sábado, 27 de octubre de 2012
Sobre ruinas (o la formación del espíritu nacional): El nuevo Centro del Born en Barcelona
La necesidad de construir aparcamientos subterráneos para la Barcelona olímpica de 1992, llevó a la búsqueda de terrenos y apertura de verdaderas gargantas por toda la ciudad.
Una de las áreas con menos plazas de parking se hallaba en el barrio del Raval. La solución se halló frente al cerrado edificio metálico del antiguo Mercado del Borne decimonónico, en la calle Comercio. las obras se concluyeron rápidamente -no había tiempo que perder-: unas ruinas, apenas mencionadas y documentadas, no iban a frenar la operación: los Juegos peligraban.
Años más tarde, las reformas del barrio entero se iniciaron. El proyecto preveía la apertura en canal del tejido urbano, el trazado de amplias avenidas rectas que rajaban la densa y laberíntica trama medieval, el derribo inclemente de cualquier edificio sospechoso de estar en mal estado (su restauración hubiera sido lenta, laboriosa, más que costosa, pero la reforma tenía que llevarse a toda prisa: las elecciones despuntaban). Protestas vecinales lograron detener las obras y el replanteo del proyecto, a cargo del arquitecto Enric Miralles (contratado por vecinos arquitectos),exigiendo reformas más adecuadas a las características sociales, urbanísticas y constructivas del barrio. Se perdieron numerosos edificios de interés, sustituidos por bloques, levantados a toda prisa, que, a los dos años, parecían más ajados que los edificios centenarios. Un barrio, con una trama medieval bien conservada, quedó tocado (aunque se frenó su destrucción).
Fue entonces cuando el gobierno central concedió fondos substanciosos para la construcción de una gran biblioteca central pública.
El antiguo mercado del Borne, restaurado pero vacío y, por tanto, a merced de la intemperie y el vandalismo -un edificio inútil, en suma, que solo servía para ser fotografiado-, fue escogido como la sede de la nueva gran biblioteca. Se trataba, por tanto, de llevar un proyecto de restauración y adaptación de una estructura existente a una nueva función.
Una vez el proyecto concluido, se procedió a las catas arqueológicas de rigor. Los restos, bien conservados, de un barrio dieciochesco, que sus habitantes fueron obligados a abandonar y derribar tras la toma de Barcelona durante la guerra de Sucesión europea en 1714, para liberar espacio entre una ciudadela y la ciudad amurallada, fueron descubiertos, lo que no sorprendió a nadie: eran ruinas similares a las que, años antes, se habían barrido sin contemplaciones; ruinas idénticas a las plantas de un barrio barrido en los últimos años.
La situación política había cambiado, sin embargo. El partido socialista ya no gobernaba en solitario en el ayuntamiento de Barcelona, sino en coalición con el partido Esquerra Republicana, pese a los escasos concejales que este partido, en decadencia, poseía. Tan poco contaba, que el alcalde le había confiado el área de cultura (que, habitualmente,. es entregado a mujeres, por la paridad). Este partido no podía dejar pasar semejante ocasión bajo los focos. Exigió parar las obras. Las ruinas del barrio, que testimoniaban la derrota de Barcelona, favorable al príncipe austríaco, en detrimento del francés (Europa se batía para instalar en la corte española un príncipe favorable al Reino Unido, Francia o Austria), eran una herida que tenía que ser mantenída, cuidada, exaltada.
El reputado historiador de Barcelona, Albert García Espuche, recibió el encargo de documentar los restos. Su estudio, como siempre, fue serio, brillante.
La biblioteca ya no podía ocupar este espacio. Hubiera escondido o minusvalorado las ruinas, cubiertas, realzadas, por el amplio vuelo metálico de la cubierta del mercado de abastos (el Borne).
Dos jóvenes arquitectos -los mejores arquitectos de exposiciones de toda España, Carlos Guri y Carolina Casajuana-, recibieron el difícil (o envenenado) encargo de adecentar, organizar y "musealizar" las ruinas para que pudieran ser contempladas y recorridas sin peligro. Su proyecto estaba a la altura de sus mejores obras. Dimitieron (o fueron obligados a dimitir), sin embargo, por las presiones políticas. Su proyecto no magnificaba, no falseaba las ruinas: las atendía. No utilizaron el cartón piedra, ni pretendieron ningún parque temático de la derrota.
