lunes, 6 de agosto de 2012
Magia y arquitectura: los cuencos para encantamientos ("Incantation Bowls) en el Próximo Oriente antiguo
Un tipo de objeto menor, raramente expuesto -pero fascinante-, del que existe un buen número de ejemplares en las reservas de los museos, es el llamado cuenco para encantamientos. Son piezas cerámicas muy sencillas, de pequeñas dimensiones (como el de un tazón individual),fabricadas con un torno, o con un molde. Fueron realizados en el Próximo Oriente tardío, antes de la invasión árabe, sobre todo en Babilonia. Fueron propios de la religión pagana sasánida (deudora de la religión babilónica), pero también judía (en los medios judíos en Babilonia) y cristiana, entre los siglos segundo y octavo dC. Eran útiles propios del ámbito doméstico. El interior de los cuencos estaba cubierto con maldiciones, en arameo, pero también en hebreo. Éstas se escribían habitualmente formando una espiral continua. Las cuencos eran depositados, girados hacia el suelo, en las esquinas de las estancias, especialmente de aquéllas que eran utilizadas como alcobas. Los malos espíritus, los demonios, que acechan hogares y familias y se cuelan por las rendijas en las esquinas, quedaban detenidos por las maldiciones y enredados por la vertiginosa trama laberíntica trazada por los encantamientos escritos. En ocasiones, se disponían varios cuencos, siempre vueltos hacia el suelo. Cáscaras de huevo rotas y huesos de deslizaban entre los cuencos para "alimentar" a los espectros, que "morían" al ingerir lo contrario de lo que originaba la vida: el huevo cósmico. Los cuencos, usados habitualmente en la alimentación diaria, "alimentaban", en este caso, a los demonios, con lo que les mantenía alejados de la vida: su propia sustancia mortal. El recurso a esquemas laberínticos para proteger el espacio doméstico no era extraño. La entrada de numerosas villas romanas se ornaba con un mosaico con un motivo de un laberinto. Éste evitaba la entrada de los espíritus nocivos o procedentes del infra-mundo. En el caso de los cuencos con encantamientos, aquéllos quedaban retenidos por las trampas del texto y encerrados en los cuencos. Aun hoy en día la mirada divaga por entre las fórmulas a veces enigmáticas que penetran en lo hondo de los vasijas.
domingo, 5 de agosto de 2012
Alan Smith & Adam Foulkes: This Way Up (Por aquí) (2008)
Seleccionado para los Premios Oscar de animación 2009.
Adecuado para los tiempos que corren.
Seed Salem (1984): Neon Gods (2012)
"These neon kiosks are a symbol of Jeddah ... they are iconic and you only find them in this city. They are the only places open really late...2am...4am...selling Madinah mint tea and everything else: cigarettes, noodles, swimming goggles, popcorn, prayer mats ... Everything you want. It is like a mini hypermarket. To me, they symbolise both the old Arabic culture: a place to meet and talk; as well as something very futuristic. An intense ball of consumer energy."
Foto perteneciente a la serie Neonland, desarrollada por este fotógrafo yemení, dedicado tanto a la fotografía publicitaria, de encargo, como a proyectos personales como éste.
sábado, 4 de agosto de 2012
Vida doméstica (hombres y mujeres, según el Sagrado Corán, 4:34)
"Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres en virtud de la preferencia que Alá ha dado a unos más que a otros y de los bienes que gastan. Las mujeres virtuosas son devotas y cuidan, en ausencia de sus maridos, de lo que Alá manda que cuiden. ¡Amonestad a aquéllas de quienes temáis que se rebelen!, ¡dejadlas solas en el lecho!, ¡pegadles!" (Corán, azora An Nissâ 4:34)
La falta que se corrige con un golpe es la de la seducción de otro hombre. El golpe tiene que practicarse sin dejar marcas físicas, por ejemplo utilizando un elemento adecuado. Cesa cuando la mujer se ha corregido.
Pero antes, hay que probar de desterrarlas del lecho para ver si rectifican.
Debo a una mujer iraquí el conocimiento de este instructivo consejo.
Dios es grande; compasivo, misericordioso.
La falta que se corrige con un golpe es la de la seducción de otro hombre. El golpe tiene que practicarse sin dejar marcas físicas, por ejemplo utilizando un elemento adecuado. Cesa cuando la mujer se ha corregido.
Pero antes, hay que probar de desterrarlas del lecho para ver si rectifican.
Debo a una mujer iraquí el conocimiento de este instructivo consejo.
Dios es grande; compasivo, misericordioso.
Xaver Xylophon (1986): Bangalore Rickshaw (2011)
FOR HIRE! – BANGALORE RICKSHAW from Xaver Xylophon on Vimeo.
Sobre este artista, véase su página web: http://xaverxylophon.de/
viernes, 3 de agosto de 2012
Los dioses de la casa sumerios
Las viviendas sumerias se construían con ladrillos de adobe sin cocer. Pese al grosor de los muros, las violentas lluvias anuales, junto con las aguas freáticas absorbidas por la tierra, dañaban seriamente la estructura. El mantenimiento tenía que ser constante, lo que no impedía que se derrumbaran a los pocos años de la edificación.
