lunes, 4 de junio de 2012

La noción de espacio en la Grecia antigua


Los griegos antiguos desconocían el espacio uniforme, ilimitado, "abstracto". Por el contrario, el espacio estaba siempre relacionado con los cuerpos y, en particular, con el ser humano. Por eso, adquiría tonos y cualidades dependiendo de la posición y el humor del individuo.
Platón, de acuerdo con el imaginario espacial de la Grecia antigua, consideraba que el espacio era un receptáculo en el que se ubicaban los seres vivos. No se concebía en ausencia de éstos, sin éstos; no existía independientemente de lo que contenía.
Así, Platón afirmaba (Ti., 52) que existían tres realidades: el ser, inmutable e invisible, ubicado en el cielo, ajeno a la mudable cotidianeidad; "el devenir", esto es, una realidad que nace, en un lugar, y que está siempre en movimiento hasta que desaparece; se trata de la vida terrenal. Para poder manifestarse, ésta requiere una tercera realidad: chooros, el espacio.
El espacio, entonces, es concebido como la intersección entre el ser y el devenir, lo ideal y lo terrenal. El espacio es el "lugar" donde lo intangible se hace tangible, donde el ser etéreo cobra "cuerpo", se materializa o se "encarna". El espacio es la pista donde el ser "aterriza", y se convierte en un ser viviente, vital y, necesariamente, condenado a desaparecer.
El espacio posee cualidades opuestas: "en sí", es invisible, inconcebible, pero se descubre cuando acoge a un ser vivo. Está irremediablemente unido a los cuerpos. Nace y se manifiesta con ellos, pues sin vida no hay espacio (vital).
Chooros se traduce por espacio, pero no traduce lo que el término espacio evoca para nosotros. Chooros debería traducirse más bien por intervalo -tal es la traducción literal: un intervalo espacial entre dos seres, o entre dos posiciones de un mismo ser. Éste necesariamente está en movimiento, poseído por el movimiento, o la vibración, la pulsión vital. El espacio de los muertos no existe.
El verbo chooreo significa hacer sitio, retirarse: el espacio es lo que se descubre, y se funda, cuando uno toma las distancias, y se aleja de lo que observa. En este momento, es cuando la extensión (limitada a, o por nuestra vista) se descubre. El espacio es así lo que se ofrece a la vista mientras uno está en movimiento; y el movimiento más favorable al reconocimiento espacial es el movimiento de retirada, que permite reflexionar sobre, y darse cuenta, del espacio en el que y con el que vivimos. El espacio aparece cuando nos alejamos de él. Los humanos tienen todos "su" espacio, o su "lugar" (topos): éste es el ámbito en el que gustan retirarse, ámbito al que acceden cuando emprenden un movimiento de introspección. Éste da lugar a una reflexión, a una vuelta sobre su consideración, que se descubre como si se viera por vez primera. Y no podía ser de otro modo: sin este retroceso, físico y espiritual, el espacio es inconcebible: no existe (para nosotros).

Algunos helenistas, como Jesús Carruesco, piensan que los griegos debían de ser conscientes de la relación entre chooros y choros, pese a que ambas palabras tienen distintas raíces. Choros era un coro, no tanto o no solo de cantores, cuanto de danzantes: choros era también el lugar dónde danzaban. El canto y la danza se practicaban en ceremonias religiosas. Éstas consistían en procesiones. Los ceremoniantes desfilaban, y sus desplazamientos trazaban caminos, o seguían caminos que unían santuarios.  Desfilaban y al mismo tiempo entonaban cánticos. El espacio por el que se movían, o el espacio que abrían, que determinaban, era un espacio religioso: el espacio donde lo invisible se manifestaba -gracias a los himnos, las plegarias, los gestos y las máscaras que imploraban que lo invisible, las divinidades se mostraran a los ojos de los humanos.
El espacio estaba, así, íntimamente unido a lo sagrado. El choros tenía un papel fundamental en el teatro -que consistía en una acción sagrada, en la que se ponía en juego la relación entre dioses y héroes (o humanos). El choros era un colectivo ubicado en el choros: choros era tanto un grupo de figurantes como el lugar que ocupaban. El coro representaba a la ciudad. Reflexionaba lo que acontecía en la escena. Aconsejaba, opinaba, se manifestaba. El coro no estaba en el centro de la acción, sino que si situaba en un espacio fronterizo entre el espacio de la magia (teatral) y el de los espectadores. Desde este punto privilegiado podía tener un buen conocimiento de lo que ocurría y de lo que iba a ocurrir. El coro era el lugar donde la verdad se descubría. El coro no tenía sentido fuera de la acción. 
El espacio, en Grecia, era concebido como un área de juego: una escena donde se ponían en marcha los acontecimientos que marcaban la vida de los hombres. Esas acciones eran prototípicas: mostraban acciones y pasiones "en estado puro", "más grandes que la vida", más "verdaderas". Se erigían como modélicas, como un espejo particularmente nítido dónde se reflejaba lo que acontecía en la vida cotidiana. La escena era el lugar de la vida verdadera, de la vida que el arte (del teatro y la danza) representa o crea.