Otros brillantes arquitectos jóvenes, más cercanos al poder, con la ayuda de un gran arquitecto escenógrafo, les sustituyeron. Han llegado a buen puerto. Renunciando a los postulados iniciales.
Un director, semejante a un Comisario político, ha sido entonces nombrado.
El hasta entonces responsable del estudio, Albert García Espuche, ha dimitido.
Hace pocos días, el Ayuntamiento publicó los presupuestos de Cultura: migajas aquí y acullá. Teatros, compañías de danza, teatro sin subvenciones; centros a punto de cerrar -tras inversiones iniciales importantes-; museos con presupuestos irrisorios; imposibilidad de mantener programaciones de calidad e internacionales.
Todos los actores, los artistas que pueden, parten: Londres, Nueva York, Los Ángeles
Teatros, salas, centros, museos, apagan velas, echan el candado.
¿Todos?
No, un centro resiste y crece: tras una inversión de ochenta y cuatro millones, recibe dieciséis millones de euros para su apertura . El Ayuntamiento reconoce que se trata de una operación ideológica, no cultural: el centro afortunado deberá ensalzar los "valores identitarios"
¿Cuál es ese centro?
Hoy, se anuncia que ninguna compañía internacional podrá ser contratada por teatros públicos de Barcelona por falta de fondos.
Nunca la arqueología había acaparado tantos focos.
Construimos el pasado para que nos construya.
O destruya.
Una de las áreas con menos plazas de parking se hallaba en el barrio del Raval. La solución se halló frente al cerrado edificio metálico del antiguo Mercado del Borne decimonónico, en la calle Comercio. las obras se concluyeron rápidamente -no había tiempo que perder-: unas ruinas, apenas mencionadas y documentadas, no iban a frenar la operación: los Juegos peligraban.
Años más tarde, las reformas del barrio entero se iniciaron. El proyecto preveía la apertura en canal del tejido urbano, el trazado de amplias avenidas rectas que rajaban la densa y laberíntica trama medieval, el derribo inclemente de cualquier edificio sospechoso de estar en mal estado (su restauración hubiera sido lenta, laboriosa, más que costosa, pero la reforma tenía que llevarse a toda prisa: las elecciones despuntaban). Protestas vecinales lograron detener las obras y el replanteo del proyecto, a cargo del arquitecto Enric Miralles (contratado por vecinos arquitectos),exigiendo reformas más adecuadas a las características sociales, urbanísticas y constructivas del barrio. Se perdieron numerosos edificios de interés, sustituidos por bloques, levantados a toda prisa, que, a los dos años, parecían más ajados que los edificios centenarios. Un barrio, con una trama medieval bien conservada, quedó tocado (aunque se frenó su destrucción).
Fue entonces cuando el gobierno central concedió fondos substanciosos para la construcción de una gran biblioteca central pública.
El antiguo mercado del Borne, restaurado pero vacío y, por tanto, a merced de la intemperie y el vandalismo -un edificio inútil, en suma, que solo servía para ser fotografiado-, fue escogido como la sede de la nueva gran biblioteca. Se trataba, por tanto, de llevar un proyecto de restauración y adaptación de una estructura existente a una nueva función.
Una vez el proyecto concluido, se procedió a las catas arqueológicas de rigor. Los restos, bien conservados, de un barrio dieciochesco, que sus habitantes fueron obligados a abandonar y derribar tras la toma de Barcelona durante la guerra de Sucesión europea en 1714, para liberar espacio entre una ciudadela y la ciudad amurallada, fueron descubiertos, lo que no sorprendió a nadie: eran ruinas similares a las que, años antes, se habían barrido sin contemplaciones; ruinas idénticas a las plantas de un barrio barrido en los últimos años.
La situación política había cambiado, sin embargo. El partido socialista ya no gobernaba en solitario en el ayuntamiento de Barcelona, sino en coalición con el partido Esquerra Republicana, pese a los escasos concejales que este partido, en decadencia, poseía. Tan poco contaba, que el alcalde le había confiado el área de cultura (que, habitualmente,. es entregado a mujeres, por la paridad). Este partido no podía dejar pasar semejante ocasión bajo los focos. Exigió parar las obras. Las ruinas del barrio, que testimoniaban la derrota de Barcelona, favorable al príncipe austríaco, en detrimento del francés (Europa se batía para instalar en la corte española un príncipe favorable al Reino Unido, Francia o Austria), eran una herida que tenía que ser mantenída, cuidada, exaltada.
