miércoles, 30 de enero de 2013
martes, 29 de enero de 2013
¿La primera ciudad, según la Biblia?
Una rápida lectura del Génesis, en cualquier idioma, revela que la primera ciudad fue la que Caín, tras haber sido expulsado del Edén y haber sido condenado al destierro hasta el fin de sus días, con el consentimiento de Yahvé, construyó, para poder refugiarse y albergar en ella a todos los desterrados de la tierra, semejantes a él.
De ahí, ha resultado la imagen negativa que el Antiguo Testamento ofrece del mundo urbano, lógica si pensamos que se trataba de una cultura de nómadas, contrarios a la sedentarización. El mismo Yahvé, en los inicios, prohibió la construcción de un templo permanente, y solo autorizó la existencia de un Arca, transportable, algo así como un santuario móvil. La posterior equiparación entre el Arca de la Alianza, el Arca de Noé, y el Templo de Jerusalén, confirmaría que el Arca que Moisés construyó era un templo en miniatura, adaptado a la vida de una tribu nómada.
Por el contrario, se ha destacado -se ha dicho una y otra vez en Tocho- que la imagen de la ciudad en Mesopotamia era muy distinta. No se trataba de una estructura, y un modelo de sociedad, denostados -como lo fueron Babilonia, Nínive, Nimrud, Sodoma y Gomorra, etc. en la Biblia- sino que, por el contrario, las ciudades fueron consideradas como un invento que mejoró la suerte de los humanos. La imagen de la estructura y la vida urbanas era tan positiva que, según algún mito poco conocido, la tierra o la materia de los inicios fue una ciudad llamada "la ciudad de los tiempos remotos".
Hasta aquí, nada nuevo.
Pero no sé si estas afirmaciones no deberían ser matizadas.
Como ya se ha comentado, las traducciones griegas, latinas o en lenguas modernas del inicio del Génesis que narra la creación del mundo sostienen que Yavhé, cuando creó el cielo y la tierra, primeramente creó una tierra vacía y solitaria -o creó a partir de una tierra vacía o solitaria, existiendo ésta cuando la creación del mundo. Las descripciones en griego afirman que la tierra era " aoratos kai akataskeuastos (ἀόρατος καὶ ἀκατασκεύαστος)", que significa invisible o insustancial, y mal ejecutada (lo que evoca un trabajo desordenado, incompleto, o quizá por llevar a cabo, y, desde luego, indigno de ser contemplado; eso indicaría que la tierra era una materia necesitada del obrar divino, o resultaba una obra fracasada, que debía ser revisada durante los seis días siguientes, matices que, todos ellos, no se encuentran en el original hebreo, ni en las traducciones latina y modernas); en latín, "inanis et vacua"; en inglés, "void and empty"; en castellano, "caos y confusión"; en francés, "déserte et vide". Es cierto que las distintas traducciones no dicen exactamente lo mismo. Así, la Vulgata (en latín) utiliza dos adjetivos sinónimos: inanis y vacuus: se podrían traducir por vacío y vaciado -lo que denotaría que la tierra habría estado o sido, anteriormente, plena.
Sin embargo, todas estas traducciones no acaban de reflejar lo que el original dice.
La tierra que Yahvé crea, o con la que se encuentra cuando se dispone a crear es "tohu bohu" (ṯō·hū, wā·ḇō·hū -תֹ֙הוּ֙ וָבֹ֔הוּ), una expresión que el francés ha tomado literalmente: significa desorden absoluto (por tanto, caos); en hebreo, empero, ya vimos que tohu estaba emparentado con el acadio Tiamat, el nombre de una de las dos divinidades babilónicas acuosas de los inicios, lo que llevaría a considerar que en los inicios érase, no la tierra sino las aguas, una imagen que, de todos modos, no se desmarca de la que el Génesis afirma. En efecto, el Génesis cuenta dos veces, de dos maneras distintas, la gestación del universo y, según una versión, la materia o la entidad primera es la tierra (desértica, vacía), mientras que, según la segunda, las aguas son lo primero.
