La explicación sobre la aparición de la ciudad en el sur de Mesopotamia (es decir, en el mundo), a principios del quinto milenio, sigue sin hallarse de manera convincente. Quizá no se descubra nunca.
Las últimas hipótesis apuntan a qué las ciudades se fundaron, no en tierra firme, sino en las marismas del delta del Tigris y el Éufrates, un entorno que ofrecía agua y alimentos abundantes (ganado, pescado, aves y vegetales) y defensas naturales. No se sabe, empero porque los pueblos evolucionaron en ciudades en este marco.
Otros estudiosos siguen sosteniendo que las primeras ciudades, situadas cerca de (pero no en) las marismas, fueron ciudades fluviales, dotadas de puertos.
La pregunta inevitable es por qué las ciudades se fundaron en un entorno tan poco propicio. En efecto, contrariamente a lo que ocurre en Egipto, los cursos de los ríos Tigris y Éufrates, no solo poseían un régimen de agua caprichoso, con crecidas y cauces secos, en función de las lluvias imprevisibles en el norte, sino que, dada la tan escasa pendiente y los sedimentos acarreados, los ríos tenían grandes dificultades en desembocar en el mar (los sedimentos levantaban barreras naturales, y los cursos zigzagueaban cada vez más, o se partían en innumerables canales para evacuar las aguas sobre todo en tiempo de crecidas). Este hecho era la razón por la que el curso de ambos ríos variara: se desplazaba, a veces, a quilómetros de distancia, en pocos meses, abandonando lechos que se secaban. Las ciudades estaban, pues, a merced de la situación de los ríos. Algunas se encontraban, de pronto, en medio del desierto, cuando poco antes dominaban una extensa área fértil, cultivada. Por otra parte, el retroceso de la costa, empujó las marismas hacia el sur, por lo que las ciudades ribereñas también acabaron implantadas en un territorio inhóspito (que es el mismo en el que se hallan, hoy, las ruinas de antiguas ciudades como Ur, Uruk, Eridu, Lagash, Larsa, Girsu, etc.).
Sin embargo, los sumerios no se dejaron vencer; trataron de oponerse a estos súbitos cambios del régimen de las aguas.
Lo normal, lo previsible es que las poblaciones del sur de Mesopotamia, no se hubieran asentado nunca. Hubieran tenido que seguir con los comportamientos habituales en el neolítico: poblaciones nómadas, que se desplazaban según los movimientos del los ríos. Asentamientos permanentes, de pueblos y luego, sobre todo, de ciudades, hubieran tenido que constituir un error: éstos corrían el riesgo de perder muy pronto, de hallarse lejos de puntos de agua y de tierras fértiles.
Sin embargo, lo que quizá provocara las constantes variaciones del curso del Tigris y el Éufrates fue precisamente el que las poblaciones abandonaran el nomadismo, se asentaran, fundaran ciudades o convirtieran asentamientos en ciudades, e instauraran gobiernos fuertes, presididos por consejos de notables, reyes o sacerdotes. Esta fue la manera de reaccionar ante las inclemencias. Hacía falta una labor conjunta de un gran número de brazos, bien dirigidos, para abrir canales, levantar diques, impedir o frenar en la medida de lo posible, los cambios de los cursos de los ríos, es decir para tratar de fijar un curso lo más regular y estable posible. La supervivencia de los pobladores dependía de un curso fijo: permitía desplazamientos río arriba y abajo, así el transporte de mercancías entre el norte y el sur de Mesopotamia, desde el golfo Pérsico hasta Anatolia. La pérdida de la vía fluvial devolvía las poblaciones al neolítico.
Pero el control de los cauces, para la vida, el regadío, los cultivos, el comercio y los intercambios, requería una mano de obra dispuesta y controlada, es decir, exigía una población numerosa y asentada. La ciudad, así, se formó como un medio para asentar, organizar y dirigir poblaciones numerosas. La prosperidad exigía la fundación de ciudades que, a su vez, necesitaban de cursos fluviales estables.
Por eso, las leyes, la monarquía y la ciudad parecen organizaciones sociales y territoriales interrelacionadas. Todas respondían a la necesidad de controlar un territorio, excesivamente sometido a los caprichos del tiempo, que dejaban de tanto en tanto poblaciones en la miseria, sin agua ni recursos.
Ingentes esfuerzos habrían sido así vertidos en hacerse con el territorio, siempre con la ayuda de los dioses (soñados o inventados).
... y siempre que las ciudades no se hubieran fundado en las marismas; aunque, en este caso, así como en todos los casos parecidos, ¿por qué fundar ciudades? ¿acaso el régimen de las aguas y las tierras en las marismas también fluctuaba -el mar retrocede o avanza dificultando la estabilidad de cualquier marisma?
Desde luego, la ciudad, fluvial o marismeña, habría sido una manera de no dejarse dominar por la naturaleza, es decir, de erigirse como seres humanos, capaces de asumir y controlar el destino.
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