sábado, 21 de abril de 2012
EL IMAGINARIO ARQUITECTÓNICO EN LA REVISTA ¡HOLA!
El Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña (COAC), en Barcelona, cuando no había dilapidado los ingresos ni éstos habían menguado drásticamente, organizó en 2006 una pequeña exposición sobre la imagen de la arquitectura modélica que la revista española ¡Hola! (y su versión inglesa Hello!) ofrecen.
El catálogo tenía unas pocas páginas. Debe de estar agotado.
Éste es uno de los textos que lo componían.
EL
TIEMPO NO PASA: EL IMAGINARIO ARQUITECTÓNICO EN LA REVISTA ¡HOLA!
1.-
Presentación (modelos de hogar)
Las revistas de arquitectura, nacionales
y extranjeras están dirigidas por y para profesionales; no suelen traspasar el
estrecho círculo de los técnicos y no llegan al gran público. Cuando esto
ocurre, es a costa de que se destaque el carácter a veces abstruso o
excesivamente teórico de los textos, la escasa funcionalidad de los espacios mostrados
y la dificultad o imposibilidad de compararlos a edificios conocidos y asumidos
que ayuden al reconocimiento y la valoración de los modelos propuestos. Los
debates que suscitan y los modelos que ofrecen son de uso estrictamente
interno.
Por el contrario, distintos tipos de
revistas para el gran público ofrecen regularmente modelos de arquitectura y de
interiorismo que van conformando, sin que seamos conscientes, el gusto común.
Entre estas revistas destacan las llamadas
“revistas de decoración”, los suplementos dominicales de los periódicos (ambos
de gran difusión) y, ante todo, la denominada “prensa del corazón”. A través de
sus reportajes, ésta muestra un cierto imaginario arquitectónico que pretende
al tiempo educar el gusto popular o mayoritario y coincidir con él.
Estas imágenes no son neutras. Transmiten,
por el contrario, una ideología o un ideario que defiende casi siempre los
seguros valores del hogar que se exponen paradigmáticamente. Este tipo des
revistas está concebido para hacer soñar, mostrando mundos inalcanzables que,
por un momento, se abren a la contemplación popular, para significar la
distancia infranqueable a la que aquéllos se hallan.
Los interiores se presentan como modelos,
inmunes al tiempo, al presente. Son como casas celestiales, palacios
encantados, casas de ensueño que revelan que, en otra parte, existe un mundo
seguro, recoleto y cerrado y, por tanto, ajeno a la (a una) modernidad juzgada turbadora,
destructora[1].
El texto comenta modelos de espacio interior que aparecen regularmente en algunas
revistas del corazón (y, en concreto, en un semanario, muy conocido y, en gran
medida, “respetado” por el público: ¡Hola!)
de gran tiraje.
Posiblemente sea ésta la revista de mayor venta en España. No
posee una sección fija dedicada a la arquitectura y la decoración; sin embargo,
tras revisar cada uno de los números publicados desde 1990, se ha comprobado
que se publica, casi semanalmente, un reportaje, en ocasiones muy extenso
–algunos son aún recordados pese al tiempo transcurrido-, dedicado a una casa
(o a una mansión) habitada, en ocasiones bajo un epígrafe titulado Casas con Estilo, y no “casas de estilo
(“clásico”, “romántico” o “campestre” o “montañés”, que son los “estilos que
más abundan): la expresión adjetivada “con estilo” no remite a una determinada
forma (del pasado, casi siempre) –aunque también este matiz está implícito-,
sino a la imagen que transmiten, de contención, serenidad y orden, de “clase”, en
todos los sentidos de la palabra. Estas viviendas pertenecen a personas de una
clase determinada -en general, “(a)fortunada”, noble o de rancio abolengo, con
posibles (en apariencia heredados), que parece vivir a menudo de los bienes
familiares, sin duda inmemoriales- o que aspiran a equipararse o a parecerse a ésta[2].
Los interiores no son necesariamente lujosos. El lujo y la ostentación no son
siempre –ni siquiera habitualmente- los valores que transmiten, sino que ¡Hola! suele buscar casas (a menudo
recientemente construidas o decoradas) que respondan a un ideal de hogar situado
fuera del tiempo (presente) -lo que, en ocasiones, exige poseer una pequeña
fortuna-, inmune a la confusión de géneros y de espacios, como si de un
castillo encantado se tratara. Si estos interiores parecen fuera del alcance
del público no es por su precio, su “valor” monetario, sino porque remiten a
unos valores que no son comunes –ni lo han sido sin duda jamás, toda vez que
dichos valores son propios de un mundo ideal, soñado o ilusorio-. ¿Cómo se
configura entonces esta imagen ideal y cuáles son los valores subyacentes?jueves, 19 de abril de 2012
Marie Merken (1909-1970): Go! Go! Go! (1962-1964)
Obra maestra del cine experimental en "stop motion", dedicada a Nueva York.