To.hu se utiliza en otra descripción bíblica. Aparece en Isaías 24, 10: y describe una entidad " del caos -o caótica" (en francés); en griego, se emplea un calificativo, que deriva del verbo eremooo, y que significa devastar -lo que implica que, anteriormente, la entidad devastada estaba entera o completa-, y del adjetivo eremos, que se traduce por desierto o solitario; en latín, dicha entidad es "attrita (adtrita) vanitatis": literalmente, gastada por el uso, el roce, agotada, y vacía, irreal o falsa.
¿Cuál es esa entitad? Una ciudad.
Como comenta André Wénin (D´Adam à Abraham ou les errances de l´humain. Lecture de Génèse 1,1-12,4, Cerf, París, 2011, p. 29), al referirse al inicio del Génesis: "el narrador (del Génesis) no dice de dónde procede el caos (de los inicios) (...). Se limita a decir: "la tierra era tohu-bohu". El nombre común hebreo tohu (...) evoca la imagen de una ciudad devastada, inhabitable, no hospitalaria (...) Es la inversa de un mundo creado."
Así que el caos primordial podría ser una ciudad destruida -algo, por otra parte, lógico, dadas las guerras en el próximo oriente antiguo (y no solo antigua), y la fragilidad de los materiales de construcción. Una ciudad destruida ofrecía -y ofrece- la imagen de un mundo carente de vida, del que la vida, si la hubo, ha huido. La descripción del espacio originario, ¿constituye un mito, o es una metáfora? Es decir, ¿describe como se concebía realmente aquel espacio, o se trata tan solo de una imagen poética? Es difícil precisarlo. Mas, es muy posible que exista un sustrato mítico más o menos perceptible.
En este caso, la comparación del caos con una ciudad arrasada no sería tal, sino que aquél habría tenido el aspecto, o habría sido, una urbe caótica. La comparación con el mito de la ciudad primigenia sería inevitable.
En Mesopotamia, la ciudad era un espacio deseable; la vida no se concebía fuera de aquélla, al menos, de un espacio acotado y ordenado, edificante si no edificado. El caos originario bíblico, que es lo primero que Yahvé crea, sería una ciudad inhabitable. Pero ésta no sería un modelo. Antes bien, aparece como el anverso de lo que tendría que "ser": una ciudad acogedora.
Yahvé creó el universo en seis días. Los cinco días siguientes a la creación de la tierra y el cielo, o los cinco días en los que Yahvé partió de la tierra ya existente -tierra tan inhóspita como una ciudad asaltada- fueron dedicados a completar, corregir la creación del primer día: es decir, a convertir una ciudad en la que la vida no podía desarrollarse, en algo así como un Edén.
Tenemos que pensar que el Edén era un jardín: en hebreo, un gan, un sustantivo relacionado con el verbo ganan, que significa proteger. Esto significa que el Edén estaba acotado, defendido (Wenin, p. 60). Se le podría incluso describir como un espacio clausurado o incluso amurallado: una ciudad, en suma.
Si esto fuera cierto, y la imagen que el Génesis en hebreo presenta fuera la que se puede interpretar hoy, el Edén quizá no se opusiera a la ciudad de Caín, sino que éste fuera una imagen, una pálida imagen, quizá, de la ciudad originaria: una ciudad restaurada y, por tanto, habitable.
La relación entre los mitos sumerio y hebreo se acrecentaría, y la imagen bíblica de la ciudad sería más rica y compleja, lejos del aparente desprecio -quizá tardío, fruto del temor ante el poder de los imperios neo-babilónico y neo-asirio- por los modos de vida urbano que es posible que la versión latina de la Biblia, opuesta a la Roma pagana, haya acentuado.
go eremooo
De ahí, ha resultado la imagen negativa que el Antiguo Testamento ofrece del mundo urbano, lógica si pensamos que se trataba de una cultura de nómadas, contrarios a la sedentarización. El mismo Yahvé, en los inicios, prohibió la construcción de un templo permanente, y solo autorizó la existencia de un Arca, transportable, algo así como un santuario móvil. La posterior equiparación entre el Arca de la Alianza, el Arca de Noé, y el Templo de Jerusalén, confirmaría que el Arca que Moisés construyó era un templo en miniatura, adaptado a la vida de una tribu nómada.
