miércoles, 26 de diciembre de 2012

Torá (normas de urbanismo y urbanidad)

Torá es el nombre que reciben los cinco primeros libros del Antiguo Testamento. Este título significa mandamiento. Consta de las leyes que Yahvé habría entregado al pueblo de Israel, sobre todo las que Moisés recibió en lo alto de Sinai.
Estas normas actúan como guías. Indican qué y cómo se tiene que operar. Aportan modelos y pautas de comportamiento. Se trata de un conjunto de enseñanzas para portarse o comportarse juiciosamente.

Torá deriva de un verbo que se traduce, precisamente, por indicar, o apuntar -por ejemplo, con el dedo, con una flecha- una dirección: se indica la "buena dirección", el camino que conduce hacia dónde se tiene que ir -si uno quiere seguir una senda recta.

La Septuaginta (o Biblia de los Setenta: la traducción griega del Antiguo Testamento que setenta -o setenta y dos- sabios habrían llevado a cabo en la Biblioteca de Alejandría en el siglo III aC) traduce Torá por Nomos. Ley o norma.

Esta ley, o este conjunto de leyes, recibe una traducción espacial, o se manifiesta, ante todo, espacialmente. Consiste, literalmente, en una norma de conducta: es decir, sirve para desplazarse, para conducir "bien", para no perderse en camino, o escoger el camino equivocado, que no lleva a sitio alguno, que lleva a nada.
 
Nomos deriva del verbo griego nemoo: distribuir, repartir, asignar. Nombra la tarea que el buen pastor lleva a cabo cada día: divide los pastos entre el número de animales del rebaño que posee o dirige, y asigna a cada uno un lote adecuado. Su trabajo consiste en una acción sobre el terreno: organiza el espacio de modo que el rebaño pueda alimentarse correctamente. Al mismo tiempo, traza o escoge los caminos más seguros, y se preocupa de que ninguna oveja se extravíe. Si eso ocurriera, no duda en dejar el rebaño para reintegrar el animal extraviado o descarriado por la vía adecuada.
La misión del buen pastor se resume en actuaciones o decisiones que redundan en beneficio de una comunidad (un rebaño). Vigila que nada les falte, que no pierdan nada, ni se pierda. Por tanto, marca los límites que no pueden cruzarse so pena de entrar en terrenos pantanosos. El buen pastor debe marcar cuáles son las barreras que no se pueden saltar. Las normas que establece se reflejan en los campos. Los mismos campos parcelados son el resultado de las normas que promueve: campos asignados a un rebaño.

El griego nomos ha dado el término latín norma. Se trata de un término que presta hoy a confusión. No significa norma, sino compás. Se trata del instrumento con el que se trazan circunferencias, figuras perfectas, y con el que se pueden tomar medidas. El compás mide el espacio con precisión. Por eso, Yahvé, y luego su Hijo, se representaban con un compás en la mano: un instrumento que también era un atributo de la personificación del arte liberal de la Geometría. Con el compás se pueden tomar las medidas de las cosas con exactitud, y verterlas o traspasarlas al espacio. Se trazan así líneas, contornos: los que definen entes y parcelas: espacios asignados a figuras o funciones. Es decir, líneas que organizan el espacio, ordenándolo.
De este modo, las líneas o normas que el compás marca, permiten establecen congregaciones, comunidades.  Son líneas que reflejan, o materializan órdenes. Son órdenes hechas al o para el espacio.

Entre los espacios acotados para la vida comunitaria destacan las ciudades. En ellas, las normas de convivencia tienen que ser claras, y muy visibles. Cotas, calles, direcciones deben estar bien señaladas. Los sentidos evidentes. Señales de tráfico, paneles ayudan a no perderse, a no tomar una calle en dirección contraria -lo que puede acarrear la muerte-, o a toparse con una vía sin salida.
Las normas que rigen la vida son ante todo normas de urbanidad: normas que se aplicaban para un urbanismo correcto: así, regulan  qué se puede hacer y dónde se puede ir, hasta dónde se puede ir o actuar.
Estas normas, inscritas en el territorio, tienen un origen muy antiguo: se remontan a los tiempos cuando los humanos necesitaban pastores -reyes, profetas, adivinos- que les señalaban el camino.
No se podía estar en tierras sin ley, ni cruzarlas siquiera.

Hoy sabemos qué ocurre cuando nos saltamos la "normativa" -o aplicamos normas equivocadas: el paisaje destruido español bien revela la falta de ésta, y las faltas cometidas.
   