El reputado historiador de Barcelona, Albert García Espuche, recibió el encargo de documentar los restos. Su estudio, como siempre, fue serio, brillante.
La biblioteca ya no podía ocupar este espacio. Hubiera escondido o minusvalorado las ruinas, cubiertas, realzadas, por el amplio vuelo metálico de la cubierta del mercado de abastos (el Borne).
Dos jóvenes arquitectos -los mejores arquitectos de exposiciones de toda España, Carlos Guri y Carolina Casajuana-, recibieron el difícil (o envenenado) encargo de adecentar, organizar y "musealizar" las ruinas para que pudieran ser contempladas y recorridas sin peligro. Su proyecto estaba a la altura de sus mejores obras. Dimitieron (o fueron obligados a dimitir), sin embargo, por las presiones políticas. Su proyecto no magnificaba, no falseaba las ruinas: las atendía. No utilizaron el cartón piedra, ni pretendieron ningún parque temático de la derrota.
Otros brillantes arquitectos jóvenes, más cercanos al poder, con la ayuda de un gran arquitecto escenógrafo, les sustituyeron. Han llegado a buen puerto. Renunciando a los postulados iniciales.
Un director, semejante a un Comisario político, ha sido entonces nombrado.
El hasta entonces responsable del estudio, Albert García Espuche, ha dimitido.
Hace pocos días, el Ayuntamiento publicó los presupuestos de Cultura: migajas aquí y acullá. Teatros, compañías de danza, teatro sin subvenciones; centros a punto de cerrar -tras inversiones iniciales importantes-; museos con presupuestos irrisorios; imposibilidad de mantener programaciones de calidad e internacionales.
Todos los actores, los artistas que pueden, parten: Londres, Nueva York, Los Ángeles
Teatros, salas, centros, museos, apagan velas, echan el candado.
¿Todos?
No, un centro resiste y crece: tras una inversión de ochenta y cuatro millones, recibe dieciséis millones de euros para su apertura . El Ayuntamiento reconoce que se trata de una operación ideológica, no cultural: el centro afortunado deberá ensalzar los "valores identitarios"
¿Cuál es ese centro?
Hoy, se anuncia que ninguna compañía internacional podrá ser contratada por teatros públicos de Barcelona por falta de fondos.
Nunca la arqueología había acaparado tantos focos.
Construimos el pasado para que nos construya.
O destruya.
Universidad pública española: cierren puertas
Pese a -o a causa de- inversiones millonarias en campus deslumbrantes (la Universidad Politécnica de Cataluña, que ya posee dos campus en Barcelona, construye dos más, en Barcelona y alrededores, uno de los cuáles dedicado básicamente a unos cursos de Ingeniería de la Alimentación, con un edificio previsto de unos cuatro cientos metros de largo, saltando por autopistas y autovías), las universidades públicas, a las que les llegan cada vez menos fondos del estado y las autonomías, se aprietan el cinturón.
El número de aquéllas es sorprendente: no hay ciudad o pueblo llano que no acoja unas cuántas facultades, por lo que el sueño de los planes europeos se está realizando. las aulas acogen a muy pocos estudiantes; no tanto por una política decidida en favor de grupos pequeños, gracias a un bien dotado cuerpo de profesores, sino, de manera más simple, porque hay casi más facultades que alumnos. En Cataluña, en pleno estallido de la burbuja económica, cuando los arquitectos llevan unos tres años sin encontrar trabajo, existen cuatro escuelas públicas -y tres privadas, en las que, pagando fortunas, con un cinco pelado de promedio, se accede, amén de escuelas técnicas.
Los recortes están a la hora del día. Algunos son el chocolate del loro: los despachos de los profesores y la administración ya no disponen de teléfonos para llamar al extranjero (aunque se defienden los intercambios con China, es un decir); los ordenadores ya no se renuevan, no se reparan, y dejan de funcionar; la limpieza escasea; se elimina el papel higiénico, hasta el Elefante, en los lavabos; apenas existe mantenimiento de los edificios; las facultades se cierran a cal y canto durante las vacaciones (este año, absolutamente nadie podrá acceder a las facultades a partir del 22 de diciembre), cortando la luz, y restringiendo la seguridad.
