Las cartas que, desde Ur, al sur de Iraq, el arqueólogo inglés Woolley iba enviado al Museo Británico de Londres, a partir de noviembre de 1927, causaban más y más pasmo. Ya desde hacía un par de años, había hallado tumbas con ajuares funerario con joyas de oro, de hacia 2600 aC, pero lo que contaba ahora superaba todo lo esperaba: cámaras sepulcrales dedicadas a quien parecía un rey o una reina, precedidas por largos pasadizos en los que yacían decenas de esqueletos, puestos en fila, todos recostados de lado, con una copa en la mano.
La interpretación de Woolley era clara: se trataba de las esposas y concubinas del rey, junto con la servidumbre del palacio, que habían ingerido un veneno o un narcótico antes de ser enterrados (¿vivos?).
Noventa años más tarde, se sigue discutiendo acerca de la interpretación de este hallazgo singular.
La explicación de las muertes masivas como sacrificios, voluntarios o no, fue criticada severamente. Los sumerios no podían ser unos salvajes. Nuestra cultura derivada de Sumer. Se considerada que se rebajaba la cultura mesopotámica a la de una tribu primitiva; la explicación parecía fácil y morbosa, pensada para satisfacer a la prensa y el gusto popular. Otros, por el contrario, sostenían que negar el sacrificio era echar una mirada condescendiente a una cultura muy antigua, no lastrada por el cristianismo.
Este tipo de enterramiento reveló no ser tan singular: en el cementerio de Kish, por ejemplo, también se hallaron lo que parecían sacrificios humanos en honor del difunto. Mas, es cierto, que no parecía un ritual habitualmente practicado.
Toda vez que, además, se trataba de equiparar a la cultura mesopotámica con la egipcia, a fin de seducir a los lectores de periódicos, fascinados por los descubrimientos de Woolley en Iraq, y de Carter en la tumba de Tutankhamon en Egipto, cualquier indicio de sacrificio humano en Sumer implicaría el descrédito de los hallazgos de Woolley en favor de los de Carter. Los lectores se mostraban fascinados, y horrorizados, por las noticias de sacrificios masivos.
Como contaba hace algunos años un célebre arqueólogo francés en el Próximo Oriente, cuando se hallan los restos que solo pueden ser debidos a un sacrificio, es preferible callar, o no recurrir a explicaciones que prueben la existencia de sacrificios humanos.
La explicación de Woolley, empero, parecía la más convincente. Sin embargo, hace poco, un estudioso emitió la hipótesis que las tumbas podían haber sido reutilizadas, y que la multitud de cadáveres podrían no corresponder a seres sacrificados, sino a fallecidos enterrados en tumbas utilizadas previamente pero caídas en desuso. Aquéllos no habrían muerto a causa del enterramiento, sino que habrían sido enterrados tras fallecer. La imagen de Mesopotamia estaba a salvo.
Sin embargo, muy recientes nuevos análisis de los restos han mostrado que los cráneos presentan un fuerte golpe producido por un objeto punzante, herida no percibida o mal interpretada hasta ahora (los cráneos fueron hallados completamente aplastados por el peso de la tierra, por lo que su restitución ha sido laboriosa y nunca definitiva hasta ahora). Ya quedan pocas dudas: los familiares y sirvientes de los monarcas enterrados fueron ejecutados, habiendo sido drogados o no previamente.
Esta práctica, singular, no carece, empero de referentes literarios. El mito sumerio de la muerte de Gilgamesh cuenta una escena similar a la que se puede reconstruir a partir de los restos de las tumbas de Ur. Texto difícil, casi intraducible, debido a las lagunas y un vocabulario no siempre conocido. Algunos estudiosos han renunciado a traducirlo. El texto no siempre es claro, y numerosos versos faltan o no pueden ser transcritos. Se conocen varias versiones, no siempre coincidentes.
Pero, sin embargo, sí se desprende una imagen convincente. A Gilgamesh, rey de Uruk, la hora le ha llegado. El dios Enki media en su favor ante la asamblea de los dioses: los humanos son mortales, mas Gilgamesh ha tenido una vida excepcional; ha llegado hasta los confines del mundo, ha descendido en lo hondo de las Aguas de la Sabiduría en pos de la planta de la inmortalidad; ha matado al monstruoso Humbaba, una divinidad que guardaba el Bosque de los Cedros donde moran los dioses, y ha conocido a Ziusudra, el único mortal que goza de una vida eterna aunque apartada, al haber sobrevivido al Diluvio; ante proezas tales, ¿no cabría que Gilganmesh no muriera? Los dioses se mostraron inflexibles: Gilgamesh debía morir, pero gozaría de un estatuto especial en los infiernos. Tendría una vida fantasmal, como cualquier espectro, pero sería el juez de los infiernos. De algún modo su "vida" en el más allá tendría cierto "sentido".
Gilgamesh se desconsolaba ante la suerte que le aguardaba. los dioses lo sabían y lo sentían. Mas nada podían hacer.
Un "arquitecto" (sidim) proyectó la tumba. El río Éufrates, que cruzaba la ciudad de Uruk, fue desviado de su curso. Cuando las conchas en el lecho brillaron bajo la luna, retiradas las aguas, se pusieron los cimientos de la tumba (ki-mah: tierra grande). Fue construido con piedras, al igual que los muros; umbrales, puertas y quicios también fueron labrados en una piedra dura; las jácenas (en sumerio, ges-ur3, literalmente: troncos de protección). Una vez concluido, Gilgamesh fue depositado sobre el lecho de muerte. Y su mujer, su favorita, sus hijos, su barbero, músicos, porteador de la copa, sirvientes y el servicio del palacio real fueron estirados en el suelo. Es decir, fueron ejecutados.
La fama del Poema de Gilgamesh quizá sea debido a que se trata de uno de los pocos relatos épicos que han llegado hasta nosotros, si bien, a través de diferentesMesopotamia.
Por eso, quizá no sea aventurada la interpretación de los sacrificios humanos que Geoff Emberling ofrece. La corte fue sacrificada a imitación del sacrificio que presidió el entierro de Gilgamesh. No se está diciendo que el relato mítico se base en hechos reales anteriores, sino que entierros realmente acontecidos fueron llevados a cabo inspirados por lo que el Poema de Gilgamesh cuenta. ¿Por qué?
Emberling sugiere que Gilgamesh era una figura legendaria. Semi-humana o heroica; que logró el título de juez del más allá. Cualquier imitación del fin de Gilgamesh podría mejorar la suerte de los difuntos reyes de Ur. De algún modo, habrían tratado de obtener la venia de los dioses, a fin de lograr una "vida" menos siniestra en los infiernos. Los sacrificios denotarían el terror que el inframundo causaba. Terror que el comportamiento de Gilgamesh, si se imitaba, quizá pudiera aminorase.
Cabría entonces preguntarse si el relato acerca de la muerte de Gilgamesh (relato no incluido en la versión acadia canónica) no habría sido redactado para consolar a los monarcas tratando de ofrecerles una alternativa a la "vida" fantasmal que les aguardaba, equiparándose quizá con el juez de los muertos, convertidos a su vez en jueces infernales, inmunes a las peores pesadillas que afectaban a los espectros.
La imagen del más allá, que se desprende, era todavía más siniestra en Mesopotamia. Y quizá más certera.
lunes, 17 de octubre de 2011
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interesantisimo. Realmente bien escrito, dinámico. Logra mantener captiva la curiosidad e interés del lector. Bien estudiado el tema.
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