Una entrada del 23 de agosto de 2011 ya mostró otro cortometraje de esta esta artista.
FAUNO Y SILVANO, PROTECTORES DEL ESPACIO HABITABLE EN ROMA
A FAUNO
Fauno, perseguidor de las fugitivas Ninfas, pisa benigno mis cercados y tierras de labor, y antes de alejarte, mira propicio las crías de mis ganados, si es verdad que en tu honor se sacrifica el tierno cabrito al caer el año, que corre en abundancia el vino de la crátera amiga de Venus, y que tu ara vetusta humea con las nubes del incienso.
Todo el rebaño salta de contento en los viciosos
El lobo anda entre los corderos libres de temor, la selva alfombra el suelo de verdes hojas y el cavador goza golpeando con los pasos de la danza la tierra que tanto aborrece.
(Horacio, Odas, 3.18)
Del mismo modo que los dioses paganos no eran de una pieza sino que poseían virtudes a menudo opuestas (la diosa del amor, como Ishtar, en Mesopotamia, o Afrodita, en Grecia, era también una fuerza destructora, ávida de sangre), y que gustaban de relacionarse con divinidades antitéticas (la diosa de la belleza estaba unida al dios de la forja, cojo, deforme), las potencias sobrenaturales paganas no actuaban solas. A fin de evaluar sus dones y sus influjos, es necesario tener en cuanta con qué otras potencias (divinidades, espíritus, númenes) se relacionaban, a fin de calibrar qué papel jugaban en las sociedades humanas.
Los espacios habilitados y habitados por los humanos -territorios planificados, campos cultivados, ciudades y espacios domésticos- estaban al cuidado de divinidades que los habían alumbrado: potencias creadoras, dioses artesanos, y fuerzas que velaban sobre el fuego del hogar. En Roma, como vimos en una entrada reciente, los Lares eran unos espíritus que iluminaban los altares domésticos y protegían, así, las viviendas.
Sin embargo, un espacio se organiza a partir de un centro -el hogar, por ejemplo- y se define por unos límites. Éstos separan espacios protegidos y protectores de espacios librados a fuerzas indómitas, amenazantes, que ponían la vida en peligro. Por otra parte, los espacios recluidos no podían estar aislados. Era necesario que se establecieran vías de comunicación entre los distintos asentamientos humanos; estas vías, que estructuraban el territorio, también eran esenciales para que los hombres dispusieran de lugares donde asentarse y recogerse. Centros bien delimitados al mismo tiempo que interconectados constituían los elementos o las directrices para disponer de espacios acotados y seguros en los que los humanos podían instalarse sin temor.
En Roma, los Lares moraban recluidos. Raras veces salían del limitado espacio doméstico. Por su madre, empero, Lara, los espacios abiertos, por los que circulaban los que se desplazaban de un punto a otro del territorio -bien urbanizado-, no les eran extraños.
El conocimiento de los espacios exteriores y de los límites que era necesario establecer nítidamente, venía también, o sobre todo, por la relación que los Lares mantenían con dos divinidades ancestrales, pertenecientes al mundo latino más antiguo: Fauno y Silvano.
El aspecto de ambos seres sobrenaturales, y el mismo nombre de Silvano, ponían en evidencia que se trataba de unas fuerzas ligadas a los bosques, a la naturaleza indómita. Pero estas fuerzas eran esenciales para el debido control del espacio habitado.
Así, en Grecia, tan importante era Apolo, el dios de la arquitectura y el urbanismo, capaz de organizar el territorio y de fundar ciudades y santuarios, cuanto su hermana gemela Ártemis, al cuidado de los lindes boscosos o selváticos. Apolo moraba en el centro del mundo griego: en Delfos (nombre que significa matriz); mientras, Ártemis (Diana, en Roma) no se alejaba de los claros bien defendidos por los intrincados bosques. Suyas eran las alimañas y las bestias salvajes. Era su "Señora". Las controlaba, protegiendo así el lugar de los humanos. Al mismo tiempo, ciertos ritos de paso, que facilitaban el tránsito de una edad a otra (el paso de la niñez a la edad adulta), o de una a otra condición (cuando las jóvenes muchachas se aprestaban a esposarse), estaban bajo la protección de Ártemis. Era la diosa que cuidaba de los márgenes, las fronteras. Velaba por los límites del mundo humano. También por que los hombres pudieran sortear sin problemas los obstáculos que la vida les tendía.