Por el contrario, se ha destacado -se ha dicho una y otra vez en Tocho- que la imagen de la ciudad en Mesopotamia era muy distinta. No se trataba de una estructura, y un modelo de sociedad, denostados -como lo fueron Babilonia, Nínive, Nimrud, Sodoma y Gomorra, etc. en la Biblia- sino que, por el contrario, las ciudades fueron consideradas como un invento que mejoró la suerte de los humanos. La imagen de la estructura y la vida urbanas era tan positiva que, según algún mito poco conocido, la tierra o la materia de los inicios fue una ciudad llamada "la ciudad de los tiempos remotos".
Hasta aquí, nada nuevo.
Pero no sé si estas afirmaciones no deberían ser matizadas.
Como ya se ha comentado, las traducciones griegas, latinas o en lenguas modernas del inicio del Génesis que narra la creación del mundo sostienen que Yavhé, cuando creó el cielo y la tierra, primeramente creó una tierra vacía y solitaria -o creó a partir de una tierra vacía o solitaria, existiendo ésta cuando la creación del mundo. Las descripciones en griego afirman que la tierra era " aoratos kai akataskeuastos (ἀόρατος καὶ ἀκατασκεύαστος)", que significa invisible o insustancial, y mal ejecutada (lo que evoca un trabajo desordenado, incompleto, o quizá por llevar a cabo, y, desde luego, indigno de ser contemplado; eso indicaría que la tierra era una materia necesitada del obrar divino, o resultaba una obra fracasada, que debía ser revisada durante los seis días siguientes, matices que, todos ellos, no se encuentran en el original hebreo, ni en las traducciones latina y modernas); en latín, "inanis et vacua"; en inglés, "void and empty"; en castellano, "caos y confusión"; en francés, "déserte et vide". Es cierto que las distintas traducciones no dicen exactamente lo mismo. Así, la Vulgata (en latín) utiliza dos adjetivos sinónimos: inanis y vacuus: se podrían traducir por vacío y vaciado -lo que denotaría que la tierra habría estado o sido, anteriormente, plena.
Sin embargo, todas estas traducciones no acaban de reflejar lo que el original dice.
La tierra que Yahvé crea, o con la que se encuentra cuando se dispone a crear es "tohu bohu" (ṯō·hū, wā·ḇō·hū -תֹ֙הוּ֙ וָבֹ֔הוּ), una expresión que el francés ha tomado literalmente: significa desorden absoluto (por tanto, caos); en hebreo, empero, ya vimos que tohu estaba emparentado con el acadio Tiamat, el nombre de una de las dos divinidades babilónicas acuosas de los inicios, lo que llevaría a considerar que en los inicios érase, no la tierra sino las aguas, una imagen que, de todos modos, no se desmarca de la que el Génesis afirma. En efecto, el Génesis cuenta dos veces, de dos maneras distintas, la gestación del universo y, según una versión, la materia o la entidad primera es la tierra (desértica, vacía), mientras que, según la segunda, las aguas son lo primero.
To.hu se utiliza en otra descripción bíblica. Aparece en Isaías 24, 10: y describe una entidad " del caos -o caótica" (en francés); en griego, se emplea un calificativo, que deriva del verbo eremooo, y que significa devastar -lo que implica que, anteriormente, la entidad devastada estaba entera o completa-, y del adjetivo eremos, que se traduce por desierto o solitario; en latín, dicha entidad es "attrita (adtrita) vanitatis": literalmente, gastada por el uso, el roce, agotada, y vacía, irreal o falsa.
¿Cuál es esa entitad? Una ciudad.
Como comenta André Wénin (D´Adam à Abraham ou les errances de l´humain. Lecture de Génèse 1,1-12,4, Cerf, París, 2011, p. 29), al referirse al inicio del Génesis: "el narrador (del Génesis) no dice de dónde procede el caos (de los inicios) (...). Se limita a decir: "la tierra era tohu-bohu". El nombre común hebreo tohu (...) evoca la imagen de una ciudad devastada, inhabitable, no hospitalaria (...) Es la inversa de un mundo creado."