De este modo, el espacio de los humanos, el chooros era un choros: el gran teatro del mundo. No es casual que los griegos pensaran que el ser humano era un títere.
Pero esta consideración no tenía porqué ser negativa. Los humanos escenificaban su propia vida; la interpretaban, jugaban con ella; jugaban a ser humanos. Se tomaban la vida con la seriedad con la que se juega, y se desfila: ceremoniosamente, sabiendo que, al final de la "escena", aguardaba la salida.
El teatro, así, era el modelo de la vida, y de su espacio vital. Todo acontecía en la escena. Nada de lo que no se "produjera" o aconteciera en la escena (el chooros) podía existir "de verdad".
El espacio, así, no podía ser una abstracción; era demasiado vivido o sentido. No tenía sentido sin la presencia, sin las acciones de los actores, o de los humanos. Del mismo modo que un teatro, o unas escena, vacíos, son particularmente deprimentes, porque parecen lugares muertos, la vida estaba esencialmente ligada a la escena. La vida, es decir el movimiento, las acciones de los héroes y los hombres, solo podían existir en el chooros; es decir, el choros: la escena -o el escenario- del mundo; el mundo entendido como una escena al que los hombres, los seres vivientes dotan de sentido.  

Léase el apasionante ensayo de:
BOLLNOW, O.F.: Human Space, Hyphen Press, Londres, 2011 (1a ed. en alemán, 1963)

Agradezco todas las reflexiones de Jesús Carruesco


Victoria Garriga (AV62Arquitectos), sobre Bagdad






 Entrevista a Victoria Garriga sobre el recientemente ganado concurso para la rehabilitación del barrio suní de Al-Adhimiya, en Bagdad (Iraq)

viernes, 1 de junio de 2012

Ella Fitzgerald (1917-1996): Come on-A My House (1954. Canción compuesta en 1939)

The Vogues: Magic Town (1966)

Hermanos Marx: The House that Shadows Built (La Casa que las Sombras Edificaron) (1931)

La película, hermosamente titulada La Casa que las Sombras Edificaron, dedicada a la historia del cine, y mostrada en 1931, comprendía fragmentos de películas célebres de la productora Paramount para celebrar su vigésimo aniversario
Incluida, sin embargo, un corto de los Hermanos Marx, inédito, basado en una de sus obras de teatro, que nunca formó parte de película alguna.
Los Hermanos Marx consideraban que era su mejor filmación, aunque es poco conocida.
Debe ser contemplado con devoción:



Junio, el mes de los arquitectos





La fiesta patronal de los arquitectos, al menos en Cataluña, se celebra en el mes de junio.
Aunque el patrón sea, erróneamente, Tomás de Aquino (cuando debería ser Tomás el apóstol), que la fiesta tenga lugar en junio no es casual.
Junio era -y es aún- es mes dedicado a los arquitectos o constructores. La tierra ya estaba seca, y las lluvias de finales de agosto aún estaban lejos: era la mejor época para construir (así, al menos, acontecía en Mesopotamia)

Juno, la esposa de Júpiter, muy posiblemente diera nombre al mes de Junio. Eso ya situaba al mes de Junio en una posición muy destacada, ya que Juno no solo era la paredra (o esposa) del dios padre romano, sino que también cumplía las veces de diosa madre y, en particular, de divinidad protectora de los esponsales -que acontecían preferentemente en el mes de junio, cuatro mes del calendario romano, cuando las promesas del año nuevo llegaban a ser una realidad tangible- y de los nacimientos. Juno era hija de Ops, la diosa de la abundancia. Juno protegía a los jóvenes, garantes de la renovación del mundo; a su vera, la naturaleza, el cosmos, los seres vivos rejuvenecían, como el nombre de Juno bien indica.