Sin embargo, las casas eran construidas y reconstruidas, una y otra vez, en el mismo lugar. Éste no era visto como un espacio maldito, ni la destrucción inevitable una hecatombe. Las viviendas se derrumbaban. Pero tenían que levantarse de nuevo, en el mismo lugar, y del mismo modo.
Las viviendas tenían sus dioses protectores. Éstos eran de dos tipos: los dioses superiores, que acogían las casas bajo su manto protector, pero que no moraban en ellas, y unas divinidades íntimamente ligadas al espacio interior. Éstas no podían ser molestadas. El llanto de un bebé las podía despertar. Era necesario actuar, moverse con cuidado. Pues las divinidades del hogar garantizaban la supervivencia de la casa; es decir, no de las estructuras, que siempre podían ser restauradas y construidas de nueva, sino del linaje, de la "casa" que moraba en la casa.
Estos dioses, que gustaban de comer, descansar, dormir en la vivienda, habían estado siempre allí. La casa era su morada perenne. Se trataba, sin duda, de los antepasados, cuyo espíritu, probablemente, se "encarnaba" en el padre de familia. Los antepassados -los padres de familia- se enterraban debajo de las viviendas. Dormían tan cerca de los vivos que éstos tenían que cuida de no molestarlos. De tanto en tanto, estos "dioses" -que no eran humanos divinizados, propiamente, sino humanos que alcanzaban otra vida, dioses menores o mediadores entre los vivos y los muertos o los verdaderos dioses, como se desprende de himnos babilónicos-, reclamaban la presencia del actual padre de familia, que fallecía, y pasaba a formar parte del coro de ancestros que, de algún modo, seguían vivos: una vida aletargada, ciertamente, pues pasaban la mayor parte del tiempo dormitando, lo que no les impedía velar por la, su "casa". Eran las raíces, los cimientos de la familia. Se les rendía culto, se les alimentaba y, muy posiblemente, la creencia en lo sobrenatural no se dirigía hacia los grandes dioses celestiales, lejanos y quizá en parte desconocidos, sino hacia estas figuras que testimoniaban -eran el testimonio veraz- que los humanos estaban íntimamente unidos a un espacio acotado; que éste los convertía en humanos a parte entera, que no se desvanecían, como aquéllos que habían perdido su hogar. Éste era el lugar en el que humanos del presente y del pasado, humanos y "dioses" se encontraban.
Sin embargo, las casas eran construidas y reconstruidas, una y otra vez, en el mismo lugar. Éste no era visto como un espacio maldito, ni la destrucción inevitable una hecatombe. Las viviendas se derrumbaban. Pero tenían que levantarse de nuevo, en el mismo lugar, y del mismo modo.
Las viviendas tenían sus dioses protectores. Éstos eran de dos tipos: los dioses superiores, que acogían las casas bajo su manto protector, pero que no moraban en ellas, y unas divinidades íntimamente ligadas al espacio interior. Éstas no podían ser molestadas. El llanto de un bebé las podía despertar. Era necesario actuar, moverse con cuidado. Pues las divinidades del hogar garantizaban la supervivencia de la casa; es decir, no de las estructuras, que siempre podían ser restauradas y construidas de nueva, sino del linaje, de la "casa" que moraba en la casa.
Estos dioses, que gustaban de comer, descansar, dormir en la vivienda, habían estado siempre allí. La casa era su morada perenne. Se trataba, sin duda, de los antepasados, cuyo espíritu, probablemente, se "encarnaba" en el padre de familia. Los antepassados -los padres de familia- se enterraban debajo de las viviendas. Dormían tan cerca de los vivos que éstos tenían que cuida de no molestarlos. De tanto en tanto, estos "dioses" -que no eran humanos divinizados, propiamente, sino humanos que alcanzaban otra vida, dioses menores o mediadores entre los vivos y los muertos o los verdaderos dioses, como se desprende de himnos babilónicos-, reclamaban la presencia del actual padre de familia, que fallecía, y pasaba a formar parte del coro de ancestros que, de algún modo, seguían vivos: una vida aletargada, ciertamente, pues pasaban la mayor parte del tiempo dormitando, lo que no les impedía velar por la, su "casa". Eran las raíces, los cimientos de la familia. Se les rendía culto, se les alimentaba y, muy posiblemente, la creencia en lo sobrenatural no se dirigía hacia los grandes dioses celestiales, lejanos y quizá en parte desconocidos, sino hacia estas figuras que testimoniaban -eran el testimonio veraz- que los humanos estaban íntimamente unidos a un espacio acotado; que éste los convertía en humanos a parte entera, que no se desvanecían, como aquéllos que habían perdido su hogar. Éste era el lugar en el que humanos del presente y del pasado, humanos y "dioses" se encontraban.
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