Otros recortes son más vistosos: supresión de plazas de profesores asociados, aumento de la carga docente de aquellos enseñantes cuya investigación no se considera relevante (investigación que los profesores, hoy, tienen que financiarse), supresión de becas para estudiantes, reducción de sueldo del personal no académico o anulación de plazas; recortes que, junto con el aumento del precio de las matrículas (por lo que numerosos estudiantes ya no pueden pagar un curso completo) -aumento tan drástico que los cursos de tercer ciclo, cuya impartición, en tiempos de bonanza económica, hubiera sido dificultosa por la escasez de enseñantes, ya no pueden impartirse efectivamente por falta, esta vez, de alumnos-, permiten que los sueldos de los cargos directivos, cuyo número ha aumentado, puedan crecer, como es natural.
Todas estas medidas son, sin embargo, insuficientes.
La Universidad Autónoma de Barcelona ha encontrado la llave de oro: suprimir días de clase. De este modo, se ahorra en luz, limpieza y mantenimiento, amén de la reducción de sueldo de los empleados con contratos anuales.
Esta medida es luminosa; pero tímida, de vuelo raso. Una vez puesta en práctica, debería desplegar todo su potencial. por ejemplo, suprimir todas las clases, todos los días, cerrar bibliotecas, y, por que no, centros. La llave a la alcantarilla. De este modo, el problema de la falta de financiación se solucionaría de golpe: por escasa que aquélla fuera, siempre sobraría ante el nulo coste de unos edificios cerrados, abandonados, en ruinas.
¿Cómo es que nadie ha pensado en una solución tan simple y efectiva? Debe de ocurrir que quienes gobiernan no han puesto un pie en la universidad; pública.
viernes, 26 de octubre de 2012
Marcel Borràs (actor) & Ignacio Tatay (dirección, filmación, montaje): En la ciudad de los tiempos remotos (2011)
En la ciudad de los tiempos remotos from pedro azara on Vimeo.
Dirección: Ignacio Tatay / Lectura y vestuario: Marcel Borràs / Idea: Victoria Garriga / Texto: Pedro Azara Filmación: Estanque ante el centro cultural Caixaforum, Barcelona
Agradecimientos a Caixaforum por el permiso concedido.
Este cortometraje fue rodado en 2011, como parte del material complementario para la exposición sobre cultura sumeria que Caixaforum (Barcelona y luego Madrid) prepara para finales del mes de noviembre.
Es posible que este cortometraje, que narra la creación mítica de Mesopotamia, a partir de numerosos mitos, leyendas e himnos sumerios, se pueda descargar en el espacio educativo de Caixaforum durante la exposición Antes del diluvio. Mesopotamia, 3500-2100 aC.
El montaje aún provisional.
Segundo de Chomón (1871-1929): Barcelona, un parque en el crepúsculo (1904) / El parque de Barcelona (1911)
http://archive.org/details/BarceloneParcAuCrpuscule
Dos de los numerosos documentales sobre ciudades españolas, en este caso, sobre Barcelona -un aspecto o parte de la ciudad- que Segundo de Chomón rodó por encargo de la productora francesa de los hermanos Pathé.
¿Por qué se fundaron ciudades en Mesopotamia?
La explicación sobre la aparición de la ciudad en el sur de Mesopotamia (es decir, en el mundo), a principios del quinto milenio, sigue sin hallarse de manera convincente. Quizá no se descubra nunca.
Las últimas hipótesis apuntan a qué las ciudades se fundaron, no en tierra firme, sino en las marismas del delta del Tigris y el Éufrates, un entorno que ofrecía agua y alimentos abundantes (ganado, pescado, aves y vegetales) y defensas naturales. No se sabe, empero porque los pueblos evolucionaron en ciudades en este marco.
Otros estudiosos siguen sosteniendo que las primeras ciudades, situadas cerca de (pero no en) las marismas, fueron ciudades fluviales, dotadas de puertos.