Así que el caos primordial podría ser una ciudad destruida -algo, por otra parte, lógico, dadas las guerras en el próximo oriente antiguo (y no solo antigua), y la fragilidad de los materiales de construcción. Una ciudad destruida ofrecía -y ofrece- la imagen de un mundo carente de vida, del que la vida, si la hubo, ha huido. La descripción del espacio originario, ¿constituye un mito, o es una metáfora? Es decir, ¿describe como se concebía realmente aquel espacio, o se trata tan solo de una imagen poética? Es difícil precisarlo. Mas, es muy posible que exista un sustrato mítico más o menos perceptible.
En este caso, la comparación del caos con una ciudad arrasada no sería tal, sino que aquél habría tenido el aspecto, o habría sido, una urbe caótica. La comparación con el mito de la ciudad primigenia sería inevitable.
En Mesopotamia, la ciudad era un espacio deseable; la vida no se concebía fuera de aquélla, al menos, de un espacio acotado y ordenado, edificante si no edificado. El caos originario bíblico, que es lo primero que Yahvé crea, sería una ciudad inhabitable. Pero ésta no sería un modelo. Antes bien, aparece como el anverso de lo que tendría que "ser": una ciudad acogedora.
Yahvé creó el universo en seis días. Los cinco días siguientes a la creación de la tierra y el cielo, o los cinco días en los que Yahvé partió de la tierra ya existente -tierra tan inhóspita como una ciudad asaltada- fueron dedicados a completar, corregir la creación del primer día: es decir, a convertir una ciudad en la que la vida no podía desarrollarse, en algo así como un Edén.
Tenemos que pensar que el Edén era un jardín: en hebreo, un gan, un sustantivo relacionado con el verbo ganan, que significa proteger. Esto significa que el Edén estaba acotado, defendido (Wenin, p. 60). Se le podría incluso describir como un espacio clausurado o incluso amurallado: una ciudad, en suma.
Si esto fuera cierto, y la imagen que el Génesis en hebreo presenta fuera la que se puede interpretar hoy, el Edén quizá no se opusiera a la ciudad de Caín, sino que éste fuera una imagen, una pálida imagen, quizá, de la ciudad originaria: una ciudad restaurada y, por tanto, habitable.
La relación entre los mitos sumerio y hebreo se acrecentaría, y la imagen bíblica de la ciudad sería más rica y compleja, lejos del aparente desprecio -quizá tardío, fruto del temor ante el poder de los imperios neo-babilónico y neo-asirio- por los modos de vida urbano que es posible que la versión latina de la Biblia, opuesta a la Roma pagana, haya acentuado.
go eremooo
lunes, 28 de enero de 2013
Eva y la serpiente
Así como Adán es descrito como un santo varón, que sucumbe a las zalamerías de Eva, la Biblia describe a ésta como una ingenua, una ingenua y, por fin, una artera colaboradora de la serpiente, versada en hechizos y zalamerías que tienen como fin hacer perder la cara a Adán.
Sin embargo, cabría preguntarse si esta imagen es correcta.
Mediante un juego de palabras, la Biblia explica la etimología, falsa o verdadera, del sustantivo adán (que se traduce por humano), cuando lo relaciona con adamah (el humus). Un adán es un ser moldeado con barro, lo cual es lógico porque es el resultado del trabajo artesanal de Yahvé: éste produce una imagen, un fetiche, al que insufla vida, como ya hacían los sacerdotes mesopotámicos y egipcios cuando practicaban el ritual de la apertura de la boca de las estatuas, recién labradas, para "animarlas".
El significado de Eva, por el contrario, no es tan evidente.
Se ha escrito a menudo que podría derivar de la raíz ayya (o haya): vida. Esta etimología, si fuera cierta, cuadraría bien con la imagen tradicional de Eva, como la "madre de los humanos" -si bien, algunos especialistas sostiene que la etimología de los nombres propios es siempre arriesgada y puede reflejar más los criterios o prejuicios del intérprete. Ese problema no afectaría tanto a la etimología de "Adán" -un nombre común, y no un nombre propio, al menos inicialmente.
Eva podría derivar de otra raíz semita: hwyh. Significa serpiente. Eva sería la diosa-serpiente, o la diosa de las serpientes, lo que la convertiría en una figura sobrenatural arcaica. Que Eva sea una divinidad y no una humana está ya apuntado en el Génesis, como se ha comentado en una entrada anterior, ya que Caín fue obtenido -o engendrado- por Eva con (de, o y) Yahvé.