El espacio cultivado, civilizado, que comprendía el lugar de la ciudad y un cinturón de campos labrados, lindaba con los bosques. Los Lares solo protegían el espacio domesticado y doméstico desde el interior. Esta protección era insuficiente. Era necesario que unas potencias ejercieran el control sobre la retaguardia. Estas fuerzas tenían que tener un perfecto conocimiento tanto de la selva cuando del espacio ordenado por el hombre.
Fauno y Silvano cumplían admirablemente esta función. De hecho su condición doble, mitad humana, mitad animal, ofrecía un testimonio visible de su doble condición. Pertenecían tanto al bosque como a las tierras cultivadas.
En verdad, Fauno y Silvano eran una misma divinidad: Silvano era solo una cara de Fauno, o representaba a Fauno en tanto que guardián de los mojones con los que se pautaba el territorio. En ocasiones, apenas se diferenciaban de los Lares.
Las fuerzas vivas o vitales de la naturaleza estaban a su servicio. Cuidaban de la fecundidad animal (de los rebaños), vegetal (la siembra) y humana.
Como su nombre indicaba, Fauno era una divinidad que hacía el bien; actuaba en favor de los hombres: favere, en latín, se traduce, precisamente, por favorecer, Y Faunopurificaciones; februare significa purificar), del año nuevo latino. La vida se renovaba, los peligros mortales se alejaban, cuando Fauno despuntaba.
Fauno tuvo a un hijo con Fauna, una antigua diosa bondadosa: Latino, rey de los Autóctonos, que recibió a Eneas cuando éste llegó al Lacio, huyendo de Troya, para fundar la ciudad de Lavinia, que precedió la fundación de Roma. Algunos romanos creían que Fauno fue también un rey, el primer rey. La historia de Rome se iniciaba con Fauno. Gracias a él, los humanos abandonaron su naturaleza o condición salvaje y se civilizaron. Fauno los educó, y les enseño a vivir colectivamente, teniendo muy en cuenta los peligros que la selva, que él conocía a la perfección (en tanto que Silvano), encerraba.
Sin Fauno (y Silvano), el espacio habilitado habría sido menos seguro. Su presencia convertía un entorno agreste en pastoril. Domesticaba los animales y, contaba Horacio, favorecía a los seguidores de Mercurio (Hermes, en Grecia), que no se amedrentaban ante lo desconocido, la oscuridad. Seguidores de Hermes eran los viajantes, los exploradores, todos aquéllos que recorrían el espacio, guiados por Hermes, cuyas efigies, a modo de mojones, indicaban la "buena" dirección. Este control de los límites y las vías territoriales, que impedían perderse, se acrecentaba por el hecho que Silvano era confundido con Término (o asumía sus funciones), cuyas fiestas las Terminalia, también acontecían en el mes de las purificaciones (febrero).
Los romanos, como los griegos, sabían que el control del territorio y la organización del espacio exigía el pacto con las fuerzas de la selva: sólo éstas podían velar por los límites que definían allí dónde los humanos podían asentarse y sentirse seguros. Proyectar implicaba encararse con la noche
martes, 17 de abril de 2012
LOS LARES DEL HOGAR: LOS DIOSES PROTECTORES DEL ESPACIO EN ROMA
El tiempo y el espacio, por los que se mueven los humanos o que los mueven, ha solido estar bajo la protección de los espíritus.
Érase una ninfa llamada Lara. Era generosa y admirada, también temida: la raíz de su nombre, etrusca, posiblemente evocara estos valores. No era una diosa, sino el espíritu de los bosques, de los claros de los bosques, de las quietas aguas lacustres en el corazón de los bosques.
Acontecía que el padre de los dioses, Júpiter, deseaba a Yuturna, la gran diosa de las fuentes, fuente ella misma de vida. Sus hermanos, los gemelos Cástor y Pólux, eran los protectores del espacio humano, tanto doméstico cuanto urbano. El templo de éstos se hallaba junto al de la diosa Vesta, guardiana del fuego sagrado de toda ciudad. Muy cerca de estos santuarios, Lara también poseería un templo, en el corazón de la urbe.
Lara estaba esposada con Jano, el dios bifronte que velaba por el espacio urbano, sobre todo, por los límites que las murallas marcaban, y por las puertas de acceso a la ciudad. Su faz doble le permitía otear en ambas direcciones, ejerciendo un férreo control del espacio, espacio que su mirada controlaba, y también organizaba.
El hijo de Lara y Jano, Fonto, protegía la pureza de las fuentes públicas. Las ciudades, sin la presencia de Fonto, se hubieran desecado.
