendo edificios y ciudades a imagen casi del Edén. Las tablas de la ley que Yahvé entregó a Moisés contenían los planos del Arca de la Alianza. Más tarde, el propio templo de Jerusalén fue ideado y proyectado por Yahvé, quien entregó los planos y dictó la lista de materiales y los procedimientos técnicos al rey David. Después de que éste cometiera un crimen, Yahvé ordenó que el rey Salomón, hijo de David, fuera el encargado de poner en práctica la obra.
Todos los himnos reales sumerios lo proclamaban: entre las principales tareas reales, las labores constructivas ocupaban un lugar destacado junto a la guerra y la impartición de la justicia. Se trataba siempre de abrir y defender espacios en los que el hombre se sintiera seguro.Esta creencia marcó destacadamente el reinado de Gudea, piadoso soberano del estado neo-sumerio de Lagaš (en el sur de Iraq), entre 2144 y 2124 aC. Gudea se dedicó más a construir templos que a guerrear. Así, un gran número de estatuas de diorita lo representan con las manos juntas, en actitud de sumisión ante los dioses. Dos de esas efigies lo retratan sentado con una tablilla de dibujo en las rodillas en la que está inscrita la planta del templo de Ningirsu (Señor de Girsu), el dios principal de la capital.
Esta imagen se relaciona con uno de los textos más largos y principales de la cultura sumeria: una autobiografía que, al mismo tiempo, es una memoria proyectual y constructiva, la primera de la historia. Los más de mil versos se distribuyen en columnas en la superficie de dos gruesos –y frágiles- cilindros de terracota (Museo del Louvre, París).En el primero, Gudea cuenta un extraño sueño. Diversas divinidades masculinas y femeninas se le aparecieron. Le ordenaron construir un templo para el dios principal, le entregaron los planos que la diosa de la escritura había trazado, y le anunciaron los días más propicios para la construcción. Al despertar, Gudea, confundido, fue a ver a su “madre”, la diosa Gatumdug, que moraba en su santuario. Ésta le interpretó las imágenes del sueño. A su regreso, cumplió detalladamente la orden soñada. El mismo dios Enki, que había habilitado el mundo, le ayudó.
La dureza de la diorita en la que las efigies de Gudea estaban talladas, simbolizaba la duración de su reino. Aludían a la eternidad. Las estatuas, quizá pintadas, se colocaban frente a estatuas de dioses en santuarios donde se practicaba el culto a los reyes del pasado, antepasados que velaban por los vivientes. Los fieles depositaban ofrendas ante las estatuas; recibían un culto, como si Gudea fuera una divinidad. Algunas imágenes esculpidas y grabadas muestran a Gudea sosteniendo una o unas vasijas, de las que fluyen dos cursos de agua: lo identifican como el depositario, y el responsable, de la prosperidad y la abundancia de su ciudad. Gudea era el creador de templos y estatuas. El verbo (tud, literalmente, dar a vida) con el que se designaba su labor de creador –y procreador- era el mismo con el que se nombraba la acción de los dioses modelando a los humanos. De algún modo, Gudea repetía la creación: las estatuas eran seres vivos, y los templos, el mundo. Sostenía el mundo. A menos que lo que Gudea quería decir era que los humanos eran marionetas.