La pregunta inevitable es por qué las ciudades se fundaron en un entorno tan poco propicio. En efecto, contrariamente a lo que ocurre en Egipto, los cursos de los ríos Tigris y Éufrates, no solo poseían un régimen de agua caprichoso, con crecidas y cauces secos, en función de las lluvias imprevisibles en el norte, sino que, dada la tan escasa pendiente y los sedimentos acarreados, los ríos tenían grandes dificultades en desembocar en el mar (los sedimentos levantaban barreras naturales, y los cursos zigzagueaban cada vez más, o se partían en innumerables canales para evacuar las aguas sobre todo en tiempo de crecidas). Este hecho era la razón por la que el curso de ambos ríos variara: se desplazaba, a veces, a quilómetros de distancia, en pocos meses, abandonando lechos que se secaban. Las ciudades estaban, pues, a merced de la situación de los ríos. Algunas se encontraban, de pronto, en medio del desierto, cuando poco antes dominaban una extensa área fértil, cultivada. Por otra parte, el retroceso de la costa, empujó las marismas hacia el sur, por lo que las ciudades ribereñas también acabaron implantadas en un territorio inhóspito (que es el mismo en el que se hallan, hoy, las ruinas de antiguas ciudades como Ur, Uruk, Eridu, Lagash, Larsa, Girsu, etc.).
Sin embargo, los sumerios no se dejaron vencer; trataron de oponerse a estos súbitos cambios del régimen de las aguas.
Lo normal, lo previsible es que las poblaciones del sur de Mesopotamia, no se hubieran asentado nunca. Hubieran tenido que seguir con los comportamientos habituales en el neolítico: poblaciones nómadas, que se desplazaban según los movimientos del los ríos. Asentamientos permanentes, de pueblos y luego, sobre todo, de ciudades, hubieran tenido que constituir un error: éstos corrían el riesgo de perder muy pronto, de hallarse lejos de puntos de agua y de tierras fértiles.
Sin embargo, lo que quizá provocara las constantes variaciones del curso del Tigris y el Éufrates fue precisamente el que las poblaciones abandonaran el nomadismo, se asentaran, fundaran ciudades o convirtieran asentamientos en ciudades, e instauraran gobiernos fuertes, presididos por consejos de notables, reyes o sacerdotes. Esta fue la manera de reaccionar ante las inclemencias. Hacía falta una labor conjunta de un gran número de brazos, bien dirigidos, para abrir canales, levantar diques, impedir o frenar en la medida de lo posible, los cambios de los cursos de los ríos, es decir para tratar de fijar un curso lo más regular y estable posible. La supervivencia de los pobladores dependía de un curso fijo: permitía desplazamientos río arriba y abajo, así el transporte de mercancías entre el norte y el sur de Mesopotamia, desde el golfo Pérsico hasta Anatolia. La pérdida de la vía fluvial devolvía las poblaciones al neolítico.
Pero el control de los cauces, para la vida, el regadío, los cultivos, el comercio y los intercambios, requería una mano de obra dispuesta y controlada, es decir, exigía una población numerosa y asentada. La ciudad, así, se formó como un medio para asentar, organizar y dirigir poblaciones numerosas. La prosperidad exigía la fundación de ciudades que, a su vez, necesitaban de cursos fluviales estables.
Por eso, las leyes, la monarquía y la ciudad parecen organizaciones sociales y territoriales interrelacionadas. Todas respondían a la necesidad de controlar un territorio, excesivamente sometido a los caprichos del tiempo, que dejaban de tanto en tanto poblaciones en la miseria, sin agua ni recursos.
Ingentes esfuerzos habrían sido así vertidos en hacerse con el territorio, siempre con la ayuda de los dioses (soñados o inventados).
... y siempre que las ciudades no se hubieran fundado en las marismas; aunque, en este caso, así como en todos los casos parecidos, ¿por qué fundar ciudades? ¿acaso el régimen de las aguas y las tierras en las marismas también fluctuaba -el mar retrocede o avanza dificultando la estabilidad de cualquier marisma?
Desde luego, la ciudad, fluvial o marismeña, habría sido una manera de no dejarse dominar por la naturaleza, es decir, de erigirse como seres humanos, capaces de asumir y controlar el destino.
Las últimas hipótesis apuntan a qué las ciudades se fundaron, no en tierra firme, sino en las marismas del delta del Tigris y el Éufrates, un entorno que ofrecía agua y alimentos abundantes (ganado, pescado, aves y vegetales) y defensas naturales. No se sabe, empero porque los pueblos evolucionaron en ciudades en este marco.
Otros estudiosos siguen sosteniendo que las primeras ciudades, situadas cerca de (pero no en) las marismas, fueron ciudades fluviales, dotadas de puertos.