La serpiente estaba tradicionalmente asociada al árbol de la vida. No simbolizaba, en absoluto, el mal. Tampoco en el Génesis. La serpiente ofrece el fruto del árbol (de la vida, o de la inmortalidad). Por tanto, lo que brinda no acarrea la muerte. Es cierto que Yahvé anunció la muerte de quien probara este fruto, mas la muerte no aconteció. Adán y Eva no murieron. Tampoco se volvieron mortales, puesto que ya lo eran. Al igual que en mitos de otros culturas, trataron de alcanzar la inmortalidad, y fracasaron. La cólera de Yahvé no fue como se ha descrito a veces. Ciertamente, condenó a la serpiente a serpentear, a la mujer a parir con dolor, y al hombre a trabajar ardua y penosamente, mas, tras esta descripción o condena, Yahvé consideró que el ser humano se había convertido casi en una imagen divina, conocedora del bien y del mal- gracias al fruto ingerido-, aunque no hubiera alcanzado la inmortalidad -que le hubiera brindado el árbol de la vida-, se felicitó por la creación del ser humano-. No parecía excesivamente enojado.
Lo que la serpiente ofrecía era el bien más preciado que poseía o que guardaba: la vida eterna. Tal bien no podía estar en manos de un dios maléfico. Acontecía que la serpiente velaba sobre el ciclo de la vida: por tanto, sobre el nacimiento y la muerte, mas no únicamente sobre ésta. Aportaba o garantizaba el movimiento de los ciclos, del alumbramiento al apagamiento -al que seguía un renacimiento.
En árabe, hayyah designa a la serpiente, y a su vitalidad, a la vida que la serpiente aporta y simboliza: la vida eterna, o la inmortalidad.
La asociación entre una figura femenina y una serpiente es común en culturas antiguas. Se han encontrado innumerables estatuillas femeninas, en Mesopotamia o en Creta, por ejemplo, dotadas de rasgos de aves y de ófidos. Ya sean fetiches o juguetes, probablemente simbolizaban los poderes de la figura (diosa, sacerdotisa, mujer), capaz de unir lo alto y lo bajo -el cielo y lo subterráneo, es decir los dos espacios que encuadran el mundo de los vivientes.
Mesopotamia no carece de figuras femeninas con rasgos de serpiente. Así, se han encontrado en gran número en Uruk, durante el llamado periodo de Obaid; datan de hace unos seis mil quinientos años. Aún hoy fascinan.
Es posible que la concepción de Eva refleje una influencia, o un recuerdo, de esas antiguas divinidades femeninas primigenias a las que el cuidado del ciclo de la vida estaba encomendado. Desde luego, eran divinidades que controlaban el mundo de los vivos y de los muertos, poniéndolos en contacto. Pero en ningún caso, simbolizaban el mal ni lo causaban, entre otras razones porque la muerte no era juzgada como un mal, sino como parte, una parte necesaria, de la vida, como bien ocurría en el Génesis original.
Sin embargo, cabría preguntarse si esta imagen es correcta.
Mediante un juego de palabras, la Biblia explica la etimología, falsa o verdadera, del sustantivo adán (que se traduce por humano), cuando lo relaciona con adamah (el humus). Un adán es un ser moldeado con barro, lo cual es lógico porque es el resultado del trabajo artesanal de Yahvé: éste produce una imagen, un fetiche, al que insufla vida, como ya hacían los sacerdotes mesopotámicos y egipcios cuando practicaban el ritual de la apertura de la boca de las estatuas, recién labradas, para "animarlas".
El significado de Eva, por el contrario, no es tan evidente.
Se ha escrito a menudo que podría derivar de la raíz ayya (o haya): vida. Esta etimología, si fuera cierta, cuadraría bien con la imagen tradicional de Eva, como la "madre de los humanos" -si bien, algunos especialistas sostiene que la etimología de los nombres propios es siempre arriesgada y puede reflejar más los criterios o prejuicios del intérprete. Ese problema no afectaría tanto a la etimología de "Adán" -un nombre común, y no un nombre propio, al menos inicialmente.