Lara avisó a Juno, la esposa de Júpiter, del asedio incesante al que su esposo sometía a Yuturna. Ésta, se disolvía, se escabullía, desaparecía bajo tierra antes de emerger más lejos, como el curso serpenteante de un arroyo. Lara no podía permitir que la unión sagrada de Júpiter y Juno estuviera en peligro. El orden cósmico se hubiera trastocado.
Mas Júpiter tomó venganza. Entregó Lara a Mercurio, también conocido por Hermes en la lejana Grecia: Hermes, el astuto dios protector de los caminos, que guíaba y alentaba a los viajeros. La organización del territorio en Grecia estaba bajo la advocación de Hermes, que, como buen conocedor de todo lo hermético, extendía su protección hasta los confines del espaciio visible, cuando la tierra de los vivientes lindaba con la de los muertos.
Mercurio tomó a Lara y la violó. Luego la arrastró hasta los Infiernos, desde dónde cuidaría de las fuentes que brotan de las entrañas de la tierra. Los vivos estarían a salvo desde entonces: Lara, desde las profundidades vigilaría que las fuentes de la vida no se desecaran.
Tuvo dos hijos, unos gemelos: los Lares.
Todos aquéllos que han inaugurado un nuevo espacio vital, todos los que lo han protegido, han sido siempre, en todas las culturas, unos gemelos: desde el apóstol Tomás (patrón de los arquitectos) y su doble, Cristo , hasta Cástor y Pólux, o Rómulo y Remo. Tenían el doble de energía, y su doble presencia causaba una visión doble, lo que confundía. El orden y las formas antiguas, mal vistas, se disolvían; eran abandonadas, en favor de un nuevo espacio.
Al llegar a la adolescencia -los Lares siempre fueron unos adolescentes, en permanente tránsito entre la niñez y la edad adulta, por lo que presidían los rituales de paso que permitían que los jóvenes salieran del espacio doméstico y entraran públicamente en el espacio urbano-, los Lares adquirieron los rasgos definitorios: no andaban sino que danzaban; y sus pasos, como los de los asistentes a una procesión, organizaban el espacio. Las ciudades se estructuraran siguiendo la estela de los pasos danzantes de los Lares. A su paso, la vida brotaba: los Lares portaban el cuerno de la abundancia, del que manaban frutas y flores, que sembraban, como Fortuna o Tiqué, la diosa protectora del espacio urbano, la buena fortuna de las urbes.
Los Lares no se preocupaban solo del espacio público: de la ciudad y de las vías de comunicación entre ciudades, sino que, en tanto que parientes de los Dióscuros (Cástor y Pólux), y próximos a Vesta, también eran los genios protectores del hogar. Cada casa les dedicaba un nicho o un altar, ubicado cerca de la entrada, en una zona de paso concurrido. Se les ofrendada las primicias, a fin de mantenerlos eternamente jóvenes, como la llama renovada del hogar.
Su relación con la "casa" era tan estrecha que lar o lares se convirtió, en el Imperio Romano, en un sinónimo de hogar; hogar o casa que, para los Lares, no comprendía solo estructuras arquitectónicas, sino el núcleo familiar. Como comenta George Dumézil en La Religion archaïque romaine, los Lares velaban por los seres humanos en tanto que habitantes, moradores. Los hombres eran, para los divinos gemelos, miembros de un hogar. Era el hogar el que hacía que los humanos fueran humanos, merecederos de los desvelos de los Lares. El espacio bajo la advocación de los Lares, el espacio habitable, pues, hacía al hombre.
Originariamente, se les debía de sacrificar humanos, recién nacidos, posiblemente, para que el vigor de éstos se transmitiera a los hogares; pero, en tiempos históricos, muñecos de lana eran colgados de los altares, a modo de inocentes ofrendas vitales.
Los romanos no hubieran podido vivir sin los Lares. Éstos asumían las funciones que, en Grecia, estaban al ciudado de Hestia (Vesta), la diosa del hogar, y de Hermes (el dios de los caminos que partían de un centro sobre el que Vesta reinaba). Los Lares controlaban el centro y los márgenes del espacio, doméstico y urbano. Todo el espacio humano estaba en sus manos. El espacio de los vivos y de los difuntos. Aunque no fueron nunca unos dioses, su poder era superior al de su padre Júpiter. Desde luego, se les rendía un culto diario, más ferviente o sentido que el que se le dedicaba a las grandes, pero distantes, divinidades capitolinas. Los Lares estaban cerca de los humanos, los niños y los adolescentes sobre todo.
De algún modo, aún hoy se les adora. Son el origen del ángel de la guarda que vela por las casas y las familias.
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