Tomasz Kozak (1971): Opera Ocalenia (Operación salvación, 1998)

Hieronim Neumann (1948) : Blok (Bloque de pisos, 1982)



La vida en un bloque de pisos en Polonia en los años ochenta.
Imprescindible. Y terrorífico

Yoko Ono (1933): Dogtown (1981) / Midsummer New York (1971)




martes, 25 de diciembre de 2012

Yoko Ono (1933) & Paul McCartney (1942): Hiroshima Sky (Is Always Blue) (El cielo de Hiroshima- es siempre azul-, 1995)



 Tema, fruto de una colaboración excepcional entre Ono y McCartney, poco conocido, compuesto e interpretado para la conmemoración del cincuentenario del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima.
El tema no se halla en disco o cd alguno.

25 de diciembre: Jesús en los Evangelios

Con o sin burro o mula, y buey, el nacimiento de Jesús en una cueva, un establo o una casa, durante el viaje de sus padres, José y María, a Belén, siguiendo un edicto romano que obligada a todas las personas a retornar a su ciudad natal para actualizar el censo en la parte oriental del Imperio, parece un hecho bien documentado, si bien la incertidumbre acerca de datos tan importantes acerca del tipo de espacio en el que María da a luz a Jesús enturbia algo el relato.
La consulta de los cuatro evangelios canónicos arroja, sin embargo, datos curiosos: apenas se refieren al acontecimiento que inaugura una nueva era: el nacimiento de Jesús, dato tanto más sorprendente cuanto que los evangelios habrían sido escritos por discípulos de Jesús, al tanto de todos los detalles acerca de su vida y, obre todo, de su misión en la tierra. En efecto, Mateo describe el nacimiento y el primer año de la vida de Jesús, con cierto detalle, mas el Evangelio de Marco se inicia cuando Jesús, adulto, ya ha empezado su vida pública. Lucas sí se refiere al nacimiento, mas los acontecimientos que lo preceden y le suceden no son los mismos que los que Mateo describe: la matanza de los inocentes no es mencionada así como la venida de los astrólogos (los futuros Reyes Magos); por el contrario, es el establecimiento del censo lo que lleva a Jesús a nacer, no en Nazaret, de donde son oriundos María y José, sino en Belén, patria del rey David, de quien supuestamente Jesús desciende. Para Juan, por fin, Jesús entra en escena cuando su bautizo, ya adulto, por Juan Bautista.
Los datos, pues, de los Evangelios, acerca del nacimiento de Jesús son escasos y contradictorios. No tienen, tampoco gran relevancia. Sí la tendrán en textos algo posteriores, en ciertos evangelios llamados apócrifos.

Los Evangelios -evangelio significa buena nueva u oráculo: anuncian lo que acontecerá, no lo que ocurre; pronostican, no describen; cuentan una historia futura- canónicos no son los primeros textos del cristianismo primitivo -o de una rama del judaísmo. Se redactaron a partir del año 70, más o menos -el Evangelio de Juan dataría del año 110 ó 120-, y fueron escritos por pensadores griegos -o de cultura griega- que no conocían Palestina, en Siria, Grecia y Roma. Es posible -aunque no probable- que el Evangelio de Mateo se basara en un texto anterior en hebreo, pero la lengua utilizada también  es griega.
Son las cartas de Pablo los primeros textos, anteriores incluso al primer Evangelio, de Marcos.
Jesús, en los textos de Pablo, y en los Evangelios, es una figura distinta.
El Mediterráneo oriental hablaba griego. El arameo era una lengua de campesinos, y se hablaba poco el hebreo. Por otra parte, el latín penetraba difícilmente. Los marcos con los que se imaginaba el mundo eran también griegos: estoicos y platónicos o neoplatónicos.
Pablo y los autores de los Evangelios escribieron para letrados de cultura griega. Pablo se dirigía a comunidades letradas posiblemente estoicas. Se refiere a conceptos con los que los doctos griegos -él, en particular- están familiarizados. Pablo no habla de Jesús, sino de Cristo; y Cristo es un concepto, o un valor; una norma ética que rige o debería regir la vida comunitaria. Cristo es el logos platónico: una norma personificada, que se dirige a cada individuo para enseñarle cómo vivir colectivamente; qué valores asumir para que comunidades puedan crearse y  perdurar: Cristo es una ley de convivencia, que se enuncia a través de una figura una figura que no tiene entidad como persona.
Los evangelistas también escribían para letrados. Tampoco se refieren a Jesús, sino a Cristo. Cristo significa uncido, elegido. Es un título -y no un nombre- que posee los reyes (de Israel, y mesopotámicos). Este título, lógico puesto que Jesús es presentado como del linaje de David, es decir, real, justifica que se le llame Señor -y señor-: es decir, dueño de bienes (entre los que destaca los esclavos): dueño de tierras y seres vivientes, sobre los que tiene derecho de vida y muerte.
Este título explica que Cristo resucite, manifestando, o reiterando, su condición divina, es decir, no humana o por encima de la humana. La figura evangélica no es así un ser humano sino, al igual que en Pablo, una noción; mas ésta no es ética -como en Pablo- sino real (propia de la realeza). Cristo es una norma, justa, ciertamente, en tanto que la justicia es un atributo real, pero no es una norma de comportamiento. No se tiene que imitar a Cristo, como sostiene Pablo, pues Cristo no es una norma humana, sino que se le tiene que obedecer. Se tiene que tener confianza en él, y seguirle: Encabeza el camino de la vida, como ya lo hacían los reyes msopotámicos. Es el buen pastor, el guía. Su manifestación no es una ley escrita, sino una luz. Permite ver el camino, lo alumbra y lo ilumina -camino que se abre en medio de las tinieblas, la selva-.
Es cierto que una norma define modos de vida: por tanto, pone coto a actitudes incívicas, delimita espacios de convivencia. Las normas cívicas tienen una traducción espacial, urbanística. Así, se podría pensar que la norma (griega) y la luz (mesopotámica) actúan de un mismo modo: organizan la vida. Mas la luz exige la sumisión ante un líder; la norma obliga al consenso, sin que nadie pueda imponerse ni alzar la voz: la voz es la de la comunidad no la del rey -aunque el rey encarne a la comunidad: sea la comunidad, como Cristo es la iglesia, y la congregación de fieles, de súbditos-. La noma dibuja un marco de una vez por todas; la luz, por el contrario, traza una línea continua que se dirige siempre en línea recta, hacia el futuro (desconocido, pero que no causa temor, precisamente gracias a que la luz encabeza la procesión).
 Mientras que la norma funda comunidades, la luz establece comuniones, procesiones fusiones o identificaciones con un jefe real y espiritual.