Eva podría derivar de otra raíz semita: hwyh. Significa serpiente. Eva sería la diosa-serpiente, o la diosa de las serpientes, lo que la convertiría en una figura sobrenatural arcaica. Que Eva sea una divinidad y no una humana está ya apuntado en el Génesis, como se ha comentado en una entrada anterior, ya que Caín fue obtenido -o engendrado- por Eva con (de, o y) Yahvé.
La serpiente estaba tradicionalmente asociada al árbol de la vida. No simbolizaba, en absoluto, el mal. Tampoco en el Génesis. La serpiente ofrece el fruto del árbol (de la vida, o de la inmortalidad). Por tanto, lo que brinda no acarrea la muerte. Es cierto que Yahvé anunció la muerte de quien probara este fruto, mas la muerte no aconteció. Adán y Eva no murieron. Tampoco se volvieron mortales, puesto que ya lo eran. Al igual que en mitos de otros culturas, trataron de alcanzar la inmortalidad, y fracasaron. La cólera de Yahvé no fue como se ha descrito a veces. Ciertamente, condenó a la serpiente a serpentear, a la mujer a parir con dolor, y al hombre a trabajar ardua y penosamente, mas, tras esta descripción o condena, Yahvé consideró que el ser humano se había convertido casi en una imagen divina, conocedora del bien y del mal- gracias al fruto ingerido-, aunque no hubiera alcanzado la inmortalidad -que le hubiera brindado el árbol de la vida-, se felicitó por la creación del ser humano-. No parecía excesivamente enojado.
Lo que la serpiente ofrecía era el bien más preciado que poseía o que guardaba: la vida eterna. Tal bien no podía estar en manos de un dios maléfico. Acontecía que la serpiente velaba sobre el ciclo de la vida: por tanto, sobre el nacimiento y la muerte, mas no únicamente sobre ésta. Aportaba o garantizaba el movimiento de los ciclos, del alumbramiento al apagamiento -al que seguía un renacimiento.
En árabe, hayyah designa a la serpiente, y a su vitalidad, a la vida que la serpiente aporta y simboliza: la vida eterna, o la inmortalidad.
La asociación entre una figura femenina y una serpiente es común en culturas antiguas. Se han encontrado innumerables estatuillas femeninas, en Mesopotamia o en Creta, por ejemplo, dotadas de rasgos de aves y de ófidos. Ya sean fetiches o juguetes, probablemente simbolizaban los poderes de la figura (diosa, sacerdotisa, mujer), capaz de unir lo alto y lo bajo -el cielo y lo subterráneo, es decir los dos espacios que encuadran el mundo de los vivientes.
Mesopotamia no carece de figuras femeninas con rasgos de serpiente. Así, se han encontrado en gran número en Uruk, durante el llamado periodo de Obaid; datan de hace unos seis mil quinientos años. Aún hoy fascinan.
Es posible que la concepción de Eva refleje una influencia, o un recuerdo, de esas antiguas divinidades femeninas primigenias a las que el cuidado del ciclo de la vida estaba encomendado. Desde luego, eran divinidades que controlaban el mundo de los vivos y de los muertos, poniéndolos en contacto. Pero en ningún caso, simbolizaban el mal ni lo causaban, entre otras razones porque la muerte no era juzgada como un mal, sino como parte, una parte necesaria, de la vida, como bien ocurría en el Génesis original.
domingo, 27 de enero de 2013
JUSTICIA POÉTICA
El viento derriba una escultura de Ripollés en Castellón :
La obra 'La Paz' tiene 25 metros de altura.
El escultor culpa a los ingenieros que calcularon la resistencia de la estructura
LORENA ORTEGA Castellón 26 ENE 2013 - 17:38 (El País)
Juan Ripollés es el escultor de otra inenarrable estatua encargada por y dedicada al ex-presidente del Partido Popular (PP) de Castellón de la Plana, situada en la entrada del abortado aeropuerto de esta ciudad, que, aún más grande y gorda, una treintena de metros de alto, representa la testa del prócer, cuya boca bien abierta escupe un jet.
Ejemplar.
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