Sin embargo, Junio no estaba dedicado a Juno, sino a Hércules y a Fons Fortuna: el dios de las fuentes, de las aguas de la bienaventuranza, que traían la vida y purificaban, hijo de Jano, el dios romano de la arquitectura: sin puntos de agua no cabía la posiblidad de fundar una ciudad. Hércules, por su parte, era el gran héroe civilizador de todo el Mediterráneo. Luchó con monstruos descomunales (la Hidra, el Toro de Creta, el Jabalí de Erimanto,etc.), de cuya presencia libró el espacio que los humanos ocupaban, y que pudo ser entonces ordenado, civilizado. Hércules, no solo fundó ciudades, sino que preparó el terreno para que la vida pudiera asentarse.
Mercurio era la divinidad que protegía el mes de Junio: dios protector de los caminos, acompañaba a los viajeros y les llevaba por el buen camino. Velaba para que no se extraviaran. En todos los cruces de vías, un busto de Hermes (Mercurio, en Grecia) coronaba los mojones que servían para orientarse. Dichos indicadores ordenaban, y protegían, el espacio. Mercurio se ocupaba personalmente de tener libres los caminos, de que fueran seguros, ya que, con sus zapatos alados, recorría continuamente el espacio, evitando que el caos, antes de la edificación y ordenación del mundo, retornara.
En el mes de Junio se producía el tránsito de la constelación de Géminis a la del Cáncer. Géminis eran los Dioscuros divinizados, convertidos en estrellas. Los Dioscuros (o Dio kuroi: hijos de Zeus, o de Dios) eran los hermanos gemelos, protectores tanto de las ciudades cuanto del espacio doméstico (como ya hemos comentado en una entrada anterior). Roma estaba bajo su protección, Roma, la ciudad que era el mundo.
Cáncer, por su parte, era un Cangrejo Gigante. Constituía una Puerta Cósmica (dibujada por las dos patas delanteras del cangrejo que dibujaban un arco) por la que las almas de los humanos entraban en el mundo terrenal.
Este cangrejo fue uno de los monstruos derrotados por Hércules (hijo predilecto de Hera, es decir, de la Juno griega, si es que se puede comparar divinidades griegas y romanas). Pero el cangrejo era una imagen de un tipo muy particular de seres humanos: los herreros, cuyo cuerpo deforme, causado por el tipo de trabajo que llevaban a cabo, presentaba unos miembros inferiores reducidos por la falta de ejercicio -los herreros no se movían del estrecho ámbito de la forja a fin de cuidar que el fuego no se desmandase-, y unos brazos descomunales, cuya hipertrofía era causada por el manejo de útiles tan pesados como sopletes y pinzas, y cuya forma arqueada venía dada por la posición que los brazos tenían que adoptar para evitar quemarse sin dejar de operar con el fuego. El desequilibrio causado por el tan distinto desarrollo de los miembros inferiores y superiores llevaba a que los cangrejos andaran mal, de lado; andares semejantes a los de un herrero, una figura inquietante, marginal, siempre encerrada en  la forja, que era un espacio infernal, que, de algún modo, andaba mal por la vida -nadie quería tener contactos con los herreros, de rostro ennegrecido por el humo, y enrojecido por las llamas.
Sin embargo, todos necesitaban de las labores del herrero que forjaba armas, útiles y apeos.  Los herreros eran creadores. Forjaban instrumentos con los que los humanos podían hacerse con el mundo. De algún modo, eran los forjadores del mundo.
El patrón de los herreros, o el herrero prototípico era Vulcano (Hefesto, en Grecia), padre de Fons Fortuna.
Vulcano estaba también relacionado con Vesta (Hestia, en Grecia): la diosa del fuego eterno cuya llama ardía en el centro del foro o del ágora, la plaza pública de la ciudad, y que simbolizaba la vida que la ciudad poseía. Al mismo tiempo, Vesta también velaba sobre el fuego doméstico. Se trataba, al igual que los Dioscuros, de la divinidad protectora de los hogares y de las ciudades. Su fuego evocaba la vida, la vida que los útiles forjados por Vulcano preservaban. Vesta también se asociaba con Mercurio: éste defendía los caminos que partían de un centro fijo, estable, sobre el que Vesta reinaba.
El templo de Vesta tenía una planta circular. Su forma evocaba la circularidad de la tierra; era una imagen de la tierra nutricia. Mientras que el resto de los templos eran de planta rectangular porque, como destacó Dumézil, estaban orientados según los puntos cardinales, según los vértices del cielo, resultando, así, de la proyección del cielo sobre la tierra, la falta de orientación de los templos de planta circular demostraba que éstos no se orientaban hacia el cielo, sino que estaban únicamente conectados con la tierra, con las entrañas de la tierra, de dónde procedía la vida que el fuego emanado de las profundidades  simbolizaba.
  Las fiestas dedicadas a Vesta, las Vestalia, en Roma, tenían lugar en Junio.Estas ceremonias exigen la purificación de los templos de Vesta, cuyos escombros, en época arcaica excrementos de animales. eran barridos por mujeres; pues tan solo mujeres podían entrar en el santuario de Vesta, la guardiana del hogar. Unos hombres, sin embargo, sí estaban asociados a Vesta: los panaderos, que molaban el trigo con los que se producía la harina que, mezclada con sal, daba lugar a un producto, llamado mola salsa, con la que se recubrían los animales que se tenían que inmolar; la mola salsa, blanca, purificaba y conservaba: la harina evocaba el renacer de la vida que los cereales aportan, y la sal preservaba. La molienda del trigo se efectuaba con piedras que giraban sobre si misma, dibujando la planta del templo circular de Vesta; los molineros, al igual que los herreros, trabajaban también con el fuego, y no podían salir, debiendo cuidar del fuego, como Vesta, y como Vulcano. Lo que producían, el pan, era el alimento de la vida.
Es así como Junio era el mes del renacer: el mundo se purificaba y se reordenaba. La restauración del mundo estaba encomendaba a quienes, como Hércules, eran capaces de librar al mundo del mal, y a quienes podían, a continuación, volver a central y organizar el espacio, figuras que trabajaban de común acuerdo, como Vesta y Mercurio, Vesta y los Dioscuros.
Los arquitectos, de nuevo, somos los reyes del mundo.
No sé si por suerte.