Los primeros textos cristianos, las cartas de Pablo, y los Evangelios, no hablan de un individuo, sino de un concepto. Por eso apenas se refieren a su nacimiento humano -y cuando lo hacen, recurren a metáforas lumínicas que, de inmediato, señalan que no se refieren a un ser concreto, sino a una palabra: un edicto, una ley.
Fueron textos compuestos para letrados marcado tanto por la cultura griega cuanto por la mesopotámica. Las referencias a la divinidad de Cristo -por otra parte, Hijo de Dios, no significaba ser dios, sino seguidor de dios, protegido por dios, como, por ejemplo, los monarcas orientales, y romanos- eran lógicas. Tanto las presentaciones de los seres superiores en Roma cuanto en Oriente, sostenían que éstos tenían padres humanos y padres divinos. Era necesario ser un Hijo de Dios para poder encabezar un grupo y llevarlo a buen puerto, por buen camino. el mismo modo, en Grecia (en la Grecia helenística, tras Platón), los gobernadores verdaderos tenían que ser filósofos, es decir iluminados por Sofía, la Sabiduría divinizada. El Uno les mostraba qué valores tenían que asumir y transmitir a los humanos -incluso por la fuerza.
Los Evangelios, así, se compusieron según patronos literarios mesopotámicos, del mismo modo que las Cartas de Pablo siguen modelos neoplatónicos (es decir modelos griegos -platónicos- marcados por la noción de luz o irradiación mesopotámica).
Sin duda estos textos fundacionales no se pueden reducir a estos modelos, pero son deudores de ellos. Y, en Mesopotamia, el ser humano no merecía crédito alguno, precisamente porque carecía de luz: no irradiaba, no disipaba las tinieblas (del mismo modo, el sabio platónico disipaba el error, el conocimiento incierto: echaba luz sobre los enigmas del mundo).
En ningún caso, los Evangelios y las cartas de Pablo pretendieron referirse a un hombre concreto: Esto era inimaginable; los textos, por otra parte, no habrían sido recibidos, ni bien ni mal; nadie les habría prestado atención.

¿Un 25 de diciembre? La fecha del nacimiento -o de la glorificación de un dios pagano, que era un concepto divinizado: el Sol Invictus, al que los emperadores se asociaban o con el que se confundían-. De la aparición de un nuevo sol, que alumbra el mundo, y traza claros en el bosque, tratan, precisamente, los textos fundacionales del cristianismo, no de un niño en un portal.
Y, sin embargo, hoy en un día que ha amanecido gris. Son tiempos modernos

lunes, 24 de diciembre de 2012