La pregunta inevitable es por qué las ciudades se fundaron en un entorno tan poco propicio. En efecto, contrariamente a lo que ocurre en Egipto, los cursos de los ríos Tigris y Éufrates, no solo poseían un régimen de agua caprichoso, con crecidas y cauces secos, en función de las lluvias imprevisibles en el norte, sino que, dada la tan escasa pendiente y los sedimentos acarreados, los ríos tenían grandes dificultades en desembocar en el mar (los sedimentos levantaban barreras naturales, y los cursos zigzagueaban cada vez más, o se partían en innumerables canales para evacuar las aguas sobre todo en tiempo de crecidas). Este hecho era la razón por la que el curso de ambos ríos variara: se desplazaba, a veces, a quilómetros de distancia, en pocos meses, abandonando lechos que se secaban. Las ciudades estaban, pues, a merced de la situación de los ríos. Algunas se encontraban, de pronto, en medio del desierto, cuando poco antes dominaban una extensa área fértil, cultivada. Por otra parte, el retroceso de la costa, empujó las marismas hacia el sur, por lo que las ciudades ribereñas también acabaron implantadas en un territorio inhóspito (que es el mismo en el que se hallan, hoy, las ruinas de antiguas ciudades como Ur, Uruk, Eridu, Lagash, Larsa, Girsu, etc.).
Sin embargo, los sumerios no se dejaron vencer; trataron de oponerse a estos súbitos cambios del régimen de las aguas.
Lo normal, lo previsible es que las poblaciones del sur de Mesopotamia, no se hubieran asentado nunca. Hubieran tenido que seguir con los comportamientos habituales en el neolítico: poblaciones nómadas, que se desplazaban según los movimientos del los ríos. Asentamientos permanentes, de pueblos y luego, sobre todo, de ciudades, hubieran tenido que constituir un error: éstos corrían el riesgo de perder muy pronto, de hallarse lejos de puntos de agua y de tierras fértiles.
Sin embargo, lo que quizá provocara las constantes variaciones del curso del Tigris y el Éufrates fue precisamente el que las poblaciones abandonaran el nomadismo, se asentaran, fundaran ciudades o convirtieran asentamientos en ciudades, e instauraran gobiernos fuertes, presididos por consejos de notables, reyes o sacerdotes. Esta fue la manera de reaccionar ante las inclemencias. Hacía falta una labor conjunta de un gran número de brazos, bien dirigidos, para abrir canales, levantar diques, impedir o frenar en la medida de lo posible, los cambios de los cursos de los ríos, es decir para tratar de fijar un curso lo más regular y estable posible. La supervivencia de los pobladores dependía de un curso fijo: permitía desplazamientos río arriba y abajo, así el transporte de mercancías entre el norte y el sur de Mesopotamia, desde el golfo Pérsico hasta Anatolia. La pérdida de la vía fluvial devolvía las poblaciones al neolítico.
Pero el control de los cauces, para la vida, el regadío, los cultivos, el comercio y los intercambios, requería una mano de obra dispuesta y controlada, es decir, exigía una población numerosa y asentada. La ciudad, así, se formó como un medio para asentar, organizar y dirigir poblaciones numerosas. La prosperidad exigía la fundación de ciudades que, a su vez, necesitaban de cursos fluviales estables.
Por eso, las leyes, la monarquía y la ciudad parecen organizaciones sociales y territoriales interrelacionadas. Todas respondían a la necesidad de controlar un territorio, excesivamente sometido a los caprichos del tiempo, que dejaban de tanto en tanto poblaciones en la miseria, sin agua ni recursos.
Ingentes esfuerzos habrían sido así vertidos en hacerse con el territorio, siempre con la ayuda de los dioses (soñados o inventados).
... y siempre que las ciudades no se hubieran fundado en las marismas; aunque, en este caso, así como en todos los casos parecidos, ¿por qué fundar ciudades? ¿acaso el régimen de las aguas y las tierras en las marismas también fluctuaba -el mar retrocede o avanza dificultando la estabilidad de cualquier marisma?
Desde luego, la ciudad, fluvial o marismeña, habría sido una manera de no dejarse dominar por la naturaleza, es decir, de erigirse como seres humanos, capaces de asumir y controlar el destino.
miércoles, 24 de octubre de 2012
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