Los griegos antiguos desconocían el espacio uniforme, ilimitado,
"abstracto". Por el contrario, el espacio estaba siempre relacionado
con los cuerpos y, en particular, con el ser humano. Por eso, adquiría tonos y
cualidades dependiendo de la posición y el humor del individuo.
Platón, de acuerdo con el imaginario espacial de la Grecia antigua, consideraba que el espacio
era un receptáculo en el que se ubicaban los seres vivos. No se concebía en
ausencia de éstos, sin éstos; no existía independientemente de lo que contenía.
Así, Platón afirmaba (Ti., 52) que existían tres
realidades: el ser, inmutable e invisible, ubicado en el cielo, ajeno a la
mudable cotidianeidad; "el devenir", esto
es, una realidad que nace, en un lugar, y que está siempre en movimiento hasta
que desaparece; se trata de la vida terrenal. Para poder manifestarse, ésta
requiere una tercera realidad: chooros, el espacio.
El espacio, entonces, es concebido como la intersección entre el
ser y el devenir, lo ideal y lo terrenal. El espacio es el "lugar"
donde lo intangible se hace tangible, donde el ser etéreo cobra
"cuerpo", se materializa o se "encarna". El espacio es la
pista donde el ser "aterriza", y se convierte en un ser viviente,
vital y, necesariamente,
condenado a desaparecer.
El espacio posee cualidades opuestas: "en sí", es
invisible, inconcebible, pero se descubre cuando acoge a un ser vivo. Está
irremediablemente unido a los cuerpos. Nace y se manifiesta con ellos, pues sin
vida no hay espacio (vital).
Chooros se traduce por espacio, pero no traduce lo
que el término espacio evoca para nosotros. Chooros debería traducirse más bien por
intervalo -tal es la traducción literal: un intervalo espacial entre dos seres,
o entre dos posiciones de un mismo ser. Éste necesariamente está en movimiento, poseído por el
movimiento, o la vibración, la pulsión vital. El espacio de los muertos no
existe.
El verbo chooreo significa hacer sitio, retirarse: el
espacio es lo que se descubre, y se funda, cuando uno toma las distancias, y se
aleja de lo que observa. En este momento, es cuando la extensión (limitada a, o
por nuestra vista) se descubre. El espacio es así lo que se ofrece a la vista
mientras uno está en movimiento; y el movimiento más favorable al
reconocimiento espacial es el movimiento de retirada, que permite reflexionar
sobre, y darse cuenta, del espacio en el que y con el que vivimos. El espacio
aparece cuando nos alejamos de él. Los humanos tienen todos "su"
espacio, o su "lugar" (topos): éste es el ámbito en el que
gustan retirarse, ámbito al que acceden cuando emprenden un movimiento de
introspección. Éste da lugar a una reflexión, a una vuelta sobre su consideración, que se descubre como si
se viera por vez primera. Y no podía ser de otro modo: sin este retroceso,
físico y espiritual, el espacio es inconcebible: no existe (para nosotros).
Algunos helenistas, como Jesús Carruesco, piensan que los griegos
debían de ser conscientes de la relación entre chooros y choros, pese a que ambas palabras
tienen distintas raíces. Choros era un coro, no tanto o no solo
de cantores, cuanto de danzantes: choros era también el lugar dónde danzaban.
El canto y la danza se practicaban en ceremonias religiosas. Éstas consistían
en procesiones. Los ceremoniantes desfilaban, y sus desplazamientos
trazaban caminos, o seguían caminos que unían santuarios. Desfilaban y al
mismo tiempo entonaban cánticos. El espacio por el que se movían, o el espacio
que abrían, que determinaban, era un espacio religioso: el espacio donde lo
invisible se manifestaba -gracias a los himnos, las plegarias, los gestos y las
máscaras que imploraban que lo invisible, las divinidades se mostraran a los
ojos de los humanos.
El espacio estaba, así, íntimamente
unido a lo sagrado. El choros tenía un papel fundamental en
el teatro -que consistía en una acción sagrada, en la que se ponía en juego la
relación entre dioses y héroes (o humanos). El choros era un colectivo ubicado en el choros: choros era tanto un grupo de
figurantes como el lugar que ocupaban. El coro representaba a la ciudad. Reflexionaba lo que acontecía en la escena.
Aconsejaba, opinaba, se manifestaba. El coro no estaba en el centro de la
acción, sino que si situaba en un espacio fronterizo entre el espacio de la
magia (teatral) y el de los espectadores. Desde este punto privilegiado podía tener un buen conocimiento de lo
que ocurría y de lo que iba a ocurrir. El coro era el lugar donde la verdad se
descubría. El coro no tenía sentido fuera de la acción.
El espacio, en Grecia, era concebido como un área de
juego: una escena donde se ponían en marcha los acontecimientos que marcaban la
vida de los hombres. Esas acciones eran prototípicas:
mostraban acciones y pasiones "en estado puro", "más grandes que
la vida", más "verdaderas". Se erigían como modélicas, como un
espejo particularmente nítido dónde se reflejaba lo que acontecía en la vida
cotidiana. La escena era el lugar de la vida verdadera, de la vida que el arte
(del teatro y la danza) representa o crea.
De este modo, el espacio de los
humanos, el chooros era un choros:
el gran teatro del mundo. No es casual que los griegos pensaran que el ser
humano era un títere.
Pero esta consideración no tenía porqué ser negativa. Los
humanos escenificaban su propia vida; la interpretaban, jugaban con ella;
jugaban a ser humanos. Se tomaban la vida con la seriedad con la que se juega,
y se desfila: ceremoniosamente, sabiendo que, al final de la
"escena", aguardaba la salida.
El teatro, así, era el modelo de la
vida, y de su espacio vital. Todo acontecía en la escena. Nada de lo que no se
"produjera" o aconteciera en la escena (el chooros)
podía existir "de verdad".
El espacio, así, no podía ser una
abstracción; era demasiado vivido o sentido. No tenía sentido sin la presencia,
sin las acciones de los actores, o de los humanos. Del mismo modo que un
teatro, o unas escena, vacíos, son particularmente deprimentes, porque parecen
lugares muertos, la vida estaba esencialmente ligada a la escena. La vida, es decir
el movimiento, las acciones de los héroes y los hombres,
solo podían existir en el chooros; es decir, el choros:
la escena -o el escenario- del mundo; el mundo entendido como una escena al que
los hombres, los seres vivientes dotan de sentido.
Léase el apasionante ensayo de:
BOLLNOW, O.F.: Human
Space, Hyphen Press, Londres, 2011 (1a ed. en alemán, 1963)
Agradezco todas las reflexiones de
Jesús Carruesco